miércoles, 25 de julio de 2018

Fuerteventura: Calderón Hondo y el egoísmo filial

Cima del Calderón Hondo y al fondo las dunas de Corralejo. 
Por fin, después de cuatro días en esta casa, el movimiento reflejo de mi mano en busca del papel higiénico se ha sincronizado con la inusual e inadecuada altura a la que está colgado el soporte en la pared. Demasiado bajo. Comentamos este inconveniente durante el desayuno mientras planeamos nuestro día y tratamos de adivinar de qué nacionalidad son los nuevos vecinos. La incógnita se desvela enseguida porque grandes parrafadas en italiano llegan a nuestros oídos. Lástima la familia oriental, a la que apellidamos Martinez, que ocupaban la casa hasta ayer mismo nos dieron muchísimo más juego. Yo aposté porque eran taiwaneses infiltrados en la mafia china y estaban aquí en un programa de protección de testigos. 

Pasamos la mañana en la cumbre del Calderón Hondo al que subimos tras trepar por su escarpada pendiente sorteando ardillas africanas. «¡Qué monas las ardillas!» No, las ardillas nos parecen monas por obra y gracia de los dibujos animados, de Chip y Chop, pero en realidad son ratas con cola larga. Y ni siquiera son autóctonas, majareras de pura cepa, alguien las trajo aquí en 1965. En la cumbre, mientras admiramos las espectaculares vistas y coincidimos con un padre con dos hijas. Decidimos que son alemanes. Quizás no es un padre y dos hijas, quizás es un profesor de español y sus alumnas. Al subir todo han sido risas pero al bajar el acojone nos mantiene mudos. Sopla un viento como para volar la casita de Dorothy y llevarnos a Oz y la pendiente es escurridiza. Nos apiadamos de una señora (confieso que durante más de diez minutos yo pensé que era señor) que no sabe cómo bajar. La ayudamos y nos pide que le hagamos una foto para que sus hijos vean que de verdad ha subido a la cumbre. «Estamos todos de vacaciones pero ninguno ha querido venir conmigo» Me solidarizo tanto con ella. Mientras bajo pienso en como los hijos llegamos a una edad en la que no tenemos pudor en decirle que no a nuestros padres cuando ellos nos piden hacer algo con nosotros. «Es que no me apetece, es que no quiero» Ese argumento nos parece suficiente. ¿Por qué tengo que hacer algo que no me apetece porque mis padres quieran? Somos egoístas e idiotas. ¿Cuántas cosas que no les apetecían un pimiento hicieron nuestros padres por nosotros? Sé que está muy de moda decir (no sé tanto si está de moda sentirlo) «a mí con mis hijos me apetece hacer todo siempre» pero sí se que es mentira. Miles de horas de parque, miles de películas infantiles comparables a la peor sesión de tortura, cumpleaños multitudinarios, excursiones, funciones... Lo haces, lo hiciste por amor, por deber a veces. 

«Chicas, ¿vamos a Lajares a dar una vuelta antes de comer?» «No,mamá, qué pereza, pasando»

Sin querer me duermo, cuando me despierto son las ocho, menos mal que en Canarias son las siete y nos da tiempo a ir a Lajares y comprarme una pulsera con dos botones verdes.


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sé que es un simple lapsus: es majoreros de Maxorata, el antiguo nombre de Fuerteventura.

Anónimo dijo...

No sé si es egoísmo: yo diría más bien que es agotamiento, la fricción inevitable que se produce al estar las 24 horas alrededor de esa persona que, casualmente, es tu padre o madre. La prueba es que el mismo plan enunciado por cualquier otra persona hasta puede resultar atractivo. A medida que te haces mayor te vuelves consciente de ello y es justo entonces cuando desaparece la infancia.Volverse adulto es un poco ir dejándose seducir por la idea de que se es libre para elegir: vacaciones, destino, pareja,etc. Es una ilusión por supuesto pero tan poderosa como aquella que afirma que nuestros hijos nos pertenecen. Anónimo82

Maribel dijo...

Los hijos son (somos) egoístas por naturaleza en relación a los padres. El hijo cree que ese ser que lo ha traído al mundo, está ahí para servirle y colmar todas sus necesidades, y que no tiene ninguna obligación para con ellos.

Esto se puede prolongar hasta el infinito en función de la madurez del hijo; hay hijos que con 14 años ya son responsables y empiezan a entender que deben atender a sus padres y agradecer todos los esfuerzos que han hecho para subirlos, y hay otros hijos con 30 años que aún llevan la ropa sucia a las mamás para recogerla dos días después limpia y planchada.

No visité el Calderón Hondo cuando estuve en Fuerteventura y ahora me arrepiento... :(

Sara M. dijo...

¡Uy, has dicho la palabra del verano en mi entorno! P E R E Z A. Pa matarlos a todos.

Marta dijo...

Precioso, me encanta. Gracias por compartir. Es casi, casi como estar allí....