A la tierna edad de 12 años, mi madre entró un día en la cocina y con una gran sonrisa, que nos debía haber hecho sospechar, nos dijo:
- Chicos, este verano os vais a un sitio divertidísimo.
Y llegó el día en que nuestros padres nos dejaron en un autobús: “
Lo vais a pasar fenomenal” no decían con una gran sonrisa y agitando la manita desde la acera.

El viaje a Santander duró 10 horas de autobús sin aire acondicionado. Cuando estabas ya convencido de que tus padres no te habían mandado de campamento sino que simplemente te habían devuelto a la tienda donde te habían comprado, el autobús paraba en una explanada donde hordas de niños como tú se bajaban exhaustos y miraban con incredulidad hacia el caserón de la familia Monster que nuestros progenitores nos habían vendido como “
el campamento”. Para llegar al caserón había que subir andando una cuesta conocida como “ La cardosa”, porque tenía demasiada pendiente y curvas demasiado cerradas para los autocares de última generación que teníamos.
Aquello era lo más parecido a Oliver Twist que te habías imaginado, unos edificios lóbregos, unos pasillos interminables, un frío de mil pares, te daban una habitación con otras dos chicas y de ahí te mandaban a la capilla. Allí te echaban una charla y te mandaban con tu monitora, el primer año tuve una que era gilipollas, creo que se llamaba Mariví. Cómo siempre he sido muy melodramática ese año le mandé a mi madre unas cartas patéticas que todavía tiene guardadas creo que con la esperanza de chantajearme alguna vez con ellas.
Allí en Comillas transcurría un mes entero sumergido en una rutina inmutable, se pasaba mal al principio pero luego poco a poco te acostumbrabas y sin saber cómo estabas en la última semana y había que comprarse un cuaderno para que todos tus amigos te escribieran horribles dedicatorias y sus direcciones para por supuesto cumplir la promesa de seguir en contacto para siempre.
La rutina era siempre la misma: desayuno, 4 horas de inglés, recreo, talleres varios: de juegos de mesa, manualidades, de periodismo, deportes..etc. Comida y tiempo libre. Por la tarde otra horita de inglés y otra actividad todos juntos. Después venía la ducha en las que había que correr mucho para conseguir algo de agua caliente. Cena y por la noche ginkana, fallas, disfraces, el juego de las linternas o incluso cine en una sala tétrica en la antigua universidad con unos sillones de tortura y unos cuadros de antiguos obispos mirándote desde los pasillos. Allí vi "
Jasón y los argonautas" película nunca olvidaré por el sabio uso del cartón piedra en sus decorados.
Los viernes era la gran noche porque había guateque y entonces te ponías lo que te parecía más fashion de lo que te había metido tu madre en la maleta, eran los 80, así que era algo con hombreras y muy grandón. Un horror pero allí que te ibas a bailar suelto y a esperar a que el niño que te molaba quisiera bailar algo lento contigo. De vergüenza ajena. El primer beso de mi vida fue allí con un niño de Bilbao del que no recuerdo su nombre pero al que todo el mundo llamaba “Costi” porque su cumpleaños era el día de la constitución. El beso no me gustó, me pareció asqueroso..jajajaja ( si algún día llegas aquí, no fue por tu culpa, yo era una estrecha).
Se comía de angustia y escaso. Los viernes nos bajaban al pueblo al mercadillo y todos corríamos a los supermercados a por provisiones que luego había que esconder porque sino los monitores lo confiscaban para comérselo ellos.
Teníamos hasta nuestra propia leyenda, un exhibicionista que se llamaba “
El Pajus”, todo el mundo conocía a alguien que había visto un día al “pajus” rondando. Era inofensivo pero enseñaba la cola lo que con 12 años constituía un hecho casi tan extraordinario como ver marcianos. Por supuesto nadie dudaba de su existencia y la gente se lo imaginaba con gabardina paseando por la campiña cántabra. Por supuesto jamás lo vi.

Había un fin de semana de padres al mes en el que tus progenitores venían a buscarte y te llevaban a un hotel a dormir en una cama de verdad y a cebarte porque te estabas quedando en los huesos. Se lo agradecías tanto que incluso les perdonabas el exilio al que te habían mandado.
He olvidado los nombres de casi todos los amigos que hice allí, pero recuerdo cada olor y cada sensación. Allí descubrí que en verano puede hacer frío, que en julio puede llover todos los días y que la temperatura del agua en el Cantábrico puede ponerte los pies azules. Volví con 30 años y lo recorrí todo con el ingeniero: el campo de fútbol, el frontón, el edifico Máximo, el Hispano, la playa de Comillas, el paseo hasta Oyambre, incluso intenté colarme por una ventana rota pero el instinto cívico del ingeniero me lo impidió :
¿estás loca?“
English, english house, abre sus puertas para la felicidad, para los jóvenes que quieran encontrar, muchos amigos y un verano a disfrutar...”
Por supuesto hay un grupo en facebook .