martes, 7 de marzo de 2017

Hombres desnudos leyendo ¿sí o no?


Ayer descubrí que existe, Naked Boyds Reading.  Un grupo en Inglaterra que organiza eventos en los que hombres desnudos leen en voz alta, una especie de performance o interpretación de textos en la que distintos hombres leen. 

Leí la noticia y me quedé pensando. ¿Me gusta esto o no me gusta? Definitivamente me gusta. Me puse a pensarlo más detenidamente para analizar porqué me gusta y encontré tres razones. 

La primera de ellas es que me gusta que me lean. Es un placer reencontrado. Cuarenta años después de escuchar a mi madre leernos y contarnos historias he re descubierto las cosquillas interiores que provoca la voz de otro leyendo una historia sólo para mí. No me vale cualquier cosa, prefiero algo que yo jamás leería por mí misma: cuentos fantásticos y ciencia ficción es mi preferencia ahora mismo, pero los clásicos también me parecen bien. Los Naked boys reading leen a las Hermanas Brönte. Cumbres borrascosas es un título estupendo para releerlo en la voz de otra persona. 

La segunda de las razones es que me gustan los hombres que leen. Ver a un hombre leer me encandila. No me motiva que cocinen, ni que sean deportistas, ni que acunen bebés. Todas esas cosas están muy bien pero me pasan desapercibidas. Un hombre que lee siempre me intriga, me hace preguntarme cosas y me gusta verlos leer, a todos, a los que me atraen físicamente y a los que no. ¿Qué estará leyendo? ¿Lo habrá comprado él o se lo han regalado? ¿Estará deseando terminarlo o que no se le acabe? ¿Es de una biblioteca? ¿Leerá en la cama? 

La última razón es que los hombres me gustan.  Me gustan mucho. Y me refiero a un gusto físico, me gustan por sus cuerpos. Por sus piernas, por los brazos, por las costillas, por sus cuellos,  por los hombros, por la espalda, por los codos, por las muñecas, por las manos, porlos dedos. Me fijo en  cómo termina el pelo alrededor de las orejas, en las uñas, en sus rodillas, en su barba y en los labios. Los veo, los miro y pienso en cómo será el tacto de su piel, en si estarán fríos, húmedos, secos o calientes. ¿Su pelo será suave o duro y áspero? Me pregunto si tendrán cosquillas, si se les erizará el pelo al rozarles. Observo si tienen tripa o son de tener culo, si alguna vez fueron fuertes y me fijo en el tamaño de sus pies. 

En resumen ver hombres desnudos leyendo textos que me interesan me parece un plan perfecto. 

¿Me parecería igual de perfecto si fueran mujeres? Los Naked boys reading se han inspirado en las Naked girls reading. Siendo sincera me apetece menos. No me gustan las mujeres, sus cuerpos no me interesan tanto (no me interesan nada, la verdad) y ver mujeres leyendo me gusta pero, si tengo que elegir, prefiero ver hombres. 

Bien, no iría a ver mujeres desnudas leyendo pero vamos un poco más allá. En la semana de la mujer ¿ver mujeres leyendo desnudas me parecería machista? Siendo sincera otra vez, creo que en un primer momento me parecería innecesario, superfluo y frívolo y puede que incluso me hostilizara pensando que se cosifica a la mujer. Pero ¿y si esas mujeres, como estos hombres, leen desnudas porque quieren, porque les apetece y el público que va a ver el espectáculo lo hace buscando un placer como el que buscaría yo yendo a ver a los hombres desnudos leer? 

Nadie va a pensar que tengo ningún interés criminal en asistir a este espectáculo. No voy a gritar, ni a decir obscenidades (aunque puede que las piense) ni voy a acosar a los protagonistas ni mucho menos forzar un contacto físico con ellos. ¿Qué pensaríamos de hombres que acuden a ver a mujeres desnudas leyendo? No hay más preguntas. 
«Life doesn’t always follow ideology, you might believe in certain things and life gets in and things just become messy». Chimamanda Ngozi Adichie 
Soy feminista y por eso, tras pensarlo mucho, me parece estupendo que hombres y mujeres lean en bolas, pero yo solo quiero ir a ver a los hombres.  


viernes, 3 de marzo de 2017

La oda a la frivolidad que no pude escribir


El lunes, sentada en una sala de espera, me puse a hojear el Hola. Pasaba las páginas cuando me asaltó una foto completamente absurda de Gwyneth Paltrow abriendo un armario de frío en un supermercado, con una litrona de leche en la mano y vestida solamente con una americana y unos tacones imposibles. El texto sobre impresionado decía lo siguiente:

«Cuando mi carrera estaba en lo más alto y me sentía la chica más genial de la tierra, mi padre me dijo ¿Sabes qué? te estás volviendo un poco estúpida. Es lo mejor que me ha pasado nunca, me hizo poner los pies en la tierra»

Solté una carcajada. En la siguiente foto, la buena de Gywneth aparecía, en los que supongo a alguien le debió parecer una pose atractiva, recostada sobre la cinta de la caja del súper.

«Su posado más impactante». Adoro el algoritmo del Hola que titula y hace los textos, me proporciona grandes momentos de risas. Con un conjunto de adjetivos y sustantivos muy limitado consigue realizar infinitas combinaciones a cual más obvia y previsible, pero titular el reportaje de Gywneth como "posado impactante" se llevaba la palma. 

Esta misma semana dos personas, amigas, me reprocharon sin maldad, que leyera el Hola (el Hola no se lee, se mira con incredulidad) o qué dedicara tiempo a escribir  bobadas sobre la alfombra roja de los Oscars. A los dos les contesté: no hay que ponerse tan estupendos, te puedes dedicar a leer grandes ensayos, el New Yorker o clásicos de la literatura y en una sala de espera echar unas risas con el Hola. Y se puede disfrutar mucho viendo clásicos de cine o series de autor, y reírte escribiendo sobre la alfombra roja. 

Pensé entonces en escribir un post con una oda a la frivolidad. Una defensa del disfrute de lo superfluo en ciertos momentos, en ciertos lugares, sabiendo que lo que estás haciendo es frívolo e intrascendente pero disfrutándolo sin más para olvidarlo al segundo siguiente. 

Iba y venía pensando en cómo escribir mi oda al frívolo disfrute de lo superfluo cuando, al volver a casa el miércoles por la noche, al poner la radio para escuchar el análisis de las noticias del día me saltó el fútbol. El jueves por la noche me ocurrió lo mismo y, esta mañana tras el monólogo de turno, cuando quería escuchar los titulares de la jornada me he encontrado con una descripción pormenorizada del golpe que dos futbolistas se dieron ayer y que más allá de lo aparatoso de la caída no tenía ninguna trascendencia. Fue un susto, un golpazo impresionante pero ambos jugadores están perfectamente. 

Recuerdo con emoción mi primera visita al Bernabeu, con un bocadillo envuelto en papel albal ,de la mano de mi padre, mi hermano y yo, fuimos a ver un partido de la Copa de Europa en el que un tal San José marcó un gol en propia puerta. Recuerdo la emoción de los grandes partidos en mi casa, esas noches en las que se cenaba en el salón. Recuerdo tardes de adolescente en los que quedábamos porque era un plan especial ver el fútbol.

Recuerdo cuando el fútbol no lo invadía todo. Añoro disfrutar de un partido de fútbol porque era algo que tenía su lugar y su tiempo, que suponía un aparte de las cosas diarias. Era algo intrascendente, superfluo y divertido y tenía su momento. 

Ahora no. Ahora me saca de mis casillas que me asalte por todas partes. Me hostiliza que todos los boletines informativos terminen con una nimiedad sobre fútbol. Me cabrea que se rellenen horas de radio o de secciones de deporte o de televisión con bobadas sobre fútbol. Entiendo los comentarios sobre partidos, resultados, análisis de juego. Me parece estupendo que haya periódicos dedicados solo a eso o portales web o especiales de radio pero ¿comentar cada entrenamiento? ¿Cada tuit? ¿Cada contrato publicitario? ¿Cada estupidez? ¿En todas partes? ¿A todas horas?

El fútbol lo llena todo. 

¿Y si pasa lo mismo con la frivolidad superflua de la moda y los cotilleos? Reflexiono ¿A quién quiero engañar? Ya está pasando. Los informativos de radio no hablan, aún, de los cotilleos del Hola pero todo tipo de noticias frívolas, idiotas y carentes del más mínimo interés se cuelan en todos los periódicos. Hoy mismo, he entrado a leer un reportaje sobre una librería y, al final de la noticia, los temas sugeridos eran ¿Cuánto gana Pilar Rubio por un tweet? ¿Qué les pasa a Mengano y Zutana?,Reguetón' y afters con señores mayores: así son las juergas de los protagonistas de ‘Hard Party’", Así es la vida del presidente Trump: vive solo, adicto a la televisión y no lee libros. Un canto a la nada intrascendente. 

Mi oda a la frivolidad se ha venido abajo. Sigo estando a favor de disfrutar de tonterías superfluas de vez en cuando, pero ya no estoy tan segura de que esas tonterías sean tan inocuas. O, mejor dicho, sí son inofensivas en un entorno controlado, medido y acotado. Cuando dejamos, y lo estamos haciendo, que se extiendan más allá del cercadito del que nunca debieron salir, pierden su inofensiva diversión y se convierten en un arma de destrucción, acaban con el pensamiento crítico, con la capacidad de análisis, con el criterio y con la información. 

Conclusión, seamos frívolos con criterio, aunque creo que ya llegamos tarde.  Igual que el fútbol se nos fue de las manos, se nos está yendo la frivolidad. 


Foto de la revista LIFE. Jane Mansfield rodeada de botellas de agua caliente con su efigie. 

miércoles, 1 de marzo de 2017

Lecturas encadenadas. Febrero

A veces me equivoco escogiendo mis lecturas. Yo solita voy directa a por un libro porque creo que me va a gustar, porque estoy convencida de que es una buena lectura y me pego un planchazo de campeonato.

Tú no eres como otras madres, de Angelica Schrobsdorff, ha sido mi primer planchazo del año. Compré la novela en navidades, mientras brujuleaba comprando regalos. Lo vi y pensé, me voy a dar un capricho. Lo cogí con ganas porque tenía todo para gustarme: una buena historia, el componente autobiográfico, la II Guerra Mundial,  otro tipo de maternidad. Sobre el papel parecía una apuesta segura y sobre el papel ha sido una total y absoluta pérdida de tiempo. Una tortura. ¿Por qué lo he terminado? ¿Por qué me he empeñado en llegar al final? Otros se torturan con las comidas de los domingos en casa de su familia política o siendo del APA y yo lo hago terminando libros que me parecen espantosos.

¿Por qué Tú no eres como otras madres me ha parecido tan espantoso? Pues porque es el perfecto ejemplo de como una historia potente puede ser desperdiciada y, sobre todo, desprovista de toda su fuerza en manos de una narradora desganada y mala escritora. Los acontecimientos que nos cuenta, la vida de la madre de la autora, desde su juventud hasta su muerte en Alemania, tiene un potencial que se va diluyendo poco a poco hasta que deja por completo de interesar y no llega a emocionar en ningún momento.

Todo está mal contado. En estas cuatro palabras se resume este desastre de novela. La autora unas veces escribe en primera persona "mi madre me decía" para al párrafo siguiente, sin motivo, sin razón y sin necesidad  saltar a un narrador omnisciente que descoloca completamente "Else y las niñas". ¿Lo que está contando es lo que recuerda? ¿Se lo han contado? ¿Lo está inventando? ¿Quién lo está contando?

¿Por qué estos cambios? No lo sé y lo peor es que me da igual.  He llegado a pensar que es por puro descuido. La sensación que acaba transmitiendo la novela es que la autora en realidad no quiere escribirla, está aburrida de su historia o cansada. No lo sé, pero esa sensación se acentúa según avanzas y es más que evidente al final, cuando directamente tira la toalla y transcribe las cartas de su madre.  Creo sinceramente que una recopilación de las cartas de su madre sin ninguna intervención por su parte hubiera sido muchísimo mejor. Esta reflexión de la madre en una carta a una amiga, que huyó a Palestina antes de que se cerraran las fronteras, es muy interesante: 
«¿En casa habláis alemán o hebreo? No me puedo imaginar que en una lengua distinta a la materna pueda uno mostrarse como realmente es. Porque está orgánicamente imbricado con el idioma, que más que cualquier otra cosa es expresión de la personalidad, lo mismo que es, más que cualquier otra cosa, la clave para acceder a un pueblo y a su cultura. Por supuesto, las palabras y la gramática se pueden aprender, pero los ue está en torno a las palabras, dentro y detrás de las mismas, jamás. Con otro idioma ¿no tendría uno que volverse otra persona?»

Tú no eres como las otras madres es un libro antipático. Un libro que no quiere que lo leas. Una pérdida de tiempo. Huid.

Para leer sobre ese periodo de la historia os recomiendo Una princesa en Berlín, Una mujer en Berlín o Morir en primavera del que hablé hace poco.

Y las cucharillas eran de Woolworths de Barbara Comyns. Doscientas cuarenta páginas devoradas en dos días, un oasis de buena lectura tras el desierto. Esta novela es, también, la historia de una vida. Como la anterior tiene, también, un componente autobiográfico pero a diferencia de la anterior, Comyns es una maravillosa narradora. Con un estilo que parece engañosamente fácil y superficial  te engancha desde el primer momento con la historia de la joven y alocada Sohphie y su matrimonio con Charles, tan joven y alocado como ella. Sophie va creciendo como persona durante toda la novela, cometiendo errores inevitables, inconsciencias evitables y soportando algunas desgracias muy dickensianas compensadas por maravillosos momentos de humor bucólico. Sophie resulta, sin embargo, siempre un personaje con el que el lector empatiza y conecta. Unas veces quieres consolarla, otras animarla, otras reir con ella y otras regañarla porque se está comportando como una tonta.

Me ha encantado cuando en el capítulo IX cuando ya estás completamente acomodado en el papel que como lector te ha adjudicado, o crees que te ha adjudicado, Comyns en la novela y que es el del lector espectador que asiste a la vida de Sophie mirando desde la barrera, de repente Sophie se dirige directamente al lector
«Aunque ya he llegado al capítulo nueve, este libro no parece crecer mucho. Creo que en parte se debe a que no hay diálogos. Podría llenar páginas así:
-Estoy segura de que es verdad-dijo Phyllida.
-No estoy de acuerdo-respondió Norman.-Bueno, yo sé que tengo razón-replicó ella.-Siento disentir-dijo Norman en tono severo.

Éste es el tipo de material que aparece en los libros de la gente de verdad. Sé que éste nunca será un libro de verdad, de los que leen los hombres de negocios en los trenes, el tipo de hombre de negocios que lleva sombrero rígido de ala ondulada con unos agujeros en los laterales».

De repente, como lector, piensas ¿me está hablando a mí? ¿No hay diálogos? ¿No me he dado cuenta? ¿No soy un hombre de negocios? Una genialidad.

Una novela estupenda, divertida, entrañable, trágica y muy inglesa.

El cómic del mes ha sido Hermanas de Raina Teigelmeir. Cualquiera que tenga una hermana o un hermano pequeño se sentirá identificado con este cómic. Raina reconstruye su relación con su hermana, cinco años más joven que ella, y lo hace contando dos historias de manera paralela. Nos cuenta un viaje en coche de una semana, desde San Francisco a Colorado, cuando era adolescente, e intercala en él flashbacks, marcados por el tono amarillo de las páginas, con su relación con su hermana desde que  ésta nació y resultó ser una niña llorica, quejica y muy exigente. Las tiranteces, los problemas de espacio, la diferencia de gustos, de intereses, los conflictos por nimiedades absurdas aparecen perfectamente reflejadas en este cómic y son reconocibles para cualquiera que tenga hermanos. En el lector adulto esta historieta hace asomar alguna sonrisa y se lee rápidamente y sin problema.  Para el lector con hijos adolescentes es una representación gráfica de lo que vive en su casa y para el lector pre adolescente es un cómic interesante con un tema que reconoce como propio y con el que se identifica.   En mi casa lo hemos leído las tres y ha sido estupendo compartir lectura con mis hijas. 

El último libro del mes ha sido un relato corto de Úrsula K.Le Guin recientemente ilustrado y publicado por Nórdica. Desde que el pasado otoño leí un estupendo artículo sobre ella en el New Yorker tenía ganas de leer algo suyo y éste librito me saltó a las manos desde el mostrador de la Librería Cervantes y Compañía cuando asistí a la presentación del libro de una amiga. 

El día antes de la revolución  es un relato breve que Le Guin publicó en la revista Galaxy Science Fiction en 1974 y con el que ganó varios premios. Como ya he dicho ha sido mi primer acercamiento a su universo y creo que ha sido una buena manera de acercarme a ella, a su mundo y a su estilo. El relato cuenta el último día antes de una revolución largamente esperada y que resulta ser, también, el último día de la inspiradora, creadora y germen del movimiento revolucionario, Odo. 

Odo es una anciana que nos cuenta su último día, desde que despierta sobresaltada por una pesadilla en la que ha soñado con su pareja asesinada hace años, hasta que vuelve a su habitación tras su agotadora jornada. El estilo de Ursula K. Le Guin es muy personal y me ha recordado ligeramente a Bradbury en Crónicas Marcianas. Todo es conocido y reconocible pero está teñido de un velo extraño, como si al mundo conocido lo iluminara otro tipo de luz, una que no llegara desde el Sol. Vemos, reconocemos lo que vemos pero todo parece distinto y pensamos ¿quizás hay algo más que no veo? Es una sensación extraña pero placentera. 

Tiene unas cuantas reflexiones profundas e inquietantes que llevan germinando en mí desde que lo terminé.
«Un cuerpo en condiciones no es un objeto, no es un instrumento, no es una posesión digna de admiración, no es más que una, tú. Sólo cuando el cuerpo ya no eres tú, sino tuyo, algo que se posee, se preocupa una por él: ¿está en buen estado? ¿Servirá? ¿Durará?»
«La gente solía decirle; "Qué valiente fuiste, seguir trabajando, escribiendo, en la prisión tras una derrota como aquella para el Movimiento, tras la muerte de tu compañero...". Malditos imbéciles. ¿Y qué otra cosa se podía hacer? Valentía, coraje... ¿qué era el coraje? Nunca había conseguido explicárselo. No tener miedo, decían algunos. Tener miedo y aún así continuar, decían otros. Aunque ¿qué podía una hacer sino continuar? ¿Existe una elección verdadera alguna vez? 
Morir era sencillamente continuar en otra dirección». 

Leed a Bárbara Comyns y leed a Úrsula K.Le Guin. 

Y con este cuatro en raya de escritoras y un bizcocho hasta los encadenados del mes de marzo.


lunes, 27 de febrero de 2017

Despelleje Oscar 2017



Paso de ellas, de las actrices. Me aburro con sus trajes así que hoy me voy a fijar más en ellos, con atención, interés y diseccionando hasta el último detalle.


Hace unos años publiqué un post en el que decía que no sabía si Ryan me gusta o no me gusta. Ahora soy más vieja y más lista o, quizás, lo que tengo es menos criterio pero lo que no me gusta de él queda aplastado por lo que me gusta de él. Ryan es un sí claramente. Sigo pensando que a la mañana siguiente, de una noche de pasión con él, me daría yuyu encontrármelo. Ryan siempre entrecierra los ojos como calibrando si podrá pegarte una puñalada y salir corriendo antes de que te des cuenta.

Cosas de Ryan ayer que sí. Para empezar va bien peinado porque hablemos de los hombres y su pelo. "Ah no, yo no me peino" te dicen como si no fuera EVIDENTE que van sin peinar. Ryan siempre va bien peinado, ayer por la noche no fue una excepción y lleva el maquillaje justo, para que no le veamos los poros, pero sin parecer una puerta. Ryan, además, siempre lleva los zapatos adecuados, otro tema difícil para los hombres.

Lo que es no, de ayer, son las chorreritas de la camisa y la pajarita de terciopelo. ¿Qué pasa con el terciopelo? ¿Por qué ha vuelto? Reconozco que le tengo una manía personal ligada a una noche en la que llevaba un traje de terciopelo y me rompieron el corazón pero eso no viene a cuento. El terciopelo da calor y da sensación como de ser todo muy gordo. No, no y no.

David Oyelowo lleva terciopelo también y un esmoquin de brocado blanco. Lo que viene siendo una cursilada. Cuando un tío lleva un esmoquin blanco la secuencia de pensamiento es "¡oh un esmoquin blanco con un tío dentro!" y luego "¡¿por qué se ha puesto eso!" y después "¿de qué color lleva los calzoncillos? ¿color carne? puaghhh" . El pensamiento ¡qué hombre más elegante! brilla por su ausencia.  Y aquí tenemos a este hombre para que quede claro el concepto. Y en primer plano para ilustrar, una vez más, la idea de que la originalidad la carga el diablo.

Jamie Dorman lleva una chaqueta crema. El crema es básicamente un color que se define solo cuando lo pones al lado de algo blanco. No es blanco, no es amarillo, es crema. Y es asqueroso. Además Jamie lo combina con un pantalón gris de uniforme que le da la apariencia de niño en las bodas de oro de sus abuelos en un crucero por las Bahamas.

Chris Evans parece un geyperman arreglaó. El azul es para tíos increíblemente guapos, increíblemente sexys y con mucha clase. Si te falta alguno de estos tres elementos, y al bueno de Chris le faltan los tres, vas hecho un muñeco. Además va demasiado peinado y lo peor es que está claro que se gusta. Hablemos de barbas. Ya lo he dicho más veces, entiendo que uno se deje barba porque es más cómodo pero, ¿qué sentido tiene llevar esa barba arreglada hasta el último milímetro y las cejas depiladas? Me apuesto las dos manos a que Chris duerme con redecilla en la barba todas las noches y lleva unas pinzas en el bolsillo. Y otra pajarita de terciopelo gordo.

Alex Greenwald no sé si está más preocupado por el evidente abandono de su fijador en la escultura capilar de su tupé o porque sus dedos no toquen la espalda de su acompañante. En cualquier caso esa sonrisa siniestra me da miedo.

Denzel y su traje cuatro tallas más grande. Además, está esponjando muchísimo y se le está poniendo cara de pan.

Jeremy Renner casi lo consigue pero con el chaleco se ha equivocado. ¿Por qué chaleco con esmoquin? ¿Pensaba que tendría frío? Con esas manitas así, como de homilía de predicador del medio oeste americano parece que teme coger frío con el relente de la noche. Si es eso, que se hubiera puesto una rebequita.  ¿Y la pelusilla facial? ¿Por qué? Dejarse ese rastro de pelitos en el labio y esa sombra de barbita en el mentón ha debido llevarle horas. ¿Qué tipo de hombre se pone a afeitarse y se hace eso? Exacto, el tipo de hombre que no es de fiar.

¿Qué puede salir mal si eres un tío grande como un castillo, con la cabeza cónica y calva y te pones un esmoquin azul eléctrico de terciopelo con ribetes en raso negro?  Aunque claro, pensándolo bien tampoco tiene mucho que perder. 

Michael Sannon es un tío al que siempre miro muy fijamente esperando que la cara se le acabe de encajar. Nunca sé si está a punto de quitarse una máscara o es que la que lleva no le encaja. Debe de ser la segunda opción porque en esta foto es evidente que está temiendo que si sonríe más se le suelte la máscara y veamos su verdadero rostro. Creo que lleva el clavel para disimular y si eso pasa, regar a su interlocutor y salir corriendo. Su pareja, además, lo sujeta como si fuera Monchito. Todo muy perturbador.

Aldis Hodge muy bien. El azul acero es un color favorecedor siempre y si tienes buena planta más. Lástima de quincallería que se ha empeñado en lucir y que es innecesaria completamente. Pulsera, reloj, tres sortijas y una cadena colgando de la solapa que no sé si es el escapulario de su hermandad de Semana Santa o una insignia de boyscout.

La peli de Mel es un tostón pero él está envejeciendo bien a señor mayor, algo que está convirtiéndose en una rareza en estos tiempos.

Hablemos del segundo plano de esta foto cuando consigáis despegar los ojos de la mujer en primer plano encantada de conocerse. Muy fan del señor de la izquierda con chaleco beige, la insignia en la solapa y las gafas de sol graduadas tamaño Jumbotron recién llegados de los ochenta. Y muy fan del tío de las rastas con el esmoquin blanco de solapa estrecha mirando con asquito la mano tendida del niño en plan "como me roces con esa mano mi chaqueta te mato".

Barry Jenkins muy bien. Esmoquin bien, pajarita bien, nada de pelo facial y gafas estilosas. Y lleva reloj. Además tiene el mérito de intentar que la Hupert se ría algo que, como todo el mundo sabe, no ocurre desde 1980. Por cierto, el pendiente cremallera que lleva la Hupert me da muchísima grima.

Estos dos  niños muy bien. No sé muy bien quién los ha emparejado con la Hupert cuando es evidente que a ella le entusiasma la infancia.

Casey Affleck hecho un zarrapastroso absurdo. Me lo imagino completamente como un adolescente carpetero diciendo

 —¡Yo no me pongo traje!
—Te pones traje como que me llamo Madre Affleck.
—Qué no.
—Ya veremos qué no. La tontería del niño de las narices. Me tienes más harta.
—No pienso ponérmelo.
—No me calientes, no me calientes. Hasta el moño con tu  malditismo. Una buena torta y se te quitaba la tontería.  

Y así va. El traje se lo ha puesto pero está hecho un mamarracho. 

Justin Timberlake pues bueno. Ni fú ni fa. Podría ser peor y dudo mucho que pudiera ser mejor. No lleva reloj.

¿Qué le ha pasado a Halle Berry?  Estoy en shock. ¿Por qué lleva ese pelo? Y ¿por qué lo lleva teñido a juego con ese horroroso vestido? 

Bardem con el mismo encanto que un vendedor de la sección de caballero de Galerías Preciados.  ¿Desea el caballero alguna cosa más? ¿Calcetines, cinturones? Los tenemos en oferta. Lo veo. 

Un crowfounding para que la próxima especie de velociraptos que se descubra lleve por nombre  Priyanka Chopra. Pago por ver sus graciles movimientos caminando sobre esos andamios que lleva por zapatos.

Jeff Bridges Sí.  Bien el esmoquin, la barba, el pelo y él todo. Siempre dan ganas de irse con él a tomar copas sin temor a que se rompa, te mate, se vaya con otra o esté más depilado que tú. Y su mujer lo sabe, sabe que es una chica con suerte.  Aprovecho para decir que hay que ver Comanchería.

De Damien Chazelle solo salvo el reloj. Lo demás es es un despropósito. Esmoquin azul eléctrico siendo un enclenque poca cosa es horrible, la pajarita blanca, el pañuelito asomando, la barbita de mosqueperro. Cero atractivo.

Bien, ya es hora de aceptar que nunca vamos a hacer de Matt Damon un hombre de provecho. No da más de sí.

El momento justo en el que Riz Ahmed se ve en el reflejo de la cámara y es consciente de que se ha equivocado con el esmoquin color "azul traje de boda de madrina de pueblo".  Aquí el momento siguiente en el que piensa "¿Y si me abrazo al chino gafotas y sostengo un panda galáctico se notará menos?"

Sting y Trudie muy bien. Viejunos, arreglaos y estilosos. Sting se ha esculpido en plan empalizada de fuerte indio o campo de trigales a punto de cosechar pero está elegante con su chaqueta de cuello mao. El traje de ella me encanta.

Vigo, Vigo, Vigo. Siempre es sí, aunque confieso que está mejor en la película con un traje rojo loro que con este esmoquin. Bueno, en la peli, como mejor está es en bolas en un desnudo frontal espectacular.  Vigo saca lo más animal de mí.  Pero centrémonos, el que está a su lado es su hijo, Henry Mortensen destrozando la teoría darwiniana de la mejora de la especie y el refranero popular español "quien a los suyos parece, honra merece". El desastre evolutivo  es evidente pero no quiero dejar de resaltar por si alguien no se da cuenta de que Henry además del pelo, el traje, los botines, la sonrisa y la absurda pose, lleva las uñas pintadas de negro.

No sé si es Halle o el actor secundario Bob travestido.

Todo muy bien en Marhersala Alí. Le podría poner el pero del pañuelo de cuadros pero lo compensa porque lleva reloj.

Con los niveles de absurdez de Nicole ya no puedo. Que le den una escoba y salga volando. Bruja.

Dakota Johnson de Oscar, no de la Renta. De estatuilla.

Un señor en batín de tomar el jerez en la biblioteca.

Dev Patel con su madre moviendo la ternurita pero los pantalones le quedan cortos, los zapatos brillan tanto que parecen de charol malo y los calcetines blancos con lunares rojos, no. Se lo voy a perdonar todo porque la madre está tan contenta que no quiero darle disgustos.

Michael J Fox marcándose un Lalaland. Soy muy fan, y si dejara de teñirse el pelo lo sería más.

Yo es que a Gael no le encuentro el atractivo por ninguna parte. Aquí va como de poquita cosa y con botines. Mal.

Vince Vaugh con la chaqueta corta. Está a dos centímetros de llevar una "torerita".

Ay Andrew, ¿como te han dejado salir de casa sin echarte tapa granos? O eso, o te ha dado urticaria el cocktail. Pobriño. Le voy a dar el premio chupachups para compensarle y porque ese desarrollo cervical se merece un reconocimiento.

Hola Raphaela, susto o muerte.

Glen Powell y su pose de "ey nena, mira lo que tengo para ti". Mucha vergüenza ajena Glen,  la entrepierna arrugada y las manos fofas, eso es lo que tienes.

Un guaperas con terciopelo gordo. Lástima.

Qué mona con el peinado de plumón de polluelo de lechuza peregrina.

¡Ajá! El actor secundario Bob antes de montárselo con Halle.

Y con esto y un brindis al sol por la elegancia perdida, hasta el despelleje del año que viene.