Nadie dice que no a un sugus, lo tengo comprobado. Son el caramelo perfecto. ¿Los hay mejores? Probablemente. ¿Más ricos? A lo mejor. ¿Más simpáticos? No. Los sugus son los caramelos más simpáticos del mundo y nadie, nunca, dice que no cuando le ofreces. Es más, la gente sonríe cuando dice «¡Anda, sugus!»
«Escribe algo de sugus» me han dicho esta mañana mis compañeros. A ellos les hice ayer una lluvia de sugus por encima de sus mesas de trabajo para celebrar el nacimiento del nuevo daily del País en el que llevamos trabajando meses. Me levanté pensando en comprarles unos pasteles, luego cambié de idea y decidí que mejor sandwiches, que el salado entra mejor a las 12 de la mañana entre grabación y grabación, entre llamadas y correcciones de guión. De camino al metro pasé por delante de una de esas tiendas de variantes que tienen de todo, desde pipas a tortas de Alcazar de San Juan sin azucar y dije: mejor sugus. Entré en la tienda y ahí estaban, entre todos esos cubículos de caramelos, frutos secos, fruta deshidratada, brillando con sus colores que son inconfundibles.
Naranja, limón, piña, fresa y frambuesa.
Los sugus. Brujuleando en internet he aprendido que en otros países hay sugus verdes y que el envoltorio mide 6,3 por 4,5. He recordado que, antes, cuando yo era pequeña o joven, debajo del papel de colores había una banda blanca rectangular que envolvía el caramelo para que no se pegara al envoltorio de fuera. Ya no está y no me había dado cuenta. Aprendo también que los sugus se crearon en los años treinta pero que se hicieron muy famosos a partir de los años 50, después de la II Guerra Mundial. Su origen es una mezcla de cosas: los suizos de Suchard querían hacer otra golosina diferente y encontraron en Cracovia un caramelo blando que se podía morder o chupar y que tenía una receta inglesa. Esta historia me encanta, me imagino al señor Suchard y sus ayudantes, todos muy serios, muy bien vestidos recorriendo Europa buscando la golosina perfecta, esa que volviera locos a los niños y a sus padres. Los imagino saltando de ciudad y ciudad, caminando con los brazos a la espalda, probando caramelos, chucherías y dulces a cual más decepcionante, más pegajoso, más insulso y llegando a Cracovia y descubriendo casi por casualidad el caramelo perfecto. La parte en que en Polonia hacían caramelos con una receta inglesa, obviamente, viene de una cocinera inglesa que se trajeron unos nobles polacos generaciones atrás y que los polacos adoptaron. Que en España se fabricaran en San Sebastián es el colofón perfecto. ¿Hay algo que pegue más que suizos ricos, aristócratas polacos con cocineras inglesas y San Sebastián? Lo dudo.
Cuando los cumpleaños en el colegio no estaban, todavía, mediatizados por madres y padres histéricos con el azúcar, las calorías y mantener a sus hijos a salvo del diabólico mundo de la felicidad de las chuches, era maravilloso sentirte como un rey con tu bolsa para repartir. Varias generaciones de españoles asociamos los sugus a ese momento tan especial, a esa sensación de felicidad que sentías el día que entrabas en la clase con tu bolsa de sugus para repartir, porque los sugus, al contrario que muchos otros dulces, provocan ese deseo de repartir. Nadie quiere comerse treinta sugus, todos queremos repartirlos, que todos los que están a nuestro alrededor coman sugus con nosotros.
Los sugus no huelen a nada y huelen a colegio, a zapatos sucios, a quitarles el papel con cuidado, a metértelos en la boca pensando que, esta vez, no vas a masticarlo, vas a dejar que se ablande y saborear ese regusto ficticio a frutas completamente artificial que te encanta. Los sugus saben todos iguales pero yo prefiero los de limón, otros los de naranja y los especiales los de piña. Los sugus no son molones pero no pasan de moda. Son reconocibles, son una apuesta segura, son como volver a casa cuando tenías ocho años sabiendo que tu madre estaría en casa y que todo lo que iba a pasar el resto de la tarde a lo mejor era aburrido pero era seguro, con esa seguridad de rutina que se pierde cuando te haces mayor. Los sugus aguantan muchísimo, no tienen fecha de caducidad y cuando se ponen duros es cuestión de ser paciente, de tenerlos en la boca, mucho tiempo, hasta que se ablanden muy poco a poco, como un recuerdo doloroso que crees que no vas a poder soportar y que, a base de sobarlo y sobarlo...acaba deshaciéndose.
Los sugus son de colores, son caramelos de ser feliz. Son supervivientes, viven aparte de las modas. No manchan, no pringan, no se pegan y todos, absolutamente, todos tenemos un sabor favorito.
Salid a comprar sugus que, por cierto, son perfectos para los caminitos de chuches.
9 comentarios:
Me ha encantado. Creía que los Sugus de Suchard ya no existían. Como Suchard se marchó de Donosti hace tiempo...
Maravilloso, Moli.
En efecto,me has hecho retroceder al colegio el día de mi cumpleaños con la bolsa de los caramelos para repartir,muchas de las veces eran Sugus,otras eran unos caramelos que iban de dos en dos,de naranja y de limón...😊
Y tengo en la mesa un bote de cristal con Sugus,porque mola mucho y ya me he comido uno de piña para celebrarlo.
Me ha recordado cuando era pequeña y mi madre me enviaba a la tienda, Benita, la tendera, me regalaba un Sugus diciendo: "Toma niña, un Suguitos"... la tienda ya no existe y Benita ha muerto, pero el recuerdo sigue ahí
Ay Moli, se me olvidaba todo lo que molas vuelve la mejor Moli. Me has dado la vida con este post.
Yo forré una carpeta del cole con las envolturas multicolor de los Sugus, ¡era una pasada!
Me ha encantado lo escribes, qué de recuerdos... ¡Muchas gracias!
Sugus es mi abuela, que no daba ni la hora pero tenía siempre un Sugus si te portabas bién al visitarla. En el cole sólo los mas pudientes repartían Sugus... yo repartía caramelos normales pero a cambio, repartía un kilo entero.
Y además del Sugus, nos une eso, que repartíamos caramelos en el colegio y celebrábamos cada cumpleaños sencillamente.
gracias por recordar
Qué recuerdos,al lado de casa de mis padres había un almacén de Sugus donde te regalaban unas ramitas metálicas qué croaban al apretarlas,hace mil años.Gracias
a mi madre le encantaban los caramelos sugus
Publicar un comentario