
Esa historia no tiene mayor interés. La gracia viene en que todas esas tardes yo pasaba por delante de esta casa y pensaba..”me encantaría vivir en ese edificio”, “si alguna vez tengo pasta me gustaría vivir allí”. Me imaginaba viviendo en esa casa tan alucinante, sentada en ese ventanal leyendo compulsivamente.
Pasaron unos años, el aspirante a inspector de hacienda se diluyó y yo acabé viviendo en esa casa, exactamente en el 4º piso que en la foto sale con la ventana abierta. Me encantaba. Resultó que un amigo de mi familia de toda la vida tenía un piso ahí y como soy encantadora, supermona y me conoce desde que nací, nos lo alquiló cuando el ingeniero y yo nos casamos.
Era la casa más chula del planeta, molaba trillones encima estaba en un barrio cojonudo. Es un edificio antiguo, de 1924, del arquitecto Antonio Palacios. Era chulísima, con vigas vistas, grandes ventanas y una pasada de bonita, pero claro no podía durar eternamente. Empezamos a reproducirnos y no cabíamos y además al ingeniero le entró el instinto comprador. Yo le di largas, porque a mí, lo de comprar casa, la verdad es que me daba bastante igual, vamos, lo que más me daba era pánico. Le di largas todo lo que pude, incluso utilicé la famosa técnica disuasoria de: vale, vale..Encárgate.
Normalmente si utilizo esa táctica, todo se queda parado, pero no. Esa vez funcionó, y encontró casa. Y además cumplía los requisitos: centro de Madrid, cocina enorme, dormitorios grandes, mucha luz y completamente para tirar.
No pudo escurrir el bulto más y la compramos. Yo tenía pánico. Todo era un planazo: casa para tirar, embarazada de 7 meses, currando a 100 km de la obra, con un bebe de año y medio y primavera. No podía pedir más a mi vida.
A todo esto se sumaba que las mayores broncas entre mis padres las había visto yo durante una mega obra que hicieron en la casa de Los Molinos. Ya me veía yo discutiendo con el ingeniero por el color de los baldosines, con el obrero por el interruptor y conmigo misma por dónde ponía a dormir al nuevo bebé.
Estaba sumida en todo tipo de pensamientos horribles, que en cualquier acaso acababan conmigo viviendo debajo de un puente, cuando me llamó el ingeniero en éxtasis.
- Moli, he conocido al tío que nos va a hacer la obra. Es estupendo, te va a encantar. Empieza mañana.
- ¿Mañana?
- Da igual, ya verás que te va encantar.
El Sr. Lobo había entrado en nuestras vidas. El Sr. Lobo es un rumano inmeso, con unas manos gigantescas, unos grandes ojos azules, bastante calvo y canoso y con bigote. Es muy serio pero cuando se suelta puede ser muy divertido. A mi me recuerda a Eseautomatix, pero es más dulce.
- Moli..no prreocuparrte de nada. Tu solo elige cosas y yo me encarrgo de todo. Preocupate porrr el bebé.
Así que nada. Me vi inmersa en una carrera para elegir de todo: baldosines, pintura, interruptores, ventanas, armarios, grifos, zócalos, puertas, muebles de cocina. Dos semanas en los que habría matado al ingeniero, a molimadre, al Sr. Lobo y a todo el mundo, pero luego llego julio y el Sr. Lobo dijo: Moli..marrchate..elige pintura y ya no te preocupes.Yo me encargo.
Todo fue sobre ruedas. La obra salió perfecta. Los vecinos adoraron a la media docena de rumanos que estaban todo el día pululando por el edificio, el tocapelotas de mi portero se hizo inseparable del Sr. Lobo, el ingeniero estaba feliz, todo funcionaba y la obra se terminó a tiempo.
El Sr. Lobo es un tío genial. Resuelve problemas y por supuesto mejora mucho la relación de pareja.
Una vez que nos mudamos, al ingeniero se le activó el gen “voy a cuidar de mi cueva” y pretendía pasarse meses con la taladradora, los clavos, las escarpias, el metro, el nivel, el detector de metales, el destornillador eléctrico y toda clase de zarandajas pululando por la casa para, con suerte, colocar un toallero cada 15 días. Como todo el mundo sabe, eso hunde cualquier relación, así que antes de que pasara nada de eso, un día, a traición llamé al Sr. Lobo.
- Sr. Lobo, soy moli.
- Hola, hola..¿como va todo en casa nueva? ¿ todo correcto?
- Si, fenomenal..pero es que veras..tengo unas lámparas y unas cosillas para poner.
- Sin problemo. Ahora mismo voy para allá.
Llegó en media hora.
Se fue después de hora y media y dejó absolutamente todo colocado en su sitio, sin taladrarse un dedo, romper ningún azulejo, esparcir polvo por toda la casa y dejar un rastro de cables y herramientas. Ah y por supuesto, sin discutir sobre a qué altura quería yo las estanterías.
El ingeniero al llegar a casa, tuvo un momento de rebote en plan “¿quién ha tocado mi cueva”? pero luego le compré unos mueblecitos de Ikea para usar el destornillador eléctrico y ya se quedó contento.
Al Sr. Lobo le hemos llamado muchas veces más, para resolver todo tipo de problemas de esos que son un marrón. Siempre dice lo mismo.
- Ninguno problemo. Voy parra allá.
Lo único malo es que ha conseguido hacerse amigo de molimadre. Así que ahora si en la avioneta fuéramos mis hermanos, mi madre, el Sr. Lobo y yo, yo seguiría siendo la primera opción para soltar lastre, pero claro el Sr. Lobo resuelve problemas y yo solo los creo.
Si alguien no sabe quien es el Sr. Lobo, fue el que resolvió el problema de MAK.