jueves, 14 de julio de 2016

Para mis hijas: mis pensamientos feministas


Para mis hijas

Sois mujeres porque os ha tocado en una carambola genética. Podríais ser hombres por la misma carambola. 

Ser mujeres no os hace ni mejores ni peores ni especiales. Ser vosotras sí. Unos días os hace mejores, otros peores y otros especiales. 

Podéis casaros o no. Tener pareja o no. Haced lo que queráis. Siempre habrá alguien al que no le parezca bien o que saque conclusiones absolutamente idiotas y desacertadas sobre vuestra elección. Alguien que puede ser hombre o mujer. 

Tendréis parejas, creo que hombres pero no lo sé seguro, que os romperán el corazón. Eso no hace malos a todos los hombres. 

No hay juguetes de niños o de niñas. No hay trabajos de mujeres o de hombres. No hay películas, libros, artistas de hombres o de mujeres. Pero vivimos en un mundo machista, asquerosamente machista que, a veces, intentará haceros creer que sí existen. 

Lo que hace o dice un hombre puede pareceros maravilloso. Lo que hace o dice una mujer puede pareceros una estupidez suprema. Eso no os hace menos mujeres ni menos feministas. 

Depilaros y maquillaros no os hace mujeres oprimidas por los hombres y la sociedad. No hacerlo tampoco os convierte en líderes de la resistencia ni del Frente Popular de Judea. 

Valorad las ofensas en su justa medida. Si un hombre os mira las tetas por la calle y os dice algo ofendeos y defenderos... pero no lo pongáis a la altura de llevar burka, la ablación del clítoris, una violación o un asesinato machista. 

Un piropo puede ser un halago o un reconocimiento a algo que hacéis bien. Que os guste no significa que estéis oprimidas o seáis tontas. Por supuesto puede ser muy ofensivo, protestad. 

Ser madre no os hace más mujeres ni mejores personas. 

Ser madre es exactamente igual de valioso, especial e importante que ser padre. 

No ser madre no te hace más libre. 

Tener hijos es tan estupendo como no tenerlos. Y tan malo.

No tener hijos es tan estupendo como tenerlos. Y tan malo. 

Tened opinión. Cambiadla. No pasa nada.

Que nada os dé igual. Sentid, cabrearos, reíros, llorad, subid el tobogán, bajadlo. 

El consejo de un hombre puede ser interesante, necesario y valioso. O puede ser una gilipollez ofensiva. El de una mujer también. 

Trabajad para ser independientes. 

Pelead con los inútiles, da igual si son hombres o mujeres. La tontería está igualmente extendida entre unos y otros.
Hay hombres peligrosos. Huid de ellos.
Hay muchos hombres idiotas sin solución. Y hay muchos otros que nunca se han parado a pensar en si las cosas que hacen pueden ser ofensivas y machistas. De los primeros huid, a los segundos enseñadles. 

Hay mujeres tóxicas.

Hay muchos hombres machistas e idiotas. Las dos cosas van juntas. Hay muchos más que no lo son.

Un hombre puede defender y apoyar a las mujeres. Los hombres pueden ser feministas, de hecho deben serlo. 

No lleváis burka, podéis trabajar, tener hijos o no tenerlos, vivir solas o con pareja, tener mil parejas. Podéis denunciar, pelear, gritar cabreadas. No olvidéis que, a pesar de todo, sois privilegiadas. Hay otras que no tienen esa suerte... no lo olvidéis. Gastad fuerzas y energías en pelear por ellas más que en ofenderos porque os abren la puerta en un edificio.

Vais a hacer tonterías por amor, tonterías alucinantes que no creeríais. Las haréis porque estaréis en el planeta del amor, no porque los hombres os opriman.

El sexo es bueno. Usadlo  con criterio y protección. Disfrutadlo. Llevad condones siempre.

Podéis tener amigos hombres sin que sean vuestra pareja. De hecho espero que los tengáis...

Aunque viváis en pareja guardad siempre un espacio para vosotras.

Si algún día os encontráis diciendo "es que mi pareja no me deja" o "no le va a parecer bien"... replantearos esa relación.

Hablad la una con la otra.

Tened cuidado.

Sois chicas con suerte, disfrutadlo. 

martes, 12 de julio de 2016

Di No a la pajarita


—¿Vas a llevar corbata?

—No, yo paso de corbatas. Me aprietan el cuello, me agobian y no me gustan.
—Ajá
—Voy a llevar pajarita. 

"Voy a llevar pajarita", dice tan contento como si la pajarita se llevara alrededor de la muñeca, detrás de la oreja o en la punta del zapato. 

Pajarita No. Pajarita Go Home. 

No, no y no. 

Hombres del mundo, ¿quién os ha engañado para rescatar de algún baúl secreto, olvidado y oculto las "corbatas de lazo"? ¿Quién os ha engañado para haceros creer que la corbata es rancia y la pajarita cool? Y sobre todo ¿por qué os hacéis eso? 

Solo hay una ocasión en la que la pajarita es buena idea, solo hay un momento vital en el que llevar pajarita es la mejor elección, la única posible, el acierto seguro. 

—Hola, hemos venido a decirte que te hemos elegido para protagonizar la siguiente película de James Bond.
—¿Llevaré esmoquin?
—Por supuesto.

Ahí Sí. James Bond + esmoquin= pajarita. 

El resto del tiempo la pajarita es siempre MAL. ¿Qué dice la pajarita de ti?

Quiero ser original.

Lo he dicho cienes y cienes de veces, la originalidad mal entendida la carga el diablo y es el camino más rápido para hacer el ridículo. Además, llevar pajarita hace 20 años a lo mejor (lo dudo) era original, ahora vas a una boda o a un evento y hay cientos de tíos "originales". 

No soy nada sexy.

Conozco pocos hombres con la habilidad suficiente como para hacerse un nudo de corbata normal a la primera. En muchísimos trabajos ya no es obligatorio ir de traje y los hombres se han librado de llevar corbata, y la evolución humana los ha llevado a perder esa habilidad junto con otras, como orientarse sin navegador. 

Pocos son por tanto los que saben anudarse la corbata pero no conozco ninguno que sepa hacerse el nudo de la pajarita. Un tío con pajarita dice "tengo 10 años y llevo una goma debajo del cuello de la camisa". No pasa nada, no tiene mayor importancia, pero toda la supuesta prestancia que pueda tener una pajarita se pierde. 

Además, lo único medianamente sexy de una pajarita es la posibilidad de tirar de uno de los extremos del lazo y que quede colgando del cuello del hombre y, a partir de ahí, tirar del hilo... y lo que surja. Quitarle la goma alrededor del cuello es igual de sexy que una faja color carne. Cero. 

La señora, ¿qué quiere tomar?

Lo siento pero yo veo un tío con traje y pajarita y mi cerebro empieza a pensar en qué deseo beber o si el hombre está gordo en qué quiero del menú y en estar atenta por si me va a contar lo que hay fuera de carta. 

De un hombre con pajarita casi espero que se dirija a mí diciendo "un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo ¿qué puedo traerle?"

Sé bailar. 

Un hombre con pajarita por la misma razón por la que no quiere ser su padre ni un señor recién llegado de los 70 debería saber bailar. No quiere ser su padre, no quiere ser aburrido, no quiere ser como todos y, por tanto, sabe bailar. Y cuando digo saber bailar, no me refiero a contonearse espasmódicamente de una manera completamente arrítmica ni a brincar como un titi en celo con los brazos en alto, gritando. 

Saber bailar es saber bailar, es ser Fred Astarire o Gene Kelly o, por lo menos, Clint Eastwood en Los Puentes de Madison. Es deslizarse, tener ritmo, mover los pies y no pisarme.

Por todas estas razones un hombre con pajarita (si no eres James Bond) distrae. En vez de pensar en si me gusta o no me gusta, me atrae o no me atrae, mi mente se dispersa imaginándomelo delante de su armario abrochándose la goma y pensando “qué original soy”.

Voy a llevar pajarita ¿Qué te parece?
—Preferiría que no.


jueves, 7 de julio de 2016

Ensayo sobre la merienda



La merienda; no me puedo creer que no le haya dedicado un ensayo a esa maravillosa, excelsa, innecesaria y por tanto placentera comida. 

La grandeza de la merienda reside en que jamás se hace por hambre. Se merienda por gula, por placer, por deseo, por llorar, por nervios, por olvidar, para desahogarte, por rabia o por las risas.  
Hay dos tipos de meriendas que no me interesan nada: 

-las meriendas infantiles, que son un coñazo. Las madres preparan meriendas porque las tardes con niños se hacen eternas y hay que buscar algo que hacer y porque están llenas del concepto "que mi niño coma sano". Eso convierte un placer culpable en una obligación saludable. Cuando el niño no quiere merendar lo que le dan, la madre se siente fatal por no ser capaz de conseguir que a su niño le apetezca una manzana en trozos y todo se convierte en un sinvivir.

-las meriendas de señoras mayores con rebeca y bolso en cafeterías. De esto no puedo hablar todavía, no soy una señora mayor y no llevo rebeca. Las veo con sus cafés y sus poleos y sus croissants cortados con cuchillo y tenedor, y tengo escalofríos. 

Tras la etapa infantil, y cuando tu madre decide que ya has alcanzado el desarrollo suficiente como para que le dé igual que comas o no, se abre una época de descontrol merendil. 

Hay gente, indocumentados sin criterio, que opta por dejar de merendar para siempre. Se les olvida que ese gran placer existe y saltan alegremente de la comida a la cena. Bueno, no tan alegremente, suelen ser gente triste, gris... insulsos. 

"Yo nunca meriendo" comentan con un orgullo que a mí me resulta inconcebible. 

Otra gente, infelices para siempre, caen en la trampa de las cinco comidas al día de todas las revistas de "siéntete guay comiendo alpiste y cosas con el mismo sabor que el corchopán" y no se saltan la merienda pero la convierten en una estación del Vía Crucis. Gente que merienda una loncha de pavo transparente, unos arándanos salvajes de la Conchinchina o un biscote ligero con semillas y una porción de queso fresco (algún día tendremos que hablar de cómo esa masa blanca consiguió que la llamáramos queso).  

Si estos dos grupos siguen creciendo es posible que las meriendas pasen a ser una especie en extinción, pero por ahora estamos a salvo de este desastre. 

Afortunadamente, todavía quedamos unos cuantos irreductibles que cultivamos el noble arte de la merienda. Resistimos y aunque hay días que no podemos merendar porque la vida no nos deja... mantenemos como podemos ese placer culpable aunque  hemos perdido protocolo, rutina y prestancia. 

Para empezar hemos perdido el horario. Las cinco y media es una hora absurda porque o has comido demasiado tarde y se te olvida que puedes volver a comer o estás trabajando o, en vacaciones, te estás echando la siesta. Merendamos en un rango de horario que va desde que te asalta la necesidad imperiosa de comer algo hasta el minuto antes de que lo que comas pase a considerarse "picar algo mientras preparo la cena". 

Las formas también las hemos perdido. De niño puedes sentarte en la cocina o comer en el parque y cuando llevas rebeca y el pelo blanco  te acomodas en tu mesita de Embassy. En los 70 años que separan ambos momentos pocas son las ocasiones en las que puedes sentarte en tu cocina a tomarte un vaso de leche con galletas untadas de nocilla o un bocadillo de queso o una tostada con tomate. La merienda se convierte en algo más parecido a una operación de guerrilla, un acto clandestino que realizas a medio camino entre un lugar y otro, entre una tarea y otra. Compras una palmera de chocolate y te la comes por la calle o en el coche, entras en la cocina y, de pie delante de la nevera, te zampas 4 quesitos y un puñado de picos o media tableta de chocolate y dos sobaos. 

Los merendadores, aún así, estamos perdiendo espacio público. La cena tempranera se está imponiendo, invadiendo el espacio de la merienda tardía y cada vez más gente te pregunta ¿merendar, pero qué dices? Menos mal que nosotros, los merendadores, cuando nos cruzamos por la calle con nuestras palmeras de chocolate compradas en una incursión rápida en una pastelería, nos reconocemos por el brillo de los ojos y por la alegría de nuestro caminar. 

Pronto los merendadores seremos clandestinos o no seremos y nos reconoceremos por los bigotes de leche (entera, por supuesto). 


martes, 5 de julio de 2016

Un viernes, un sábado y un domingo

"Escribir es seleccionar. Para empezar un escrito tienes que elegir una palabra y sólo una de entre un millón. Ahora sigue. ¿Cuál será tu siguiente palabra? Tu siguiente frase, párrafo, sección, capítulo. Tu siguiente hecho. Tú seleccionas lo que va y lo que se queda fuera".  (Anotación aparecida en mi cuaderno de procedencia desconocida)

Viernes. 

125 kilómetros con solo unas gotas de atasco en los túneles. Mi piscina favorita un año después. Es de agua salada y en ella entro en trance, a partir del tercer largo no sé si voy o vengo. Me pico un poco con el nadador de la calle de al lado que lleva un neopreno. Me destrozo los hombros nadando medio km con palas duras. ¿Será nadando con palas como Charlize Theron ha desarrollado esas espaldas? 

Salgo de nadar despeinada por dentro y por fuera y siendo la mejor versión de mí misma. ¿Quién decía el otro día que a Charlize le "sobraban" dos cm? A Charlize no le sobra nada. 

Una maleta para 3 meses. La historia de mi vida cuelga de las perchas: el vestido que me compré por 6 euros en un Carrefour hace 15 años, las dos faldas hippies que cada vez que me pongo me provocan borrachera, los pantalones cortos que me empeño en mantener a pesar de que tengo que sujetármelos con la mano porque se me caen... quizás debería ir a las rebajas. Quizá pero, ¿para qué? Guardo ropa pensando "esto para un día especial" y al final de temporada descubro que ningún día me ha parecido lo suficientemente especial como para ponerme ese vestido o camiseta y que el día más especial del verano me pilló con una camiseta guarrera y un bikini con gomas desgastadas. 

Me acuesto con la ventana abierta de par en par... huele a verano de taparme con la sábana. 

Sábado

Intento escribir en pijama en mi cuarto. Lo consigo a duras penas, probablemente porque no consigo concentrarme y porque hay 4 personas entrando y saliendo de mi habitación. Desisto y me voy a tomar el aperitivo con un casualidad cósmica que conocí por twitter y que después de 2 tortillas de patata, 15 croquetas, unos cuantos vermús, tintos de verano y un polo de poleo menta descubro que es casi un error de matrix porque a pesar de ser solo conocidas virtuales... resulta que conoce a todo mi entorno. 

Pasan trenes. 

Apenas conozco media docena de canciones pero me flipan. Ellos no son ni simpáticos ni empáticos. Por no ser, ni siquiera parecen de la misma banda: tocan sin mirarse, sin dirigirse la palabra, como si cada uno de ellos estuviera metido en una burbuja que los aislara de lo demás... pero me encanta el concierto. 

Soy la chica de amarillo en el concierto de Wilco.

Me acuesto con la ventana abierta... huele a verano de noches con calma. 

Domingo. 

Me despierto con un resto de algo incómodo pegado al sueño. Sin moverme intento pensar qué es. Flashes de una pesadilla con un hombre de rojo. Un sueño de esos de los que no consigo librarme, imágenes que se quedan atrapadas en mi memoria y saben amargas. 

Desayuno para olvidar. Pinto una valla para camuflarme. Es un trabajo manual en el que puedo parapetarme y que me permite pensar a la vez. 

Leo. 
"Sea como fuere, pocas veces conseguimos alcanzar tanta sabiduría. Pocas veces conseguimos mirar nuestra obra con verdadero amor. El amor verdadero por nuestra obra conserva siempre un ojo irónico y divertido; así como en nuestra vida toda pasión amorosa es imperfecta si no la ilumina una mirada divertida, aguda y penetrante del conocimiento". (Natalia Ginzburg)

Me baño. Bajo a la compra y el súper está cerrado. Siesteo, aunque sé que me sentará mal...

Por la ventana abierta de par en par... sale volando mi inspiración. 


viernes, 1 de julio de 2016

Lecturas encadenadas.Junio

La banda sonora de mi agotador, extenuante y eterno mes de junio es esta "Estoy loco por el tenis, me encanta su juego tan emocionante, estoy loco por el tenis, me encanta su ritmo tan electrizante." En este mes he odiado y amado ese deporte con todas mis fuerzas. Soy una chica de extremos.

Empecé el mes con un comic que compré en la Feria del Libro a los Tipos Infames, El árabe del futuro (Vol.II) de Riad Sattouf. Esta segunda entrega de la vida del dibujante sirio afincado en Francia es bastante más floja que la primera. Me ha gustado pero sin alardes, la sorpresa por el dibujo y por el enfoque de la historia desaparecen sepultados por una sucesión de anécdotas y situaciones de la vida de la familia en Homs durante la infancia de Sattouf. Las sensaciones de claustrofobia y tensión permanente en la vida diaria permanecen y uno empieza a preguntarse las razones de la madre para aceptar esa vida. Veremos si Riad consigue remontar un poco el vuelo en la tercera entrega. 

Open de André Agassi ha sido mi encontronazo con el tenis en su versión más coñazo. ¿Por qué he leído este libro? Hace un año empecé a ver reseñas en distintos blogs y medios sobre este libro, todas elogiosas calificándolo como "entretenido".  Como el tenis me interesa cero y tengo libros entretenidos para aburrir lo descarté sin más... pero resulta que tras la maravillosa lectura de El bar de las grandes esperanzas, descubrí que el verdadero escritor de las memorias de Agassi había sido J.H.Moehringer y claro, caí en las redes de Agassi (perdón por el juego de palabras tan obvio)

Open es un especial del Hola, tal cual. Lo mejor del libro con muchísima diferencia son las 20 primeras páginas en las que se nota que Moehringer creía en el proyecto y lo cogió con muchas ganas. En esas 20 primeras páginas que cuentan un día de la vida de Agassi con 36 años, a punto de retirarse, plagado de dolores y de temores, empatizas con él completamente y, sobre todo, decides seguir leyendo para saber cómo ha llegado hasta ahí. Lo malo es que 30 páginas después el nivel de empatía con Agassi está en números negativos, Moeheringer ha dejado de creer en el proyecto y el libro se convierte en una sucesión de anécdotas y partidos de tenis que construyen una montaña enorme que escalas para descubrir que cuando llegas al final no hay nada. Resumiendo, en la página 15 quieres saber todo sobre Agassi y en la 50 descubres que ya lo sabes todo. 

Leer Open es como ver un partido de tenis en una sobremesa perezosa de verano: pelotazo, pelotazo, pelotazo... cabezada y cuando te despiertas siguen igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Vuelves a dar una cabezada y te despiertas sudada y todo sigue igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Se me ha hecho eterno. Se me ha hecho "bola". 
  
Eso sí, Open es una lectura fabulosa para la playa, la hamaca y el encefalograma plano. 

Con este balance claramente negativo de las lecturas de junio llegué al día 25 y empecé una remontada espectacular, claro que hice dos apuestas seguras. 

Mi primera apuesta segura fue volver a mi adorado Amos Oz que jamás defrauda. Amos Oz es  un remanso de agua fría que te hace revivir, pensar, revolverte incómodo y al final entrar en calor. 

La historia comienza. Ensayos sobre literatura  es una clase de Oz, una clase sobre literatura, sobre como escribir un relato o, más concretamente, como empezar una historia. Oz analiza varios comienzos de relatos y novelas para enseñarnos como en las primeras líneas, en los primeros párrafos los escritores muestran sus cartas, o en palabras de Oz, ofrecen las condiciones del contrato que el lector debe aceptar (o no) para adentrarse en la historia. La voz narrativa, la situación, el ambiente, el tempo, todo queda (en teoría) marcado al principio de cada historia. Oz meticulosamente recorre las líneas, analiza y nos enseña ese contrato para demostrar después como unas veces ese contrato se cumple y otras no.  Los relatos que analiza son casi todos de escritores hebreos desconocidos aunque habla también de Gabriel García Marquez, Chejov o Chandler y de todos se aprende y se disfruta pero lo mejor de este libro son el prólogo y la conclusión que son puro Oz. 

El prólogo es maravilloso, me ha recordado a "Si una noche de invierno" de Italo Calvino y es una pieza para volver a leer y releer, para subrayar y doblar todas las esquinas. 

"Una página en blaco es en realidad una pared encalada sin ninguna puerta ni ventana. Empezar a contar una historia es como tontear con una persona totalmente desconocida en un restaurante." 
Y la conclusión es igual de fabulosa. 
"Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo, gozosamente absorto en un número de Playboy. Como aquel hombres, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee". 
Mi segunda apuesta segura para terminar junio en todo lo alto era David Foster Wallace hablando de tenis. De alguna manera tenía que recuperar la fe en el tenis y en la escritura y me lancé a leer "El tenis como experiencia religiosa". Lo primero que hay que decir es que David Foster Wallace es para leer de pie o de rodillas, con la boca abierta y el cerebro diciéndote ¿pero como se puede escribir tan bien? Leerle es disfrutar salvajemente. 

En este breve volumen editado por Randon House se recogen dos artículos sobre tenis que publicó en la revista Tenis en el año 96 y en el New York Times en el 2006. En el primero de ellos pasamos el día con él en una jornada del Open de Estados Unidos, juegan Sampras y Philippussis pero eso es lo de menos. Foster Wallace nos habla de tenis, de comida rápida, de ricos, de pobres, de sobornos, chantajes, olores, bebidas, precios... de absolutamente todo. No te lo cuenta estás allí con él disfrutando de su ingenio, su sentido del humor y su cabeza, una cabeza privilegiada y un poco desequilibrada. Y te ríes a carcajadas. 

Así escribe sobre tenis
" ..Sampras, que no es precisamente   un especialista de globos altos, parece casi fragil, cerebral, poeta, al mismo tiempo sabio y triste, cansado de esa forma en que solo se cansan las democracias..."
"Sampras, por otro lado, parece flotar como si fuera caspa por toda la pista.  Philippoussis es como un ejército de tierra grande y terrible; Sampras es más naval, más de la escuela de acercarse con sigilo y rodear al rival. Philippoussis es oligáquico: él tiene su voluntad y busca imponerla. Sampras es más democrático, es decir, más caótico y también  más humano."
O sobre el público de la sesión de noche: 

"Tienen expresiones más glaciales; los encuentros de miradas parecen peligrosos de la forma en que pueden ser peligrosos los encuentros de miradas en el metro. Las mujeres suelen llevar atuendos que te sugieren lo que puedes ver de ellas cuando no llevan atuendos".

O sobre los neoyorkinos en una de sus maravillosas notas a pie de página que pueden llegar a ocupar toda la página y, aún así, deseas que no acaben nunca. 

"La paciencia de los neoyorquinos para las multitudes, las colas y las esperas resulta muy impresionante si no estás acostumbrada a ella; son capaces de permanecer todos inactivos en lugares sin aire durante periodos extensos, con unas expresiones en los ojos que indican esa combinación neoyorquina única de meditación y depresión clínica, claramente infelices pero sin quejarse para nada." 
El segundo artículo cuenta la final de Nadal y Federer en Wimbledon en el año 2006. Aquí David Foster Wallace se centra en Federer, en su persona, personalidad, la manera de jugar, lo que transmite y lo que significa para el tenis. Es un ensayo menos loco que el primero pero igual de fabuloso. Solo alguien como él es capaz de  hacerte leer dos artículos seguidos sobre tenis y no solo enamorarte del deporte (que en mi caso después del suplicio de Agassi tiene mucho mérito), además, transmitirte el ambiente, el interés del deporte e incluso su épica. 

"La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana. La relación que guardan ambas cosas entre sí viene a ser un poco como la que hay entre la valentía y la guerra." 

Leed a David Foster Wallace y a Oz. De pie o de rodillas.

Y completamente loca por el tenis y un bizcocho hasta los encadenados de julio.



miércoles, 29 de junio de 2016

Las madres mienten


Por primera vez en tu vida te has ido de viaje tú sola. Una primera vez a lo grande: has volado sola con destino a otro país, a casa de gente que no conoces y sin hablar ni una palabra del idioma.

–¿Quieres ir?
–Si.
–¿Seguro?
–Segurísimo. 

El viernes, cuando paseábamos por el aeropuerto haciendo tiempo antes de que cogieras tu vuelo, te miraba y a ratos me parecías mi niña pequeña, mi niña pequeña que siempre serás. Otros ratos te observaba sin saber quién eres. Arrastrando tu maleta rosa como si te pasaras la vida en los aeropuertos, con tu acreditación colgando, las gafas de sol puestas y un moño creado de la nada que me a mí me hubiera costado una media hora frente al espejo con un resultado más cercano a un nido de murciélagos que a ese cuidado peinado/despeinado que tú consigues hacerte en 5 segundos. Me fascina el estilo que tienes y la seguridad que desprendes con 10 años. No tengo ni la más remota idea de dónde lo has sacado. Si no fuera porque eres mi pequeño clon pensaría que me dieron el cambiazo en el hospital.

Mientras nos probábamos todos los perfumes del Duty Free, mirábamos todos los bolsos de las tiendas y comprobábamos que en ninguna de las 20 cafeterías vendían palmeras para merendar charlábamos de todo.

–Mamá, ¿tú qué crees que me van a decir?
–Pues no lo sé, pero no te preocupes que vas a estar bien.
–¿En Italia comen pizza?
–Claro
–¿Y pasta?
–Me estás preguntando tonterías.
–¿Y crees que yo les gustaré?
–Les vas a encantar y vas a estar fenomenal.
–¿Seguro?
–Pues claro que seguro. ¿Tú crees que te mandaría si no estuviera segura de que vas a estar bien?
–Ahá. Esa camiseta no te queda bien. 

Ahora que no estás, que ya te has ido y que andas por los Alpes montando a caballo e intentando chapurrear italiano te puedo decir que te mentí. Un poco y porque era necesario.

Ahora que has tenido un día de bajón y el amigo italiano y yo hemos sufrido por ti en la distancia puedo decirte que te mentí. No sabía si ibas a estar bien y lo ibas a pasar fenomenal, lo creía pero no lo sabía.

Lo que sí sabía y sé con certeza absoluta es que eres una valiente y muy dura. Sé que tienes un orgullo a prueba de bombas que muchas veces me saca de quicio y que, sin embargo, te ayuda en otras muchas ocasiones. Sé que eres muy simpática, muy divertida y que tu amiga italiana va a adorarte.

Sé que lo vas a pasar en grande, que ya lo estás haciendo. Pero el viernes te mentí un poco.

¿Estás nerviosa? -te pregunté el viernes.
No -me contestaste con tu cara de ¿por qué iba a estarlo?

Y de verdad no lo estabas. Yo sí, un poco. Por primera vez desde que naciste hace casi 11 años era la primera ocasión en la que pasaba por una experiencia nueva contigo, una experiencia que no he pasado con tu hermana.

Creía que iría bien, que sería una súper oportunidad para ti. Lo creía pero no lo sabía.

Ahora sé con certeza absoluta que eres una valiente.

Y te confieso dos cosas, las madres mienten y  me alucina que seas mi hija.

lunes, 27 de junio de 2016

Machismo en las ondas

El pasado jueves pululaba por mi cocina haciendo la cena, tenía la radio de fondo y la escuchaba solo ligeramente. Era una tertulia económica, un tema que ni entiendo ni me interesa normalmente porque es más o menos como escuchar al oráculo de Delfos, pero de pronto una voz femenina presentada como una periodista que casualmente sigo en twitter me llamó la atención. 

Belen Carreño, periodista, explicaba un estudio que ha analizado la presencia de mujeres consejeras con poder ejecutivo en grandes grupos empresariales. Comentaba el estudio señalando qué empresas cuentan con más presencia femenina en sus consejos de administración y cuáles no. Contó cómo, por ejemplo, en el grupo HM hay más mujeres que hombres o cómo en Rimmel o Mattel, fabricantes con productos claramente dirigidos al público femenino, no tienen ni una sola mujer en sus consejos de administración. 

La noticia me pareció interesante y curiosa. Anoté mentalmente buscar esa página para consultarla, por pura curiosidad. Estaba con la mano en el botón de off de la radio cuando los demás contertulios empezaron a hablar. 

Pero a ver, ¿las mujeres en un Consejo de Administración suponen una diferencia o se comportan como hombres?- preguntó otro de los contertulios. 
No, se comportan como hombres. - contestó otro. 

Mi dedo se quedó petrificado, los ojos se me abrieron de par en par, abrí la boca y dije ¿pero quiénes son estos impresentables?

Hay un estudio muy interesante en Suiza sobre responsables en Consejos de Administración que demuestra que las consejeras que han accedido a puestos en un consejo se comportan como hombres. Y de hecho se hizo un estudio donde se comparó con Noruega, que acaba de aprobar una política muy radical de introducción de la igualdad de géneros en los consejos de las empresas que obligó a éstas a tener mujeres en unos dos años y, como las empresas estaban tardando, aprobaron una nueva directiva y las empresas que no las tuvieran no podían estar listadas en el mercado; y el efecto que tuvo fue muy interesante porque la rentabilidad de las empresas que introdujeron mujeres bajó. Bajó porque entre otras cosas se negaban a hacer expedientes de regulación de empleo... 
Pero...-Belén intentó meter baza.
Porque las mujeres tenían unos valores corporativos distintos y consideraban peor hacer un expediente de regulación de empleo que soportar una pérdida de rentabilidad. 

A estas alturas mi indignación era tal que empecé a proferir insultos en mi cocina...

Belén intentaba, educadamente, demasiado educadamente para mi gusto, rebatir tamañas perlas de machismo troglodita, cateto y obtuso.

Acabáis de decir que las mujeres no aportan nada porque se comportan como hombres y ahora resulta que sí aportan porque tienen valores corporativos distintos. 

Cuando ya creí que no se podía ir más lejos en ese machismo asqueroso, prepotente, analfabeto y repugnante, el contertulio del estudio de Suiza volvió a la carga para escalar una nueva cima de machismo.

La orden perentoria lo que hizo fue incorporar mujeres que no estaban preparadas.

De verdad que pensé que no se podía ir más lejos. Pensé incluso en el futuro de mis hijas, en el duro futuro que les espera si esas ideas están en la mente de tipos que salen en la radio alardeando de conocimientos, formación y cultura. Me equivoqué... 

Yo presido un consejo de administración, tengo una consejera vicepresidenta y os puedo asegurar que ahí no está el instinto maternal. (...) Tienes que incorporar el valor que necesitas, no la variedad. Si fabricas juguetes no te interesa incorporar variedad, yo que sé, de los vegetales. 

Arcadas. Tuve arcadas. 

La periodista no daba crédito, la incomodidad del moderador de la tertulia era más que evidente pero mi cabreo estaba más allá de los anillos de Saturno. 

¿Las mujeres no aportan valor si se comportan como hombres? ¿El valor de las mujeres es el instinto maternal? ¿Las mujeres prefieren no hacer expedientes de regulación de empleo y por eso son peores? ¿Si tienes los mismos valores empresariales que un hombre la presencia de una mujer es superflua e innecesaria y si tiene distintos valores damos por supuesto que son peores?  ¿Las mujeres que llegan a los consejos no están preparadas? ¿Y todos los hombres que hay en consejos de administración, en puestos de poder, son lumbreras de conocimiento, responsabilidad y saber estar? ¿Incorporar mujeres es como incorporar calabacines?

Cuatro días después de haber escuchado esas palabras me hierve la sangre. La indignación me recorre como una corriente y la hostilización, el asco y la repugnancia que siento por esos hombres me revuelve el estómago. 

Creía absurdamente que la educación, el conocimiento y la cultura eran el camino para luchar contra el machismo. 

Creía con una inocencia rayando en la ingenuidad que hombres que salen en un medio de comunicación masivo tendrían la decencia de no insultar a la mitad de los oyentes de ese programa subestimando la capacidad intelectual, laboral y cultural de esa audiencia.

Creía que era obvio para cualquiera con dos dedos de frente, pulso periférico y un nivel de inteligencia superior al de un calabacín que incorporar mujeres a tu empresa, organización, consejo, comité, gimnasio o club de lectura significa incorporar un valor. Un valor distinto, diferente y por lo tanto susceptible de aportar algo nuevo. 

Me equivoqué y ahora me siento a partes iguales muy gilipollas y terriblemente cabreada. 

La única parte buena es que no tengo ni que discutir los argumentos de semejantes energúmenos, ellos solos se retratan. 

Qué asco.  



jueves, 23 de junio de 2016

Noches de junio


Las noches de junio son de dos tipos: buenas y malas.

Las malas son las que pasan desde el día 1 hasta que llega el momento de marcharme a Los Molinos.  En las noches malas de junio siento cómo la rutina que estrené en septiembre llega a su fin, se va deshilachando y cada día que pasa es menos firme, más endeble, menos rutina y más imprevisto. Deja de ser algo sobre lo que camino con la vista al frente casi  sin mirar dónde pongo los pies para convertirse en una pasarela, un puente colgante a lo Indiana, al que cada día se le cae una tabla más. Hay que llegar al final del puente antes de que la última cuerda se suelte y caigas al vacío; y cada día es menos firme y hay que ir más deprisa.

En las noches de junio hace calor en Madrid. Por la noche abro la ventana y la ciudad se me mete en casa, algo que no pasa el resto del año. Oigo a la gente hablar por la calle y los coches pasar por Doctor Esquerdo. Sólo hay una hora mágica, entre las 3 y las 4, en que apenas pasan coches y casi casi hay silencio... En estas noches pienso en recoger la casa, en preparar las cosas de laz princezaz para su periplo veraniego, en ir a por las notas y comprar ropa nueva. Preparar papeles. En todos los "a ver si lo cerramos antes de verano".  En las malas noches de junio pienso en que se ha pasado todo el curso y no sé si he aprovechado el tiempo. Sí sé que lo he aprovechado bien, pero las malas noches son muy cabronas. En las malas noches de junio cenamos restos para dejar la nevera pelada y en las mañanas que les siguen apuramos el tarro de la mermelada para estrenar uno nuevo en septiembre. 

Pero junio tiene noches buenas. De hecho, algunas de las noches más memorables de mi vida, de hecho otra vez (seguro que esto no es correcto) la noche de mi vida en la que he estado más guapa fue en junio, concretamente la noche del 26 de junio. En las noches buenas de junio que llegan cuando me instalo en Los Molinos puedo ver anochecer a las 11 de la noche desde el porche, en chanclas y pantalón corto, puedo dormir por la noche tapándome con una manta y, sobre todo, pienso que se ha terminado el curso y que tengo ante mi una rutina nueva, mi rutina de veraneo franquista físicamente agotadora pero que ahora, a dos días de comenzarla, se extiende ante mi nueva, prometedora y llena de oportunidades que ni siquiera soy capaz de imaginar. Una rutina a estrenar que estoy deseando que empiece para lanzarme a caminar por ella sin tener que pensar en nada. 

Necesito que sea ya viernes por la noche. Necesito una rutina nueva. 


martes, 21 de junio de 2016

Día 15835

En el día 15835 de mi existencia tengo algunas cosas claras: 

- Nunca tendré suficientes camisas blancas y las que tenga nunca estarán limpias el día que las necesite. 

- No me gustan las alcachofas. Las he probado mil veces en todas sus preparaciones y no me gustan. Me rindo.

- Mi capacidad de entusiasmo excede con mucho mi capacidad para expresarlo. 

- Mi mente conspira contra mi cuerpo en una batalla por el sueño. Mi cuerpo quiere dormir, necesita dormir y mi mente es como un niño pequeño que tras seis horas de sueño salta en mi estómago gritando "ya es de día, ya es de día, aprovecha tu vida, vamos a hacer cosas". No sé si es una etapa, un exceso de energía que obviamente debería descargar en algo o que me estoy haciendo mayor. 

- Laz princezaz me ven como una persona muy mayor. Me cabrea pero, claro, les saco 30 años. ¿Qué opinión tengo yo de alguien 30 años mayor que yo? 
 Mamá ¿Cuando fuiste a ver Mamma Mia al cine era en blanco y negro?
¡Claro que no!
Y ¿había palomitas en el cine?
- No debo decir nunca "ni de coña"

- Pero sí sé que "ni de coña" tendré más hijos. 

- El melocotón en almíbar se sigue fabricando y lo sirven en el comedor de los libros de colores. Lo más asombroso es que las raciones desaparecen, ¿quién come melocotón en almíbar? 

- Siempre llego tarde. 

- Tengo que tirar todos los pantalones que se me caen porque me están gigantes. Ya está bien de regocijarme.

- Mi bolso pesa como si confiara en no volver a dormir a casa. Nunca encuentro nada en él.

- Estoy mejor que hace 20 años. "Hombre, hace 20 años estarías más buena". No, yo nunca he estado buena, pero ahora estoy fenomenal. 

- Me encanta conducir. 

- Hace casi un año que no lloro.

- Por sorpresa he vuelto a beber cerveza pero solo a morro y en botellín o tercio. Y me encanta.

- Las mejores ideas se me ocurren conduciendo, en la ducha o cuando me viene fatal que se me ocurran. A veces no se me ocurren ideas geniales, solo regulares. 

- Dentro de una docena de años mi hija mayor tendrá un cuarto de siglo. 

- Dentro de una docena de años yo tendría que tener 55. A lo mejor no llego y me jodería un poco, pero en el día 15835 de mi existencia estoy contenta.

- En mi casa no hay palas de pescado y jamás las he echado de menos. 

viernes, 17 de junio de 2016

Preparativos, previo, preliminares


Preparativos

Una palabra traicionera; los preparativos parecen dóciles, algo en lo que confiar, que se dejará domar y podrás utilizar, doblegar, estirar y adaptar a tu gusto. Los preparativos parecen ser algo hecho a la medida de cada cuál como un traje, unos zapatos o el hueco que dejas en el colchón después de años de usarlo. 

Ja. Cuando te pones a usar los preparativos, a prepararlos, te das cuenta de que no has medido bien. Son escurridizos. O demasiado largos o demasiado cortos. O demasiado inabarcables. Los muy cabrones tenían ramificaciones y raíces que no habías visto. Túneles, puertas, cajones y armarios de doble fondo por los que, en principio, intentas internarte para tratar de abarcarlo todo y al final dices... mira, paso. 

Te faltará tiempo o espacio o capacidad mental o fuerzas o todas esas cosas a la vez y al final, en vez de tener unos preparativos adaptados a ti, lo que tendrás que hacer será adaptarte tú a ellos. Nunca serán perfectos. Nunca, jamás, en ninguna ocasión de tu vida por mucho que planifiques, preveas, consideres, hagas listas (en Excel o a mano) y madrugues, te sentarás y dirás: ya lo tengo preparado. 

Jamás. 

Da igual que te prepares para una cita, un parto, dar una conferencia, llegar a tiempo a coger un avión, a recoger a los niños a un colegio, a conocer al hombre de tu vida o a firmar una hipoteca. Nunca se tiene todo preparado. 

Previo

Previo es una palabra, un tiempo que no lleva a engaño. El previo significa nervios de punta, el estómago del revés y pánico escénico. Al previo llegas con tus deficientes preparativos; es ahí, en ese momento, cuando todos pensamos "la próxima vez me prepararé bien". Ahora ya estás ahí, dudas de la ropa que llevas, de si vas bien peinado, de si el desodorante te ha abandonado, si llevas cartera o el billete de avión o incluso zapatos. Eres un manojo absurdo de nervios y además ya no hay vuelta atrás. Podría haberla y el caso es que muchas veces lo consideras. ¿Y si le mando un mensaje y le digo que me he puesto mala? ¿Y si finjo que estoy afónica y no doy la charla? ¿Y si anulo el viaje? Es curioso cómo la vuelta atrás en el "previo" siempre va asociada a fingir enfermedad terminal, secuestro o caída de todas las redes de comunicación de las que ha disfrutado la Humanidad desde la Prehistoria. 

Echarse atrás en el previo conlleva mentir como un bellaco y una pregunta existencial más densa que la de Hamlet. No es ¿ser o no ser? Es ¿qué es peor lo que me espera en breve o la vergüenza ajena que pasaré cuando se descubra que me he rajado/mentido y he sido un impresentable? 

Preliminares

La suerte está echada. Lo que suceda para bien o para mal ya no depende sólo de ti: hay otro u otros implicados. ¿Saldrá bien? ¿Te aplaudirán o, por lo menos, no te abuchearán? ¿Habrá química?  Además de besar, ¿sabrá hacer algo bien?, ¿tendrá los pies fríos?, ¿volverán a llamarme?, ¿me odiará el moderador?, ¿el tío de la tercera fila me preguntará algo difícil?

En los preliminares todo son dudas, miles de preguntas y de cuestiones que en un estado de ánimo normal jamás se te hubieran ocurrido aparecen revoloteando en tu mente. ¿Se caerá la lámpara?, ¿con el pinganillo pareceré una teleoperadora?, ¿he dejado la plancha en medio del salón o la he recogido? ¿sabrá desabrocharme el body? ¿mi charla será repetitiva? ¿me quedaré sin voz?

Estoy de preparativos y ya soy dolorosamente consciente de que no me dará tiempo a todo, y ya sé que me encantaría viajar al pasado para abofetear a mi yo del pasado que creyó que esto era buena idea. En breve me adentraré en el previo sin marcha atrás y después los preliminares...

Cruzo los dedos por una conclusión y un post ocasión espectacular, de algo me tiene que servir ser una chica con suerte.  

martes, 14 de junio de 2016

Falsa mística en la cocina

Me gusta mi cocina. Cuando la hicimos todo el mundo nos dijo "os vais a cansar", es curioso cómo la gente te dice eso de los muebles pero luego se sorprende cuando de lo que te cansas es de tu vida y decides reformarla. 

De mi cocina no me he cansado. Es roja, muy roja, con el suelo negro y tiene una ventana enorme que da a un patio que en verano es demasiado blanco... pero por la que entra tanta luz que puedo desayunar casi todo el año con luz natural. 

En mis meses de madre paso mucho tiempo en la cocina, particularmente las tardes. ¿Cocinando? No. Yo no cocino, yo preparo cenas y hago la comida. ¿Qué diferencia hay? Para mí mucha. Toda. 

En los últimos años cocinar se ha convertido, como tantas otras cosas, en una actividad "guay". Una absurda mística buenrollista rodea ahora lo que ocurre en una cocina. Absurdamente, hacer la comida o preparar la cena se ha rodeado de un halo completamente ridículo. Acaricia los tomates, susúrrale al frutero, siente la carne, trocea el pollo como si vivieras en el siglo XIII, cultiva tus berzas y luego corre a tu cocina para reencontrarte con los alimentos, jugar a los alquimistas, hacer chup chup pero sin pasarte de freír, cocer, asar y luego colócalo todo en un plato (me niego a lo de emplatar) y saborea con deleite el fruto de tu trance místico. 

Yo no hago nada de eso. Yo no cocino, en lo que yo hago hay poca mística y mucho sacrificio porque, además, en todo este movimiento chupiguay de "mira que cocino" hay siempre una sensación de momento único, de ocasión especial.

Las padres del planeta sabemos que eso es mentira. El momento de encender el fuego, cortar los puerros y ponerte a preparar lo que sea no es lo coñazo, eso mola o, mejor dicho, ya estás entregado a tu condena. Lo más coñazo de hacer la comida, de cocinar sin adornos es que ocupa muchísima memoria. Desde que te levantas estás pensando qué vas a hacer de comida hoy, y de cena y de comida mañana que no se pise con lo que comes hoy ni con lo que cenarás pasado mañana. A esto hay que añadirle la limitación del tiempo, un día vas a llegar tarde a casa y no te dará tiempo a hacer el pollo asado y será mejor optar por algo rápido como sandwich y otro día que habías pensado hacer lentejas recuerdas que no las pusiste en remojo al entrar por la puerta de casa. 

Yo no cocino. Yo hago la comida y preparo la cena. ¿Cocinando? Sí, muchas tardes  mi cocina roja y acogedora es un circo de tres pistas, los 4 fuegos funcionando, la Thermomix y el horno, funcionando todo a la vez mientras yo voy de un lado para otro bailando o  escuchando a Javier Cancho a las 20:30 en punto. ¿Un espectador externo podría pensar que disfruto? A lo mejor, pero mis vistazos furtivos y constantes al reloj de pared serían una pista clara de que estoy deseando que se acabe esta tortura, estos trabajos forzados y pueda salir de mi cocina y dedicarme a hacer lo que de verdad quiero. 

Cocinar no me relaja. Ni siquiera cuando lo hago por un motivo especial, una invitación, un cumpleaños o una reunión. Puedo tomármelo mejor o peor pero, sinceramente, lo que más me relaja es la sensación que tengo en los días de solterismo, cuando llego a casa y pienso "fenomenal... hoy puedo cenar una loncha de jamón y un yogur", paso por mi cocina, abro la nevera, saco lo que sea y me voy. 

Eso sí, que cocine otro me relaja mogollón, tanto que me da igual que acaricie los tomates, le hable a las berzas o le ponga nombres ridículos a los platos. Con eso fantaseo cada noche....mi cocina me encanta pero si alguien me preparara la cena... mi cocina sería perfecta. 

domingo, 12 de junio de 2016

Una vida imprevista

Domingo 21:20. ¿Qué ha pasado con mi fin de semana? Necesito que sea viernes otra vez, que sea viernes a las ocho de la noche y replantearme el fin de semana de otra manera. Bueno, replanteármelo como lo había planeado y cumplirlo. 

Había pensado salir a tomar unas cañas, un plan tranquilo, encontrarme con gente que hace tiempo que no veo, charlar, reírme... quizás alguna copa y volver a casa como las personas responsables de 43 años. Había pensado levantarme el sábado y aprovechar para ir a ver la exposición de Vivian Maier, escribir algún rato y tirarme en el sofá a leer el libro de André Agassi a ver si le daba un buen empujón y lo terminaba rápido porque confieso que tanto tenis me está haciendo un poquito de bola. Mi plan continuaba con mi ratito de trabajo hablando en público como una profesional responsable y marcharme luego a Los Molinos a disfrutar del campo, el jardín, mi familia, mis amigos y más lectura. 

Pero nada sale como quieres. Hace mucho tiempo, de hecho en el primer post que escribí aquí, hablaba de que no me gustan las cosas fijas, me aterraba (y me sigue aterrando) comprar un mueble a medida que no puedas cambiar nunca de sitio o la sola idea de pensar en un tatuaje que sea para siempre. Las cosas para siempre me asustan. Pero no es verdad, porque hay cosas fijas en mi vida que sí que quiero que sean para siempre, Los Molinos por ejemplo. 

¿Qué tienen que ver las cosas estables y mi fin de semana descontrolado? Pues mucho. Hace tiempo yo lo planeaba todo meticulosamente, hacia planes, organizaba e intentaba controlarlo. Pensaba a largo plazo. Quería saber qué iba a pasar, cuándo iba a pasar y si me hubieran dejado ver por una mirilla cómo iba a ser mi futuro hubiera querido verlo. 

Ya no. Ahora no. He desarrollado una tolerancia increíble hacia la improvisación, la incertidumbre y el caos. Me gusta no saber qué va a pasar mañana, me gusta saber que mañana o pasado, o la semana que viene puede ocurrirme algo completamente improvisado, increíble y que si me lo contaran ahora mismo no me lo creería. 

Si hace 10 años me hubieran dicho cómo iba a ser mi vida ahora no me lo hubiera creído. Si me hubieran dicho que iba a estar escribiendo hubiera dicho "eso es imposible". Si hace 10 meses me hubieran contado cómo iba a ser mi trabajo ahora, tampoco lo hubiera creído. Si hace 10 días me hubieran dicho que iba a recuperar una amistad de hace 20 años me hubiera carcajeado y si antes de ayer me hubieran dicho que iba a llegar a casa de día... hubiera dicho "ni de coña". 

Domingo por la noche, el fin de semana no ha sido para nada como había planeado, estoy reventada... pero me gusta que mi vida sea así.