lunes, 5 de marzo de 2018

Despelleje Oscars 2018

Ayer fueron los Oscars. Las buenas noticias son que no han ido todas de negro. Las malas que tampoco han ido en vaqueros y camiseta. Hemos vuelto a lo de siempre, las reivindicaciones han pasado a la historia y no me parece ni bien ni mal. Los Oscars son los que son, un escaparate para lucirse, sonreír y si ganas algo llorar mucho de emoción falsa o verdadera.

En un intenso trabajo de documentación, que jamás me agradeceréis lo suficiente,  he repasado doscientas veinte fotos y os traigo tres conclusiones: brillis, tirante fino y pelo lamido. Let´s go.

Nada como llegar a una fiesta y que te reciban con entusiasmo, alegría y en equilibro sobre unos zapatos imposibles.  Ves a Saoirse Ronan y piensas «su madre la ha obligado a ir. Le ha dicho: ve que tienes que salir de casa y hacer amigos» y claramente Saoirse (que, por otro lado, está pensando en como decirle a su madre que se quiere cambiar el nombre) se lo está pasando pirata en la fiesta.

A Betty Gabriel también la ha mandado su madre a la fiesta pero la ha tenido dos semanas practicando como entrar con naturalidad y seguridad en la alfombra roja. Le han faltado otras dos semanas de práctica  porque a mí me parece una grulla intentando llamar la atención entre una bandada de pinguinos. «mira como molo y doy zancadas largas»

Tiffany Haddish va de apropiación cultural, de mezcla de civilizaciones. Lleva una túnica parecidísima a la que lleva Meryl Streep en The Post con unos añadidos a los Black Panther. El conjunto es como de fiesta de disfraces, «¿de qué vas?» «De egipcio antiguo». 

En hombres que saben llevar traje, y contra todo pronóstico, tenemos a Kobe Bryant. 

Fijaos bien en los tirantes finos porque la mayoría de las veces son superfluos, es decir, no sujetan nada, son adorno. ¿Por qué han vuelto los tirantes finos? ¿Hemos terminado con el reinado del escote "sureño palabra de honor"? Tenemos a Jennifer Lawrence  va de brillis, tirante fino y pelo frito, con un rollo «yo aquí he venido por la barra libre». Gal Gadot también de tirante fino y pelo frito pero con cara de «yo no bebo y no me enrollo con nadie hasta la tercera cita» o «hasta que me case» o «hasta que me case y haya decorado el cuarto de los niños que se llamarán Andrea y Billy» 

Timothée y Daniel van hechos unos espantapájaros pero estoy muy a favor de que sepan llevar lo que llevan y, sobre todo, que parezcan cómodos. Eso sí, he descubierto que los botines de Timothée me encantan. El pobre Luca, sin embargo, no sabe donde meterse. Quizás sería buena idea emparejarlo con Saoirse... harían buena pareja, en una esquina, sin molestar. «Hola, ¿tú quién eres? y ¿Por qué llevas esa araña tan extraña? A mí me ha obligado mi madre a venir»

Nicole es la versión tres mil de la buena de Saoirse. ¿Os acordáis cuando iba con Tom a los saraos, le corría sangre por las venas y no era una estatua? Pues ahora ya va sola, es una cariátide paseando por la alfombra roja y elige siempre vestidos inexplicables. ¿Ese lazo por qué, Nicole?  De azul va también Jennifer Garner y me gusta todo porque tiene pinta de tener la edad que tiene.

Emma Stone lleva el look más parecido a "algo cómodo" que se ha visto nunca en los Oscars. Me desconcierta el lazo fucsia (por eso no trabajo en una revista de moda) y no entiendo lo de no llevar camisa debajo y tener que estar preocupándote de que no se te descontrole una teta pero en fin, lleva bolsillos.

Ni una fiesta sin su limpiaflautas y Mira Sorvino no puede con la vida, uno no sabe lo que pesa un visillo sucio hasta que lo descuelga.

Con Emily Blunt tenemos que hacer algo. Organicemos una "intervención" y hablemos con ella muy seriamente. No podemos consentir que la actriz que va a mancillar a Mary Poppins en una nueva versión totalmente innecesaria de la mejor película de la historia nos lleve estas pintas del demonio. EMILY ¿Qué llevas puesto? ¿Qué es eso? ¿No tienes espejos en casa? ¿Un ventanal en tu cocina open concept en el que te hayas visto reflejada aunque sea fugazmente? Te estas drogando ¿verdad? ¿Tienen a tus hijos secuestrados y te han exigido ponerte eso para devolvértelos? ¿Te estás quedando ciega? ¿Tu hermana se cree diseñadora? Emily, por dios, dame una explicación.  

Danai y Lupita. Lupita va muy a lo Donna Summer en los 80, brillis de bola de disco a todo tren pero con el pelo lamido y Danai va calcadita a Saoirse solo que ella tiene pinta de tener el culo pelado de ir a fiestas y nos mira con cara de «yo sé dónde se cuece lo bueno y, además, todavía me creo que estoy en la peli y como me calientes te doy dos leches ». 

En una sola foto: el hombre al que se la bufa como le quede el traje, el hombre que sabe llevar traje y el traje embutido en un hombre. Aquí tenemos a Tom Holland que está en otra categoria, la de hombre al que le han elegido el traje, el más feo de la tienda. 

William Dafoe, no le estamos haciendo el caso que se merece. Y está mejorando con la edad. En vez de envejecer hacia señora mayor, como tantos otros, está envejeciendo hacia Viggo Mortensen y eso es siempre bien.

Los botines de Timothée me siguen flipando y también lo contento que está. Armie, sin embargo, está descubriendo que efectivamente el terciopelo granate no era una buena idea. NI tampoco en pajarita, Matthew.  De hecho el único uso del terciopelo granate que tiene sentido es.... no se me ocurre ninguno.

Sandra de brillis y lamidos. He observado que las actrices de Hollywood evolucionan hacia máscaras sin expresión como Sandra o Ashley ¿Os acordáis cuando parecía natural? o hacia diosas con cara de «me la sopla todo y estoy divina de la muerte» como Laura Dern que además de llevar un vestido precioso, sencillo y apto con el movimiento del cuerpo tiene las arrugas de expresión que hay que tener cuando has vivido. Jane se ha operado todo y más pero es una DIOSA y con sus 80 palos es la única que he visto que llevaba un pin político. 

No sé porqué han obligado a Sally Hawkins a ir a la fiesta. Es obvio que ella quería quedarse en casa en bata y pantuflas. Podía haber invitado a su sofá a Margot que tampoco tenía muchas ganas de ir.

Drapéame otra vez, drapéame otra vez, que en tus manos yo sea una cosa envuelta en tela marrón, drapéame otra vez.

Abullóname otra vez, abullóname otra vez, que en tus manos yo sea una bola envuelta en rosa y azul.   Mira Andra, si vas a ir de flores y dando el cante... aprende de Whoopi.  

Lin-Manuel Miranda salió la noche antes "a dar una vuelta" y se le fue de las manos. A lo mejor salió con Caleb

Gary Oldman y su mujer de Chin-Chin Afflilou. 

St. Vincent de siseñor con las patas de alambre y un canta mañanas con los zapatos sucios.

Salma, Salma, Salma. Yo te agradezco el homenaje a las diosas minoicas pero creo que en Hollywood no han pillado la referencia cultureta. No sé si Rita Hayek es tu hermana pero su referencia cultureta al expresionismo abstracto tampoco le ha salido bien.

Elizabeth Moss con pin político pero equivocándose en el modelo como siempre. Empiezo a sospechar que lo hace a propósito.

Helen Mirren otra diosa, yo quiero dejarme el pelo como ella. Y Rita Moreno, por favor, todos en pie.

Vamos con las diosas de rojo:  Christine Lahti , Allison Janney que además del vestidazo lleva bolso. 

El Puma sin calcetines.

Acabo de darme cuenta de que todas las mujeres que me han parecido más elegantes y estilosas eran mayores y llevan bolso.

¿Qué le pasa a Gael? ¿Le ha crecido la cabeza? ¿Se le están descolgando los brazos? ¿Le dolía un empaste? ¿Le ha prestado la camisa Kobe Bryant?

Uy, Paz perdonándonos la vida. 

¿Os sabéis el chiste de «Cariño, ¿llevo mucho escote? ¿Tienes pelos en el pecho? No. Pues entonces, sí»? Pues Blanca Blanco tampoco. 

Pobre Mirai. Llego Adam para acompañarla al baile y se encontró con que venía directamente de la sesión de sadomaso.

¡Qué no y qué no! El terciopelo solo para... para.... sigue sin ocurrírseme nada.

Yo tuve una vez un vestido de terciopelo negro con un remate rojo brillante. Llevando ese vestido me rompieron el corazón pero esa es otra historia... para ser contada en otra ocasión.  Y con esta confesión terminamos esta nueva edición absolutamente innecesaria de los despellejes de los Oscars.

Escena extra tras los créditos... la pinta del corresponsal de Antena 3. ¡Qué campeón! 

sábado, 3 de marzo de 2018

Lecturas encadenadas. Febrero

Thomas Allen
He leído poco, no sé que hago con los días, con las noches. No tengo tiempos muertos para leer y se me pasan los días sin avanzar en mis lecturas.  Mi pila de libros por leer, de libros que quiero leer no para de crecer y siento que los desatiendo, que me esperan con ansiedad.

Al lío. 

Empecé el mes con Una librería en Berlín de Françoise Frenkel. Lo primero que hay que decir es que el título en castellano es un engaño. El título original que  Patrick Mondiano menciona en el prólogo es Ningún sitio donde descansar la cabeza y refleja muchísimo mejor lo que esta novela nos cuenta. Françoise Frenkel era judía polaca y tras casarse montó con su marido (que no aparece en la novela ni siquiera mencionado) una librería especializada en literatura francesa en el Berlin de finales de los años 20. El título en castellano da a entender que vas a leer una historia sobre libros, librerías y literatura y lo que nos encontramos es, en realidad, la huida de Frenkel desde que en 1939 sale de Berlín con destino primero a París, luego a la Francia no ocupada y más tarde a Suiza donde en 1945 publicó la novela por primera vez. 

Frenkel nos relata su huida. Correr, escapar, alejarse del peligro, en una carrera sin fin ni descanso físico o mental porque junto a la necesidad de estar permanente alerta para no ser detenida se suma el hecho de no poder pensar en otra cosa más que en la guerra, en el peligro que corre, en la muerte, en la suerte que sus seres queridos habrán sufrido.  

El problema de este libro es que al haber leído el mes anterior Charlotte de David Foenkinos a ratos sentía que lo que estaba leyendo ya lo había leído, que ya lo conocía. No es una crítica, miles de personas huyeron o intentaron huir de los nazis y muchas escribieron su historia, todas se parecen y todas son únicas y probablemente si las casualidades lectoras no hubiera unido esos dos libros en mis lecturas la historia de Frenkel no me hubiera resultado tan anodina. Los mejores pasajes son el canto a su amor a los libros, la literatura y las librerías que están en las veinte primeras páginas:

«No sé muy bien a qué edad se remonta mi vocación de librera, en realidad ya desde muy niña me podía pasar las horas muertas hojeando un libro con imágenes o un gran volumen ilustrado» 

Mi madre dice que eso hacia yo pasar las páginas de cualquier revista como si supiera leer. 

El país donde florece el limonero de Helen Atlee. Compré este libro en Tipos Infames porque lo habían recomendado Guillermo Altares en La Cultureta y Elena Rius en su blog, dos personas con un criterio en el que confío plenamente. 

El país donde florece el limonero es una frase que Goethe utilizó en su libro Viaje por Italia en el que relataba su viaje por ese país en 1787. Yo no lo sabía pero Italia estaba plagada de plantaciones de cítricos en esa época, era la meca de la producción de cítricos en Europa. Atlee es una investigadora  especialista en jardines y paisajismo, que nos lleva de viaje por Italia, por su geografía y su historia descubriéndonos ( o por lo menos descubriéndomelo a mí que no sabía nada del tema) todo tipo de datos tanto económicos como históricos sociales o botánicos sobre los cítricos y todo lo que les rodea. Limones, naranjas sanguinas, mandarinas, bergamotas, cidras y un sin fin de variedades aparecen en sus páginas. A ratos me ha recordado un poco a Bryson porque Atlee es también inglesa y tiene esa misma visión del mundo que mezcla la sorpresa y la ingenuidad con unas leves gotas de «están locos estos romanos».

Es un libro más que recomendable, entretenido, divertido, interesante y que al cerrar te deja con unas irresistibles ganas de planificar un viaje a Italia y comer naranjas a bocados (sin cáscara). 

«Cuando se habla de cidras o de cidros, la gente no sabe muy bien a qué te refieres o bien los confunden con limones. Pero no es un Citrus limon, sino un Citrus medica, algo mucho más antiguo y primitivo que un limón. La cidra recuerda la idea incipiente de un fruto, un prototipo tosco hecho en las primeras etapas del proceso de diseño, una cosa basta e indefinida, un dinosaurio que se salvó de la extinción, un Neandental arbóreo».

—¿Por qué me regalas este libro?
—Pues porque leí la historia del autor y pensé que te gustaría.
—¿Cual es la historia?
—Pues salía con una mujer y había quedado con ella para verse en Singapur o un sitio así. Antes de la cita, un día antes o el mismo día él le envío un correo diciendo que la dejaba y que terminaba con un  «Cuídese mucho». Ella hizo que un montón de mujeres leyeran el mail y lo grabó para una vídeo instalación de arte. El autor de este libro es el que le mandó el mail. 
—Ajá. No voy a seguir preguntando. No quiero saber porqué pensaste que una historia así me pegaba. 

Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro, de Gregorio Bouillier era el libro que llego a mis manos después de esta curiosa conversación. Lo primero que tengo que decir es que la edición de Hurtado & Ortega ediciones es preciosa. El otro día pensaba que cuando empecé a leer, cuando era joven e inexperta en la lectura y en casi todo, la edición era algo en lo que ni pensaba. Era impermeable a la edición, el tacto del papel, el tamaño de la letra, la tipografía, los acabados, la traducción, todo eso me daba igual, ni siquiera lo veía. Poco a poco he tomado conciencia de cada uno de esos detalles editoriales y ahora me recreo en cada uno de ellos cuando están cuidados y mimados. Esta edición es espectacular, preciosa de ver,  un placer al tacto y una sorprendente lectura. 

Hurtado & Ortega han recogido en este volumen dos relatos ya publicados por Brouillere, su primera novela Informe sobre mi persona y El invitado secreto y otro que no se había traducido al castellano, Cabo Cañaveral. 

Informe sobre mi persona me ha recordado mucho a Paul Auster y su Diario de invierno. (Sophie Calle fue en cierto modo musa de Auster, que la retrató como el personaje de María en Leviathan). Esta mini novela fue la que hizo a Brouillere famoso con cuarenta y dos años y lo entiendo. Es una operación a corazón abierto a su vida y a la de su familia. Se abre en canal y de manera muy meticulosa sin ahorrar ni una gota de sangre o crueldad va sacando cada uno de sus órganos, de sus miserias. Es un libro escrito para mayores de dieciocho años, pertenece a ese género que lo  los franceses cultivan tan bien y cuya característica principal es hacerte sentir de manera permanente que lo que buscan es escandalizarte. Como no creo que ningún autor francés piense en mi al escribir, he llegado a la conclusión de que es una competición que mantienen entre ellos, los autores franceses y que imagino que terminará con unos devorándose a otros y los que queden lo retratarán con todo lujo de detalles.

Brouillere consigue desde luego atraparte en lo que cuenta y en como lo cuenta. El comienzo te deja sin posibilidad de escapar, de dejar de leer:

«TUVE UNA INFANCIA FELIZ

Un domingo por la tarde, mi madre aparece en nuestro cuarto, donde mi hermano y yo jugamos cada uno en su rincón: «Niños, ¿creéis que os quiero?» Su voz es intensa, su nariz se abre desmesurada. Mi hermano responde sin medias tintas...Yo dudo en lanzarme desde las alturas de mis siete años. Soy consciente de la situación, pero también asustan las posibles consecuencias. Acabo por murmuras: « Quizás nos quieres un poco demasiado». Mi madre me mira con espanto. Se queda desconcertada un momento, luego se dirige a la ventana, la abre con violencia y parece querer arrojarse desde nuestro quinto piso. Alertado por el ruido, mi padre la sujeta cuando ya está en el balcón con una pierna colgando en el vacío. Mi madre grita y se resiste».

El segundo relato del volumen El invitado secreto relata la fiesta de cumpleaños de Sophie Calle a la que él fue invitado por una expareja que le rompió el corazón al abandonarle y que le invita como eso, como un invitado secreto para la anfitriona. Aquí Brouillere me recordaba muchísimo a algunas de las mujeres protagonistas de los relatos de Dorothy Parker. Ellas y él se sientan a diseccionar cada frase, cada palabra, cada circunstancia mínima de lo que el objeto de su amor o su desamor les ha dicho o dejado de decir. Sobre ese análisis pormenorizado se construyen un castillo de palillos de dientes en el que viven una ilusión que con el mínimo soplo de realidad se desmorona dejándolos desamparados y contemplando su propia estupidez. Brouillere despliega aquí bastante sentido del humor y se burla de sí mismo con ingenio e inteligencia.  Tú le acompañas en ese recorrido porque todos hemos sido así de patéticos alguna vez en la vida y, posiblemente, volveremos a serlo en cuanto tengamos la más mínima oportunidad. 

«Siempre había detestado los jerséis finos de cuello alto y a los hombres que llevan jerséis finos de cuello alto, en mi opinión el tipo de hombre más abominable que existe de atractivo más fraudulento y, como suele decirse, el mismo perro con distinto collar.» 

Cuando la exnovia le dejó sin una palabra empezó a llevar esos jerséis... y de hecho en el relato de la fiesta lleva uno de ellos. 

El último relato Cabo Cañaveral cuenta un ligue casual del autor que acaba de una manera totalmente inesperada y que a él y al lector le dejan con los ojos como platos. 

Brouillere no es para todos los públicos pero si queréis leer algo que no se parezca a nada y que os deje pensando «esto no puede ser, ¿me está tomando el pelo» y que además esté bien escrito con grandes hallazgos como   «grandes edificios de alquiler social donde la gente se aburre hasta el disturbio durante kilómetros» o cosas que solo los franceses pueden decir como «y a pesar de sus tetas y su piel finísima , su sintaxis me resultaba insufrible» haceos con este librito en esta edición tan chula. 

Podéis incluso regalarlo.

Y con esto, un bizcocho y esperando tener mucho más tiempo para leer el próximo mes, hasta los encadenados de marzo. 








miércoles, 28 de febrero de 2018

Hablar paseando, pasear hablando

Cada vez que tropiezo con algo sobre Gay Talese en la web no puedo evitar entrar a leer. Me puede la curiosidad con este hombre. Es excéntrico, culto, inteligente, tiene sentido del humor y muy probablemente es un grandísimo manipulador.  Julio Valdeón habla con él en un bar de Nueva York: 

«Internet te permite escribir sin salir de tu casa, pero no hace falta que hablemos de internet. Piense por ejemplo en las grabadoras. Como esta suya. Las grabadoras llegaron en los años sesenta. Obligan a que las entrevistas sean una sucesión de preguntas y respuestas. La gente, en la vida real, no habla así. No dialogamos así. Todo que recibes con este formato son respuestas muy cuidadas. Ensayadas. No digamos ya si concedes varias entrevistas sobre el mismo asunto. Las perfeccionas. Aparte, la grabadora te obliga a estar en un lugar cerrado, por culpa del ruido, y yo prefiero entrevistar paseando, en la calle, con un papel y un bolígrafo en el bolsillo, y apuntar solo las cosas que me parezcan más importantes».

Esa misma tarde leo otra entrevista a Isak Dinesen, la autora danesa que en mi cabeza siempre tendrá el rostro de Meryl Streep. Roma, a comienzos del verano de 1956 y el entrevistador se encuentra con ella y con la secretaria que la acompaña en la terraza de un restaurante en la Plaza Navona.  

«¿Una entrevista? Oh, querido. Bien, supongo que sí, pero qué no sea una lista de preguntas o un tercer grado. Espero que no sea eso, hace poco me hicieron una entrevista así y fue horroroso. ¿No podríamos sencillamente caminar por la ciudad charlando y usted apunta lo que le parezca interesante o le guste?» 

Leo la entrevista completa sintiendo que les acompaño en un paseo lánguido, tranquilo, con largas caminatas interrumpidas por paradas intermitentes para comentar lo que ven: esculturas etruscas, la decoración del restaurante donde comen, la luz del atardecer.  Es, de verdad, un diálogo. «¿Ha escrito usted poesía?» «Sí, cuando era joven» «¿Cual es su fruta favorita? Las fresas» «¿Le gustan los monos?»  «Sí, me encantan en el arte: en cuadros, historias, en la porcelana pero en la vida real me provocan tristeza. Me ponen nerviosa. Me gustan los leones y las gacelas»

Así son las buenas conversaciones, como decía Auster en El Palacio de la Luna una conversación «es como tener un peloteo con alguien. Un buen compañero te tira la pelota directamente al guante de modo que es casi imposible que se te escape: cuando es él quien recibe, coge todo lo que lanzas, incluso los tiros más erráticos e incompetentes» y así creo yo que deben ser las buenas entrevistas. Un peloteo que mantenga al lector girando la cabeza de un lado de otro, atento a lo que se pregunta, a lo que se responde, sorprendido por un golpe, por un dato que no esperaba, por una pregunta salida de la nada que da pie a una reflexión inusitada que a su vez genera una nueva pregunta que lleva a un camino que nadie pensó en transitar. «¿Le gustan los monos?» 

Últimamente cuando pesco alguna entrevista porque me interesa el entrevistado, la mayoría de las veces acabo abandonando la lectura porque aquello no es un peloteo. Es un interrogatorio o un tercer grado. Es una competición.  Un enfrentamiento a cara de perro. Ambos juegan al frontón y encuentras siempre las mismas preguntas y respuestas o  es como un combate de esos de pega de la tele, parece que se pegan, que se zurran, que son enemigos, que se están buscando para hacerse daño pero es todo trola, todo está pactado y apesta a fraude, a componenda. Se palpa el aburrimiento de ambos que, en realidad, no quieren jugar aquello. La mayor parte de las veces ambos quieren parecer más listo que el otro, más ocurrente, más ingenioso o tener más mala leche. Nunca hay peloteo, juegan a aces. Nada discurre, todo se escupe.   

Sé que, ahora, las entrevistas siempre responden a un afán promocional, tienen un componente mercantilista, comercial. «Hablo para vender» y «Te pregunto porque estás de moda y me darás clics» Se habla para soltar ganchos no para dialogar. Nadie quiere mostrar sus cartas, todo es farol. Mido mis palabras. Mido mis preguntas. El entrevistado tiene miedo de ser tergirversado, de ser víctima de un titular torticero que retuerza cualquiera de sus palabras para generar clicks y el entrevistador va a la carrera, quiere ser ingenioso sin ser pesado, conseguir una respuesta diferente de las que otros que han pasado antes que él  han conseguido en las ruedas de hamsters en que se han convertido las entrevistas. 

Talese tiene ochenta y seis años. Dinesen tenía sesenta y uno aquel verano en Roma aunque ella se sentía anciana «Tengo tres mil años y cené con Sócrates». A lo mejor, ser mayor, estar de vuelta de todo y no tener necesidad de vender, convencer, impresionar y epatar es una cualidad imprescindible para saber pelotear, para saber conversar.    Cuanto mayor eres más despacio caminas, menos prisa tienes, mejor te conoces o te desconoces y menos te importa lo que opinen los demás. Las mejores conversaciones no son las que se miden, las que corren encauzadas; las mejores son las que fluyen como un torrente, a distinta velocidad según sea la pendiente y con tiempo para estancarse si llega el momento. 

Las mejores conversaciones son las que no se planean, las que se enroscan solas, las que se llenan de saltos, de giros y de sorpresas. Las que al terminar no son un punto final sino un manojo de interrogantes. Así me gustan las entrevistas. 




viernes, 23 de febrero de 2018

Bergamota es nombre de...

Esta semana he aprendido que si alguna vez visito Limone, un pequeño pueblo en la ladera oeste del lago Garda, podré ver unas grandes construcciones, que me recordarán a las salas hipóstilas de los templos egipcios. Son invernaderos diseñados para cultivar limones. Hasta la II Guerra Mundial, los habitantes de Limone, colocaban entre sus bosques de columnas de piedra los grandes maceteros con limoneros y sobre las columnas, en invierno, ajustaban tejados y paredes de madera, para protegerlos de las bajas temperaturas. Sus cultivadores colocaban en los alféizares de sus ventanas un cuenco con agua y si observaban que empezaba a formarse hielo, corrían a encender hogueras en sus invernaderos para calentar el aire y evitar que las heladas acabaran con los limones.  He aprendido, también, que Estonia tiene un millón trecientos mil habitantes y que la red social de más éxito en China se llama Meipai. Con horror he aprendido que esa aplicación tiene un filtro que se llama Euro American Wave que automáticamente añade a los retratados chinos el doble pliegue en los párpados que tenemos los occidentales. Ni siquiera sabía que teníamos un doble pliegue. Creo que nunca había pensando en mis párpados. 

Esta semana me he dado cuenta de que ya no decimos nunca predilecto, elegimos siempre las palabras favorito o preferido y me he preguntado dónde están las expresiones de mi infancia que ya no están: ametralladora, saltarse el disco y los siseñores con patas de alambre. O los canguingos. Esta semana he conocido a Jim Simmons, un prodigioso matemático con una fortuna como la del Tio Gilito que ha montado un gran centro computacional en Nueva York para ayudar a la ciencia básica a gestionar la enorme cantidad de datos que generan los experimentos. Simmons es un personaje increíble pero sé que lo que siempre recordaré será que con setenta y seis años y siendo americano fuma y lo hace dentro de los edificios. Es un super jefe. 

Estos últimos días, también, he intentado aprender a hacer buen café en mi nueva cafetera italiana y he intentado entender cuales son los itinerarios curriculares en bachillerato y cómo se calcula la nota para acceder a la Universidad. Con el café he tenido bastante éxito, con lo de las notas he decidido dejarlo para más adelante. Esta semana también he aprendido que un padre articulista que escribe sobre lo mucho que quiere a sus hijos es molón pero si lo hace una mujer es cursi o quiere vender la moto de la maternidad. He aprendido también a no volver a pinchar jamás en algo que empieza por «Qué tienes que hacer para que tu hijo sea o no sea».

Ya sé lo que cobra un oficial de bombero en Madrid, el coste de pintar una casa y que cuesta tres ciclos de lavado y un uso indecente del quitamanchas conseguir que los pantalones blancos de una adolescente vuelvan a ser más o menos blancos. He aprendido que el cultivo de cítricos en Sicilia es el origen de la mafia y que la bergamota es un cítrico. Hasta antes de ayer podría haber dicho que era el nombre de una parte del velamen de un barco o incluso una baya silvestre. Soy ignorante pero tengo recursos. 

Carbono, Silicio, Germano, Estaño y Plomo. He aprendido que la regla mnemotécnica para no olvidar los tres últimos elementos de esta columna es ¿Qué extraño pomo tiene esa puerta alemana? He aprendido a estirar los hombros y que los parisinos, en el siglo XIX, se volvieron locos con la novela Los robinsones suizos y se dedicaron a edificar bares y cabarets siguiendo esa idea. He aprendido que la última de esas maravillosas construcciones se cerró en 1976 y toda la historia me ha hecho volver a soñar con tener una casa así. 

He aprendido que la expresión «dentro mío" es correcta y que los superricos de Nueva York están intentando que sus hijos no se crean superricos, super especiales y por encima de los demás y les está saliendo regular.  No sé porqué  pero esto no me ha sorprendido ni la mitad que lo de la bergamota.