domingo, 14 de mayo de 2023

130 metros

Otra de las cosas con respecto a tener hijos en las que no piensas hasta que te pasan es que, en algún momento, vas a liberarte del colegio por segunda vez. Yo me he liberado esta semana: ¡adiós, au revoir, arrivederci, bye, auf Wiedersehen, colegio! ¡Qué gusto! En mi caso empecé a desentenderme del colegio en septiembre, cuando decidí que no pensaba ir a ninguna reunión. En enero o así fue la última vez que miré la aplicación esa del demonio por la que te comunican las veces que tu hija ha llegado tarde o si se ha portado mal o si ha hecho los deberes. Me liberé aún más cuando vi que Clara tenía el curso encarrilado y que segundo de bachillerato estaba hecho; pero el otro día, el viernes, mientras asistía a la ceremonia de graduación, pensé: no más colegio, no más libros de texto, no más circulares, ni charlas, ni extraescolares, ni nada de nada. 


¡Adiós, au revoir, arrivederci, bye, auf Wiedersehen, colegio! 


No soy una gran fan de los colegios. Pero hay un escenario aún más terrorífico que un colegio y es eso que llaman homeschooling: antes me tiro por un puente o me hago del grupo religioso de Tamara Falcó que enseñar a mis hijas en casa. Al colegio hay que ir y es necesario, pero cuando me refiero a que no soy una gran fan es que no he desarrollado por los dos más presentes en mi vida, el mío y el de mis hijas, el más mínimo sentimiento de cariño o pertenencia. Durante doce años asistí al colegio al que me mandaron mis padres: de monjas, solo niñas y concertado, lo que se hacía en la época. No lo pasé ni especialmente bien ni especialmente mal. Como decía Bartleby, la mayor parte de los días “preferiría no haber ido”. No he vuelto más que por un par de compromisos familiares; y cuando me persiguieron por todas las redes sociales para algún tipo de conmemoración de la promoción contesté que no por tierra, mar y aire. ¿Hice amigas? Sí. ¿Me divertí con ellas? Sí. ¿Mantuve la amistad? Más o menos hasta hace ocho años, momento en el que les deseé a todas la mejor de las suertes y me despedí para siempre sin rencor, sin amargura y sin dolor. Como escribí entonces: 


«Seamos sinceras. Si no existiera whatsapp hace tiempo que nos hubiéramos perdido la pista completamente. Las niñas que fuimos compartían colegio, rutinas, preocupaciones, cambios hormonales, opiniones e ideas que ni siquiera eran propias, sino del grupo. Las mujeres que somos no compartimos nada; ni espacio físico, ni rutina, ni opiniones y, lo que es peor o para mí lo es y me ha llevado a dar este paso: no compartimos inquietudes ni intereses. De hecho, hemos tensado tanto la cuerda que sé que mis inquietudes os parecen ciencia ficción o directamente locuras, y yo ni siquiera creo que vosotras tengáis inquietudes. No, lo peor no es eso. Lo peor es que nos juzgamos mutuamente. Nada de lo que yo hago, digo o pienso os parece bien y, a mí, casi cualquier cosa que hacéis, decís o pensáis me saca de mis casillas. Esto no tiene sentido. Me siento como si hubiéramos tomado caminos opuestos desde un mismo cruce. Vosotras vais en una dirección y yo en otra. Nos gritamos cosas para no perdernos de vista pero cuanto más nos gritamos para no perder el contacto, más nos alejamos y más nos encabronamos. ¿Qué sentido tiene? Ninguno. Dejemos de fingir. Hoy es el día en que dejo de mirar en vuestra dirección, dejo de gritar, dejo de juzgar y de sentirme juzgada. El otro día me hubiera hecho falta un icono de portazo en el whatsapp; hoy ya solo digo "Os deseo lo mejor. Hasta la vista".»


A 130 metros del portal de mi casa está el colegio de mis hijas. Recuerdo cómo, en una de las primeras visitas al barrio, aquella Ana jovenzuela fantaseó con que sus hijas fueran al colegio ahí, pegado a casa, si es que comprábamos aquel piso que íbamos a ver.  Al final esa fantasía se cumplió. Pero ayer, mientras escuchaba halagos de padres, profesores y alumnos hacia el colegio, pensaba que yo no estaba especialmente orgullosa de la elección. ¿Qué ha sido lo mejor de este colegio? Esos 130 metros. Cuando alguien me pregunta cuál es el mejor colegio para sus hijos siempre digo lo mismo: el que esté más cerca. Así elegí yo, por proximidad y por necesidad. Hace 17 años, cuando María entró en el colegio y era una caja de alergias explosiva (breve enumeración de todo lo que no podía comer: huevo, ternera, garbanzos, pescado, patata, frutos secos, melocotón, lentejas y alguna cosa más que ya he olvidado, a lo que luego sumó celiaquía) no había tres millones de menús adaptados en los colegios, así que la única opción era que comiera en casa y, por tanto, el mejor colegio era el que estuviera más cerca. 


¿Me gustaban más cosas del colegio? Sí: el uniforme. ¿Me gustaba que fuera de monjas? No. ¿Soy una persona religiosa? Nada. ¿Creo que estudiar religión es malo? No. ¿Coincido con el ideario del colegio? Tampoco. ¿Eso me parece pertinente? Pues tengo la opinión de que en el colegio se enseña y en casa se educa, así que me da un poco igual. Mis hijas tienen ideas políticas, sociales y culturales nada alineadas con el colegio y eso me parece requetebién. Han estado expuestas a esas ideas y no les han gustado, no las comparten. Bien por ellas. ¿Recomendaría el colegio? Pues solo si vives en un radio de 500 metros. ¿Les ha dado una buena enseñanza? Pues bueno, es un colegio bastante mejor en infantil y primaria que en la ESO, que es un desastre. A mis hijas les pilló un bachillerato pandémico y postpandémico que ha interferido en los estudios, pero las dos han salido bien. ¿Tendría que haber elegido otro? Pues a lo mejor, pero ya está hecho.  No pretendo que nadie comparta mis ideas con respecto al colegio y la educación, pero necesitaba hacer esta reflexión: reconocer que ese colegio a mí como madre no me ha aportado ninguna satisfacción. Tampoco sé si debía hacerlo, la verdad, y que quizá podría haberlo hecho mejor. Pero ya está. Ya ha terminado para siempre. 


No sé qué relación van a tener mis hijas con su colegio ni con los amigos que han hecho en estos años. Ahora mismo, ellas están todavía en el rebufo de sus años escolares, el peso de lo que han significado para ellas es todavía muy determinante y esos 130 metros les impiden coger distancia. Cuando has vivido tan cerca del colegio toda tu vida se desarrolla en tu barrio, todos tus amigos, o la mayoría, son de la zona y quizás por eso ellas mantengan siempre una relación especial con su colegio y con las amistades que han hecho. O a lo mejor no, a lo mejor dentro de unos años cuando hayan conocido otras calles, otras distancias, otros amigos, soltarán esas amistades y el anclaje al barrio y soltarán esos 130 metros y lo que significan. ¿Tendrán nostalgia? No lo sé. Puede que mi incapacidad para amar o coger cariño a los colegios no tenga por qué ser hereditaria. 


Adiós colegio. Estuvo bien mientras duró, quizás no eras la mejor elección pero esos 130 metros siempre te hicieron atractivo ¿Cuántos madrugones se han ahorrado mis hijas? 


Hasta siempre.


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6 comentarios:

el chico de la consuelo dijo...

Muy de acuerdo y que no sirva de precedente.Pones el dedo en lo esencial, como dijo jenna jameson ;)
Primero lo de sentido de pertenencia. Yo vivía a media hora y lo tuve, mis hijos viven a 500 metros y lo de la comunidad educativa es una entelequía. Profesores afuncionariados, padres que hasta hemos perdido la contraseña del chat de los horrores y crios con nula adscripcion al ideario del centro cuando no manifiesta veligerancia.
Profes con 25 crios que tienen q llamar a casa pq el crio no entra a comer a la hora. En las clases con 47 me hubiera gustado verlos.
Los padres q estamos tan obsesionados con pijerías que perdemos el contacto con la realidad y es que el colegio cada vez influye menos en la identidad de los chicos. Pago,les enseñas algo,les examinas, les das de comer, tu a tu casa, yo a la mía y como está mal visto puntuar, ya vendrá el numero clausus liberal de la vida y la suerte para abrir o cerrar puertas.
A mi me da rabia pq yo fui muy feliz en mi cole, pero habrá q asumir q son otros tiempos. Y la complejidad y la desidia está convirtiendo lamentablemente a la escuela en irrelevante un poco por culpa de todos.
Sin mas
Abrazos apretujaos.

Di Vagando dijo...

Yo comparto contigo la sima abisal con mis excompas -cole concertado de monjas-, con las q no tengo nada en común. Estoy en contacto con alguna, q me insiste en meterme en su grupo de wa o en la cena de navidades y me niego. Supongo q nuestro old Txelos (aka "el chico de la consuelo", holi!) tiene más cosas en común con el genérico ex-alumno de su cole (aparte de esta tontuna de la escritura y los blogs a las 3 am).

Sobre coles de hijas, tb he contado mi desconexión con las madres (aparte de un par) del cole de primaria (motivadas q hornean para charity). En la secundaria, es mucho más fácil descolgarte y no conozco casi a nadie. Claro q no me veo integrada tampoco: he contado q al curso de Mini va el nieto de Paul McCartney? Te me imaginas en una cocktail party de Stella? No tendría nada q ponerme!

Por último: hay q vivir cerca del cole, por todo lo q has dicho. Ah, no, Stella no vive en mi barrio...

hugs

di

Myriam González Gil dijo...

Mis hijos van al mismo colegio al que yo fui,y que por lo que he visto en tus fotos es el mismo al que han ido tus hijas. Hay un par de colegios más en la misma zona, también religiosos o no no religiosos pero con ideas similares. Yo querían que fuesen al cole al que van, no porque yo sea una persona religiosa, que no lo soy; soy atea convencida, ni agnóstica ni nada, atea. Sin embargo, quería que fuesen a un colegio donde recibieran educación religiosa, que estuvieran expuestos a ella, porque creo que es parte del entorno cultual que nos rodea en este país nuestro. En casa siempre hemos hablado claramente de esto y contraponemos visiones porque eso es lo buscamos. Mis hijos están bautizados, han hecho la comunión y lo hemos vivido como una celebración familiar y una tradición.

Yo nunca he sentido una vinculación especial con el colegio, ni cuando yo iba ni ahora. Me maravilla ver a esos padres entregados a todas las actividades que organiza el cole, porque yo no tengo el mínimo interés; esto, en realidad, es porque yo soy así, nunca he sido una persona especialmente entusiasta ni efusiva. No soy Bartleby, pero no me van esas entregas de alma, ni siquiera en el trabajo: no puedo con esa entrega corporativa que nos rodea.

En definitiva, después de este rollo, que te entiendo y comparto prácticamente todo lo que dices. Lo de las amistades que se caen por el camino es una verdad como un templo y hay que asumirlo.

Un abrazo desde Tenerife.

Anónimo dijo...

Hola!
Llevo mucho sin leerte, asi que me he puesto un poquito al dia, y tras este último post veo que todo va como esperaba: me gusta como escribes, me maravilla que saques un tema de las cosas de diario, o no, en las que muchos pensamos pero que no somos capaces de articular un post, sigo coincidiendo en muuuuuuchas de tus apreciaciones, y veo que sigue goteando un poquito el colmillo, eso está bien.
Que pena que no creas en Dios Moli, creo que es lo único que te falta para alcanzar la felicidad/libertad que ansías (que todos ansiamos).
Te mando un abrazo,

Anónimo dijo...

"qué pena que tú creas en Dios", podría decir alguien al anónimo de arriba.

Anónimo dijo...

Claro, perfectamente podría!!! y no sería la primera vez, ni la última!!! (soy el anónimo de arriba) :-)