miércoles, 8 de noviembre de 2017
jueves, 17 de febrero de 2022
Le sigo en redes
Empieza el acto. Son todos iguales. El que escribe y el que presenta que siempre sale con su ejemplar leído, con las esquinas dobladas o con mil quinientos posit de colores, y un montón de páginas escritas. Es una pose que solo puede decir dos cosas: preparo oposiciones o me he leído el libro y me lo sé mejor que nadie. En las presentaciones en este sitio siempre me fijo en los pies de los protagonistas del acto, en sus zapatos. El autor lleva calcetines amarillo pollo. ¿Se los habrá puesto por coquetería esperando que alguien se percate o se los habrá puesto por desesperación, porque eran los únicos limpios en el armario, y espera que nadie los vea? Me distraigo intentando saber si lleva los dos calcetines del mismo color o su cajón de calcetines es como él y lleva uno amarillo y otro morado. En primera fila hay unos zapatos fucsia. ¿Me atrevería yo con esos zapatos?
«Tener la culpa es una cosa feísima» ¿De cuántas cosas tengo ya la culpa? Peor que ser culpable, es echarle la culpa a otro. Me distraigo pensando muy de refilón, porque no quiero entrar ahí, en la cantidad de cosas de las que soy culpable y en que más feo que tener la culpa es echársela a otro y en la cantidad de gente que es un profesional de batear culpas hacia los demás. Cuando vuelvo al acto, el señor que está a mi derecha está roncando. Pero, pero, pero...¿en primera fila? ¿apoyado en el hombro de su amigo? Casi me indigno pero se me pasa porque me solidarizo con él, estoy agotada y me duele el hombro. ¿Y si me apoyo en él y hacemos un trenecito de gente durmiendo como el que hacía con mis hermanos en el Seat 131 de mi padre? «Pensamos que el futuro va a tardar muchísimo en venir» Depende de qué futuro, el fin de semana siempre tarda muchísimo en venir, pero, por ejemplo, yo ahora mismo veo los cincuenta ahí, ya, entrando por la puerta. El futuro que siempre tarda en llegar es el de «cuando tenga tiempo», dudo incluso que sea un futuro, creo que no existe, es Narnia. Ahora mismo creo más en la existencia de Narnia que en el "cuando tenga tiempo". Reconozco gente que no me conoce, gente a la que a lo mejor le sueno pero que achinaría los ojos con cara de pensar muy fuerte si me acercara a saludarles. No lo haré, prefiero creer que se van a quedar pensando «mmm...la conozco de algo».
«No dimitir es una invención española que tenemos que defender porque tampoco inventamos tanto» El autor está contento, feliz incluso. Se le nota todo y yo me alegro por él.
¿Y si escribo sobre esto? pienso cuando me marcho.
¿Y si me compro unos calcetines amarillos?
viernes, 24 de abril de 2020
Estos días. Cosas tontas que no entiendo
–Mira a ver si han saltado los enchufes. Están en el cuadro y mira donde pone "enchufes".
viernes, 13 de diciembre de 2019
La casa y los trapos
martes, 8 de enero de 2019
El bar cutre y el bar cuqui
sábado, 9 de octubre de 2021
Lecturas encadenadas. Septiembre
Ninguna de las dos lecturas es nueva así que no esperéis sorpresas aunque puede que si encontréis brevedad. O no.
Un caballero en Moscú de Amor Towles llevaba pululando por mi casa años. Lo veía en la estantería, lo veía en manos de mi madre, El Ingeniero lo leyó en su club de lectura y yo pensaba: Ah, sí, tengo que leer esa novela. Además, hace muchos años yo había leído Normas de cortesía, del mismo autor, que me había gustado bastante. (Cuando digo muchos años, son muchos, antes de empezar con este blog "centrado en mi"). Al comenzar el mes y anticipando la locura de mes que iba a ser pensé que sería una buena lectura, una novela tranquila y agradable para cuando llegas reventado a la cama y lo único que quieres es ser capaz de leer cinco páginas sin pensar que no estás entendiendo nada.
No voy a descubrirle nada a nadie pero Un caballero en Moscú es la historia de un noble ruso que, tras la revolución, y por culpa de unos poemitas que se consideran antirevolucionario es condenado a un arresto domiciliario en un hotel en el que pasa los siguientes treinta y cinco años de su vida. Un caballero en Moscú podría ser Robinson Crusoe y Los robinsones de los mares del sur (si tenéis churumbeles, por favor, ponedles esta peli) y una peli de James Bond y Narnia. El hotel es un sitio casi fantástico que permanece intacto y sumido en unas rutinas perfectas mientras el mundo a su alrededor y a miles de kilómetros se desmorona y cambia por completo. El mundo se vuelve del revés pero en el hotel no cambia nada. En parte sagrario, en parte parque temático, en parte isla incomunicada, en parte mundo perdido, el conde Rostov es el héroe, es Robinson, es James Bond, que consigue hacer de una situación lamentable una oportunidad de vida maravillosa en la que encuentra todo: amor, amistad y familia.
«Porque era cierto: los tiempos cambian. Cambian sin cesar, de forma inevitable, con inventiva. Y a medida que cambian, hacen que resulten insólitos no solo los tratamientos honoríficos pasados de moda y los cuernos de caza, sino también los llamadores de plata y los gemelos de teatro de madreperla, así como todo tipo de artículos fabricados con esmero que hayan dejado de ser útiles.»
Antes fueron los cuernos de caza y los gemelos de teatro, ahora son los teléfonos fijos, las carpetas, el papel y el usted.
Rostov no sale del hotel en treinta y cinco años pero todo su universo es luminoso, optimista, expansivo, Andrea, de Nada de Carmen Laforet sale de la calle Aribau pero todo su universo es oscuro, amargo, interno. He vuelto a Nada porque en septiembre se cumplía algún aniversario de Laforet y me apeteció. Busqué por las estanterías y encontré un ejemplar, de la edición de Áncora & Delfín de 1946, que perteneció a mi abuelo, con su sello "José Luis García Rubio. Abogado" y su número de registro. Más feliz que una perdiz con esa joya familiar oliendo a libro antiguo me lancé a releer y descubrí que no recordaba nada. ¿Cuando no recuerdas nada de un lugar en el que ya has estado puedes decir que vuelves?
«Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora. Imposible salirme de él. Imposible libertarme. Una tremenda congoja fue para mí lo único real en aquellos momentos».
No recordaba la miseria, la oscuridad. He tenido una sensación muy especial leyendo una historia que transcurre en 1944 en un ejemplar publicado en 1946. Las páginas casi amarillas con el olor de 80 años de estantería, me recordaban a la colección de novelitas románticas de mi abuela (ver mi charla con Loenlasnubes para saber su historia) que leí de adolescente. En aquellas novelitas cursilísimas había pobreza y miseria y tragedia y dramitas pero la damisela (costurera, cocinera, estudiante) siempre acababa con el galán tras un beso muy casto. Aquí no hay nada de eso. La casa de la calle Aribau encierra en su interior pobreza, ira, miseria, envidia, lujuria, desamor, cobardía, avaricia. Andrea llega a vivir allí y no es que pase a vivir una vida en blanco cuando está en la universidad y una vida en negro cuando vuelve a la casa, toda su vida se vuelve marrón, beige sucio. Ni siquiera cuando está fuera, cuando se hace amigos, cuando conoce vidas familiares en technicolor, cuando descubre la ciudad y se siente deseada consigue librarse de ese tono marrón que la está desdibujando, deshaciendo. Nada es un curioso nombre para una novela asfixiante, claustrofóbica, una novela de la que quieres escapar. Es casi una novela de terror, leyéndola he pensado en Siempre hemos vivido en un castillo de Shirley Jackson.
«Yo tuve que sonreírme. En pocos días la vida se me aparecía distinta a como la había concebido hasta entonces. Complicada y sencillísima a la vez. Pensaba que los secretos más dolorosos y más celosamente guardados son quizá los que todos los de nuestro alrededor conocen. Tragedias estúpidas. Lágrimas inútiles. Así empezaba a parecerme la vida entonces.»
No puedo hacer planes para octubre. Ya veremos lo que leo. A lo mejor en la próxima entrega de lecturas encadenadas solo comento un libro y a lo mejor doy opción a algún anónimo a lucirse con un comentario lúcido y sagaz del tipo «vaya, ya no lees tanto, tanto que te hacías pasar por lectora».
Y con esto y a punto de darme un paseo por las montañas, hasta los encadenados de octubre.
miércoles, 1 de junio de 2022
Lecturas encadenadas. Mayo
La parte buena para este blog y para los cuatro lectores irreductibles, como la aldea gala, que siguen leyéndolo es que me acuerdo de todo lo que he leído. Y que lo apunto.
Al lío.
El día del libro me acerqué a Panta Rhei y me compré un par de libros. No es que yo necesite excusas del día del libro pero si tengo una excusa no la desaprovecho. Compré Segunda casa de Rachel Cusk porque el año pasado leí Despojos y me encantó. Este parece ser un buen motivo para comprar un libro, ya lo he explicado más veces, te enamoras de un autor en la primera cita y decides repetir y puede salir bien o puede salir mal. En este caso, tengo que decir que ha salido bastante mal por no decir fatal. Segunda casa es un tostón intenso y soporífero en el que en ningún momento sabes que es lo que Cusck está tratrando de contarte. La novela es una especie de carta o diálogo interior que la protagonista mantiene con un tal Jeffers que no dice ni mu. La protagonista es una intensa de manual, con un pasado en el que ocurrió algo que la traumatizó pero que no se descubre nunca. Todo es «en aquella época», «cuando yo sufrí terriblemente entonces». Al principio sientes cierta intriga, luego te cabreas y al final dices «mira, chata, no me creo nada». Es como cuando tienes una amiga o amigo que contesta siempre en tono misterioso «no puedo, tengo cosas que hacer» y lo que tiene que hacer es pelar judias verdes. A la vida de la protagonista misteriosa, a la casa de invitados que tiene en su casa en las marismas donde vive con su marido Toni que la adora (el lector no se lo explica), llega un pintor famoso que tiene algo que ver con el pasado misterioso. El pintor es un cabrón con pintas y un maleducado y tú, lector, no entiendes porqué la protagonista lo ha invitado. ¿A donde va todo esto? A ninguna parte. Todo es un continuo ir y venir de ella hablando con mucha intensidad y cero interés.
Cuando llegas al final hay una nota que pone «Segunda casa está en deuda con Lorenzo de Taos, la crónica que Mabel Dodge Luhan escribió en 1932 sobre la estancia de D.H. Lawrence en su casa en Taos, Nuevo México». No sé quién es Mabel ni como lo contaba pero desde luego me juego una mano a que Cusck no le hace justicia.
Recomiendo no solo no comprarlo. Tampoco lo leáis si os lo regalan, si lo sacáis de la biblioteca o si os lo encontráis por la calle. Eso sí, yo voy a repetir tercera cita porque ya tengo A contraluz, de la misma autora, esperando en la mesilla.
Hacia mucho que no leía un tebeo y tras ver el Imprescindibles de Ibañez en TVE, A. me dejó Todo Paracuellos de Carlos Giménez. Había oído hablar mucho de estos tebeos, al primero que le escuché hablar de ellos fue a Guillermo Altares en La Cultureta. En este volumen se recogen todas las historietas que con ese nombre Giménez publicó entre 1977 y 2003.
Paracuellos es el nombre genérico que le da en la serie a los hogares de la Obra Nacional de Auxilio Social que acogían a niños huérfanos, con padres enfermos que no podían cuidarlos o que no podían atenderlos por estar trabajando. Carlos Giménez estuvo en esos hogares y recoge las historias, anécdotas y terrores que pasó él y otros muchos compañeros. Pasaban hambre, recibían palizas, los maltrataban, los obligaban a cosas horribles y absurdas como echarse la siesta al sol en agosto o delatarse unos a otros a cambio de un currusco de pan. El horror está ahí sin adornos, crudo y a la vista. Adultos maltratando niños por el puro placer de poder hacerlo, por la sensación de control, de poder, de impunidad. Entre todo ese horror, Giménez transmite ternura y la alegría por la amistad que forjan entre ellos. La alegría de encontrar un currusco de pan, de recibir una carta, de tener un tebeo nuevo, una visita familiar, cualquier cosa que les sacara de la rutina de hambre y maltrato. Giménez además construye los personajes. Cada niño tiene una vida en el hogar y tenía una vida antes, algunos siguen teniendo una vida fuera que creen que les espera, otros ni eso. Lo que no tiene ninguno es un futuro fuera, ni lo piensan y cuando lo piensan, cuando lo desean, la realidad les pone en su sitio. Con todo, lo más terrible de todo el tebeo, lo que a mí me hizo llorar fue la historia de Hormiga, un chaval al que su padre deja en el hogar al morir su madre para casarse con otra mujer con varios hijos. El padre visita el hogar pero no para ver a Hormiga, lo visita porque está ligando con una de las cuidadoras. Hormiga sueña, confia en el amor de su padre, en que lo sacará, lo llevará a vivir con él, pero eso, por supuesto, no pasa. Los castigos y la crueldad de los extraños hacen daño pero se pueden llegar a entender, la crueldad de un padre duele más que todas las palizas, es incomprensible y no se supera nunca. ¿Qué fue de Hormiga?
Hay que leer Paracuellos, es un clásico del tebeo nacional.
En la cuenta de @srabibliotecaria descubrí Lunática de Andrea Momoitio. Como debo a Marina el haberme descubierto a Mara Mahía, me lancé enseguida a comprarlo. Lunática no es una novela, es un ensayo o, mejor dicho, una investigación sobre una figura desconocida pero cuya muerte está en el origen del movimiento feminista en los años 70. Antes de nada, confieso que no sabía absolutamente nada de esta historia y que he entrado en ella para descubrirlo todo. En 1977 María Isabel Gutierrez Velasco murió calcinada en la carcel de Basauri. Su muerte, poco clara y muy extraña, causó indignación entre las prostitutas de Bilbao que comenzaron una huelga que continuó posteriormente con una movilización de distintos colectivos sociales que exigían de las autoridades, tras la muerte de Franco, la libertad de los presos políticos y de las leyes que afectaban especialmente a las mujeres que ejercían la prostitución, homosexuales y demás colectivos marginados por la moral franquista. Este libro es el intento de Andrea por conocer a Maria Isabel ¿Quién era? ¿Cómo vivió? ¿Por qué acabó calcinada en una celda? ¿Tenía amigos? ¿De qué vivía? ¿Por qué se prostituía? ¿Cómo fue su infancia? Lunática es la historia de María Isabel y es, también, la historia de la obsesión de Andrea. Es una obsesión muy bien contada, al mismo tiempo que vamos conociendo a Maria Isabel, vamos conociendo el proceso de búsqueda de Andrea, sus dudas, sus sospechas, sus problemas para creerse o no creerse lo que le cuentan los familiares, los amigos. Describe a María Isabel pero también a todos aquellos con los que habla, nos hace acompañarla en esas investigaciones porque nos cuenta dónde se encontró con ellos, como hablaban, como miraban, cuando ella sabía que le estaban mintiendo.
Me ha gustado muchísimo aunque creo que al final se enreda un poco y un pelín de edición le hubiera venido bien. Además, esa manera de contar esa obsesión tiene un tono de podcast maravilloso, las dudas, los obstáculos, el tono de «ven conmigo y acompañamé a ver que encontramos». Solo tengo una pregunta que hacerle a Andrea, ¿por qué no aparece el hijo de María Isabel?
Al terminarlo pensé que entre Lunática y Paracuellos había uno de esos hilos que, hace ya muchos años, me hicieron llamar a esta serie Lecturas encadenadas, si lo busco siempre hay un hilo entre los libros que voy eligiendo. En este caso ese hilo son las políticas de la dictadura contra los hijos de los pobres, los rojos, los represaliados, las prostitutas, los marginados.
Mi libro favorito del mes ha sido uno que llevaba años en mi lista de Libros Pendientes. Encontré Crónicas de motel de Sam Sephard en la Feria del Libro Antiguo de Madrid. Es un ejemplar viejo que tenía dentro varios marcapáginas de librerias de Madrid de cuando los teléfonos no llevaban el 91 delante y una pegatina de Keeper El Escorial. ¿De quién sería? y, sobre todo, ¿Por qué se deshizo de este libro maravilloso?
Estas crónicas de Sam Sephard no se parecen a nada que haya leído. Sé que esto puede sonar, quizás, exagerado pero no lo es. Me ha gustado muchísimo, he doblado más esquinas de las que he dejado sin doblar y lo he colocado, tras leerlo, en la estantería de los libros que no quiero perder de vista. En este volumen hay relatos, hay poemas en prosa, hay observaciones, hay historias claramente autobiográficas y otras que sin ser tan claras, obviamente lo son, y hay fotografías de un jovencisimo Sephard en moteles, con coches, con camionetas, con su padre. Son historias áridas, ásperas como los desiertos y los espacios que atraviesa en coche mientras viaja de motel en motel, de película en película, de compromiso en compromiso, de aventura en aventura. Todo tiene ese poso de amargura que te da la consciencia, en un momento de tu vida, de que habrá días malos, habrá días tristes y duros y que esos días forman parte de tu vida tanto como los buenos. Sephard escribió todas estos retazos entre finales de los 70 y principios de los 80, en plena crisis de los 40 que es justo el momento en el que el eje que nos ancla a nuestra existencia y a como nos percibimos con respecto a los demás cambia y nos desequilibra. La vida empieza a dar vértigo y hay que atarse a algo, quizá él se ató a escribir.
He doblado muchas esquinas pero dejo esta que me retrata por completo.
«Siempre me pongo raro con el Veranillo. Ya lo he notado otras veces. Mi organismo entero se siente estafado. Justo cuando el cuerpo empezaba a enamorarse de las doradas hojas del chopo que caían planeando. Del olor de leña de madroño quemándose. El Veranillo desgarra de parte a parte el salvaje encanto del otoño. No tengo ganas de rondar por ahí quitándome hasta la camisa. Lo que quiero son gruesas capas de mantas canadienses y un buen fuego. Y perros. Y noches frías, frías. »
Corred a leer a Sephard.
El último libro del mes lo leí en 24 horas. La niña del faro de Jeanette Winterson es un cuentito de fantasia en torno a la historia de un faro en Escocia. Faros, Escocia y Winterson eran tres razones de peso para comprar el libro en la Feria del Libro Antiguo. La niña del faro es Silver y llega a vivir allí tras la muerte de su madre. El primer capítulo con Silver contando como vive en una casa en una cuesta tan empinada que solo pueden comer cosas que se peguen al plato y su perro tiene las patas de distinta longitud por trepar por la cuesta es pura fantasía. Un poco Matilda y un poco Coraline y un poco Narnia cuando llega al faro. La historia de Silver se trenza con la de Babel Dark un personaje contemporáneo de Darwin y de Stevenson que también se relaciona con el faro. La niña del faro es una fábula sobre las historias que contamos y que nos contamos para atravesar la vida, es una reflexión sobre el amor a uno mismo y a los lugares. La primera mitad es maravillosa, a partir de ese momento, las historias dejan de estar entrelazadas, la conexión se pierde y el entramado que sostenía la novela se va deshaciendo hasta deshilacharse y desaparecer. A pesar de todo esto, me ha gustado bastante.
«En los cuentos de hadas, nombrar es sinónimo de conocimiento. Cuando conozco tu nombre puedo gritar tu nombre, y cuando grite tu nombre, tú vendrás a mi».
Este recomiendo leerlo sacándolo de la biblioteca.
Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de junio.