viernes, 19 de agosto de 2016

11 años

Era septiembre, ya casi no quedaba nadie en Los Molinos y nosotras seguíamos allí porque nuestra nueva casa todavía no estaba lista. Estaban terminando de poner la cocina. Las tardes de septiembre son silenciosas en Los Molinos y ya no hace calor. Decidí llevaros a dar un paseo a La Rosaleda, a ver a mis tíos. 

Nos sentamos en la pérgola a charlar y te regalaron una cajita con un mono de color verde por delante y con rayas de colores por detrás y un peluche bastante feo que parecía un gato. Pasaron unos meses antes de que pudiéramos ponerte el mono porque eras canijísima pero por alguna extraña razón que no consigo recordar el feo peluche de pseudo minino acabó metido en tu cuna desde el principio. 

En algún momento el peluche indefinido pasó a llamarse Pufa. Un nombre horroroso pero muy personal. No le llamaste Gatito, ni Precioso, ni Luna, ni Max ni nada que sonara conocido. Pufa. 

Dormías con Pufa, abrazada a él al empezar la noche y sin soltarlo a pesar de las mil vueltas que das siempre. Podías perder el chupete pero a Pufa jamás. Amanecías con Pufa apretado contra ti, oliendo a tu sudor de bebé. Durante el día no le prestabas atención pero al llegar la noche ¿Dónde eztá Pufa? 

Un día, al volver de pasar el verano en Los Molinos, Pufa se nos cayó por la calle. No nos dimos cuenta hasta llegar a casa ¿Dónde ezta Pufa? Sabíamos que lo habíamos cogido, todos recordábamos que venía en el coche... así que volvímos sobre nuestros pasos. En medio de la calle, tirado en un paso de cebra estaba Pufa destripado por unos cuantos atropellos. Magullado y bastante sucio pero intacto. Te sentaste a mirar la lavadora mientras el pobre dabas vueltas envuelto en espuma y burbujas.  

La vida de Pufa no ha sido fácil, atropellos, vomitonas y hasta un ataque perruno una tarde que lo sacaste al jardín por alguna extraña razón y los perros lo encontraron fascinante.  Perdió una oreja y tuvo una herida bastante terrible en una pata. Se recuperó con orgullo y ahora luce una oreja de tela multicolor y un parche precioso muy bien cosido (no por mí).

Tras estos accidentes decidiste que Pufa era un gato de interior y no ha vuelto a salir de casa. Te despides de él al irte de vacaciones y os reencontráis cuando vuelves. ¿Dónde está Pufa? 

En 2010 viajé a Berlín y os compré un par de peluches, uno negro y otro color café con leche, suaves y blanditos. "Parecen gatos atropellados" dijo Juan y tenía razón, estaban agradablemente desmadejados, como si no tuvieran huesos ni articulaciones, que obviamente no tienen porque son peluches pero dan esa sensación de estar "desperdigados". Elegiste el café con leche y le llamaste Mimoso. 

Pufa y Mimoso se han hecho inseparables. Cada noche te acompañan en tu cama. Al llegar la hora de acostarte, rebuscas en la cesta de los muñecos y los metes en tu cama contigo. Duermes cada noche abrazada a ellos y ellos amanecen cada mañana aplastados o incrustados contra la pared dónde los abandonas hasta que por la noche vuelven a ser imprescindibles.

**********

Hoy cumples 11 años. Te has convertido en todo un personaje. Tienes una mente ingeniosa, rápida y desconcertante.

Mamá, lo de tu libro...
—Dime.
—Estoy pensando que deberías pagarnos derechos de autor.
—¿Qué dices?
—A ver, salimos nosotras, son nuestras palabras, nuestros pensamientos y ¡nuestros dibujos!
—Ajá.
—¿Ajá? ¿eso quiere decir que estás de acuerdo?
—Claro, vuestros derechos de autor están en la ropa que llevas, la comida que comes y los viajes que hacemos. 

Me miras frunciendo el ceño, achinando los ojos y maquinando el siguiente movimiento.

Por el horizonte veo venir tu adolescencia agitando la melena al viento y de la mano de un pavo de tamaño descomunal.  Sé lo que nos espera pero, mientras tanto, respiro hondo, te miro y pienso en que quiero que sigas durmiendo con tus gatos por lo menos otros 11 años más. 

Feliz cumpleaños bruja. 


martes, 16 de agosto de 2016

Apuntes, recortes

Buscando otra cosa he encontrado un viejo cuaderno. Repaso mis anotaciones, hechas con prisa y con furia. El cuaderno es de otra época, una época en la que leía periódicos y guardaba recortes. Es de hace tres años. Otra vida. 

**********

23 de marzo de 2013. Recorte de prensa, meticulosamente doblada entre las páginas de mi cuaderno.

"Leer da más felicidad que escribir. Escribir es una afición, una vocación, un trabajo incierto, que lo mismo da grandes alegrías que grandes disgustos y que en el mejor de los casos siempre le deja a uno vulnerable ante sí mismo y ante los demás: ante la incertidumbre que no cesa nunca de minarlo por dentro, aunque se la aplique con grados diversos de dedicación y eficacia el bálsamo de la vanidad; ante los juicios favorables o negativos, halagadores o insultantes, sinceros o fingidos.

Leer, cuando se disfruta a fondo de la lectura es un deleite que no viene con efectos secundarios, una medicina sin contraindicaciones, un vicio sin castigo."
**********
Notas con el siguiente título "Idea para relato que no escribiré nunca". Julio 2013. 

Dos hombres. Una ciudad con catedral. Cenan en la misma terraza, cada uno con su mujer. No se ven, no saben que se han visto, quizás crucen miradas pero no se recordarán jamás. Nunca sabrán que tienen algo en común: una mujer que no está con ninguno de ellos. Los dos cenan, hablan, beben y piensan en esa otra mujer que no está en esa ciudad. Los dos querrían saber qué está haciendo y sobre todo si está pensando en ellos. Los dos la conocen, los dos la quieren y ninguno se atreve a quererla, a estar con ella. La quieren pero no pueden, no tienen valor. Les atenaza una sensación que intentan ocultar bajo sus ropas, su piel y su conversación. Los dos saben que dejaran escapar a esa mujer, que la están dejando escapar, que ella no les esperará... ella ve lo que son. Saben que están renunciando por cobardía ante lo que ella les hace ser, a lo que ellos son con ella. No es ni siquiera lo que ella les da, es lo que ellos son con ella. Cenan, hablan, beben, crucen miradas y no saben que tienen algo en común: son unos cobardes.

**********

20 de mayo de 2011. Recorte de periódico, ya amarillo. 

"Subrayar un libro viene a ser, según cómo, un acto íntimo, que puede llegar a delatar bastantes cosas, algunas muy pintorescas, de quien lo ha cometido. Y que más frecuentemente, da lugar a toda suerte de extrañezas."
**********
Anotación sin fecha

Hay libros que enseñan, otros que hacen reír, otros llorar, otros sirven para evadirse, hacen pensar y luego están los libros que duelen. Los libros que duelen te dejan sin respiración, sientes que alguien te está apretando el corazón mientras lees. Estás incómodo, descolocado, desubicado. Lees, cierras, vuelves a leer. Es posible que los libros que duelen al leerse, duelan al escribirlos. Los libros que duelen no se olvidan y creo que hay libros que uno no es capaz "de doler" hasta una determinada edad. El dolor que provoca un libro no tiene nada que ver con la historia que se cuenta. Da igual que sea triste, conmovedora o trágica. No es la historia lo que duele, es otra cosa. Los libros que duelen, duelen al escribirlos y al pensarlos. No tienen porqué ser difíciles de leer, te llevan de la mano por el camino, como si treparas una senda de montaña escarpada. Cuando llegas a la cima descubres que no hay un bonito paisaje que contemplar pero el camino ha merecido la pena.
**********

Recorte de prensa sin fecha. Un artículo de Alberto Manguel. 

"La correspondencia electrónica provoca la desesperación de archivistas y bibliotecarios. El papel conserva los trazos de nuestra presencia; cartas con manchas de café, borrones y tachaduras, algunas palabras humedecidas por una lágrima o por una gota de sopa derramada cuentan más que lo que dicen las frases que contienen. (...) Como actual usuario del correo electrónico soy plenamente consciente de que mi nostalgia no tiene justificación valedera. Como en todas las cosas humanas, en la comunicación también hay jerarquías. Sé muy bien que las pausadas conversaciones cara a cara y las cartas escritas a mano tienen poco prestigio en una época en que los valores fundamentales son la brevedad y la rapidez. Lo sé, pero no me resigno".  
**********

Anotación para distintos posts. Sin fecha.

-Se habla poco de lo malísimo que ha sido para la humanidad el personaje de Amelie. Las plagas del Antiguo Testamento y los Cuatro jinetes del Apocalipsis son Pocoyó y Pepa Pig comparados con Amelie. Por culpa de Amelie la gente hace fotos de enanos o de cliks o de figuritas de Disney en cualquier sitio. Por culpa de la lánguida francesa hay gente que cree que puedes comer como si fueras Obelix y pesar 40 kilos. Si eres tía y misteriosa tienes gato. Esto me parece bien, odio a las misteriosas y a los gatos.

-5 cosas que hacen de los Puentes de Madison una gran peli y 5 cosas que no. 

Anotadas solo dos negativas. Todas las positivas. 

**********


"I suppose I think of the notebook as a house of words, as a secret place for thought and self-examination. I´m not interest in the results of writing, but in the process, the act of putting words on a page". 

jueves, 11 de agosto de 2016

Recalcitrante


-Eres recalcitrante. Nunca buscas términos medios. Eres todo o nada. 

Tiene razón. Toda la razón del mundo. Soy así. Llevo  tres días dándole vueltas, no me lo quito de la cabeza.

Recalcitrante. En mi absurdo cerebro, recalcitrante suena a asfalto, a algo caliente, que quema, que arde. Lo busco en el diccionario. 

"Que se mantiene firme en su comportamiento, actitud, ideas o intenciones, a pesar de estar equivocado."

No soy recalcitrante tal y como lo define la DRAE y sí lo soy con respecto a mi imagen mental.

Soy todo o nada. Blanco o negro. A favor o en contra. Me mantengo firme y peleo y ardo cuando lo hago. Y puedo llegar a quemar. 

Pero también me apago completamente, puedo pasar de llamaradas a cenizas frías. Hay bastantes cosas, cada vez más, sobre las que he cambiado de opinión a lo largo de los años, yendo del blanco al negro. Pensaba, creía, sentía algo y con el paso del tiempo, las circunstancias o los argumentos adecuados he cambiado de idea. 

Buscar el término medio, el Santo Grial. ¿Qué es el término medio? Para mí el término medio es estar en mitad de un camino, llegar a una encrucijada y quedarse ahí sentado pensando: si voy a la izquierda puede que me equivoque y tampoco tengo claro que sea por la derecha, lo mejor es que me quede aquí, en el término medio oteando el horizonte de los dos caminos.  

El término medio para mí es la apatía absoluta, es el "me da igual" como filosofía de vida. Es el amarrar la nada con tal de no tener la posibilidad de perder. ¿El qué? No lo sé. Supongo que si te quedas en el término medio nunca tienes que pensar "mierda me equivoqué" o "Cómo pude ser tan imbécil" o "es acojonante que estuviera convencida de esto" o "lo siento, tú tenías razón". Si te quedas en el término medio nunca llegas a un punto al final del camino elegido y te das cuenta de que te tienes que dar la vuelta y desandar todo la ruta para coger la otra desviación que resultó ser la correcta. El término medio te ahorra el tener que escuchar "¿ves como por ahí no era?"  

Me paso la vida desandando mis pasos, yendo de blanco a negro, de un extremo a otro.  Del todo a la nada. Ardiendo, quemando y apagándome, con la boca sabiéndome a cenizas, escupiendo rescoldos de mi opinión equivocada mientras camino en sentido contrario. Y vuelta a empezar.  

No sé ser gris. Soy recalcitrante y él tiene razón. 

lunes, 8 de agosto de 2016

Hombres fantásticos (VII)


Hemos quedado temprano y, por supuesto, a pesar de acostarme pronto la noche anterior para intentar dormir y tener un aspecto presentable y la cabeza despejada para el reto que es quedar con él, los nervios me han impedido pegar ojo. Me levanto como un gremlin y con tiempo de sobra pero, por supuesto, llego tarde. No horriblemente tarde pero lo suficiente para quedar regular. De todos modos, cuando quedo con un hombre, siempre prefiero llegar tarde. Entre quedar mal y ponerme nerviosa esperando prefiero quedar mal. 

Es finales de otoño, la mañana de un día perdido de noviembre. Hace el frío justo para despejarme sin que me gotee la nariz. He elegido el Retiro para esta fantasía porque necesito un lugar cómodo y conocido que no me distraiga para poder centrarme en la conversación, para no dispersarme. El Retiro es casi como pasear por el pasillo de mi casa. Además con él no me imagino conversando en un sitio cerrado porque él habla demasiado despacio, dejando silencios que en una habitación cerrada me empujarían a decir alguna estupidez para llenar ese  espacio. Paseando sus silencios se quedan colgando entre los pasos y suenan. 

Hay poca gente, casi somos los únicos. Es demasiado tarde para que los runners madrugadores estén correteando y demasiado pronto para que haya niños. La moda de los Pokemon ha pasado. Cuando llego ya me está esperando. Mira en mi dirección pero no sabe que soy yo así que me mira sin verme. Para él soy una chica con una trenca y las manos en los bolsillos. Según me acerco saco a relucir mi sonrisa de desconocida tratando de parecer encantadora. 

—Hola, siento llegar tarde. 
—¿Eres Molinos?
—Sí. 
—Te pareces a tu foto pero no te he visto llegar.
—Soy muy normal, paso desapercibida. ¿Entramos?
—Claro. 

Comenzamos a pasear sin rumbo, bordeamos la nueva biblioteca del Retiro y caminamos hacia el lago. Sé que una de las primeras cosas que le contaría es el primer libro que leí de él, "El invierno en Lisboa". No sé cómo llegué a él ni porqué pero recuerdo que me encantó. Le contaría que se lo regalé a uno de mis mejores amigos y que no me he atrevido a volver a leerlo porque me da miedo quebrar el buen recuerdo. Es uno de esos libros en los que siempre tengo 20 años, llevo hombreras, los hombros echados hacia delante, melenita de niña buena y no hablo con nadie porque tengo miedo. 

Él me escucha. A veces dice algo y tengo que esforzarme para oírle por encima del sonido de nuestros pasos y el rumor del viento en los árboles. Tiene la voz grave y habla muy bajo. Siempre he pensado que habla como si fuera una corriente constante de agua, siempre el mismo tono, siempre el mismo ritmo, nunca totalmente quieto y nunca acelerado. Sus pensamientos brotan con pausa y él los recibe, observa, paladea y da forma siempre al mismo ritmo, igual que habla. 

Yo soy un torrente. A veces estoy desbordante de ideas que intento apresar, apretar y estrujar; otras veces la inspiración son gotas que tengo que exprimir de mi cerebro y, a veces, soy una torrentera sin agua y creo que jamás volveré a pensar nada que merezca la pena expresar.  

Parapetada detrás de mi trenca y mirando al frente me atrevo a decirle que sus novelas me aburren. Después de El Invierno en Lisboa, leí Plenilunio y El jinete polaco y me gustaron. Después leí alguna más que soy incapaz de recordar y decidí no volver a intentarlo. No quiero que sus novelas me hagan cogerle manía porque me encantan sus artículos. Para compensar este comentario que, aunque disimula, supongo que no le gusta le digo que aprendí a ver el arte de Rothko por uno de sus artículos y que mi ejemplar de Ventanas de Manhattan tiene más esquinas dobladas que sin doblar. Ventanas es un libro con el que he crecido, me veo con 20 años comprándolo y creciendo con él en mi estantería mirándome, viéndome envejecer y esperándome cada vez que lo he releído.

Le cuento también unas cuantas de esas casualidades que hacen que nosotros, a pesar de ser completos desconocidos, estemos conectados por conocidos comunes y después le dejo hablar. Le pregunto por lo último que ha leído, la última película, la última serie, la última exposición, la última decepción. Le pregunto si lee comics.

Camino a su izquierda y en nuestro paseo llegamos a la salida de la Cuesta Moyano. Cotilleamos los puestos como si fuéramos desconocidos entre nosotros, él por su lado y yo por el mío, como hay que hacerlo. Me resulta imposible mantener una conversación mientras miro libros o paseo por una librería. Siempre acabo perdiéndome de la otra persona aunque el espacio sea pequeño, me pierdo mentalmente y hasta que no me dicen "Eh, que tenemos que irnos" estoy perdida. 

Él no me dice nada, no parece tener prisa. En esta ocasión soy yo la que llega al final de la cuesta con unas cuantas compras en una bolsa. Está sentado en un banco, escribiendo algo en una libreta. Me espera. Al acercarme, de su botín saca un libro y me lo da. 

Toma, un regalo. 

Me quedo sin palabras porque yo no he comprado nada, ni se me ha ocurrido, aunque la verdad es que tampoco hubiera sabido que comprarle. ¿Qué libro le regalas a alguien que lo ha leído todo? 

—Gracias. Yo no te he comprado nada pero una vez escribí sobre mis razones para leerte. Podríamos considerarlo un regalo. O algo así. 
—¿era algo sobre que monto en bici y no soy Murakami? 
—Si. Entre otras cosas.  Es imposible que lo leyeras.
Lo leí. De hecho tuve intención de escribirte para darte las gracias... pero me temo que no lo hice.  

Me acompaña a la parada del 14 que tengo que coger para volver a casa. El día está gris, un día de esos en los que Madrid y yo nos reconciliamos un poco.

Al llegar a casa abro el libro y me encuentro con una dedicatoria "Para que recuerdes un día de noviembre".  


miércoles, 3 de agosto de 2016

Enseñar a leer


Confieso que mis hijas han leído la colección completa de 75 consejos para sobrevivir "a lo que sea". Los han leído, les han gustado y no les ha pasado nada. No se han vuelto más tontas, ni machistas, ni acosadoras ni nada de nada. Los leyeron, los cerraron y a otra cosa. 

¿Son libros que a mí me gustan? No. 
¿Yo se los hubiera regalado para que los leyeran? No. 

La colección de los 75 consejos para sobrevivir a lo que sea la forman una serie de libros con consejos tontos o humorísticos sobre situaciones cotidianas que a pasan nuestros hijos. No tienen más. ¿Dicen tonterías? Pues es posible. Yo les he echado un vistazo, igual que hago con las pelis y los vídeos que ven o la música que escuchan.  Me resultan anodinos, ajenos y poco graciosos, pero yo no tengo 12 años ni tienen que gustarme.  

En los últimos días se ha montado una trifulca tremenda en redes a propósito de esos libros. Un montón de gente enfervorizada abogó por que esos libros fueran retirados del mercado y su autora más o menos quemada en la hoguera por perturbar, pervertir y dar mal ejemplo con sus libros a los niños.  Después, una serie de autores, entre ellos Elvira Lindo ha salido a defender esos libros (y cualquier otro) de esa absurda cruzada en favor de la corrección política.  

Estamos completamente imbéciles. Completamente. Y con respecto a la educación estamos llegando a unos niveles de sobreprotección y desconexión con la realidad que son alarmantes. 

Decía el otro día Rodrigo Cortés que, en su momento, los libros de Roald Dahl entusiasmaban a los niños y horrorizaban a los padres. La obra del autor inglés está llena de crueldad y "malos ejemplos" y no tiene ninguna intención moralizadora, ni ejemplarizante. Lejos de mi intención está comparar a la muy respetable autora de los 75 consejos con Dahl, pero a lo que voy es a que los niños no son imbéciles si no los criamos como imbéciles. 

Todos adoramos a nuestros hijos y los creemos maravillosos, estupendos y fabulosos. Sabemos (aunque hay gente que no lo sabe) que tienen defectos, pero tendemos a considerarlos pequeños defectillos siempre provocados por circunstancias externas, nunca intrínsecos y siempre excusables, y creemos que solucionables a largo plazo. 

El problema es que ahora mismo hay una tendencia a crear un mundo perfecto alrededor de nuestros hijos. Todo tiene que ser perfecto y maravilloso. Nada tiene que doler, frustrar o ser incomprensible. Todo tiene que ser bonito, justo y, además, enseñar. 

Pues no. 

Cuando yo era pequeña leía compulsivamente, leía de todo. Novelas del oeste con protagonistas muy machistas, Mujercitas con esas niñas soñando con casarse y ser respetables y perfectas amas de casa, leía a la petarda de Esther en sus comics llorando por los rincones por gustar al tal Juanito, leía Mortadelo y Filemon, a Asterix, a Tintín y todo lo que cayera en mis manos. Nunca nadie en mi casa me prohibió leer nada, mi madre opinaba que los tebeos de Esther eran una memez porque la protagonista era idiota pero jamás me dijo "no lo leas" o "habría que tirarlos todos a la basura". 

Laz princezaz han leído los 75 consejos y a Roal Dahl, y a Asterix, y La Historia interminable y Konrad el niño que salió de una lata de conservas. Se han reído a carcajadas con Manolito Gafotas. Les encanta Hilda y las aventuras de Jules. Y son adictas a una serie que se llama Futbolísimos sobre un equipo de fútbol. Ahora van a leer Papaíto Piernas Largas, una novela de 1921, en la que la protagonista lo que quiere es casarse y ser madre. Y M ha leído Persépolis, no creo que lo haya entendido todo pero lo ha leído. 

¿Me gusta todo lo que leen? No
¿Tiene que gustarme todo lo que leen? No
¿Creo que lo que leen tiene que educarlas? No. 

A los niños deben educarles los padres, enseñarles a tener criterio y pensamiento propio. Los libros de 75 consejos son para niños de 12 años, si con esa edad un niño no tiene capacidad para captar la ironía (aunque sea tonta) y distinguir la ficción de la realidad,  el problema no es del libro ni del niño, el problema es de los padres que no han sabido (o no han querido) enseñárselo a sus hijos. 

En vez de prohibir que se escriban libros o exigir que los libros tengan que cumplir unas absurdas normas de corrección política, quizás va siendo hora de enseñar a los niños a leer, a tener criterio, a saber pensar y a valorar la ficción. 

Pero para enseñar a nuestros hijos todo eso hay que haber leído mucho, haber leído de todo, incluso a 
Esther.
“Hoy nosotros, con respecto a los niños, hemos descubierto la atención, la responsabilidad, el riesgo, el temor a las consecuencias, y todo eso lo hemos pagado con la muerte de la fantasía. Hemos reflexionado sobre lo que no debemos hacer con los niños, pero aún no hemos descubierto lo que debemos darles a cambio, cómo debemos dirigirnos a ellos, qué palabras usar, y no tenemos para ofrecerles más que nuestros mundos desiertos”. Natalia Ginzburg (octubre 1969)

Para enseñar a nuestros hijos a tener criterio hay que leer con ellos cuando son muy pequeños para marcarles el camino. Hay que leerles cuentos bonitos y cuentos crueles, historias divertidas e historias tristes, historias con buenos muy buenos y malos horribles. Después, hay que soltarles la mano y comprobar que les hemos enseñado bien, que saben andar solos. Hay que dejarles volar solos, elegir lecturas que a nosotros no van a gustarnos y que pueden parecernos horribles pero que es lo que ellos quieren, sienten o necesitan leer.  

Hay que confiar en nuestros hijos y en lo que les hemos enseñado (si es que les hemos enseñado algo). Son mucho más listos de lo que nosotros creemos, y mucho menos idiotas de lo que la sociedad intenta hacerles creer.  

lunes, 1 de agosto de 2016

Lecturas encadenadas. Julio

Julio ha sido un buen mes, he tenido 15 días de vacaciones que he aprovechado para leer sin tregua porque ¿acaso las vacaciones no son para hacer lo que más te gusta? Ha sido ademas un mes de mujeres, de los seis libros que he leído, cuatro están escritos por mujeres. 

Empecé el mes con Las tareas de la casa y otros ensayos de Natalia Ginzburg. Este año se cumple el nacimiento de esta autora y las editoriales están echando la casa por la ventana reeditando sus obras y YA ESTÁIS TARDANDO EN LEERLA. Natalia Ginzburg es una de esas personas que te da pena que esté muerta, no poder charlar con ella, leer los artículos que escribiría sobre el mundo ahora mismo, escucharla, pensarla y aprender. La parte buena es que sus libros son tan fabulosos que se puede aprender, pensar, emocionarse y rascarse el alma con ellos. 

Las tareas de la casa recoge artículos y ensayos publicados por Natalia a lo largo de los años en distintos periódicos y revistas. Los primeros, recogidos bajo el epígrafe “Nunca me preguntes” son los que más me han gustado y he doblado tantas esquinas que casi podría haberlo copiado entero. Estos ensayos son de tono más intimista, recogen pensamientos sobre su vida diaria, sobre las pequeñas cosas de la cotidianidad que muchas veces no pensamos, que damos por supuestas pero que construyen lo que somos y lo que hacemos y cómo las recordamos y las pensamos dice mucho de nosotros. Ginzburg habla de la búsqueda de casa, sobre la vejez, sobre su experiencia con un psiquiatra, sobre las novelas, sobre su relación con la música.
“Porque las novelas están entre esas cosas del mundo que son a la vez inútiles y necesarias, totalmente inútiles porque carecen de una razón de ser visible y de cualquier clase de finalidad, y no obstante necesarias en la vida como el pan y el agua, y entre esas cosas del mundo que a menudo se ven amenazadas de muerte y que, sin embargo, son inmortales”. 
Agrupados en el epígrafe "Nunca no lo sabremos", se recogen los artículos de Ginzburg en los años finales de los 60 y los 70 que resultan ser de actualidad también en el 2016. Reflexiona y escribe sobre la importancia de la crítica literaria y su desaparición y lo que debe esperar el que escribe y las reacciones que provoque. 
“Cualquiera que escriba hoy en día, y sea lo que fuere lo que escriba- novelas, ensayos, poesía o teatro- deplora la ausencia o la rareza de la crítica, es decir, la ausencia o la rareza de un juicio claro, inquebrantable, inexorable y puro. En el deseo de un juicio semejante tal vez se esconda el recuerdo de la fuerza y de la severidad que sobre nuestra infancia proyectaba la figura paterna. Sufrimos por la ausencia de la crítica del mismo modo que en nuestra vida diaria sufrimos por la ausencia de un padre”. 

Ginzburg piensa y escribe. Jamás pontifica ni sienta cátedra. Todos sus artículos comienzan en un tono que parece decir (cuando no lo dicen explícitamente) voy a escribir sobre este tema a ver si así consigo aclarar mis ideas. Se sienta y escribe y va desentrañando el hilo de sus pensamientos para intentar llegar a alguna conclusión que, a veces, está lejos de la intención con la que había comenzado el artículo. Es maravilloso leer el discurrir de su pensamiento y acompañarla en esa ordenación de ideas. 

Tiene un capítulo sobre cómo tratar la relación de los niños con Dios y sostiene que nadie tiene derecho a decirle a un niño “Dios no existe” porque en realidad no lo sabe, reflexiona sobre como hemos desterrado el pensamiento individual y solitario porque requiere esfuerzo y soledad, dos cosas que aterraban en los años 60 y que ahora casi parecen ciencia ficción.
“El pensamiento solitario no aparece más que como un melancólico y estéril fruto de soledad y esfuerzo; y hay dos cosas odiadas hoy en día con arrogancia: la fatiga y el esfuerzo”. 
Dediqué 13 días a leer a Natalia y una semana a copiar todas las esquinas dobladas. He releído mi cuaderno con todas esas anotaciones para escribir este post y podría seguir copiando citas hasta llenar este blog pero es mucho mejor que la descubráis. 

El invierno del dibujante de Paco Roca es el cómic del mes. Lo compré el 31 de mayo en una tienda de cómics en Valencia cuando fui a pasar el día allí y a comer con un amigo que me recomendó comprarlo “es muy de tu rollo” me dijo. El invierno del dibujante cuenta exactamente eso, el invierno de 1958 de unos cuantos dibujantes importantes en España y creadores de algunos de los personajes más conocidos del tebeo en nuestro país. En el verano de 1957 decidieron abandonar la Editorial Bruguera que les explotaba y además se quedaba con sus personajes en propiedad, para crear una revista propia en la que ellos tuvieran el control y los derechos. La aventura no salió bien, Bruguera era una editorial muy importante y con contactos políticos que los asfixió hasta forzar su vuelta al redil. Esta es su historia contada casi como un informe histórico, con un dibujo pulcro, recto, frío y como antiguo que encaja muy bien con la historia. 

Las deudas del cuerpo de Elena Ferrante. Merezco todo el sufrimiento que me proporciona esta autora porque después de odiarla en el primer tomo y querer asesinarla en el segundo sigo torturándome con su espantosa escritura y las zopencas de sus protagonistas. 

No consigo entender cómo estos libros han alcanzado tal éxito de crítica. Entiendo su éxito como super ventas porque son unas novelas completamente planas, con unas protagonistas falsamente intensas y atormentadas que sufren amoríos, desencuentros, reconciliaciones, luchas familiares, etc exactamente igual que un culebrón de sobremesa.  Enganchan y se leen en diagonal, como el Código Da Vinci. 

El éxito de crítica no me lo explico. A Elena Ferrante se le ven todas las costuras al escribir, se percibe el tono de falsa importancia, es cursi, pretenciosa y falsamente profunda. En esta tercera entrega no contenta con el culebron de las dos amigas decide introducir un poco de “contexto histórico” hablando a tontas y a locas del partido comunista italiano, de los sindicatos, el terrorismo, las protestas estudiantiles de mayo de 1968 en Paris, el feminismo, la mafia… de todo saben y todo les pasa a las dos bobas protagonistas.

“La primera obra italiana en décadas que merece el Premio Nobel” dice The Guardian en la faja del libro. Se me salen los ojos de las órbitas. 

Las cumbres de cursilísimo de la Ferrante Premio Nobel. Mi fe en la crítica literaria se ha extinguido completamente. 

Manual para mujeres de la limpieza de Lucia Berlín ha sido el descubrimiento del mes. Oí hablar de este libro en La Cultureta hace meses y después Nan me lo recomendó y lo compré en Tipos Infames en la Feria del Libro en el Retiro. 

Me ha deslumbrado. De mayor quiero escribir como Lucia Berlin. Me ha recordado a Steinbeck por sus descripciones de las personas, que nunca son personajes, a Fante por la relación su madre y su abuelo alcohólico, a Dan Fante por su relación con la botella y un poco a Erskin Caldwell y su Camino del tabaco. 

Lucia Berlín escribe relatos relacionados con su vida, según cuentan en el prologo ella decía “de algún modo debe producirse una mínima alteración de la realidad. Una transformaciónn, no una distorsión de la verdad. El relato mismo deviene la verdad no solo para quien escribe,también para quien lee. En cualquier texto bien escrito lo que nos emociona, no es identificarnos con una situación, sino reconocer esa verdad”.  Y eso es lo que ella hace, apoyándose en ganchos de su vida construye unos relatos magníficos. 

A veces me pregunto si leo bien los relatos. Sé que los disfruto, paladeo y sufro pero nunca me paro a pensar si he aprendido algo o si tenían una intención que no he sabido captar. Para mí, los relatos, los buenos, son como asomarme a una ventana y ver un trozo de vida desde la distancia o como viajar en un tren en el que puedo imaginar la vida de los que viajan conmigo a partir de lo que comparto con ellos en ese tiempo, de sus conversaciones, sus posturas, sus risas o sus llantos, perderme en mi cabeza y olvidarlo cuando me bajo del tren y lo dejo atrás. Durante un rato han sido parte de mi vida y luego  siguen sin mi, y yo sin ellos, dejo de ser la que era mientras leía esos relatos. Algo así. 
"Mamá odiaba la palabra "amor". La decía con el mismo desprecio que la gente dice la palabra "furcia".
No se puede decir más con menos. Tras los artificios y la cursilería de la Ferrante, la escritura de Lucia es aún más deslumbrante. Escribe como si no le costara, como si le saliera solo, como si todo ese talento que está en su cabeza pugnara por salir desde sus dedos a la página. Tiene mil frases que son auténticas maravillas, perlas que te encuentras y dices ¡pero qué cabrona, como se puede escribir así! Es divertida, sarcástica, tierna, ingeniosa, inteligente, cruel, nostálgica, audaz, sincera, dolorosa, amarga... Todo. 
"Son preguntas inútiles. La única razón por la que he vivido tanto tiempo es porque fui soltando lastre del pasado. Cierro la puerta a la pena al pesar al remordimiento. Si permito que entren, aunque sea por una rendija de autocompasión, zas, la puerta se abrirá de golpe y una tempestad de dolor me desgarrará el corazón y cegará mis ojos de vergüenza rompiendo tazas y botellas derribando frascos rompiendo las ventanas tropezando sangrienta sobre azúcar derramado y vidrios rotos aterrorizada entre arcadas hasta que con un estremecimiento y sollozo final consiga cerrar la pesada puerta. Y recoja los pedazos una vez más."

Y no, no faltan comas. Lucia Berlin escribe casi sin comas y por eso también me gusta. 

Trieste de Dasa Drndic. Este libro llevaba en mi estantería justamente un año y le llegó el turno. En la introducción se indica al lector que “el libro de Dasa Drndic no es un libro fácil”. Dejando de lado que me parece una manera nefasta de presentar una lectura, el principal problema de Trieste no es para nada su dificultad (que a mí me ha parecido escasa) sino su indefinición. Trieste es un libro que no se define, no sabes si está leyendo una novela, un ensayo o una transcripción de testimonios personales sobre las atrocidades nazis.

¿Lo mejor de este libro? La portada que es preciosa con una ilustración de Natalia Zaratiegui y la parte final cuando Drndic se ha aburrido de novelar (con escaso éxito) y pasa a contar la historia de los Lebesborn, las instituciones creadas por los nazis para crear hijos perfectos de la raza aria tanto por el método de elegir a los padres perfectos como robando niños. Las historias y los testimonios de niños de distintos Lebesborns que ahora tienen 60 o 70 años son aterradoras y muy desconocidas pero me temo que solo aptas para muy frikis de la II Guerra Mundial. 

Hace varios años leí ¿Por qué corre Sammy? de Budd Schulberg y me encantó. Después leí "El desencantado" que también me gustó así que cuando me encontré en la Feria del Libro antiguo con "Más dura será la caída" decidí comprarlo a pesar de que el tema del boxeo no me apetecía nada. Como siempre pasa con los libros y eso es lo que tienen de maravillosos, cuando menos te lo esperas y con el que crees que menos te va a gustar, te encuentras revolcándote de placer y absolutamente flipada. 

Más dura será la caída es una novela fabulosa. Habla de boxeo pero también de dinero, de ambición, de la búsqueda de uno mismo, las relaciones, la maldad, el miedo, la amistad, la traición y el amor, claro. Es una novela de 1947 que lees en blanco y negro, oliendo a tabaco, bebiendo whisky y con sombrero. 

Budd Schulberg trata también un tema de actualidad en los años 40 y 50 y de actualidad ahora; el papel de la prensa para vender mentiras y enmascarar la verdad y el poco criterio del público para rechazar esas mentiras. Es más fácil tragarse lo que los medios cuentan y entregarse a la conveniencia de no pensar que desarrollar un criterio y un espíritu crítico. 
"No quiero andar a gatas por la vida buscando mi alma por todos los rincones como si fuera un gemelo de la camisa". 

Leed a Natalia, a Lucia y a Budd. Seréis afortunados.

Y con esto y un bizcocho hasta las lecturas encadenadas de agosto que será solo una: La Broma Infinita de David Foster Wallace. 



lunes, 25 de julio de 2016

Des-enamorarse

Un día cualquiera, por ejemplo hoy, te das cuenta de que hace 10 días que la marca en el calendario que señalaba una ocasión única se te ha olvidado por completo. No es sólo que no te hayas acordado, es que no consigues recuperar la sensación de importancia que durante años ha acompañado el recuerdo de ese día. 

Sí, recuerdas qué pasó y cómo pasó. Recuerdas cada detalle, lo que cenaste, la ropa que llevabas puesta, las palabras que dijiste, las que escuchaste, pero todo lo ves como si fuera una película, como si no hubiera sido tu vida, como si tú no hubieras sido el protagonista. 

Ese día cualquiera, hoy por ejemplo, te das cuenta de que ha llegado el momento que creías imposible, el momento en el que te has desenamorado por completo de ese alguien a quien dijiste "jamás dejaré de quererte". No lo decías de mentira, en aquel momento era una verdad tan absoluta como que respirabas y, de hecho, querer a esa persona te parecía tan imprescindible para seguir viviendo como respirar. 

Pero ese día cualquiera, hoy, te das cuenta de que ya no le quieres y sigues viviendo. Feliz, además. 

Ese día cualquiera, hoy, descubres también que te has desenamorado de la persona que tú eras en aquellos momentos de enamoramiento. Ni siquiera te reconoces. Es una sensación de extrañeza tan intensa que te sientes un poco como si fueras Jim Carrey en el Show de Truman, sólo que en esta película tú eras el protagonista y el director que mantenía la fantasía. Cuando te desenamoras ves esa burbuja y te preguntas: ¿cómo podía creer que lo que había allí era todo y que fuera no podría respirar ni vivir? 

El día cualquiera en que te das cuenta de que te has desenamorado por completo, lo más sorprendente no es ¿cómo pude quererte tanto?, lo más inquietante es darte cuenta de lo ajeno que te resulta ese tú agonizante del pasado que pensó que jamás podría decir la frase "Me das igual". 


jueves, 21 de julio de 2016

El viejo de la playa

Los viejos van de beige. El beige es un color antiguo, tan antiguo como mi niñez. Recuerdo cuando descubrí cómo se escribía, ¿beige? ¿Y por qué no beis? ¿Beige? Es francés, me dijeron. 

Al beige, ahora, lo llaman nude o color arena, pero el  hombre viejo que pasea por la orilla va de beige. No sabe qué es el nude o el arena. Yo tampoco. 

Camina con pasos pequeños, muy pequeños. Va descalzo con bastón y gorrilla. También beige. La camisa que lleva, no sé si llamarla guayabera, tiene el encanto de la ropa que solo se saca en verano para venir a la playa. Quizás su mujer se la compró hace años "para que te la pongas cuando vayamos a la playa". Ella ya no está pero él se sigue poniendo la camisa beige. Quizás para recordarla, para no olvidarla, para seguir poniéndose lo que ella eligió para él. 

El hombre viejo es muy viejo. Ya no es ni siquiera mayor, está más allá.  Es viejo, viejísimo, y con la planta y la dignidad de serlo. No quiere ser joven,  o quizá sí, quizás mientras se quita la gorra con dificultad y espera a que su hija se la quite de la mano temblorosa está pensando "¿cuándo me he hecho tan viejo que quitarme la gorra se ha convertido en una hazaña?". Quizás añore ser más joven, quizás añore veranos con su mujer en los que él acarreaba la vida y no necesitaba que lo sostuvieran. Quizás añore ser joven pero es tan viejo que está más allá de intentar enmascarar su vejez. 

El hombre viejo termina su paseo. Camina digno, todo lo estirado que sus deformadas piernas le permiten. Al llegar a la sombrilla se sienta despacio, congelado en el esfuerzo. Le ayudan a quitarse la camisa beige y su piel también es beige. Del cuello le cuelga un apósito. Parece que se haya dejado puesta la pechera almidonada de un frac. Quizás le tapa una traqueotomía. El hombre viejo no habla. 

El hombre viejo lleva pañuelo de tela. Aferrándolo con fuerza se seca la boca. Tiene la calva llena de lunares. 

El hombre viejo que viste de beige repite su paseo cada día. Es la dignidad que da toda una vida andando descalzo por la orilla del mar. 


jueves, 14 de julio de 2016

Para mis hijas: mis pensamientos feministas


Para mis hijas

Sois mujeres porque os ha tocado en una carambola genética. Podríais ser hombres por la misma carambola. 

Ser mujeres no os hace ni mejores ni peores ni especiales. Ser vosotras sí. Unos días os hace mejores, otros peores y otros especiales. 

Podéis casaros o no. Tener pareja o no. Haced lo que queráis. Siempre habrá alguien al que no le parezca bien o que saque conclusiones absolutamente idiotas y desacertadas sobre vuestra elección. Alguien que puede ser hombre o mujer. 

Tendréis parejas, creo que hombres pero no lo sé seguro, que os romperán el corazón. Eso no hace malos a todos los hombres. 

No hay juguetes de niños o de niñas. No hay trabajos de mujeres o de hombres. No hay películas, libros, artistas de hombres o de mujeres. Pero vivimos en un mundo machista, asquerosamente machista que, a veces, intentará haceros creer que sí existen. 

Lo que hace o dice un hombre puede pareceros maravilloso. Lo que hace o dice una mujer puede pareceros una estupidez suprema. Eso no os hace menos mujeres ni menos feministas. 

Depilaros y maquillaros no os hace mujeres oprimidas por los hombres y la sociedad. No hacerlo tampoco os convierte en líderes de la resistencia ni del Frente Popular de Judea. 

Valorad las ofensas en su justa medida. Si un hombre os mira las tetas por la calle y os dice algo ofendeos y defenderos... pero no lo pongáis a la altura de llevar burka, la ablación del clítoris, una violación o un asesinato machista. 

Un piropo puede ser un halago o un reconocimiento a algo que hacéis bien. Que os guste no significa que estéis oprimidas o seáis tontas. Por supuesto puede ser muy ofensivo, protestad. 

Ser madre no os hace más mujeres ni mejores personas. 

Ser madre es exactamente igual de valioso, especial e importante que ser padre. 

No ser madre no te hace más libre. 

Tener hijos es tan estupendo como no tenerlos. Y tan malo.

No tener hijos es tan estupendo como tenerlos. Y tan malo. 

Tened opinión. Cambiadla. No pasa nada.

Que nada os dé igual. Sentid, cabrearos, reíros, llorad, subid el tobogán, bajadlo. 

El consejo de un hombre puede ser interesante, necesario y valioso. O puede ser una gilipollez ofensiva. El de una mujer también. 

Trabajad para ser independientes. 

Pelead con los inútiles, da igual si son hombres o mujeres. La tontería está igualmente extendida entre unos y otros.
Hay hombres peligrosos. Huid de ellos.
Hay muchos hombres idiotas sin solución. Y hay muchos otros que nunca se han parado a pensar en si las cosas que hacen pueden ser ofensivas y machistas. De los primeros huid, a los segundos enseñadles. 

Hay mujeres tóxicas.

Hay muchos hombres machistas e idiotas. Las dos cosas van juntas. Hay muchos más que no lo son.

Un hombre puede defender y apoyar a las mujeres. Los hombres pueden ser feministas, de hecho deben serlo. 

No lleváis burka, podéis trabajar, tener hijos o no tenerlos, vivir solas o con pareja, tener mil parejas. Podéis denunciar, pelear, gritar cabreadas. No olvidéis que, a pesar de todo, sois privilegiadas. Hay otras que no tienen esa suerte... no lo olvidéis. Gastad fuerzas y energías en pelear por ellas más que en ofenderos porque os abren la puerta en un edificio.

Vais a hacer tonterías por amor, tonterías alucinantes que no creeríais. Las haréis porque estaréis en el planeta del amor, no porque los hombres os opriman.

El sexo es bueno. Usadlo  con criterio y protección. Disfrutadlo. Llevad condones siempre.

Podéis tener amigos hombres sin que sean vuestra pareja. De hecho espero que los tengáis...

Aunque viváis en pareja guardad siempre un espacio para vosotras.

Si algún día os encontráis diciendo "es que mi pareja no me deja" o "no le va a parecer bien"... replantearos esa relación.

Hablad la una con la otra.

Tened cuidado.

Sois chicas con suerte, disfrutadlo. 

martes, 12 de julio de 2016

Di No a la pajarita


—¿Vas a llevar corbata?

—No, yo paso de corbatas. Me aprietan el cuello, me agobian y no me gustan.
—Ajá
—Voy a llevar pajarita. 

"Voy a llevar pajarita", dice tan contento como si la pajarita se llevara alrededor de la muñeca, detrás de la oreja o en la punta del zapato. 

Pajarita No. Pajarita Go Home. 

No, no y no. 

Hombres del mundo, ¿quién os ha engañado para rescatar de algún baúl secreto, olvidado y oculto las "corbatas de lazo"? ¿Quién os ha engañado para haceros creer que la corbata es rancia y la pajarita cool? Y sobre todo ¿por qué os hacéis eso? 

Solo hay una ocasión en la que la pajarita es buena idea, solo hay un momento vital en el que llevar pajarita es la mejor elección, la única posible, el acierto seguro. 

—Hola, hemos venido a decirte que te hemos elegido para protagonizar la siguiente película de James Bond.
—¿Llevaré esmoquin?
—Por supuesto.

Ahí Sí. James Bond + esmoquin= pajarita. 

El resto del tiempo la pajarita es siempre MAL. ¿Qué dice la pajarita de ti?

Quiero ser original.

Lo he dicho cienes y cienes de veces, la originalidad mal entendida la carga el diablo y es el camino más rápido para hacer el ridículo. Además, llevar pajarita hace 20 años a lo mejor (lo dudo) era original, ahora vas a una boda o a un evento y hay cientos de tíos "originales". 

No soy nada sexy.

Conozco pocos hombres con la habilidad suficiente como para hacerse un nudo de corbata normal a la primera. En muchísimos trabajos ya no es obligatorio ir de traje y los hombres se han librado de llevar corbata, y la evolución humana los ha llevado a perder esa habilidad junto con otras, como orientarse sin navegador. 

Pocos son por tanto los que saben anudarse la corbata pero no conozco ninguno que sepa hacerse el nudo de la pajarita. Un tío con pajarita dice "tengo 10 años y llevo una goma debajo del cuello de la camisa". No pasa nada, no tiene mayor importancia, pero toda la supuesta prestancia que pueda tener una pajarita se pierde. 

Además, lo único medianamente sexy de una pajarita es la posibilidad de tirar de uno de los extremos del lazo y que quede colgando del cuello del hombre y, a partir de ahí, tirar del hilo... y lo que surja. Quitarle la goma alrededor del cuello es igual de sexy que una faja color carne. Cero. 

La señora, ¿qué quiere tomar?

Lo siento pero yo veo un tío con traje y pajarita y mi cerebro empieza a pensar en qué deseo beber o si el hombre está gordo en qué quiero del menú y en estar atenta por si me va a contar lo que hay fuera de carta. 

De un hombre con pajarita casi espero que se dirija a mí diciendo "un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo ¿qué puedo traerle?"

Sé bailar. 

Un hombre con pajarita por la misma razón por la que no quiere ser su padre ni un señor recién llegado de los 70 debería saber bailar. No quiere ser su padre, no quiere ser aburrido, no quiere ser como todos y, por tanto, sabe bailar. Y cuando digo saber bailar, no me refiero a contonearse espasmódicamente de una manera completamente arrítmica ni a brincar como un titi en celo con los brazos en alto, gritando. 

Saber bailar es saber bailar, es ser Fred Astarire o Gene Kelly o, por lo menos, Clint Eastwood en Los Puentes de Madison. Es deslizarse, tener ritmo, mover los pies y no pisarme.

Por todas estas razones un hombre con pajarita (si no eres James Bond) distrae. En vez de pensar en si me gusta o no me gusta, me atrae o no me atrae, mi mente se dispersa imaginándomelo delante de su armario abrochándose la goma y pensando “qué original soy”.

Voy a llevar pajarita ¿Qué te parece?
—Preferiría que no.


jueves, 7 de julio de 2016

Ensayo sobre la merienda



La merienda; no me puedo creer que no le haya dedicado un ensayo a esa maravillosa, excelsa, innecesaria y por tanto placentera comida. 

La grandeza de la merienda reside en que jamás se hace por hambre. Se merienda por gula, por placer, por deseo, por llorar, por nervios, por olvidar, para desahogarte, por rabia o por las risas.  
Hay dos tipos de meriendas que no me interesan nada: 

-las meriendas infantiles, que son un coñazo. Las madres preparan meriendas porque las tardes con niños se hacen eternas y hay que buscar algo que hacer y porque están llenas del concepto "que mi niño coma sano". Eso convierte un placer culpable en una obligación saludable. Cuando el niño no quiere merendar lo que le dan, la madre se siente fatal por no ser capaz de conseguir que a su niño le apetezca una manzana en trozos y todo se convierte en un sinvivir.

-las meriendas de señoras mayores con rebeca y bolso en cafeterías. De esto no puedo hablar todavía, no soy una señora mayor y no llevo rebeca. Las veo con sus cafés y sus poleos y sus croissants cortados con cuchillo y tenedor, y tengo escalofríos. 

Tras la etapa infantil, y cuando tu madre decide que ya has alcanzado el desarrollo suficiente como para que le dé igual que comas o no, se abre una época de descontrol merendil. 

Hay gente, indocumentados sin criterio, que opta por dejar de merendar para siempre. Se les olvida que ese gran placer existe y saltan alegremente de la comida a la cena. Bueno, no tan alegremente, suelen ser gente triste, gris... insulsos. 

"Yo nunca meriendo" comentan con un orgullo que a mí me resulta inconcebible. 

Otra gente, infelices para siempre, caen en la trampa de las cinco comidas al día de todas las revistas de "siéntete guay comiendo alpiste y cosas con el mismo sabor que el corchopán" y no se saltan la merienda pero la convierten en una estación del Vía Crucis. Gente que merienda una loncha de pavo transparente, unos arándanos salvajes de la Conchinchina o un biscote ligero con semillas y una porción de queso fresco (algún día tendremos que hablar de cómo esa masa blanca consiguió que la llamáramos queso).  

Si estos dos grupos siguen creciendo es posible que las meriendas pasen a ser una especie en extinción, pero por ahora estamos a salvo de este desastre. 

Afortunadamente, todavía quedamos unos cuantos irreductibles que cultivamos el noble arte de la merienda. Resistimos y aunque hay días que no podemos merendar porque la vida no nos deja... mantenemos como podemos ese placer culpable aunque  hemos perdido protocolo, rutina y prestancia. 

Para empezar hemos perdido el horario. Las cinco y media es una hora absurda porque o has comido demasiado tarde y se te olvida que puedes volver a comer o estás trabajando o, en vacaciones, te estás echando la siesta. Merendamos en un rango de horario que va desde que te asalta la necesidad imperiosa de comer algo hasta el minuto antes de que lo que comas pase a considerarse "picar algo mientras preparo la cena". 

Las formas también las hemos perdido. De niño puedes sentarte en la cocina o comer en el parque y cuando llevas rebeca y el pelo blanco  te acomodas en tu mesita de Embassy. En los 70 años que separan ambos momentos pocas son las ocasiones en las que puedes sentarte en tu cocina a tomarte un vaso de leche con galletas untadas de nocilla o un bocadillo de queso o una tostada con tomate. La merienda se convierte en algo más parecido a una operación de guerrilla, un acto clandestino que realizas a medio camino entre un lugar y otro, entre una tarea y otra. Compras una palmera de chocolate y te la comes por la calle o en el coche, entras en la cocina y, de pie delante de la nevera, te zampas 4 quesitos y un puñado de picos o media tableta de chocolate y dos sobaos. 

Los merendadores, aún así, estamos perdiendo espacio público. La cena tempranera se está imponiendo, invadiendo el espacio de la merienda tardía y cada vez más gente te pregunta ¿merendar, pero qué dices? Menos mal que nosotros, los merendadores, cuando nos cruzamos por la calle con nuestras palmeras de chocolate compradas en una incursión rápida en una pastelería, nos reconocemos por el brillo de los ojos y por la alegría de nuestro caminar. 

Pronto los merendadores seremos clandestinos o no seremos y nos reconoceremos por los bigotes de leche (entera, por supuesto). 


martes, 5 de julio de 2016

Un viernes, un sábado y un domingo

"Escribir es seleccionar. Para empezar un escrito tienes que elegir una palabra y sólo una de entre un millón. Ahora sigue. ¿Cuál será tu siguiente palabra? Tu siguiente frase, párrafo, sección, capítulo. Tu siguiente hecho. Tú seleccionas lo que va y lo que se queda fuera".  (Anotación aparecida en mi cuaderno de procedencia desconocida)

Viernes. 

125 kilómetros con solo unas gotas de atasco en los túneles. Mi piscina favorita un año después. Es de agua salada y en ella entro en trance, a partir del tercer largo no sé si voy o vengo. Me pico un poco con el nadador de la calle de al lado que lleva un neopreno. Me destrozo los hombros nadando medio km con palas duras. ¿Será nadando con palas como Charlize Theron ha desarrollado esas espaldas? 

Salgo de nadar despeinada por dentro y por fuera y siendo la mejor versión de mí misma. ¿Quién decía el otro día que a Charlize le "sobraban" dos cm? A Charlize no le sobra nada. 

Una maleta para 3 meses. La historia de mi vida cuelga de las perchas: el vestido que me compré por 6 euros en un Carrefour hace 15 años, las dos faldas hippies que cada vez que me pongo me provocan borrachera, los pantalones cortos que me empeño en mantener a pesar de que tengo que sujetármelos con la mano porque se me caen... quizás debería ir a las rebajas. Quizá pero, ¿para qué? Guardo ropa pensando "esto para un día especial" y al final de temporada descubro que ningún día me ha parecido lo suficientemente especial como para ponerme ese vestido o camiseta y que el día más especial del verano me pilló con una camiseta guarrera y un bikini con gomas desgastadas. 

Me acuesto con la ventana abierta de par en par... huele a verano de taparme con la sábana. 

Sábado

Intento escribir en pijama en mi cuarto. Lo consigo a duras penas, probablemente porque no consigo concentrarme y porque hay 4 personas entrando y saliendo de mi habitación. Desisto y me voy a tomar el aperitivo con un casualidad cósmica que conocí por twitter y que después de 2 tortillas de patata, 15 croquetas, unos cuantos vermús, tintos de verano y un polo de poleo menta descubro que es casi un error de matrix porque a pesar de ser solo conocidas virtuales... resulta que conoce a todo mi entorno. 

Pasan trenes. 

Apenas conozco media docena de canciones pero me flipan. Ellos no son ni simpáticos ni empáticos. Por no ser, ni siquiera parecen de la misma banda: tocan sin mirarse, sin dirigirse la palabra, como si cada uno de ellos estuviera metido en una burbuja que los aislara de lo demás... pero me encanta el concierto. 

Soy la chica de amarillo en el concierto de Wilco.

Me acuesto con la ventana abierta... huele a verano de noches con calma. 

Domingo. 

Me despierto con un resto de algo incómodo pegado al sueño. Sin moverme intento pensar qué es. Flashes de una pesadilla con un hombre de rojo. Un sueño de esos de los que no consigo librarme, imágenes que se quedan atrapadas en mi memoria y saben amargas. 

Desayuno para olvidar. Pinto una valla para camuflarme. Es un trabajo manual en el que puedo parapetarme y que me permite pensar a la vez. 

Leo. 
"Sea como fuere, pocas veces conseguimos alcanzar tanta sabiduría. Pocas veces conseguimos mirar nuestra obra con verdadero amor. El amor verdadero por nuestra obra conserva siempre un ojo irónico y divertido; así como en nuestra vida toda pasión amorosa es imperfecta si no la ilumina una mirada divertida, aguda y penetrante del conocimiento". (Natalia Ginzburg)

Me baño. Bajo a la compra y el súper está cerrado. Siesteo, aunque sé que me sentará mal...

Por la ventana abierta de par en par... sale volando mi inspiración. 


viernes, 1 de julio de 2016

Lecturas encadenadas.Junio

La banda sonora de mi agotador, extenuante y eterno mes de junio es esta "Estoy loco por el tenis, me encanta su juego tan emocionante, estoy loco por el tenis, me encanta su ritmo tan electrizante." En este mes he odiado y amado ese deporte con todas mis fuerzas. Soy una chica de extremos.

Empecé el mes con un comic que compré en la Feria del Libro a los Tipos Infames, El árabe del futuro (Vol.II) de Riad Sattouf. Esta segunda entrega de la vida del dibujante sirio afincado en Francia es bastante más floja que la primera. Me ha gustado pero sin alardes, la sorpresa por el dibujo y por el enfoque de la historia desaparecen sepultados por una sucesión de anécdotas y situaciones de la vida de la familia en Homs durante la infancia de Sattouf. Las sensaciones de claustrofobia y tensión permanente en la vida diaria permanecen y uno empieza a preguntarse las razones de la madre para aceptar esa vida. Veremos si Riad consigue remontar un poco el vuelo en la tercera entrega. 

Open de André Agassi ha sido mi encontronazo con el tenis en su versión más coñazo. ¿Por qué he leído este libro? Hace un año empecé a ver reseñas en distintos blogs y medios sobre este libro, todas elogiosas calificándolo como "entretenido".  Como el tenis me interesa cero y tengo libros entretenidos para aburrir lo descarté sin más... pero resulta que tras la maravillosa lectura de El bar de las grandes esperanzas, descubrí que el verdadero escritor de las memorias de Agassi había sido J.H.Moehringer y claro, caí en las redes de Agassi (perdón por el juego de palabras tan obvio)

Open es un especial del Hola, tal cual. Lo mejor del libro con muchísima diferencia son las 20 primeras páginas en las que se nota que Moehringer creía en el proyecto y lo cogió con muchas ganas. En esas 20 primeras páginas que cuentan un día de la vida de Agassi con 36 años, a punto de retirarse, plagado de dolores y de temores, empatizas con él completamente y, sobre todo, decides seguir leyendo para saber cómo ha llegado hasta ahí. Lo malo es que 30 páginas después el nivel de empatía con Agassi está en números negativos, Moeheringer ha dejado de creer en el proyecto y el libro se convierte en una sucesión de anécdotas y partidos de tenis que construyen una montaña enorme que escalas para descubrir que cuando llegas al final no hay nada. Resumiendo, en la página 15 quieres saber todo sobre Agassi y en la 50 descubres que ya lo sabes todo. 

Leer Open es como ver un partido de tenis en una sobremesa perezosa de verano: pelotazo, pelotazo, pelotazo... cabezada y cuando te despiertas siguen igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Vuelves a dar una cabezada y te despiertas sudada y todo sigue igual, pelotazo, pelotazo, pelotazo. Se me ha hecho eterno. Se me ha hecho "bola". 
  
Eso sí, Open es una lectura fabulosa para la playa, la hamaca y el encefalograma plano. 

Con este balance claramente negativo de las lecturas de junio llegué al día 25 y empecé una remontada espectacular, claro que hice dos apuestas seguras. 

Mi primera apuesta segura fue volver a mi adorado Amos Oz que jamás defrauda. Amos Oz es  un remanso de agua fría que te hace revivir, pensar, revolverte incómodo y al final entrar en calor. 

La historia comienza. Ensayos sobre literatura  es una clase de Oz, una clase sobre literatura, sobre como escribir un relato o, más concretamente, como empezar una historia. Oz analiza varios comienzos de relatos y novelas para enseñarnos como en las primeras líneas, en los primeros párrafos los escritores muestran sus cartas, o en palabras de Oz, ofrecen las condiciones del contrato que el lector debe aceptar (o no) para adentrarse en la historia. La voz narrativa, la situación, el ambiente, el tempo, todo queda (en teoría) marcado al principio de cada historia. Oz meticulosamente recorre las líneas, analiza y nos enseña ese contrato para demostrar después como unas veces ese contrato se cumple y otras no.  Los relatos que analiza son casi todos de escritores hebreos desconocidos aunque habla también de Gabriel García Marquez, Chejov o Chandler y de todos se aprende y se disfruta pero lo mejor de este libro son el prólogo y la conclusión que son puro Oz. 

El prólogo es maravilloso, me ha recordado a "Si una noche de invierno" de Italo Calvino y es una pieza para volver a leer y releer, para subrayar y doblar todas las esquinas. 

"Una página en blaco es en realidad una pared encalada sin ninguna puerta ni ventana. Empezar a contar una historia es como tontear con una persona totalmente desconocida en un restaurante." 
Y la conclusión es igual de fabulosa. 
"Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo, gozosamente absorto en un número de Playboy. Como aquel hombres, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee". 
Mi segunda apuesta segura para terminar junio en todo lo alto era David Foster Wallace hablando de tenis. De alguna manera tenía que recuperar la fe en el tenis y en la escritura y me lancé a leer "El tenis como experiencia religiosa". Lo primero que hay que decir es que David Foster Wallace es para leer de pie o de rodillas, con la boca abierta y el cerebro diciéndote ¿pero como se puede escribir tan bien? Leerle es disfrutar salvajemente. 

En este breve volumen editado por Randon House se recogen dos artículos sobre tenis que publicó en la revista Tenis en el año 96 y en el New York Times en el 2006. En el primero de ellos pasamos el día con él en una jornada del Open de Estados Unidos, juegan Sampras y Philippussis pero eso es lo de menos. Foster Wallace nos habla de tenis, de comida rápida, de ricos, de pobres, de sobornos, chantajes, olores, bebidas, precios... de absolutamente todo. No te lo cuenta estás allí con él disfrutando de su ingenio, su sentido del humor y su cabeza, una cabeza privilegiada y un poco desequilibrada. Y te ríes a carcajadas. 

Así escribe sobre tenis
" ..Sampras, que no es precisamente   un especialista de globos altos, parece casi fragil, cerebral, poeta, al mismo tiempo sabio y triste, cansado de esa forma en que solo se cansan las democracias..."
"Sampras, por otro lado, parece flotar como si fuera caspa por toda la pista.  Philippoussis es como un ejército de tierra grande y terrible; Sampras es más naval, más de la escuela de acercarse con sigilo y rodear al rival. Philippoussis es oligáquico: él tiene su voluntad y busca imponerla. Sampras es más democrático, es decir, más caótico y también  más humano."
O sobre el público de la sesión de noche: 

"Tienen expresiones más glaciales; los encuentros de miradas parecen peligrosos de la forma en que pueden ser peligrosos los encuentros de miradas en el metro. Las mujeres suelen llevar atuendos que te sugieren lo que puedes ver de ellas cuando no llevan atuendos".

O sobre los neoyorkinos en una de sus maravillosas notas a pie de página que pueden llegar a ocupar toda la página y, aún así, deseas que no acaben nunca. 

"La paciencia de los neoyorquinos para las multitudes, las colas y las esperas resulta muy impresionante si no estás acostumbrada a ella; son capaces de permanecer todos inactivos en lugares sin aire durante periodos extensos, con unas expresiones en los ojos que indican esa combinación neoyorquina única de meditación y depresión clínica, claramente infelices pero sin quejarse para nada." 
El segundo artículo cuenta la final de Nadal y Federer en Wimbledon en el año 2006. Aquí David Foster Wallace se centra en Federer, en su persona, personalidad, la manera de jugar, lo que transmite y lo que significa para el tenis. Es un ensayo menos loco que el primero pero igual de fabuloso. Solo alguien como él es capaz de  hacerte leer dos artículos seguidos sobre tenis y no solo enamorarte del deporte (que en mi caso después del suplicio de Agassi tiene mucho mérito), además, transmitirte el ambiente, el interés del deporte e incluso su épica. 

"La belleza no es la meta de los deportes de competición, y sin embargo los deportes de élite son un vehículo perfecto para la expresión de la belleza humana. La relación que guardan ambas cosas entre sí viene a ser un poco como la que hay entre la valentía y la guerra." 

Leed a David Foster Wallace y a Oz. De pie o de rodillas.

Y completamente loca por el tenis y un bizcocho hasta los encadenados de julio.