miércoles, 14 de diciembre de 2011

ENFERMA

Ser madre y estar enferma son cosas incompatibles. Son dos circunstancias que provocan una perturbación en la fuerza tan increíble, que los habitantes del imperio, al no saber cómo enfrentarse a esa crisis, deciden obviar una de las variables. Como la variable “eres madre” es demasiado evidente como para saltar por encima de ella y además no conviene para nada…se decide ignorar alegremente la variable “enfermedad”.

Cuando una madre se pone enferma tenemos una crisis familiar, un problemón.

Para empezar una madre es casi tan mal enfermo como un hombre. Una madre sufre también el síndrome de “lo que yo hago es darle al on del sol”. Pero así como en la mayoría de los casos del "Síndrome del On" los afectados por él no creen realmente en la importancia de su curro si no que recurren a esa supuesta importancia para escaquearse de otras cosas que no les apetecen, en el caso de las madres, el síndrome del On no les sirve para escaquearse (que es para lo que fue creado) si no para causarles angustia vital. Un completo despropósito.

Una madre se despierta por la noche porque se encuentra de puta angustia. El estómago le da vueltas, tiene nauseas, quiere vomitar, tiene tiritona, definitivamente está enferma. Lo primero que piensa es: No puedo ponerme enferma. Mañana tengo que llevar a fulanito al médico por la mañana, luego dejarle en el colegio, pirarme al curro, mandar unos informes, una reunión, volver, preparar el disfraz de pastor, preparar la cena, corregir deberes y además mi compañero de fatigas se pira de viaje de trabajo…no puedo ponerme enferma”. Entonces se levanta a oscuras, se siente desgraciada porque nadie de su familia se ha coscado de que está enferma, se da muchísima pena  porque sabe que nadie le va a poner la manita en la frente y le va a decir que se encargará de todo y se toma un analgésico. Se acuesta y se monitoriza cada 10 minutos para ver si los síntomas de su enfermedad se han esfumado y han sido imaginaciones suyas.

Cuando llega la mañana, los síntomas no solo no se han evaporado si no que se han acentuado por la falta de sueño y la autopena que se da la madre porque sabe que “no puede ponerse mala”...pero se encuentra como el culo.

¿Qué tal has dormido?
Fatal, no he dormido nada…estoy enferma.
¿Ah si? Bueno...pues ánimo...

Llega el momento de levantarse y la madre enferma tiene dos opciones: quedarse en la cama porque efectivamente está mala y es lo que debe hacer u obviar los síntomas, pensar que seguro que a lo largo del día se encuentra mejor y levantarse.

Si decide quedarse en la cama, enterrar todas sus responsabilidades bajo el malestar general que la domina y pasar de todo, probablemente tenga un problema. Todo el mundo sabe que si no tienes fiebre, la enfermedad es un poco de mentirijillas, es poco seria. Para poder quedarse en la cama sin remordimientos una madre necesita fiebre....y no la tendrá. La fiebre es un síntoma que desaparece en cuanto tienes hijos, solo en casos extremos aparece...pero el resto del tiempo, la madre está jodida...sin fiebre su enfermedad será catalogada como "malestar". "Malestar" obviamente no justifica el quedarse en la cama auto compadeciéndose.

Ante la ausencia de fiebre, la madre enferma se levantará sintiendo mucha pena por ella misma, es horriblemente desgraciada, se encuentra físicamente fatal, estéticamente se ve como un pelocho esférico y lo único que quiere es volver a la cama y llorar, pero no puede. Así que se lanza a su día, esperando llegar pronto al trabajo.

Porque si. En el trabajo es donde una madre enferma encuentra apoyo, encuentra empatía, encuentra una manita en la frente, encuentra gente que le dice: ¿estás enferma, no? tienes mala cara...deberias haberte quedado en casa, ¿necesitas algo?....y luego el premio gordo..." ayyy...pobre...me estás dando una pena".

La madre enferma por fin puede soltar todos los síntomas, puede dejar de sujetarlos y permitirles desbocarse. Ante tal ola de empatía, se relaja y pasa de pensar que lo mismo no es para tanto a pensar que está al borde de la muerte. Se regodea en el mal cuerpo que tiene, en los escalofríos, en las nauseas, el dolor de garganta, de oídos, de cabeza, en el mareo. Es su momento. La enfermedad se viene arriba y la madre exclama: ¡¡era verdad que estaba mala!! Tenía que haberme quedado en casa....pues en cuanto pueda me voy, me meto en la cama y paso de todo.

La madre está envalentonada por el clima de compresión que ha encontrado a su alrededor. Incluso hay gente que al verla por la tarde recuerda que está enferma y le vuelve a preguntar... ¿cómo te encuentras? Lágrimas de agradecimiento rodarían por las mejillas de la madre si pudiera llorar, pero no puede porque está concentrada en un mantra: en cuanto llegue a casa me acuesto, en cuanto llegue a casa me acuesto, en cuanto llegue a casa me acuesto.

Según se va a acercando al hogar cada vez lo dice más bajito y lo mezcla con otras cosas: en cuanto llegue a casa, preparo la cena y me acuesto. En cuanto llegue a casa, preparo la cena, baño a los niños y me acuesto...en cuanto llegue a casa....

Es inútil, en el entorno hostil del hogar la enfermedad de la madre no encuentra desarrollo adecuado. Se acobarda ante la visión de sus hijos con carita de: ¿mamá está enferma? ¿Cómo es posible? Puede llegar a acostarse pero su descanso se verá interrumpido por dulces preguntas: “Mami… ¿te puedo cantar un villancico?”mamá...no me salen las multiplicaciones”…” Cariño...de cena ¿qué les doy?

Entonces el gen de la salud temporal se apodera del mando, la madre se levanta, tira de las últimas fuerzas que le quedan…y aguanta el tirón hasta la hora de acostarse.

Cuando por fin llega a la meta, descubre que no se encuentra tan mal...cree que está un poco mejor...y piensa, de todos modos...la próxima ve que me levante con este mal cuerpo me quedo en casa. No, la única manera de sobrevivir siendo madre y estando enferma es saliendo de casa en busca de cura, empatía y compasión.

Las madres no se pueden poner enfermas por responsabilidad, por un absurdo sentido del deber y sobre todo por no acojonar a sus hijos.

lunes, 12 de diciembre de 2011

FOTOS

Las fotos las carga el diablo. Parecen una buena idea de primeras, una manera de fijar el instante presente: ese buen momento de risas, ese momento de ternura, ese día en el que te ves con el guapo subido, esa reunión de amigos, ese curso obligatorio del curro titulado “ Protagoniza tu propio éxito”, esa orla de colegio con coletas y uniforme, ese gran momento de exaltación de la amistad tras una ingesta desmedida de alcohol, esa foto a tu bebe con 4 meses cuando ha empezado a perder pelo y tiene más cabeza que otra cosa…etc.

A posteriori las fotos son otra cosa.

Las fotos te enfrentan al hecho de que no tienes criterio y tu percepción de la realidad está claramente distorsionada.

A veces puedes utilizar ese descubrimiento de una manera positiva:

Madre mía que pintas tenía con 16 años y que estupenda estoy ahora.

Por supuesto jamás hay que pensar que con 16 años te parecía que estabas divina y que es ahora, cuando ves claramente que esos pantalones azul celeste tobilleros, con calcetines negros y bailarinas negras, a juego con camisa rosa y el pelo recogido en una coleta en lo alto de la cabeza no es que fuera una mala idea, es que merecías la muerte por ese look.

Nunca hay que seguir la línea de pensamiento lógica: Si con 16 años me parecía que estaba ideal e obligue a alguien (por cierto, ¿ese alguien como fue tan cabrón?) a hacerme esta serie de fotos cuando es evidente que estaba para abofetearme de horrenda, ¿Cómo sé que ahora cuando me hago fotos creyendo que estoy favorecida en realidad no merecería ir con pasamontañas y disfrazada de mesa camilla? ¿De verdad me creo que por estar cerca de los 40 mi percepción de la realidad ha mejorado algo?....Este razonamiento nunca hay que seguirlo… es mejor esperar a tener 60 y ver las fotos que te has hecho ahora para hundirte.

De las fotos que te haces cuando te encuentras con el guapo subido se puede aprender una lección muy importante. Es justamente esos días en los que te ves especialmente favorecido cuando jamás hay que hacerse fotos. Es mucho mejor dejar esa imagen mental de ti mismo atractivo, sexy y con un potencial de guapura por encima de la media, precisamente en eso, en una imagen mental.

La falta de criterio en la percepción de la realidad también se aplica a otras personas: ¿de verdad me parecía atractivo este pavo con esas gafotas y esa cara de pánfilo? ¿Cómo coño mi bebe de cuatro meses con un cuerpo de luchador de sumo y 4 pelos mal peinados me podía parecer el niño más guapo del mundo? O incluso con famosos se aplica…Por favor, ¿en qué coño estaba yo pensando para que George Michael me pareciera una cumbre de atractivo masculino y suspiraba por mi carpeta forrada con sus fotos? *

Las fotos te enfrentan con lo que eras o creías en tu pasado.

Creías que esa amistad sería para siempre, creías que aunque te cambiaras de curro mantendrías el contacto, creías que siempre volverías de vacaciones al mismo sitio, creías que tú siempre serías igual y que eso que pensabas en el momento en el que te estabas haciendo esa foto y que recuerdas perfectamente, lo pensarías siempre.

Este pensamiento puede parecer deprimente, pero no lo es. Lo que eres ahora mismo está hecho de todo lo que has sido antes con todos sus aciertos y todas sus gilipolleces y mola verlo. No digo que sea una juerga, claro que no. Pero no hay que juzgar el momento de la foto con lo que sabes ahora, hay que verlas haciendo un ejercicio de crítica. En ese mismo momento pensabas que esa amistad sería para siempre porque de verdad lo sentías así...y esa foto es el reflejo de ese sentimiento que en su día disfrutaste. No se puede pensar, era una completa cretina y cómo pude ser tan imbécil, porque si, eras una cretina y bastante imbécil pero eso lo sabes ahora, en aquel momento, aquello era buena idea y te hacia feliz.

Las fotos permiten recordar a gente que ya no está contigo.

Uno cree que su memoria es prodigiosa y que recordará siempre esa cara, pero no es verdad. Pasa el tiempo y te das cuenta de que no eres capaz de hacerte una imagen mental de esa persona en concreto, es más…ya ni siquiera puedes recordarlo vivo. Sólo puedes recordarlo a través de las fotos, ves las imágenes, le pones cara y de ahí puedes lanzarte a recordar...pero las fotos son el ancla que te permiten seguir recordando.

Las fotos permiten saber si lo vuestro es amor verdadero.

En toda relación llega un momento en que te enseñas fotos de pequeño, de joven, de antes de conocerte. Sí, es una cosa un poco cursi pero es algo que hay que hacer. No entiendo que a alguien no le interese. ¿De verdad no quieres saber que pinta tenía tu amor verdadero antes de conocerte? Por favor, es algo que mola muchísimo, te echas unas risas, te horrorizas de las pintas (todos los que hemos crecido en los 80 tenemos un pasado estético muy lamentable en el mejor de los casos y extremadamente lamentable en la mayoría) y al final te reafirmas en la idea de que te has encontrado en el momento justo con el otro, en el momento en que tiene un criterio estético aceptable y ya no lleva camisas con chorreras, trajes azul celeste o una chupa de pordiosero.

Las fotos sirven para que tu madre te avergüence.

En fin, no creo que haga falta explicarlo, pero las madres tienen marcos de plata dónde hace 25 años pusieron unas fotos tuyas con el uniforme del colegio y un peinado con cardado y la colocaron en un sitio preferente del salón. Esa foto se ha fusionado con el marco y estará ahí para siempre…avergonzándote para toda la eternidad. “No sé porque te pones así...yo te veo monísima”.

Esa foto solo saldrá de ahí cuando te reproduzcas y entonces descubras que si se pueden cambiar las fotos de los marcos de plata…pero solo para poner fotos de tus hijos. Así que ya sabéis, aquellos que lucháis contra el bochorno de ver vuestra foto con acné galopante en el aparador del comedor de casa de vuestros padres, reproducíos y esa foto se esfumará.

Las fotos que más molan sin embargo son las que no recuerdas haberte hecho, las que te hiciste sin querer, las que fueron en un momento que no te esperabas. No las recuerdas pero en el momento en el que las ves, te reconoces y dices: joder...como mola esta foto. Y entonces te lanzas a recordar ese momento y lo que eras y lo que pensabas y lo que sentías.

Yo tengo una así. Con mi amigo Juan, en medio de un viaje a la playa, paramos en una gasolinera, el toro de Osborne se ve detrás, es el atardecer. Estamos apoyados en mi Peugeot 206 rojo, él lleva una de sus camisetas míticas y yo una camisa de cuadros azules. Juan me pasa el brazo por la espalda y los dos sonreímos tan felices a la cámara. No sé quien nos la hizo y supongo que el motivo de hacernos esa foto fue acabar el carrete. Tenemos 24 años, Estamos guapos, estamos felices y somos amigos. Fue un viaje genial y somos nosotros. Me flipa esa foto.

La que ilustra este post también me flipa. Obviamente no sé cuando me la hicieron…pero tenía el guapo subido.

 
*Bruce siempre ha sido y siempre será perfecto…pero incluso él tiene este video que obviamente no tenía que haber grabado jamás.
** Para otro día el mundo fotógrafo amateur con ínfulas y las fotos artísticas.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

FRÍO

1.- Fabulosa temperatura que con un poco de suerte se instala entre noviembre y marzo en la geografía que habitualmente transito y que saca lo mejor de mí. Es ese frío que te reactiva, te aclara la mente, te saca los colores en la cara y te hace desear volver a casa para entrar en calor.

2.-Temperatura molona que permite dejar de preocuparse por si la ropa se transparenta. Permite apartar la regla milimétrica con la que mides tus pelos por las mañanas para saber si todavía puedes ponerte falda o si has pasado a la fase pantalón. Permite relajarse un poco sobre ese michelín mínimo que te ha salido en la cintura porque para cuando alguien lo perciba estarás ya demasiado desnudo como para que haya vuelta atrás.

3.-Temperatura ideal con la que hay que usar calcetines chulos, gorros favorecedores, abrigos molones, botas para pisar charcos y nieve, jerseys de cuello vuelto y guantes.

4.-Manta y taza de té muy caliente en el sofá.

5.- Chimenea.

6.-Auténtica obsesión de las madres preocuponas. En el caso de esta acepción, la existencia del frío no se limita solo a unos meses, a una estación. Una madre preocupona percibe frio en una variación mínima de medio grado centígrado en agosto.

Las madres son un coñazo con el frío. Yo no me incluyo en este apartado para nada porque paso millas. Con mi experiencia maternal actual he aprendido varias cosas:

- El frío es un problema de tus churumbeles que mola solucionar. Mola tanto que incluso quieres solucionarlo cuando no existe. Por eso todos los padres del planeta, entran en el cuarto de sus hijos por la noche y los arropan. Da igual que el niño esté destapado porque obviamente tiene calor…por alguna extraña razón mola muchísimo coger las sábanas y taparlos…así que todos lo hacemos. Por la misma razón llevamos siempre jerseys en el bolso cuando salimos de casa, pero en este caso no hay que sacarlo hasta que el churumbel llega y dice: “tengo frío”. Cualquier intento por tu parte de encasquetarle el jersey antes de que él llegue al límite de su umbral de tolerancia te hará replantearte tus prioridades vitales y pensar ¿en qué coño estaría yo pensando cuando decidí tener hijos?

- Es imposible saber si tu hijo tiene frío. Da igual que esté azul y le castañeteen los dientes al salir del mar. Si dice que no tiene frío es que no lo tiene. Lo que viene siendo en la sabiduría popular: sarna con gusto no pica. Por supuesto, jamás sabrás si tu bebé tiene frío pero “por si acaso”...lo embutes en tanta ropa que el pobre niño deja de tener articulaciones.

- Da igual que lo abrigues como si vivieras en Siberia...si se tiene que poner malo se pondrá malo. Esto es una putada para el que tiene hijos enfermizos, porque se pasan la vida poniendo capas y más capas de ropa en sus churumbeles y luego adquiriendo ingentes cantidades de antipiréticos para bajarles la fiebre que se agarran a pesar de ir abrigados como esquimales.

- Pelear con tus hijos para ponerles camiseta interior y leotardos resta años de vida. Es mucho mejor que salgan a la calle sin ellos y que al día siguiente digan: ¿me pones leotardos? Y entonces tú dices: ¿ves como mamá tenía razón? Nunca hay que menospreciar la satisfacción del “ya te lo dije”.

- “No pierdas el gorro” “no pierdas la bufanda” “no pierdas los guantes”…son deseos tan imposibles como convertirte en Halle Berry y tenerlos causa mucha frustración. Es mucho mejor no encariñarse con esas prendas…irán pero jamás volverán.

7.- Temperatura en el lugar de trabajo motivo de grandes discusiones sobre el tema.

Para el de mantenimiento el frío en el curro no existe, es una leyenda urbana, un mito creado por los curris que pasan el día con el culo pegado a una silla solo para joderle y hacerle pasearse con un pincho y poder decir: aquí hace 21 grados.

Para los curris oficinistas, los 21 grados del operario de mantenimiento es frío polar. Y a los síntomas se remiten: pies congelados, manos azules, castañetear de dientes, mantas por las piernas y en casos extremos mitones.

8.- Fruta fría. Artimaña ideada por los responsables de catering de empresas para que se note menos que toda la fruta que ofertan en el rancho es completamente insípida, que los kiwis saben exactamente igual que los plátanos, las mandarinas o las peras. La fruta está tan fría que necesitas tragarla antes de que se te congelen los dientes. Increíblemente hay gente que prefiere este deglutir sin masticar, supongo que se debe a la carencia de papilas gustativas.

9.- " Eres muy fría"  Normalmente el que emite este juicio de valor sobre otro alguien se ha sentido menospreciado o directamente ignorado por la persona emisora de bajas temperaturas. La persona “fría” puede serlo por pasotismo, soberbia, pánico brutal a mostrar cualquier emoción o completa carencia de empatía.

Excepto en casos extremos de "frialdad": asesinos en serie, criminales, jefes hijos de puta y demás chusma..en la mayoria de los casos la opción a mostrarse frío se elige para evitar males mayores. 

Curiosamente cuando se dice de alguien que es “caliente” no quiere decir que sea una cumbre de la empatía….

10.-  

Cariño, ¿tienes frío?
¿Por qué lo dices?
Lo veo en tu camisa.
Sí, tengo frio.
Ven aquí que yo te caliento.
….


 
A mí me flipa el frio.

lunes, 5 de diciembre de 2011

ENSAYO SOBRE EL POLLO

El pollo se puede comer de dos maneras: que parezca carne y que parezca pájaro.

Cuando parece carne no perturba. Se corta, se come y listo. Puedes hacer otra cosa mientras te zampas una pechuga de pollo a la plancha, rebozada o en trocitos guisada con nata, por ejemplo. Mientras comes esos platos, puedes hablar con tu compañero, leer, mirar la tele, mirar por la ventana…cualquier cosa. Para comerlo no hay que tener ningún tipo de habilidad más allá de saber manejar el tenedor y el cuchillo a nivel básico y si tienes la suerte de que alguien lo corte en trocitos puedes incluso obviar el cuchillo. Es un plato amigable y nada traicionero.

Cuando el pollo parece pájaro, es otra cosa. Otra cosa peor.

La más grave sin duda es que parece pájaro. No puedes obviar que te estás comiendo un pájaro. Y además un pollo. Y esto provoca cortocircuito mental porque esa cosa con las patitas al aire y las alitas pegadas al cuerpo no se corresponde para nada con tu imagen mental de un pollo. Es siempre demasiado grande. Los pollos, todo el mundo lo sabe, son pequeños, con muchas plumas, amarillos y mueven a la ternura o la sonrisa. Esa cosa de un color carne desvaído, es demasiado grande, demasiado algo, Como mucho podría ser un pollo adolescente pero entonces tendrá granos...que explicarían esos puntos en la piel tan repugnantes. Que sí, que sé que son los puntos donde tenía las plumas...pero mi subconsciente no lo entiende. Solo ve un pájaro adolescente con muy mal color. Eso crudo.

Cuando está cocinado y hay que comérselo no es un plato nada amigable. Es muy traicionero y requiere habilidades superiores nivel avanzado de maestría. Para comer pollo cuando parece pájaro hay que ser cirujano. No es pinchar, cortar y llevar a la boca. No, no es un trabajo para aficionados ni para niños. El pollo cuando parece pájaro requiere haber jugado mucho a “operación”. Hay que saber dónde hay que pinchar, dónde hay que cortar, dónde hay que rebanar, dónde hay que tirar…

Es una tarea minuciosa para la que hay que estar concentrado. No se puede charlar, ni leer, ni mirar la televisión, si te descuidas medio segundo de lo que te traes entre manos de repente morderás algo duro de procedencia desconocida o aún peor..algo cartilaginoso e intragable que desatará tu imaginación: ¿qué es esto?? ¿Qué me estoy comiendo?? Hay que empezar a hacer malabarismos con la lengua para intentar despojar a esa “cosa” que pulula por tu boca negándose a ser tragada de cualquier resto de carne para luego poder sacarlo, observarlo y decir: puagg..Qué asco.

El pollo no solo parece pájaro cuando está entero, rollo pollo asado. También parece pájaro cuando está en trozos y esto es casi peor. En la pieza entera sabes lo que te estás comiendo: esto es pechuga, esto es muslo, eso que hay ahí y que ni de coña me como es ala. En trozos es más difícil…sobre todo porque cuando está así, suele ir flotando en salsa. Y ya se sabe, con salsa todos los trozos parecen buenos…pero no. Pinchas y está duro, pinchas en otro lado y algo semiduro se resiste a ese pinchado y la tajada sale volando de tu plato dejando un reguero de salsa a su paso.

Y ¿las alitas? Eso es la cumbre del pajarismo del pollo. Trozos pequeños dónde a veces quedan hasta plumas y completamente imposibles de comer con cubiertos. Para devorar alitas de pollo no se requiere ser cirujano, lo que se necesita es tener dientes de ardilla o de castor para morder y tirar de la carne adherida a esos huesitos pequeños que hay que sujetar con la punta de los dedos. Creo que con los spaghettis las alitas de pollo son otra comida completamente contraindicada en una primera cita (para mi están desterradas de cualquier cita…)

Por todas estas cosas, comiendo pollo cuando parece pájaro soy un desastre. Solo lo como cuando es imposible evitarlo, cuando tengo que comérmelo por educación. El problema es que me da mucho asco, no tengo habilidades de cirujano y no consigo abstraerme de la problemática sobre la edad del pollo...asi que corto 4 trozos fácilmente identificables y muy alejados de huesos, cartílagos y cualquier otra cosa inidentificada, los miro muchísimo para no llevarme sorpresas cuando estén en la boca y me lo trago casi sin masticar. Acabo enseguida. Y siempre me encuentro con la misma pregunta: ¿No te vas a comer el resto?

¿Qué resto? Ya me lo he comido todo.
Pero si queda lo mejor…lo que está pegado al hueso.

Un escalofrío de asco me recorre.

Por supuesto, toda esta teoría sobre el pollo cuando parece pájaro es una gilipollez porque me encanta la pularda cuando parece pájaro.  Pero creo que tengo una explicación para esta incongruencia: en mi cabeza la palabra pularda no remite a ningún bicho vivo y tierno que dice pio pio.  Una pularda nace muerta con sus patitas al aire y vacía de entrañas para que molimadre la rellene de carne, pasas y mandarinas y la ponga en Navidad para comer con mucha salsa.