domingo, 27 de febrero de 2022

De persecuciones y rendiciones

El otro día, ese que algunos comentaristas llamaron un día de furia, hablaba de perseguir a gente por temas laborales o perseguir a mis hijas para que hagan determinadas cosas. Dándole vueltas a esto he pensado que perseguir es agotador y no sirve para nada pero, como casi todo en la vida, a esa sabiduría suprema se llega con la edad. Bueno, con la edad y con la experiencia acumulada de cientos o miles de persecuciones que te dejaron exhausta, jadeando, sin haber conseguido nada y sintiéndote como una completa mema. 

«Quien la sigue, la consigue». Hace muchísimos años y estará por ahí, en algún lugar del blog, conté la historia de una compañera de colegio a la que el hermano de otra compañera había perseguido durante años, a pico y pala, hasta que, contra todo pronóstico, acabaron siendo novios, casándose y teniendo dos hijos. «Persigue tus sueños» es otra frase que está en todas partes, empezó en Hollywood o en una campaña publicitaria y, ahora, nuestra vida está empapada de esa idea. ¿Quieres cambiar de trabajo? Persíguelo. ¿Quieres cambiar de hábitos? Persíguelo. ¿Quieres que tu hogar sea diferente? Persíguelo. 

Ten una meta

Haz un plan

Persigue 

Insite

No te rindas

Persigue

Persigue 

Persigue

Cuando era niña perseguía cosas. A nuestra perra, Dunia, cuando se escapaba, a mis hermanos por el jardín para pegarles (nadie habla de la persecución para vengarse, que curiosamente es la que genera más fuerza de voluntad), perseguía a mi madre pidiéndole cosas, suplicándole que me comprara un jersey determinado o me dejara llegar un poco más tarde. En el colegio perseguía ser del grupo de las populares o a quien tenía el mejor bocadillo, en el recreo, para que me diera un poco. Perseguí chicos, claro. De manera patética, claro. Cuando no había móviles ni redes sociales, había que perseguir al chico que te gustaba, haciéndote la encontradiza o espiándole. Como todos, he perseguido para que me quisieran y también, con la estúpida idea, de que si insistía lo suficiente, si perseguía ese anhelo lo suficiente, alguien, un determinado alguien, se enamoraría de mí o me daría lo que yo esperaba, necesitaba de una relación. 

¿Estoy abogando por ser una ameba o un corcho que flote en la vida sin propósito y sin un plan? No, PERO, hay que saber lo que hay que perseguir y lo que no. Y de lo que hay que perseguir hay que saber cuando hacer un Forrest Gump, pararse y ver lo que sea que has estado intentando alcanzar perderse en el horizonte. Hay que, incluso, aprender a pararse y ni siquiera mirar cómo se aleja ese lo que sea, hay que darse la vuelta y alejarse en sentido contrario. Las persecuciones molan en las pelis, en los libros, en algunos retos deportivos y, muy pocas veces, en la vida. Las persecuciones, la mayoría de las veces, acaban solo en cansancio, en amargura, en agotamiento, en energía gastada en intentar limar ese sentimiento tan desagradable que uno tiene cuando se da cuenta de que ha estado haciendo el gilipollas a conciencia.

Perseguir algo o alguien genera muchísima frustración porque nos han hecho creer que el éxito de la persecución depende de nuestro esfuerzo, de nuestra constancia, de nuestro interés y voluntad y no es así. Cuando persigues algo, ese algo tiene que, para empezar, estar a tu alcance. «Aspira al máximo» es una frase a la que jamás hay que hacer caso. «Aspira a algo realista y cuando lo alcances, si lo alcanzas, ya te plantearás algo más» es un consejo más sano y más inteligente. Perseguir hasta conseguir va más allá de tu voluntad, depende mucho del otro, de su resistencia a tu interés o de lo cansino que seas. ¿El caso de la pareja que he contado al principio? Él no la consiguió por perseguirla, la consiguió porque ella lo decidió así.  Si lo que persigues es un objetivo laboral, económico o de cualquier otro tipo, ten en mente que depende muchísimo de la suerte y de que los planetas y las voluntades de otros muchos se alineen como deben. Hay que perseguir lo justo y, a ser posible, con objetivos mínimos, rozando lo minúsculo, lo imperceptible. Cosas como «voy a intentar acostarme todos los días a las diez» o «voy a escribir dos páginas cada día y tirar los tuppers sin tapa». Algo así. 

Y no hay que perseguir personas, jamás. Solo en el ámbito laboral, por obligación y durante un tiempo limitado, hasta que veas que esa persecución te está costando la vida. En ese caso, ríndete. 

Un último consejo, suspende todas las persecuciones menos la de tus hijos. Esa es una carrera a largo plazo. Tus hijos jamás van a cerrar la puerta del baño, recoger su ropa sucia, levantarse a poner la mesa o a recogerla, etc la primera vez que se lo dices, ni la vez doscientos treinta y tres ni la setecientos cuarenta. La capacidad de tus hijos para resistirse a tu persecución es casi casi infinita. Aguanta. A veces se logra. 

Para todo lo demás:

Piensa que quieres.

Mira lo lejos que esta

Valora cuanto esfuerzo tendrías que hacer y cuánta suerte tendrías que tener

Vuelve a pensarlo

Vuelve a pensarlo

Vuelve a pensarlo

Déjalo para mañana o para el mes que viene o el año siguiente. Quién sabe, a lo mejor se acerca solo. 

3 comentarios:

Dani dijo...

«Aspira a algo realista y cuando lo alcances, si lo alcanzas, ya te plantearás algo más» Que gran consejo. Me gustan las frases motivacionales, pero también me hacen sentir mal, porque justamente pienso que quiero cosas por las cuales nunca me esfuerzo lo suficiente. A veces ni me esfuerzo, solo pienso en que quiero esforzarme y nunca lo hago y eso es aún peor.

Eva Mª. Serra dijo...

Qué lucidez!! Me ha encantado, eres magnífica!!

Cristina dijo...

Me gustan mucho mucho tus reflexiones, muchas veces(no todas!)me siento reflejada.Eso me hace sentir un poco mas normal!
Gracias!