Suena Our last summer todo el día en mi cabeza. No puedo dejar de tararearle desde que a la seis y media suena el despertador. No me gusta madrugar ni siquiera para irme de vacaciones. Me levanto y me siento como deben de sentirse los móviles cuando les queda un cincuenta por ciento de batería, con miedo a no ser capaz de llegar al final del día. En la cola del embarque jugamos a inventarnos la vida de los demás pasajeros, a dónde van los que esperan cola en los mostradores de facturación, ¿van o vienen? Pasa una típica familia, la madre, el padre y los dos hijos. Los chavales son de él seguro. Esos tres pares de vigorosas cejas aseguran un vínculo genético más que cualquier prueba de ADN. ¿Imaginará algo la gente sobre nosotros? Seguro que aplicarán el principio de la navaja de Ockham: la explicación más sencilla es la más probable y no saben que se equivocan. Quizás sea porque hemos convertido la respuesta más sencilla, un hombre y una mujer que son amigos, en algo difícil de creer y la respuesta más compleja, ser una pareja, en la más creíble y aceptada por la sociedad.
7B, 19E, 23B, 27E. Los golfos aparadores de Ryanair nos han sentado como si estuvieran jugando a Hundir la flota con nosotros. Durante el vuelo terminó de leer Instrumental de James Rhodes y, después, leo sobre la adicción a los cigarrillos electrónicos entre los jóvenes adolescentes americanos. Es tal el vicio que de una marca de esos cigarrillos, Jul, ha derivado un verbo "julear" para denominar el hecho de usar esos cigarrillos electrónicos que proporcionan un chute de nicotina con diferentes sabores. Julear se considera algo de jóvenes, y alguien que use esos cigarrillos con veinticinco años se ve raro a pesar de que se crearon precisamente para eso, para que los fumadores ya adultos los usaran como alternativa al tabaco.
El piloto deja caer el avión en la pista y ya estoy en Fuerteventura. Nunca había visto un paisaje así, parece otro mundo. Miramos en internet y cien mil personas viven en esta isla. Me parece muchísima gente. Vemos dos cabras. Comemos queso majorero y hacemos la compra. Recorremos una pista de arena entre antiguas coladas de lava y cuando paramos en mitad de la nada parecemos los protagonistas de uno de esos anuncios de ¿te gusta conducir? cuando llegan al fin del mundo y están solos.
Terminamos el día contemplando la puesta de sol desde una playa desierta en la que un tal LIAM debió pasar horas acarreando piedras negras para escribir su nombre en la arena. Les cuento a las niñas la historia del rayo verde. Me pregunto si mi yo de doce años se habrá emocionado al darse cuenta de que recuerdo aquel volumen de Novelas ilustradas de Bruguera en el que leí por primera vez esa historia de Verne. ¿Y si escribo 500 palabras por cada día de este viaje? Puede que lo haga. O no.
4 comentarios:
Fuerteventura es el sitio donde más claramente he sentido una conexión entre la tierra que pido y yo... este verano vuelvo. Espero que lo disfrutes y sientas cosas potentes!
Lo de los asientos del avión lo he sufrido. Buenísimo lo del juego de barcos.
Quinientas al día; ma comprometo a leerlas!!!;)
Lo que estoy disfrutando con los cómics de los libros encadenados, gracias.
Anónima Nati
¡La historia del rayo verde de Berne!
Yo también lo leí en esas novelas ilustradas.
Viejuna soy.
Disfruta de esa tierra maravillosa.
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