Paso por delante cargada con las bolsas del fin de semana y una punzada de nostalgia profunda y certera me atraviesa. No es la primera vez que lo veo, he pasado mil veces por delante pero hoy, hoy es domingo, es la hora a la que solíamos venir aquí para terminar el fin de semana. Me paro y miro los colores dar vueltas iluminando la noche en este trocito de calle. La taza que gira, el coche de policía, el jeep, la moto, el león y, por supuesto, los caballitos. Casi espero vernos, a nosotros, esperando a que las niñas acaben los tres viajes que les dejábamos cada tarde de domingo.
¡Qué jóvenes éramos y qué mayores nos sentíamos! Éramos jóvenes comparados con los padres de ahora, teníamos treinta y pocos y dos niñas y una casa con una hipoteca que pagaremos hasta que nos jubilemos. Recuerdo el día que en el pasillo de nuestra nueva casa, a punto de terminar la reforma, me dijiste «Ana, ven, mira». Mirabas el pasillo embelesado y yo pensé que estabas loco, «¿Qué miras?» «Mira lo focos, ¿ha quedado bien, eh? Y es nuestra casa» Éramos jóvenes y nos sentíamos muy adultos, muy mayores, con la vida hecha. Cada domingo por la tarde, en invierno, cuando no habíamos ido a pasar el fin de semana fuera, salíamos al tiovivo. Ese paseo, atravesando las calles de chalets al lado de casa, era la manera de dar por finalizada la tarde, de hacerles ver a las niñas que cuando volviéramos tocaba baño, cena, cuento y a dormir.
Al principio, cuando eran muy pequeñas subíamos con ellas, uno con cada una. Nos mareábamos y nos reíamos. Después, podían subir solas y tú y yo nos sentábamos y las saludábamos a cada vuelta, las seguíamos con la vista. Una vuelta y otra vuelta y otra vuelta y una más, y en todas les sonreíamos y ellas a nosotros. Hasta que no nos curtimos en mil y un tiovivos y ferias no aprendimos a valorar la ausencia de música en el nuestro. Ni chunda chunda, ni grandes éxitos, solo el sonido de los engranajes girando y girando. Y sus sonrisas.
¿Éramos felices? Unos días sí y otros días no. En algún momento, no recuerdo cuando, no nos dimos cuenta, dejamos de ir al tiovivo, las niñas empezaron a ducharse solas y nos hicimos mayores de verdad. Descubrimos que la vida no era como la habíamos pensado mirando en aquel pasillo.
Hoy me hubiera gustado viajar en el tiempo y decirnos a nosotros mismos, sentados saludando a nuestras hijas vuelta tras vuelta, que vamos a estar bien aunque no será como creemos. Me hubiera gustado susurrarnos que dentro de diez años seguiremos teniendo dos hijas y compartiendo un pasillo. Y que unos días somos felices y otros no.
16 comentarios:
Qué chulo, Moli. Muy muy chulo.
C
Me ha encantado.
Formidable, desde luego. Me has dejado hecho mierda, pero eso es otro asunto ;)
Yo también me he quedado bien jodida... qué diferente es la vida de como la habíamos imaginado, y qué bonita también de esta otra manera.
Los domingos nostálgicos y fríos de noviembre los carga el diablo.
Pero este ha resultado ser un recuerdo bonito y fuerte.
Dios mío, ¿qué bonito! Me ha encantado
Eva M
Como siempre dando en el clavo...
Puf!! Cuánta melancolía en tan pocas líneas!! Me has llegado a las tripas.
Saludos.
he llorado... !!
Ufff! Vivamos
Te leo desde hace mucho, he perdido la cuenta. Me gusta leerte y muchas veces ne siento identificada con tus escritos. Hoy me has tocado el corazón. Hay días que somos felices, otros no y entre medias la vida. Que es tan bonita que se merece vivir muy intensamente.
Fui anónima y descerebrada. Hoy soy yo.
Gracias Ana por tantos buenos ratos.
Un fuerte abrazo.
Me ha gustado mucho. El detalle costumbrista de las bolsas para el fin de semana, muy logrado. Es revelador este post. Gracias.
Pues yo también he llorado y me dejas hecha ciscos
Hola Molinos , es precioso. Muchas gracias!
Me sorprende con que preciosura expresas las cosas que siento sin conocernos...
Voy a secarme los lagrimones....
Bendito teletrabajo, que me permite llorar leyéndote sin que nadie lo sepa.
Nadie más que tú.
Un abrazo, Moli. Gracias.
Pe
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