martes, 19 de abril de 2016

Tener hermanos

"Me pasé la infancia durmiendo en litera, esperando a un hermano que no llegó nunca". 

Esta frase dicha por casualidad en una cena con amigos, risas, vino y buena comida se ha quedado rebotando en mi cabeza desde el sábado. Es tan triste, casi tanto como el famoso relato de Hemingway. 

Tener hermanos es como tener manos o pelo. Estás tan acostumbrado, te son tan familiares, estás tan harto de verlos que los das por hecho. No los piensas, no los ves, no los sientes. Pueden pasar días sin que les hagas ni puñetero caso. Tus manos funcionan solas sin que tú les prestes atención y tu pelo va a su aire, crece o se cae cuando quiere. Así son los hermanos. Sólo los percibes, eres consciente de ellos, cuando te duelen, los necesitas o se descontrolan... para bien o para mal. 

Uno de los primeros posts que escribí trataba sobre mis hermanos. Siempre los he tenido, desde los 13 meses; me destronaron pronto. A pesar de todos estos años, sé que soy una hermana atroz: tocacojones, protestona, me enfado en cero coma tres segundos y además, y esto les fastidia muchísimo, soy muy buena contando las historias, aunque ellos dicen que fabulo y exagero. 

En estos ocho años nuestra relación ha cambiado porque nosotros y nuestras vidas lo han hecho. Hoy pensaba que la mejor edad para tener hermanos es ahora. Cuando eres pequeño, joven, cada uno es de una forma. En mi fabuloso mundo visual, uno es un triángulo, otro un cuadrado, otro un círculo... cada uno tiene su forma y sus aristas y no lo sabe. Uno no sabe lo que es, no sabe manejarse a sí mismo y por supuesto es incapaz de percibir, de ver lo que sus hermanos son. Vemos las diferencias, uno se siente triángulo y ve a su hermano como un cuadrado espantoso. No le parece un cuadrado perfecto, ni bonito ni nada por el estilo, solo ve que no es como él, que obviamente es como hay que ser. 

Con la edad y en mi cabeza, las aristas de cada uno se van puliendo, se van encontrando huecos en los hermanos y en uno mismo para ir encajando, para complementarse, construyendo un "algo" que puede estirarse, retorcerse, separarse pero raramente romperse. 

No idealizo a mis hermanos, me sacan de quicio infinitas veces a lo largo del año. Tienen defectos que me cuesta tolerar y otros que me cabrea que no combatan, porque sé que podrían mejorar. Somos incompatibles en muchísimas cosas pero hemos aprendido a encajarnos. Y no a martillazos o a presión. Nos encajamos adaptándonos unos a otros cuando sabemos que nos necesitan, nunca de la misma manera con todos porque nos sabemos diferentes como personas y también en la manera de enfrentarnos a la vida. 

Hace 19 meses, al volver del cine de ver una película atroz, no podía dejar de llorar. En el coche, aparcada delante de casa de Molihermana, no podía dejar de llorar. Le dije que tenía tanto miedo que no podía levantarme por las mañanas. Me miró y con toda la pena del mundo me dijo: me parte el alma verte así pero no sé como ayudarte. 

Hace 15 meses, un sábado cualquiera, oí la puerta de casa. Bajé las escaleras y allí estaba mi Pobrehermano Pequeño. Abrió los brazos y me abrazó hasta que no pude más. Me dio un beso en la cabeza y me sujetó fuerte. 

Hace poco más de un año yo seguía enferma y muy débil. Pobrehermano Mayor estaba enfermo también y decidimos salir a dar un paseo después de una nevada espectacular. Abrigados como en Fargo, caminamos en silencio, esperándonos mutuamente. 

He pensado todas estas cosas y en cómo será la muerte de un hermano. Uno está preparado, o cree estarlo, para la muerte de los padres, es ley de vida, son mayores que uno y morirán antes. Uno jamás está preparado para la muerte de un hijo, es antinatural. Pero la muerte de un hermano debe ser como asomarse a la propia muerte. 

No quiero pensarlo ahora, hoy. 

Somos cuatro hermanos y siempre dormimos en litera.


viernes, 15 de abril de 2016

Preferiría hacerlo

Confieso que soy impulsiva de palabra, obra y omisión. 

Intento controlarme. ¿Por qué? Pues porque está mal visto ser impulsivo. La impulsividad no es un talento valorado por la sociedad y hay una leyenda urbana que considera que ser impulsivo es perjudicial para uno mismo, te vuelve vulnerable y poco de fiar.  Así que como, a pesar de todo, no soy inmune a las leyendas urbanas, intento controlarme. 

Escribo cosas del tirón como una maníaca, casi como Jack Nicholson en El resplandor, y las dejo ahí reposando; pienso respuestas geniales y me muerdo la lengua, elucubro réplicas fabulosas con las que gano la partida y las retengo rebotando en mi cabeza. O lo intento. 

A veces creo que ahora, con 43 años, he conseguido controlarme algo, pero luego pienso en mi yo de 20 años, ese saquito de miedos e inseguridades con hombreras que era yo, y me doy cuenta de que ahora soy más impulsiva o lo soy igual pero el miedo no me puede, no me controla. 

El otro día tuve que ver una película sobre ajedrez. No me gusta el ajedrez, me sé las reglas, pero me supera. Mientras agonizaba frente a la pantalla pensé que el ajedrez es el control absoluto de los impulsos, es táctica, estrategia, espera, contención y cálculo. No tengo nada de eso. Supongo (o no) que ser un mago de la táctica y un Sun Tzu de la estrategia debe dar muchas satisfacciones. Supongo (o no) que ser capaz de controlarse de la misma manera que se doma un caballo proporciona una sensación de poder que mola mucho. Pero yo no puedo. 

Lo intento. He perdido la cuenta de las noches de domingo que mientras no puedo dormir y doy vueltas en la cama pienso que a partir de esta semana todo será distinto. "A partir de mañana no voy a decir nada sin pensarlo con calma, no voy a escribir nada sin reflexionarlo durante 24 horas, no voy a pasar de 0 a 100 en tres segundos, no voy a mandar ni un mensaje sin tenerlo durante 3 horas en borradores y voy a ser capaz de sujetarme las riendas". 

Sé las veces que lo he conseguido: ninguna. 

Si tengo que escribir algo, tengo que hacerlo, no puedo quedármelo dentro. Cuando lo intento, no me concentro, no puedo parar quieta, muevo los pies, doy vueltas. Me pierdo en lo que tengo dentro, no escucho, me paso los desvíos, se me queman las tostadas y me limpio la cara con enjuague bucal. 

Si tengo la respuesta precisa y no la suelto, tengo que cerrar la boca tan fuerte que me duelen las mandíbulas y aprieto la lengua contra los dientes notando cómo la respuesta intenta salir por mi diente roto. Si me muerdo me enveneno. 

Si me hostilizo y me guardo la mala leche, la ironía, el sarcasmo y, a veces, los gritos, me noto correr la sangre por las venas, se me quita el hambre y escucho a mi cerebro decir: deja salir los impulsos o reventamos. ¡Demasiada presión!

Contadme malditos. ¿Dónde se aprende táctica? ¿Dónde se guardan las cosas que quieres decir y no dices? ¿En qué compartimento secreto almacenáis las ganas de hacer cosas que os morís por hacer? ¿Cómo se activa el botón "mejor no"? ¿Y la palanca de "impulso en espera"? 

¿Por qué yo no he venido de serie con todo eso? 

En dos días es domingo por la noche... y vuelta a empezar.  


miércoles, 13 de abril de 2016

Muerte a los madrugadores felices

- ¡Arriba mis campeones!

Abro los ojos de golpe. No puede ser. Lo he soñado, ese grito ha debido venir de uno de mis extraños sueños. Agito la muñeca, levanto el brazo, miro las manecillas del reloj. No pueden ser las 9:30. Recuerdo de repente que ayer fue un día de mierda y encima se me paró el reloj. Tendré que ir a cambiarle la pila. Odio ir sin reloj. Cada vez hay más gente que te dice "no me hace falta, miro la hora en el móvil". Mal, que idiotez. A mi me gustan los relojes, los hombres con reloj en la muñeca. 

- ¡BUENOS DÍASSSSSS!

Otra vez. Estoy despierta así que no es un sueño. Pero ¿qué hora es? Ruedo por la cama, estiro el brazo, me golpeo contra la montaña de libros de la mesilla, uno cae al suelo, cojo el móvil.... mierda, al final soy como esa gente que dice "no me hace falta el reloj". 6:27. 

Joder. Pero, pero, pero.... ¿Quién cojones grita “Buenos días” a estas horas? 

¿Es en el piso de al lado? Imposible. Es otro edificio, edificios recios con grandes muros. En 10 años jamás he escuchado nada. ¿Es arriba? ¿Quién vive arriba? ¿No era una señora loca a la que había abandonado el marido y siempre llevaba el pelo casi naranja? Obviamente no es el maniaco de la felicidad matutina que estoy escuchando. ¿Tengo vecinos nuevos? 

- ¡Vamos chicos! ¡Es un gran día! ¿Quién está contento con el nuevo día? 

Sé de uno que como siga gritando así no va a llegar a ver el final del nuevo día. 

- Buahhhh, buahhh, buahhhhhh. 

Un bebé llora desconsolado. Hay que ser un inconsciente, o un insensible o muy cabrón para despertar a un bebé con esos gritos. Ahora mismo mi vecino me cae tan mal que deseo muy fuerte que su bebé recuerde estos momentos cuando sea adolescente y vuelva a casa con un piercing en la oreja, la cabeza rapada con un retrato de Shakira y le diga a su padre que quiere ser vedette de zarzuela. Y llevar paleodieta y que le llamen Loreta. 

- ¡Vamos! ¡Alegría!

Pero, ¿no hay nadie en esa familia con criterio? ¿Mi vecino feliz (y sospecho que consumidor de sustancias alucinógenas) no tiene pareja? O más increíble aún, ¿tiene una pareja que tolera estas efusividades por la mañana, quiero decir, de madrugada? 

Me tapo con la almohada. Me ahogo. ¿Por qué hacen esto en las pelis? No puedo creerme que el resto de mis días en esta casa vaya a ser así. No lo soporto. Tendré que comprarme tapones o peor, madrugar tantísimo como mi vecino. O comprarme una recortada. Me visualizo con una escoba, en pijama, encima de la cama golpeando el techo de mi habitación para que mi vecino deje de ser feliz por las mañanas, pero claro con esos gritos no me va a escuchar. 

- ¡Vamosss campeones! Es un día precioso. Arriba. 

El bebé llora, yo lloro. 

- ¡¡POR FAVOR!! TODAVÍA ES DE NOCHE. 

No sé si me ha oído. No sé porqué he gritado así. ¿Quién soy? Ruego a quien sea que me haya oído, que convertirme en una vecina gruñona haya servido para algo. 1, 2, 3 segundos de silencio, contengo la respiración...

- ¡Vamoosssssss a por el nuevo día!!! 

Mi vecino y yo vamos a terminar fatal. Ya le odio muchísimo. 

Seguro que es de los que mira la hora en el móvil.