En febrero leí poquísimo. No tuve tiempo y caía derrengada cada noche, dando cabezadas con el libro entre las manos hasta que el dolor de hombro me despertaba y apagaba la luz. Este post va a ser corto y poco satisfactorio, casi de trámite.
A principios de febrero y tras más de dos semanas de lecturas terminé, en diagonal, El Imperio del dolor de mi querido Patrick Radden Keefe. Vamos a hacerlo rápido: no lo leáis. Es un libro precipitado y que se ha escrito con poca destilación. Las doscientas primeras páginas son magníficas, con el preciso estilo del periodista americano capaz de hacer de la no ficción una historia apasionante que te arrastre. El resto es repetición, acumulación de detalles nimios que no aportan nada y que ya se han contado. Es un libro fallido al que le han faltado unos meses de edición y repaso. Quizás así hubiera podido ser tan magnífico como su anterior trabajo, No digas nada, sobre los troubles en Irlanda del Norte y que os recomiendo leer mañana mismo. De este podéis pasar olímpicamente.
El día que lloré en la calle compré, en la Cuesta Moyano, Caperucita en Manhattan de Carmen Martín Gaite. Tenía muchísimas ganas de leerlo. Me encanta Martín Gaite pero esta novela se me atragantó a partir de la mitad. No sé porqué no caí en su momento en que, con ese título, obviamente iba a tener alguna relación con el cuento. Ni lo pensé la verdad, pensé que era una licencia poética, una metáfora, que la protagonista tendría un abrigo rojo con algún significado.
La primera parte, más costumbrista, con la descripción de la vida de Sara, su familia, la relación con su abuela, el barrio, los viajes en metro, el pasado misterioso de su abuela, me entretuvo bastante y lo disfruté pero cuando aparece el hada madrina, el Sr. Wolf, la búsqueda de la tarta perfecta, etc. dejó de interesarme he aburrí hasta el final.
«Para vivir...Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los míos un vaso de vino o un trozo de pan, acordarse con orgullo de la lección de los muertos, no permitir que nos humillen o nos engañen, no contestar que si ni que no sin haber contado antes hasta cien como hacia el Pato Donald. Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar...y vivir es reírse».
Diez lunas blancas de Phil Camino también lo compré en la Cuesta Moyano pero otro día. A Phil la conocí cuando montó la librería Los editores y sabía de este libro que había escrito sobre sus hijos y, en particular, sobre la muerte de su hija Jimena a los pocos días de nacer. Es una obra breve, noventa y cinco páginas, sobre el hecho de ser madre, de tener hijos, y aunque la muerte de Jimena es el eje y probablemente el motivo del libro, no es eso lo que Phil quiere contarnos. Si tienes hijos solo imaginarte el dolor de perder a uno de ellos es terrorífico, si no los tienes ni si quiera puedes llegar a imaginártelo. Phil lo cuente pero sin adentrarse en ese dolor porque le asusta y lo entiendo. Lo mejor del libro son sus reflexiones sobre el hecho de tener hijos que comparto casi siempre, (otras no porque la parte más mística y espiritual no va conmigo).
En instagram puse un fragmento que me gustó mucho y aquí dejo este para que todos pensemos en él.
«Hijos, no sé qué recordaréis de mi. Pero sabed que también fui niña».
Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de marzo.
4 comentarios:
De pequeña leí "Caperucita en Manhattan" y me encantó, aunque no recuerdo casi nada. Supongo que en ese momento, leer un libro de mayores era ya una hazaña, comparado con el nivel de alguna literatura juvenil.
Te escribo desde el otro lado del océano. Me encantan tus reflexiones, tus notas y tus tweets. Gracias.
Vaya que pena que no le pillaras la gracia,
con lo que me gustó a mi caperucita en manhatan
Bss
" Si tienes hijos solo imaginarte el dolor de perder a uno de ellos es terrorífico, si no los tienes ni si quiera puedes llegar a imaginártelo."
Es algo que no comparto. Como si los hijos fueran un absoluto. Como si la pérdida de los padres lo fuera (y no, no lo es, no para todo el mundo la pérdida de los padres supone lo mismo).
Pero si nunca has tenido hijos nunca podrás imaginar lo que es esa pérdida. Eso oímos los sinhijos. Y lo oímos de gente que afortunadamente nunca tendrá que pasar por ello. A la que la simple idea les aterroriza tanto -normal- que cuando pasa por su cabeza de puntillas la echan a escobazos. Ellos sí pueden imaginarlo, y tú, sinhijos, no puedes, aunque vivas en un asiento de primera fila de esa pérdida, y la escena de Al Pacino en el padrino III no te impresione porque sabes que es tan auténtica como las quimioterapias de cualquier película.
Todos los padres pueden imaginarlo, y tú no.
Espero no haber sonado tosco o malhumorado. Tampoco es una crítica. Simplemente quería dejar mi opinión sobre este tema.
Un descerebrado más
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