martes, 24 de julio de 2018

Fuerteventura: la arena y las piedras.


Caminamos por las dunas. Lawrence de Arabia, Dune, los moradores de las arenas. Todas las referencias culturales que se nos ocurren y, una vez más, la historia de cuando mi madre, en el viaje de paso del ecuador en su carrera de Geológicas, viajó al Sáhara. Las noches heladoras, el té hirviendo, las risas al rodar por las dunas y los ataques de nervios cuando se dieron cuenta de que subir no era tan fácil. Vuelvo a contarles esa historia a las niñas. 

«En la zona occidental de Texas el cielo es más extenso que en otros sitios. Ni colinas, ni árboles en el horizonte. Los únicos accidentes son las gasolineras que se ven de vez en cuando, raras veces. No me entra en la cabeza cómo es posible que los colonos que se dirigían al oeste decidieran seguir avanzando frente a tanto vacío. El paisaje es inexistente, y el cielo lo ocupa todo» (El club de los mentirosos, Mary Karr) 

Leo a Mary Karr tumbada dentro de uno de los refugios de piedras que hemos encontrado vacío. Un corralito. Me pregunto quién o qué se dedica a montar estos círculos de piedras negras volcánicas para tratar de conseguir un abrigo frente al viento. Probablemente cuando la isla se enfade y nos eche a todos, estos abrigos quedarán en pie y se irán cubriendo poco a poco de arena. Quizás dentro de mil años alguien los descubra y se rompa la cabeza pensando para qué se utilizaban. Si Instagram y los archivos fotográficos digitales han sido también barridos por la arena dudo mucho que se le ocurra que esos abrigos se usaban para tomar el sol sin ser aguijoneado por finos granos de arena. Ese alguien podría sentirse como Charlton Heston en El Planeta de los Simios y de hecho esta parte de la costa se parece bastante a la playa dela película. 

Majanicho. Llamarlo pueblo es claramente demasiado ambicioso, incluso aldea lo sería. Majanicho no tiene más de veinte construcciones: pequeñas, blancas, con ventanas verdes o azules, desordenadas, con pinta de estar a punto de desaparecer, de ser engullidas por el mar, por la arena o por el salitre. ¿Quién decidió instalarse aquí? 

La carretera que nos lleva a casa es una recta que corta por la mitad una inmensa extensión de piedras negras y hostiles. La carretera parece el único lugar seguro, como en Un hombre lobo americano en Londres, si nos saliéramos de ella, estaríamos en peligro. Los volcanes dormidos nos atacarían. De vez en cuando vislumbramos muretes de piedras, construidos con las mismas rocas volcánicas que los abrigos de las playas, en medio de las laderas volcánicas o en mitad de la nada. ¿Qué delimitan? ¿Quién los construyó? ¿Para qué? Esta isla es un misterio. 

Llegamos a tiempo de ver la puesta de sol y recuerdo a Karr. ¿Qué llevó a alguien a quedarse a vivir en Fuerteventura? ¿Qué fue lo que le atrajo? ¿Por qué se quedó en esta desolación hostil que solo quiere borrarnos? 

2 comentarios:

Cecilia dijo...

Quizás elegimos entornos hostiles que nos protegen de otros entornos hostiles de los que huimos. Pero suelen servir de poco.
Gracias por tu descripción, a mi me ha llevado lejos y he pensado en un atardecer diferente.

Anónimo dijo...

Porque vives dónde vives amigo? Vaya tonterías dices, no vuelvas más por favor.