viernes, 25 de abril de 2014

Los detalles.

Voy conduciendo y pensando dónde estaba hace un año. 

El 23 de abril de 2013, pasé la tarde en la Librería Gaztambide firmando libros. Fue una gran día  y allí estabas. Como siempre, llegaste tarde, con unos afte eight de regalo y diciéndole a todo el mundo que sabías que yo estaba atacada de los nervios. Estabas feliz, aunque no dijeras nada y mucho más nerviosa que yo. Te vi, lo sentí, nos emocionamos y no dijimos nada porque somos muy del Sr. Lobo. 

Este año voy camino  del hospital. Llevo a las princesas. Estás bien, no te vas a morir ni estás enferma. Te han operado porque de alguna manera absurda y que no consigo entender, has decidido que necesitas una prótesis de cadera para poder seguir haciendo “vida normal”. Lo que tú consideras vida normal con casi 70 palos: subir el Aneto una vez cada dos años, esquiar, hacer parapente, montar en bici, raquetas en la nieve, conducir 7 horas...y un millón de cosas más. 

Se que no es grave, se que estás bien. Dolorida y quejándote porque eres una enferma fatal, pareces un hombre en eso, pero todo ha salido perfecto. 

Se me escapan dos lágrimas. Me siento boba. 

Pienso como una adulta, como una tía razonable y me digo que estoy siendo sensiblera e idiota, que no te va a pasar nada....y luego pienso que te pasará, más pronto que tarde, te pasará lo inevitable. 

Conduzco y recuerdo el momento exacto en que pensé que en algún momento no estarías, dejarías de estar. 

Fue hace 13 años, vivía en mi casa de la calle Viriato y no lo estaba pasando bien. De hecho, lo estaba pasando tan mal que decidiste venir a “espabilarme”. Nunca has sido de consolar, eres más de espabilar. Mientras esperaba a que llegaras, pululaba y en un determinado momento  me senté en el banco -alfeizar de la enorme ventana de madera gris que daba al jardín delantero de aquella casa. Me sentía morir y entonces te ví aparecer por la calle, tranquila, caminando con tu gabardina gris y tu bolso. Llovía un poco. Apareciste por el lado derecho y te miré mientras llegabas al telefonillo del jardín. Y en ese momento, pensé “algún día no estará y no la veré nunca jamás”. Fui dolorosamente consciente de ello y lloré por una ausencia que todavía no era. 

Me recompuse antes de que subieras y luego discutimos por alguna majadería como mi absurda colocación de los muebles, el orden de los armarios de la cocina o mi ropa. 

Hoy, mientras voy al hospital soy otra vez consciente de esa ausencia que no es, que no ha llegado todavía y pienso tonterías. Pienso en quién se pondrá la horrible y viejísima bata de cuadros que usas en Los Molinos en invierno. Pienso en si seré capaz de encontrar las sábanas bajeras que se ajustan a la cama de mi cuarto en ese maravilloso armario de ropa blanco que tienes y que sólo tú entiendes. Pienso en quién hará torrijas en Semana Santa y lo que es peor la pularda rellena en Navidad. Pienso en que la nevera estará ordenada y sin tupers sorpresa. Pienso en que tendré que aprender a coser algo o llevar los dobladillos grapados. Pienso en que nadie me dirá “tú no lo sabes, pero eres guapa porque tienes un brillo especial en los ojos” (apuesto a que no te acuerdas de esto, fue un extraño momento de amor entre nosotras). Pienso en que nadie me sacará de quicio hasta hacerme llorar. Pienso que las princesas ya no tendrán a su “abu”. Pienso en que tu cuarto se quedará vacío, en la increíble cantidad de cosas que tienes guardadas y que sólo tú eres capaz de encontrar en ese caos clasificatorio en el que vives y que sólo entiendes tú. Pienso en que ya no habrá nadie que me diga con superioridad “Ja, ves como tenía razón al guardar esto en 1987”. Pienso en quién me dirá “Eso no tiene gracia”. Pienso en que ya no veré esa cara de “qué graciosita te crees y qué poquita gracia me haces”. Ni la de “eres una listilla”. Pienso en quién sacará cada Navidad las cajas de adornos con cosas guardadas desde hace 60 años, pienso que yo no seré capaz ni de encontrar esas cajas.  Pienso en que ya no podré quejarme de no ser la favorita...ni de ser la primera opción para tirar de la avioneta. Pienso en que ya no te oiré jamás decir “bueno, hoy no vas mal vestida”. Pienso en cómo lloraré a moco tendido cuando abra un cajón y haya dos millones de cajas cada una llena de botones de un determinado color. Pienso en que nadie me acariciará la cabeza y me dirá “sé que te pasa algo...no quieres contármelo pero dime que estarás bien”. Ya no seré la princesa de nadie. Pienso que Pobrehermano Mayor ya no será el favorito. Ya no habrá violetas en casa ni golosinas del Lidl escondidas para que no nos las comamos. Pienso que ya nadie hará cocido y me dirá “se que no te gusta pero a tus hermanos les encanta”. No escucharé más historias que empiecen por “Tu pobrehermano”. 

Todo esto son bobadas, pero yo ya sé que que las bobadas se hacen enormes y  son lo importante,  lo más importante. Son las cosas que me dolerán. No será la pena, ni la ausencia...serán esas tonterías. 

Pienso en quién se sentará en tu sitio en la mesa de la cocina, usará tu servilletero y se encargará de ese millón de detalles que sólo tú ves y que se que se perderán aunque intente aferrarlos. 

No me hagas esto y diga lo que diga Pobrehermano Mayor, aférrate a la vida. 

Y que sepas que te prohibo que vuelvas a operarte de nada, ni siquiera de un uñero. 


miércoles, 23 de abril de 2014

Leer te cambia la vida.


Tienes dos años y tu madre acaba de acomodarte en el “corralito”. Te deja allí sentada, con tu vestidito blanco, al sol de marzo que entra por la terraza y entre todos los juguetes que deja a tu alrededor para entretenerte, no se sabe si a propósito o por descuido, deja un catálogo, una revista de brillantes páginas de colores. Se va a atender a tu hermano de un año y cuando vuelve al cabo de un rato alertada por la falta de ruido, te encuentra sentada con la revista en las piernas, pasando las páginas hacia delante y hacia atrás.

Estás en la guardería, llevas un pichi gris. Polo, jersey y calcetines rojos. “Sit down in the yellow line”. Unas cartas maravillosas, mágicas, aparecen en las manos de tu profesora. “Mi mamá me mima. Yo mimo a mi mamá”. Estás harta de esas frases y quieres pasar a las siguientes, quieres ver el resto de las cartas, aprender el resto del juego para poder conocer todas las letras, saber todas las palabras.

Estás en casa de tus abuelos, en la pared hay cuadros de caballos, crees que pintados por una de las hermanas de tu abuela que era una maravillosa pintora. Tus tíos se afanan en conseguir que lo logres. Te sientan en medio de la habitación, se ponen muy serios.

- Repite despacio. Ca
- Ca.
- Ba.
- Ba.
-Llo.
- Llo.
- ¡Bien! Ahora seguido caballo.
- Callabo.
- Vamos Moli...con lo bien que lees..¿no lo ves aquí escrito?
-Callabo.

Tienes 7 años, es tu cumpleaños y tu madre te regala el primer libro que le regalaron a ella. “Celia lo que dice”. Un libro de mayores. Lo coges y lo devoras, ese y toda la colección. Nunca te gustó Celia, no se parece a ti, no tiene nada que ver contigo. Tu eres responsable, preocupona y nada traviesa...pero eso da igual, te encantan sus libros. Lees Los Cinco, y los Hollister, y elige tu propia aventura y todos los Asterix.

Tienes 9 años. Lees tan bien que te eligen para hacer de narrador de El Gato con Botas. Tu madre te hace un chaleco, un sombrero y unas calzas de tela de sofá. Pareces un juglar y te da mucha vergüenza pero lo haces fenomenal. Tus padres compran una casa nueva en Los Molinos, la primera noche estás tan fuera de lugar y tan asustada porque entren bichos por la ventana que la pasas leyendo todos los cuentos que los anteriores inquilinos han dejado en la casa.  Alguien te regala Konrad el niño que salió de una lata de conserva”.

Tienes 12 años y tu madre harta de que la acoses con “no tengo nada que leer” te da una novela vieja, viejísima, con el papel marrón áspero. Un papel que no  has visto nunca y no se parece al de tus otros libros, “Río Perdido” de Zane Grey. El oeste, vaqueros, indios, vacas, ganaderos malvados, damiselas e historias de amor. Leiste todos los que había en casa de tus abuelos, la estantería completa uno detrás de otro.

Lees compulsivamente, a cualquier hora en cualquier sitio. Quieres leerlo todo, así que vas a las estantería de tu casa y como ya tienes 15 años no preguntas. Vas cogiendo aleatoriamente o eso te crees tú, todavía no sabes que los libros te eligen. Lees “El amante de Lady Chaterley”, “Cien años de soledad”, “Conversación en la catedral”, "Guerra y Paz", "Éxodo", "La colmena,  la serie completa de “Los Reyes Malditos”, los “Episodios Nacionales contemporáneos”. Lo lees todo.

Tienes 21 años y le regalas a tu hermano pequeño “Konrad el niño que salió de una lata de conservas” y le escribes una dedicatoria.

Tienes 24 años, lees y empiezas a apuntar los libros que lees en un cuaderno que acarreas a todos lados. Sólo los títulos. En la última página escribes los libros que te gustaría leer. No lo haces con orden y muchas veces olvidas hacerlo. No es sistemático.

Tienes 28 años. Le regalas al Ingeniero todos los libros que has ido leyendo en tu vida y que crees que le gustarán. La mayoría de ellos le gustan.

Tienes 32 años, una casa nueva, y dos hijas. Un día de diciembre, sin pensarlo, siguiendo un impulso compras un precioso cuaderno rayado con una ilustración japonesa con el firme propósito de a partir de enero empezar a  llevar un registro exhaustivo de lo que lees. En enero de 2006, con tu caligrafía de colegio de monjas e intentando no tachar, lo empiezas con un libro de Wallander.  Ese mismo año, coges tu ejemplar de “Todo cuanto amé” y te plantas a que Siri Hustdvedt te lo dedique ante la atónita mirada de Pedro Almodóvar, ni siquiera sabes cómo eres capaz de articular palabra.

Tienes 33 años, te vas de viaje a Berlín pero por listos perdéis el avión. Volvéis a Madrid a hacer tiempo y en un mercadillo de libros usados, El Ingeniero decide comprar “Berlín. La caída: 1945” para leer algo sobre la ciudad a la que váis a intentar llegar en otro avión por la tarde. Llegaís y te enamoras de la ciudad. Al volver, sólo quieres leer cosas sobre Berlín...lo lees todo, lo que sea sobre Berlín y la II Guerra Mundial: Stalingrado, ,Berlín. La caída: 1945, Stalingrado (Biblioteca Antony Beevor), Una mujer en Berlín ...todo. 

Tienes 36 años y tienes un blog desde hace un año. En un rapto de inspiración te das cuenta de que los libros que has leído en enero y febrero estaban extrañamente “encadenados”, en cada uno has encontrado algo: un nombre, un lugar, una situación o una sensación que lo enganchaba con el anterior y decides empezar a escribir sobre lo que lees en el blog y lo llamas “Libros encadenados”

Tienes 37 años y charlas con P sobre libros y la II Guerra Mundial. “Moli, tienes que leer Maus”. Lo apuntas en tu lista de libros que quieres leer. Al acercarse tu cumpleaños, Juan te llama y te pregunta qué quieres. “Quiero que me regales Maus”.  

Tienes 38 años, lees Maus  pocos días después de tu cumpleaños. Fascinada, impresionada y cautivada. Te encanta. Escribes sobre él en  tu cuaderno el 23 de febrero de 2011.  Al terminar el mes, escribes tus libros encadenadoscon una entusiasta recomendación para que todo el mundo lo lea. Hablas sin cesar de Maus, lo recomiendas, lo regalas, lo relees.

Alguien lee tu recomendación. Alguien que no te conoce y que tú ni siquiera sabes que existe decide conocerte porque has leído Maus y has escrito sobre ello.

“...por qué no lo leía y por qué empecé a leerlo”...pone en el mail de ese alguien. 


Sentada en tu mesa de comedor, en pijama, con tu pluma y tu cuaderno japonés,  no lo sabías...pero ese día leer te cambió la vida.  

lunes, 21 de abril de 2014

Vacaciones al sol


Tras 15 años, he pasado la Semana Santa en Los Molinos. 

Excepto para trabajar, he ido todo el día con unos vaqueros rotos (2 pares distintos), uno de los cuales se me caen y según Pobrehermano Mayor "te están fatal", pero a mí me encantan. 

He dormido bastante y lo mejor es que cuando me he despertado, he abierto la ventana, he cogido el libro y he seguido en la cama. He merendado crepes y M, comió las primeras crepes de su vida y le encantaron, un nuevo campo de alimentación para ella se abre ante mi: crepes con todo.  

Aperitivos en la cantina. Como si tuviéramos 60 años. Sentados al sol con el tinto de verano y la tapa correspondiente, viendo pasar los trenes, arreglando el mundo y comentando el Hola. "Moli, ver contigo el Hola es otra dimensión". 

Aperitivos que pasan a ser comidas, y luego meriendas hipercalóricas  con GT y te descojonan todos los planes de ser responsable que te habías planteado pero que te hacen llegar a casa a las 11 de la noche más feliz que una perdiz y pensando que eres una chica con muchísima suerte. 

He discutido sobre por qué odio los tangas y me han sugerido que me deje el pelo largo como "algo radical que puedes hacer ahora". Por supuesto, no pienso hacer eso: ni llevar tanga ni dejarme el pelo largo. 

He visto "Almosf famous" y me he enamorado de Billy Crudup. He leido tirada en la hamaca a David Foster Wallace y he sentido como literalmente me arrasaba, es como una apisonadora. Me he embarcado en un viaje por América con Steinbeck y su perro. He pensado que me encantaría hacer un viaje largo en coche y poder contarlo luego....siempre hacia el norte, nunca hacia el sur. 

He comido chocolate blanco con cornflakes, leche condensada y pipas caducadas por encima de mis posibilidades. He nadado 10 km en 5 días y tengo una contractura en la espalda también muy por encima  de mis posibilidades. 

He descubierto que mis hijas manejan el lenguaje muy bien y con mucho peligro. 

- Mamá, ¿qué significa lazy?
- Lazy es vago, perezoso.
- ¿Yo soy lazy?
- ¿Tu qué crees?
- ¿Eso es sarcasmo? 

El Roto es mi nuevo sitio favorito en Los Molinos. Está precioso y fue un paseo genial. Nos falta ir con bocadillos a pasar el día. Amor de princesas y PAGS.

He discutido sobre qué haría si me tocaran 100 millones de euros, a quién se lo contaría y qué haría después. Lo tengo clarísimo. Se lo diría a mi familia, mis mejores amigos y luego me compraría un vestido con muchísimo vuelo y un corpiño y bajaría la escalera de los libros de colores diciendo: A dios pongo por testigo que en mi vida volveré a poner un pie en Mordor.  He descubierto que Pobrehermano Mayor si le tocaran a él me compraría un puesto de chuches en Los Molinos para que me sacara unas perrillas. Sin comentarios. 

He hecho leña fina, he quitado malas hierbas, he pulverizado herbicida y he montado en bici. He hecho compañía a Juan mientras hacía de handy man (¿Qué opinamos de los tíos con peto?) en su casa cribando arena en una tarea completamente absurda pero que le pega todo. Mientras él cribaba yo hablaba de Steinbeck. 

He escrito mails torrente y ni un solo post pero se me han ocurrido mil ideas. Castillos en el aire. Viajes. Planes. 

Y por fin, han salido las lilas.



martes, 15 de abril de 2014

Ensayo sobre el bañador.


Para ir a nadar hay que tener siempre en mente la regla de los 5 dedos: bañador, toalla, chanclas, gafas y gorro.

Son las cinco cosas imprescindibles para ir a nadar. Bueno, imprescindible imprescindible sólo hay una.

Puedes probar a nadar sin gafas y cerrar los ojos confiando en no salir cegado por el cloro, puedes secarte con tu ropa interior o al aire contoneándote debajo de los secadores esos del demonio, puedes intentar nadar sin gorro un par de largos antes de que te llamen la atención y puedes ir sin chanclas rezando para no pillar ningún hongo...pero NO puedes nadar sin bañador.

El bañador es por tanto lo más importante, lo fundamental y sin embargo se le suele prestar poca atención hasta que se tiene la epifanía, hasta que se alcanza la sabiduría suprema. Para que nos hagamos una idea de lo que hablo, el bañador es tan importante como las zapatillas para correr...o más. Sí, más.

El camino que lleva a esa sabiduría es sin embargo largo.

Cuando uno decide empezar a nadar, lo normal es que opte por una inversión mínima. No se sabe cuánto te va a durar la Fuerza de Voluntad, el dinero o las condiciones espacio temporales para ello, así que se opta por coger lo que se tiene por casa.

En el escalón más bajo de esta escalada está el bikini de tiras.

Es alucinante pero hay gente (mujeres, obviamente) que van a nadar a piscinas olímpicas con bikinis de triángulo, cordelito y mínima expresión de tela. Entiendo que es posible que no tengan otra cosa por su casa pero ¿en qué cabeza cabe creer que vas a poder nadar con eso? Es materialmente imposible nadar como Dios manda con esos bikinis. Descubres que lo que haces en la playa con esos bikinis es chapotear...y no se parece en nada a dar brazadas contundentes que te hagan avanzar. Pierdes aliento, fuerzas y los nervios viendo como vas perdiendo la braga y como tus pechos (los de quien sean y aunque sean mínimos) parecen tener vida propia y salirse por todos lados. Además, es inevitable que las gomas se abran y hagas resistencia. Nadar con uno de esos bikinis es como intentar chuscar con un mono de esquiar puesto. Lo intentas, te calientas y te frustras.

Un escalón por encima está el bañador de playa para él y para ella.  Para él suele ser un bañador tipo bermuda de colores brillantes, de muslo ancho y que se ata con cordel. Para ella, un traje de baño completo muy mono, con sus tirantes, su espalda al aire, sus adornitos y su estampado.

Estos tampoco sirven para nadar bien.

Él descubre que esas bermudas tan cómodas para hacer el idiota en la piscina o coger olas, para ir por la playa con el dinero para la caña, el móvil y las llaves, son una trampa mortal para nadar. Se inflan, se arrugan, se pegan a las piernas....rozan. Rozan mucho y escuecen. Él, siempre competitivo, se ve frenado en su impulso natatorio por esa especie de bolsa multicolor que lleva atada a la cintura. Se ve frenado bien porque hace resistencia o porque descubre que el cordelito que tan orgullosamente se ha atado, inexplicablemente se afloja y va perdiendo el bañador. Tiene dos opciones, parar y hacerse un nudo tan fuerte que la posibilidad de quedarse sin circulación de cintura para abajo sea un hecho o nadar sujetándose el bañador cada 3 brazadas.

Ella descubre que el bañador es una mejora considerable con respecto al bikini absurdo, pero aquel atuendo ideal en la playa o en la toalla tampoco sirve para nadar. Tiene mucho escote o la ingle demasiado baja o demasiado prieta, el tejido hace bolsas que se llenan de agua haciendo resistencia, los tirantes se deslizan y aunque intente obviar los síntomas sabe que llegará al final del largo con una teta (o las dos) descolocada y libre.

Estos atuendos son como chuscar con los vaqueros puestos.

Avanzando un escalón más está la visita a Decathlon a comprar un bañador "para nadar". Obviamente se opta por algo barato que parezca bueno, que tenga pinta de que al ponértelo va a parecer que sabes lo que haces. Con tu bañador Tribord vuelves a tu piscina más feliz que una perdiz. Te lo pones en el vestuario y te sientes bien. Tu bañador es nuevo, nadie te va a confundir con un principiante que trae su bañador con arena de playa y brillas.

¿Brillas? Aquí es donde está el fallo.  Pronto vas a descubrir el horror de esos bañadores "baratos que parecen buenos". Son de "lycra de puticlub", de purpurina, del material de las diademas de los chinos.

Brillan y aprietan pero NO sujetan. Esos bañadores, tanto para él como para ella, son como ir en bolas pero untado de aceite brillante.  Se pegan. Brillas y vas marcando hasta la cicatriz del cordón umbilical. Se te ve todo, de un negro brillante y lustroso. Literalmente pareces una foca lustrosa (da igual que peses 50 kilos)...toda tu piel brilla embutida en ese tejido que resulta que tampoco sujeta dentro del agua. Todo lo que sobresale, sobresale más. En el vestuario, al desnudarte, descubres además que ese tejido se queda como baba mojada después y que al cabo de unos cuantos usos (muy pocos) es baba mojada transparente. Se me olvidaba decir que en el caso de ellos, estos bañadores son siempre demasiado cortos, como pantaloncitos cortos, negros, pegados...y brillantes. Y sí, a ellos también se les marca todo.

Este atuendo es chuscar con ropa interior...una mejora pero igual de frustrante y muy muy poco digno.

Cuando ya estás desesperado y resignado a intentar disfrutar del baño con lo que sea, aunque sea a costa de tu dignidad estilística, un día decides hacer un dispendio y te compras un bañador BUENO. Uno que cuesta pasta, uno caro con una etiqueta más larga que tu brazo y de marca. Un día es un día...y total, llevas la toalla corporativa de tu empresa y una mochila de Bob Esponja así que puedes gastarte dinero en un bañador.

(El de ellas es negro o azulón (siempre) y con espalda alta. El de ellos es negro (siempre) y les llega hasta casi la rodilla.)

Una pasta. Te sientes culpable, piensas que te lo mereces, te sientes culpable, piensas que te lo mereces, te sientes culpable...te lo pones en el vestuario y lloras de emoción. Efectivamente, es como ponía en la etiqueta "una segunda piel", pero no de foca lustrosa o de prostituta de los años 80. No, es una segunda piel suave y recia. Eso es, recia. Todo encaja, todo se sujeta y joder...hasta pareces más alto y más esbelto.

No te confías, ya sabes que en el agua todo se encoge y es allí dónde fracasaste en las anteriores etapas natatorias. Pero no. El bañador segunda piel es maravilloso, al mojarse no se adhiere a tu cuerpo como un plástico baboso, sencillamente se acopla a tu cuerpo, sujeta todo con la debida tensión pero permitiéndote moverte con libertad y despreocuparte de que nada se salga de su sitio.

Estás cómodo, te deslizas sin preocupaciones y sabes que por fin has alcanzado el nirvana natatorio.

La prueba definitiva para saber si por fin ya tienes ¡el bañador de tu vida! es que al salir, te da pena quitártelo...estás tan cómodo y te sienta tan bien que te quedarías a vivir en él.

Y sí, esos bañadores son como chuscar como se debe: son fuegos artificiales con la pareja perfecta.