viernes, 3 de marzo de 2023

Podcasts encadenados: De infieles, corruptos y monjas



Ayer ayudé a ganar tres Ondas en la II Edición de los Premios Globales del Podcast. Así, sin despeinarme. Arsénico Caviar, el maravilloso podcast contra las cosas de Beatriz Serrano y Guillermo Alonso ha ganado el premio a mejor conversacional; El silenci de la Rambla, con Nil Barba, que hicimos el verano pasado por los cinco años de los terribles atentados en Cataluña, ha ganado el premio al mejor podcast en lengua cooficial; y Hoy en EL PAÍS ha ganado junto con el daily de eldiario.es y el de El Mundo el premio al podcast revelación. En todos ellos soy editora y, como la falsa modestia no sirve para nada, lo cuento aquí, que para eso es mi casa, porque estoy contentísima. 

Al lío de lo que he escuchado este mes y vengo a recomendar porque es muchísimo. 


Empezando por el final, mis últimos días han estado consumidos  con la escucha de  la última producción de Serial y The New York Times: The coldest case in Laramie. Durante el confinamiento, Kim Barker, periodista de investigación del periódico, estaba aburrida como una mona, así que se puso a brujulear por internet, a buscar información de un asesinato que ocurrió en su ciudad natal, Laramie, en los años 80. Para su sorpresa, después de casi cuarenta años, descubrió que en 2016 se había acusado a un antiguo policía del asesinato de Shelli Wiley y que meses después, en 2017, se retiraron los cargos. Como Kim tiene poco que hacer encerrada en su casa decide ponerse a hurgar en ese “cold case” para entender qué pasó con aquella chica asesinada cuando ella iba al instituto. Empiezas a escucharlo pensando que será un true crime potente, serio, con la garantía de calidad que todas las producciones de Serial tienen siempre. Y lo es, todo eso está ahí, pero además hay dos cosas que me han llamado la atención: la primera de ellas es el formato. Kim y su equipo de producción entrevistan a la familia de Shelli, a una amiga suya, a policías y, luego, cuando menos se lo esperan el abogado del policía acusado en 2016, les da acceso a todo el material del caso, a absolutamente todo. Hasta ese hallazgo (que ocurre en el episodio tres) casi toda la información nos la proporcionan los entrevistados, Kim apenas conduce el episodio. Después de bucear en todo ese contenido, su voz y su aportación van creciendo, dando así forma al hecho de haber encontrado la información y haberla estudiado con detenimiento. Esa mayor presencia de Kim permite que el podcast se despegue de ser un true crime para ir más allá, para reflexionar sobre cómo recordamos, cómo de poco confiable es nuestra memoria aunque estemos cien por cien seguros de nuestros recuerdos. Y ésa es la segunda cosa querría señalar: ese viaje a la sorpresa de una realidad que choca con los recuerdos lo hacen varios de los entrevistados y la propia Kim, que al comenzar el podcast describe Laramie como el sitio más desagradable y duro en el que ha estado nunca, diciendo incluso que es peor que Kabul, para terminar reconociendo que esos recuerdos que tenía del pueblo no se corresponden con la realidad. ¿Por qué ha estado toda su vida recordando de manera tan horrible su pueblo? ¿Cómo construyó ese recuerdo? The coldest case es un podcast muy serio, muy sobrio, sin artificio ninguno, lo he disfrutado muchísimo y me ha hecho preguntarme si mi magnífica memoria de la que siempre presumo me lleva engañando toda la vida. Para los que no habláis inglés con fluidez suficiente en la web de The New York Times hay transcripción de todos los episodios.  De Serial, por cierto, he comentado ya varios proyectos: Serial, The improvement association, Nice White Parents y The Trojan Horse Affair. (Este último es un rollo, no lo escuchéis) 


Hace un par de años dediqué un post entero a recomendar Under the influence, el podcast de Jo Piazza dedicado a Instagram, un proyecto que ella emprendió durante el postparto de su hijo para intentar entender esa red social en la que veía a madres influencers hacerse millonarias. Partiendo de esa curiosidad, Piazza realiza un estudio muy interesante y exhaustivo de esa red social, analizando las madres influencers, los profesores influencers, las enfermeras, todo ese mundo en el que todo parece bonito y fácil pero que disfraza una realidad muy diferente. Sigo recomendándolo muchísimo. Lo menciono ahora porque Piazza acaba de estrenar un nuevo podcast, She wants more, dedicado a la infidelidad femenina. En los últimos años el número de las mujeres que son infieles ha crecido un 40% y Piazza se pregunta si ese aumento es real o si lo que ocurre es que las mujeres ahora lo contamos. En mi opinión es más bien lo segundo: las mujeres han sido infieles siempre, pero antes contarlo podía llevarte al ostracismo, a la cárcel o a la muerte. Aunque estas cosas terribles siguen ocurriendo, ahora las mujeres (al menos las que entrevista Piazza) no tienen problema en contarlo. Por ahora se han publicado tres episodios, de los cuales he escuchado dos. En el primero, Nicky, una mujer casada a la que le calculo unos cuarenta más o menos, y emparejada con su marido desde que eran jovencitos, lleva unos doce años siéndole infiel. ¿Por qué? Porque se aburría. Nicky además es organizada porque se apuntó a una app de ligar y con todos los contactos que le llegaban montó ¡un excel! con varios campos para clasificar a los pretendientes y elegir los más convenientes. Seguro que hay gente que se escandalizaría por esto, pero a mí me admira ese nivel de organización. Nicky quiere, en principio, lo que no tienes en una relación después de diez o quince años: sexo divertido, interesante, pasional y sin complicaciones. «Pues yo llevo treinta y cinco con mi pareja y es igual que al principio». Mentira. Me parece fantástico que seas fiel pero no mientas con eso. Vuelvo al podcast: Nicky se embarca entonces en un maratón de citas de chuscar y se lo pasa en grande pero pero pero ¿qué pasa al final y todos vemos venir? Que Nicky se enamoraaaaa o, como dicen los americanos, «desarrolla sentimientos». Esto ocurre siempre: a Nicky le pasa varias veces, unas sale mal (obvio) y otras (una en concreto) parece que sale bien. Veremos. En el segundo episodio la infidelidad es diferente pero no voy a contarla, no voy a destripar todas las sorpresas. ¿Es un podcast interesante? Pues sí. No es, como podría parecer por mi relato, un podcast de confesiones al estilo de un programa de radio de madrugada. Piazza va más allá y analiza los tipos de infidelidades que hay y hace preguntas complicadas para entender a esas mujeres. No, para entenderlas no: parece que es que lo que hacen es incomprensible y que tiene que haber una explicación más allá del deseo, el aburrimiento, el enamoramiento o cualquier otra cosa para sus infidelidades y no se trata de eso. Piazza quiere saber cómo se sienten, cómo lo viven o lo vivieron, qué pensaron, quiere escucharlas. Y yo también. 


Siguiendo un poco con este tema, en Death, Sex & Money, con Ana Sales, un podcast de entrevistas maravilloso, dedicaron en febrero un episodio a que la gente contara rollos de una noche. Me encantan estas historias porque casi todas son de «pues fui a no sé dónde, me encontré con fulanito o fulanita, nos caímos bien, hablamos, charlamos, la cosa fluyó, lo pasamos en grande y al día siguiente hasta luego»; son historias bastante felices, de recuerdos que te dejan una sonrisa en la boca y un cosquilleo en el estómago pensando: «madre mía, que locura». Y sí, hablo con conocimiento de causa aunque ninguno de los míos merecería contarlo en un podcast, ni siquiera en un post.  Por cierto, y ahora que me acuerdo, de este podcast también escuché hace un par de meses cuatro episodios que dedicaron a contar distanciamientos con la familia provocados por la política, por razones personales, económicas, de temperamento. Las historias eran muy tristes, muy dolorosas para los que las contaban, y daba igual si ellos eran los que se separaron de sus seres queridos o amigos o los que expulsaron, por necesidad, a otras personas. Como siempre que escucho este tipo de testimonios me pregunto si en España podríamos hacer algo así y creo que no. Aquí nos cuesta la vida hablar de nuestros sentimientos con franqueza y más ante extraños. Somos todo hacia dentro y eso para muchas cosas es bastante malo, por ejemplo si se trata de conseguir testimonios para un podcast


El país de los demonios es el podcast que tenéis que escuchar. Es la nueva producción de True Story para Spotify, en la que Álvaro de Cózar (que también ha ganado un Ondas a mejor podcast narrativo de no ficción con Los papeles que, si no habéis escuchado, estáis tardando) nos cuenta los tejemanejes del comisario Villarejo, descubiertos en 2017 cuando, en una operación puesta en marcha por unos jóvenes fiscales, salen a la luz miles de cintas con grabaciones realizadas durante más de treinta años a políticos, empresarios, jueces y periodistas, desvelando un entramado de corrupción nauseabundo y terrible. En otras producciones de Cózar, que es un gran periodista y un muy buen narrador, a mí siempre me sobraban efectos y músicas, me parecía que el horror vacui sonoro le llevaba a llenar el audio de sonidos que, más que enriquecer, distraían y molestaban. No hay nada de eso en El país de los demonios. El guión es brillante, Álvaro lo narra con solvencia, acompañándote para que no te pierdas en el entramado de nombres y chanchullos, y además cuenta con el fiscal Ignacio Stampa, un narrador fabuloso que lo cuenta todo con solvencia, claridad y emoción cuando hace falta. Me gusta todo de este podcast, todo. Mención especial para la cover con un cuadro de Juan Genovés de 1976, Tribunal de Orden Público, otro gran acierto.  Por cierto: para conocer la trayectoria de Villarejo desde que nació recomiendo V Las cloacas del estado, también de Álvaro de Cózar. 


«Nuestras casas saben bien cómo somos». Este verso de Juan Ramón Jiménez que escuché a Anatxu Zabalbeascoa decir en esta entrevista con Aimar Bretos me hizo sacar la libreta y apuntarlo. Esto no es propiamente un podcast, pero quería traerlo aquí para no olvidarlo y porque escuchar a Anatxu es siempre un placer. Viendo Instagram y la locura de la decoración absurda creo que muchas casas saben que sus moradores son gilipollas. 


¿Qué más? En mis noches de insomnio he escuchado The turning: the sister who left , un podcast interesantísimo sobre la congregación de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. ¿Es una crítica a la Madre Teresa y toda su obra? A todo no, pero sí a mucho. A través de los testimonios de ex monjas que se salieron de la congregación tras veinte o treinta años en ella (teniendo, algunas, trato directo con la Madre Teresa) se descubre el funcionamiento de la congregación, los abusos, la política de silencio y mil y un horrores más. Además (y esto es fascinante) cuentan cómo el descubrimiento de las cartas de la Madre Teresa tras su muerte (unas cartas que ella quería que se hubieran quemado) sacó a la luz la crisis de fe que la propia Madre Teresa tuvo durante ¡cuarenta años! Quiero dejar claro que no es un ataque a la Iglesia Católica sin fundamento y metiendo a todo el mundo en el mismo saco: es una historia llena de testimonios de ex monjas que lo vivieron desde dentro y que muestran mucho valor para contar ese viaje interior desde la fe y la devoción más absoluta hasta, en algunos casos, el más completo de los desencantos y el ateísmo. Las dos hosts, que son hermanas, son muy serias y el podcast es estupendo. Ahora han sacado una segunda temporada que cuenta los intríngulis del ballet de Nueva York, pero aún no la he escuchado: seguiré informando. 


Love Janessa es otro de esos podcasts que cuentan historias de catfish. Historias de falsos romances online en los que hay un enamorado al que engañan con promesas de amor infinito y verdadero durante meses o años en los que él o ella acaban siempre mandando pasta a alguien a quien no han visto nunca y que en realidad no existe. Este podcast trata de encontrar a Janessa Brasil, una actriz brasileña cuyas fotos son las más usadas para este tipo de estafas. He alucinado al saber que estas estafas se organizan, la mayor parte de ellas, desde Ghana. Allí están los Sakawa Boys: grupos organizados que trabajan siguiendo un manual, parecido al de los teleoperadores de cualquier empresa de marketing, para saber qué hacer en cada paso del engaño a sus víctimas. Increíble todo y, lo más, la gente engañada que sigue empeñada en que su amor es «verdadero». 


Dos cosas breves para terminar y dar un premio a los cuatro lectores que hayan conseguido llegar al final: 


  • Point of egress: este episodio de Love & Radio escuchado en otra noche de insomnio brutal me flipó. Y sí, flipar es la palabra, aunque me haga parecer una loca trasnochada. No puedo contar nada porque lo destriparía, pero lo compartí en Instagram y hubo muchas reacciones. 

  • Un buen podcast conversacional británico siempre es buena idea. Si, además, es de historiadores desmontando ideas no se puede pedir más. The rest is history es ese podcast y este episodio desmontando las ideas falsas que Downton Abbey ha metido en la cabeza de medio mundo es genial. The real Downton Abbey. 

Por hoy es suficiente. Si escucháis algo de todo esto, venid a contármelo. 


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domingo, 26 de febrero de 2023

Los que están al otro lado

Son las diez y media de la mañana y estoy en pijama, en el sofá, con el portátil en las rodillas escribiendo este post. Antes de empezar a escribir, como siempre, hago un calentamiento leyendo cosas pendientes: newsletters, el periódico, webs y blogs que sigo y las notas que me he ido dejando a lo largo de la semana para inspirarme. Este calentamiento es, por una parte, una búsqueda de inspiración y, por otra, una excusa para no sentarme a escribir. Siempre funciona igual: caliento, caliento y caliento hasta que abro el documento y me pongo a ello.

A blog post is *a search query.*You write to find your tribe; you write so they will know what kind of fascinating things they should route to your inbox. If you follow common wisdom, you will cut exactly the things that will help you find these people. It is like the time someone told the composer Morton Feldman he should write for “the man in the street”. Feldman went over and looked out the window, and who did he see? Jackson Pollock. (blog de Austin Kleon)


Cuando escribo, ¿pienso en los que están al otro lado?

Leo esta cita en la newsletter de Austin Kleon. La releo y levanto la vista. Los cristales de la ventana están moderadamente limpios y eso me da cierta satisfacción. ¿Escribo para buscar algo? ¿Escribo para encontrar a mi tribu? ¿Escribo para encontrar gente interesante que me recomiende cosas fascinantes? Pues no lo había pensado nunca, pero es verdad que, a lo largo de todos estos años y gracias a lectores que están ahí al otro lado, he descubierto maravillas.

En la cita hablan de escribir para el hombre de la calle. Siendo, ahora mismo, políticamente correctos, diríamos que se trata de escribir para alguien corriente, para cualquiera. En la cita hablan de cómo le dieron ese consejo a Morton Feldman; él se asomó a la ventana y vio a Jason Pollock. Esas son cosas que pasan en Nueva York: aquí, donde estoy ahora mismo, si me asomo a la ventana solo veo gente corriente, normal, haciendo vida de sábado. ¿Escribo para ellos?

Forget your generalized audience. In the first place, the nameless, faceless audience will scare you to death and in the second place, unlike the theater, it doesn’t exist. In writing, your audience is one single reader. I have found that sometimes it helps to pick out one person—a real person you know, or an imagined person and write to that one. John Steinbeck

Mi adorado Steinbeck (leed, por lo que más queráis, Cannery Row y Las uvas de la ira) dice que hay que escribir pensando solo en una persona. Dice algo muy obvio pero que puede pasar desapercibido: en la lectura no hay una gran audiencia, no es como el teatro. En la escritura tu público está formado por una sola persona cada vez. Hace muchos años, cuando leí por primera vez este consejo, me pareció acertado. Creo que incluso durante una época lo seguí y escribía pensando en alguien en concreto. Aquello duró poco porque escribir pensando en alguien en concreto te obliga a pensar en los criterios con que esa otra persona juzgará lo que reflejas en tus palabras. Te obliga a hacer un ejercicio de empatía con los sentimientos, ideas y opiniones de otro al mismo tiempo que lidias con la maraña de tus propias reflexiones para dotarla de algún sentido. Además, y este pensamiento es una cosa que te da la edad, ¿qué pasa si esa persona desaparece de tu vida por la razón que sea? Como digo, aquello duró poco (no más de unos meses) y desde entonces no escribo pensando en nadie.

You can’t write for other people. You can’t write for the left or the right, this religion or that religion, or this belief or that belief. You have to write the way you see things. I tell people, Make a list of ten things you hate and tear them down in a short story or poem. Make a list of ten things you love and celebrate them.

El bueno de Ray me representa mucho más. (Leed, por lo que más queráis, Crónicas Marcianas. Sí, sí: ya sé que la ciencia ficción no os llama pero, EN SERIO, hacedme caso) Este sábado asiento al releer esta cita. Yo no escribo para nadie, ni siquiera sé quién hay al otro lado. ¿Qué estaréis haciendo cuando leáis esto? Como mi intención es enviarlo el domingo por la mañana quizás haya viciosos que, nada más despertarse, cojan el móvil, vean la notificación y entre legañas y bostezos lean estas palabras y piensen: «cuando desayune, apunto los libros y los compro», y luego no lo hagan nunca. Pero ¿qué más puedo saber de quien hay al otro lado? ¿Tenéis 30, 40 o 67 años? ¿Os despertáis solos o acompañados? ¿Usáis pijama y tenéis pulgar verde para las plantas? ¿Vuestras ventanas dan a un polígono industrial o a una calle estrecha en la que, ahora que nos acercamos a marzo, la luz del sol consigue llegar al asfalto? ¿Sois espías, emprendedores, arquitectos, alfareros, profesores, astronautas (por favor: si estáis ahí, decídmelo) o rentistas (esto también me interesa)?

A lo largo de todos estos años he conocido a mucha gente que me lee, a muchos que estáis al otro lado. Algunos se han convertido en amigos, otros llegaron y se fueron, con otros puse distancia. Pero, aunque haya escrito «mucha gente», son pocos comparados con la cantidad de gente que puede haber ahí, al otro lado. Si lo pienso me da vértigo. Recuerdo con nitidez dónde estaba la primera vez que me saltó una notificación de comentario en el blog: en el salón de mi casa, cerca de la cristalera. Miré el móvil y leí «comentario de Eva». ¿Quién era Eva? ¿Por qué me había leído? Y, sobre todo, ¿por qué me había dejado un comentario? Eso ocurrió hace quince años, pero la sensación sigue siendo la misma ante cualquier reacción que recibo por lo que escribo: asombro. No puedo ir mucho más allá porque jugar a imaginar otra vida en la que a alguien le interesa lo que escribo y pincha en su bandeja de entrada me da vértigo. No es vergüenza, ni falsa modestia: es sorpresa.

Me voy a vestir: prefiero que no me imaginéis en pijama. Imaginadme bien vestida, estilosa, elegante sin parecer excesiva y con un control absoluto sobre mis actos. Imaginadme discreta, inteligente, incisiva y aguda. Uso el imperativo: os hablo de vosotros. Os hablo a vosotros pero sois imaginarios, no existís hasta que estas líneas ya están fuera de mis manos. Es entonces cuando os volvéis reales. Es casi magia.


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miércoles, 22 de febrero de 2023

Breve. Gatos menopausia y cinismo

«Hola — dijo susurrando, y nos miramos mientras ella apagaba las luces. Siempre hay ese miedo a la decepción, a que no salga bien, pero desde el primer momento supimos que eso no debería preocuparnos».

Budd Schulberg: ¿Por qué corre Sammy?

Leo, muy por encima, sobre la Ley de Bienestar Animal y llego al término «gatos comunitarios» que, por lo visto, define a lo que toda la vida se ha llamado gato callejero. Por si alguien no lo sabe: a mí los gatos no me gustan, me dan miedo. Pero si me gustaran, si fuera un amante de los felinos, estaría muy encabronada con esta terminología. Gato callejero es una denominación con clase, con estilo, que resulta interesante: ¿Cómo no va a resultar interesante si recuerda a los Aristogatos, si suena a ser independiente, a hacer lo que te da la gana? Gato comunitario suena a urbanización cerrada con piscina, a portal, suena hasta a pagar recibos. Si yo entendiera algo de gatos, que no es el caso, si pudiera meterme en su mente, estaría indignada. Pasar de ser gato callejero a ser gato comunitario es perder categoría.

Sigo recuperándome de una especie de trancazo, catarro, gripe y mareo con migraña y náuseas que arrastro desde antes de mi cumpleaños. Está todo el mundo igual pero, como ya sabía, que todo el mundo se encuentre mal no consuela nada. Lo que hacemos cuando alguien te dice «yo estoy igual» es pensar «seguro que no, yo estoy peor». Es increíble la capacidad humana para querer ser siempre el campeón del sufrimiento: yo lo paso peor, yo trabajo más, mi empleo es más insufrible, mi jefe es más cabrón. Es increíble esa capacidad y dice mucho de nuestro ombliguismo: lo mío siempre es más. En cualquier caso parece que estoy mejor, no plenamente recuperada pero lo suficiente como para no creerme en posesión del dolor supremo. ¡Ah! Otra cosa que he descubierto esta semana es que todos los síntomas que he sufrido son compatibles con la menopausia, que todavía no tengo pero debe de estar al caer. Y, por cierto, apuntad esto: La menopausia es la nueva zanahoria comercial que las marcas, el capitalismo o las empresas están agitando delante de las mujeres. Con la excusa de «es que no se habla de ella, las mujeres no la conocen» están haciendo lo de siempre. Empieza por «venimos a hablaros de esto porque hasta ahora habéis vivido en el desconocimiento más absoluto del tema y así no podéis seguir, pobres almas en desgracia», premisa con la que disiento porque ahora resulta que todo lo que no esté en redes o en las revistas o comentado por algún gurú «no existe», cuando a lo mejor se habla de otra manera menos obvia. Segundo paso: «¿Dónde vas, Caperucita, tan pancha por el bosque? ¿No sabes que viene el lobo y te devora desgarrándote las entrañas? ¿Cómo eres tan inconsciente?», que consiste en contarte todo lo horrible que te va pasar (aunque es todo muy natural, te dicen 25 veces). Aquí me entra la risa porque, mágicamente, todo lo horrible que te lleva pasando 30 años teniendo la regla pasa a un decimocuarto plano, como si al llegar a la menopausia vinieras de un mundo de luz y de color a meterte en una cueva de dolor y sufrimiento digna de un paisaje de La Princesa Prometida. Así que, bueno, la menopausia tendrá sus cosas (no lo dudo) pero no creo que se acerquen ni de lejos a 35 años de agonía, dolor, tobogán emocional, situaciones embarazosas de todo tipo o viajes de amor arruinados, por hablar solo de cosas frívolas. El tercer paso es «saca una libreta, que te voy a decir todo lo que deberías estar haciendo y no estás haciendo y vas mal». De aquí hay que pasar directamente, porque resulta que para llegar bien a la menopausia tendrías que haber empezado a hacer «cosas» con 17 años. Es como el que te dice que para tener un plan de pensiones cuando te jubiles tienes que empezar a ahorrar con 25: ciencia ficción y una memez imposible de cumplir. El último punto es el del capitalismo molón: «Compra esto, haz esto con el gurú Mengano, come la comida tal y toma cuál remedio homeopático y blablabla”. ¿Cómo sé todo esto? Porque, ahora mismo, mire donde mire, lea lo que lea o escuche lo que escuche me encuentro con este asunto. (Por supuesto que hay cosas interesantes sobre el tema, pero son las menos).

Reviso mis notas para este breve y me encuentro con lo siguiente: «Tu personalidad es como el salmón o las aceitunas, de primeras no gusta. ¿Me estás diciendo que soy demasiado especial?». No sé de dónde la apunté y tampoco sé si me gusta. No podemos comparar las aceitunas y el salmón. ¿Cómo no te van a gustar las aceitunas? Si no te gustan las aceitunas solo puedes ser o una persona poco de fiar o mi amigo Fede al que quiero hasta el infinito y más allá y, como ese puesto ya está cogido, si no te gustan las aceitunas….

«Felicidades, ya has llegado a la edad estupenda en la que puedes ser la mujer cínica que llevas dentro».




Creo que esta ha sido mi felicitación favorita de parte de un desconocido. No podría retratarme mejor.

Estoy escuchando El monstruo del monóculo y otras bestias, de Nuria Pérez. En un momento dado citan a Budd Schulberg, y mi ego de mujer cínica aletea feliz porque hace ya catorce años que lo descubrí. Vuelvo a mis notas, al blog y ahí están las citas apuntadas. Asiento al leerlas y aprovecho para que abran y cierren el breve de esta semana.

“Supongo que es una lástima que las personas no puedan ser un poco más consecuentes. Aunque si lo fueran, quizá dejarían de ser personas. Tal vez se convertirían en personajes de tragedias épicas o de películas de Hollywood. [...]. Lo único que al parecer hace la gente es lo posible por ir tirando y pasárselo bien; y si para ello deben conservar lo que poseen, es probable que acaben convirtiéndose en unos fascistas; y si para ello deben tratar de conseguir lo que necesitan y no poseen, es muy probable que acaben aprendiéndose de memoria La Internacional” .

Budd Schuberg: ¿Por qué corre Sammy?


Ser consecuente es duro. Casi tanto como ser cínica desde los doce.


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sábado, 18 de febrero de 2023

Gente de mi pasado

El otro día escuché un episodio de un podcast. Stop. No puedo empezar una frase así porque ya es como decir el otro día respiré. Todos los días escucho algún episodio, así que esto no tiene sentido; pero bueno, al grano.

Hay un podcast maravilloso que se llama Heavyweight (solo en Spotify) al que recurro cuando estoy cansada de novedades, de buscar cosas nuevas, interesantes; cuando quiero algo seguro que sé que me va a hacer sentir cómoda y tranquila. La premisa del podcast es sencilla, como de programa de radio antiguo, casi de servicio público: La gente llama y cuenta una historia de su pasado que en su día le marcó y de la que le gustaría recuperar cierta información: volver a contactar con alguien, devolver una fotografía, dar las gracias,... cualquier cosa. La gente llama con las historias más peregrinas que se puedan imaginar. En el episodio titulado Dan (todos o casi todos tienen como título el nombre de la persona que llama a contar su historia) una periodista llamaba para contar cómo había conocido a su marido, Dan, en Tel Aviv y habían tenido una primera cita en un restaurante italiano de la ciudad. Durante la cena, como apenas se conocían, hablaron de sus familias y él le contó que apenas tenía relación con su padre pero que éste había sido el que había inventado los cereales rellenos (o algo así, algo relacionado con cereales). Dio la casualidad de que en la mesa de al lado había una pareja que, al escucharles, se acercó a decirles que eran vecinos del padre en Los Ángeles. Charlaron y se hicieron una foto. La periodista quería tratar de localizar a esa pareja y recuperar la foto de su primera cita. Si alguno está pensando que por qué no llamó directamente a su suegro, la respuesta es que el padre de su ahora marido, entonces novio, llevaba años sin relacionarse con él y quería recuperar la fotografía pero no querían saber nada del padre. Si esta historia os parece complicada, las hay muchísimo más: la última de la temporada, por ejemplo, implica hasta llamadas al Vaticano.

Con esa mínima premisa Jonathan Goldstein, el host del podcast, y su equipo de productores se ponen a trabajar para encontrar a esa persona o cerrar ese círculo; y en cada episodio van contando todo el proceso que, muchas veces, dura años.

¿A quién querría yo recuperar? ¿Qué historia me gustaría resolver? Llevo días dándole vueltas a esto porque creo que no me gustaría cerrar ninguna; no sé si quiero saber qué pasó con determinadas personas, dónde están, qué hicieron o si se acordarán de mí. No es que me importe, claro, pero imagino que localizan a alguien de mi pasado y ese alguien dice «ni me suena». Así que sí, sí me importa. Prefiero seguir creyendo que alguna de esas personas se acuerda de mí: mi ego necesita ese pequeño premio.

En cualquier caso, y haciendo trampas, pongamos que yo pudiera saber de esas personas pero por un agujerito, casi como si me dieran un dossier con esa información para que yo decidiera si contactaba o no. ¿A quién querría buscar?

Empezando por mi pasado más remoto, lo primero que se me ocurre es una compañera de mi clase que se fue a París cuando teníamos 10 u 11 años. Recuerdo que cuando fuimos a la capital francesa de viaje de fin de curso en 3º BUP contactamos con ella y nos pareció el colmo de la sofisticación y el estilo. Vivía en una calle maravillosa, en un enorme piso parisino con ventanales rasgados que llenaban las habitaciones de luz. Lo que más recuerdo, sin embargo, es que paseando por la ciudad y mientras esperábamos para cruzar una calle tiró un papel al suelo, en la zona de la calzada pegada al borde de la acera. La miré con horror y me dijo: «no seas cateta, por aquí corre agua justo para eso, para recoger lo que se tira». Yo le contesté: «ya, pero si no lo tiras no hay que recogerlo». Cada vez que he vuelto a París he recordado aquella conversación. Creo que durante un tiempo nos escribimos cartas. También me escribí durante años con una niña que se llamaba Belén Moreu y que llegó a mi clase con 10 u 11 años. Creo que era de Sitges, que ahora mismo no es un lugar exótico pero que por aquel entonces a mí me parecía lejanísimo. Creo que estuvo un año y luego volvió a Cataluña. Aún tengo las cartas guardadas. ¿Qué habrá sido de ella? Cierto año en Los Molinos apareció una pareja de hermanos, ella y él, que no sé de dónde salieron (catalanes, creo), ni cómo llegaron allí. De ella no recuerdo nada; de él que era alto y llevaba gafas y, por alguna extraña razón (a mí me parecía raro que con 15 años quisiera hablar conmigo porque yo era, amigos, un saco de inseguridades y no entendía que a alguien pareciera interesarle hablar conmigo cuando podía estar haciendo cualquier otra cosa mejor como mirar cómo le crecían las uñas), parecía disfrutar de mi compañía. Llegaron, pasaron el verano y se marcharon. Nunca más. El chico rubio de Irlanda, con los ojos azules, que me miraba. Me parecía guapísimo. Nos mirábamos en los recreativos donde pasábamos horas porque en un pequeño pueblo de Irlanda en los años 80 había que matar las horas como se pudiera. Creo que se llamaba Paul. Tres años intercambiando miradas. Cuando empecé la carrera me apunté a clases en el Liceo Francés. No me gustaba mucho, pero algo tenía que hacer por las mañanas. No recuerdo casi nada, solo a mi compañero de clase que, cuando salíamos y coincidíamos en el metro, me decía: «Ana, eres la queja que camina». Se llamaba Eliseo, era periodista en la agencia Efe y fan de Jethro Tull. Un francés guapísimo, con el que también ligué en Irlanda y era de Cognac: no sé más de él. ¿Conseguiría Goldstein localizarle? ¿Seguirá siendo tan guapo? 

Cuando empecé a darle vueltas a la idea de este texto pensé que no se me ocurriría nadie de mi pasado para recuperar. Después los recuerdos empezaron a aflorar y, cada día, me asaltaba alguien nuevo, alguna imagen, un sonido, un día concreto. Pensé también que no sé si me atrevería a buscar a alguien de hace treinta, cuarenta años, ¿y si no se acordaban de mí? ¿Y si la realidad del presente destruía ese recuerdo tan especial o tan tonto convirtiendo a, por ejemplo, el galán francés en un votante de la extrema derecha? ¿Me atrevería a llamar a Heavyweight para pedir que removieran mi pasado? ¿En el fondo soy una cobarde? Hay que tener más valor del que yo tengo para irte de excursión a tu vida en un tiempo anterior. 


En estas estaba, pensando en que no me atrevería y que debería escuchar con otra actitud la próxima temporada de Heavyweight, cuando me llegó este mensaje por instagram: 


Hola Ana. He empezado a seguirte hace poquito. Me llegó un blog sobre la English, Comillas, que escribiste hace un huevo de tiempo, y la verdad, me descojoné, porque lo leí desde un punto de vista divertido y jocoso. La verdad es que ya tenías ese humor por los pasillos. Seguramente no te acuerdes de mí, pero hicimos un grupillo de algunos de esos años, porque hemos mantenido el contacto. La verdad, la única de Bilbao, yo. El resto madrileños. A Costi yo le perdí la pista y creo que ni se acordará de mí, pero alguno de estos les sigue, y nos mandó su foto actual de perfil. Se parece a Guardiola.Tengo una foto que atestigua que fuimos juntas, con tu prima. Yo solía ir con Eva, Sara, Pa, Helena (Valladolid), Miguel, Franchute, Manrique..Nos dio algo de cosa leer que no te acordabas de los nombres de los que allí estábamos, y Eva hasta tiene tu dedicatoria.!!Bueno, soy Patricia En aquella época Patty. Soy la de rojo y una cinta roja en la cabeza. 



Sorpresa total. Esto no lo había pensado. ¿Y si yo era la contactada por el pasado y no recordaba nada? Me reconozco en esta foto y tengo recuerdos de aquellos años de campamento pero no de la gente. Nadie en esta foto me resulta conocido, quizá ellos tampoco se reconozcan a sí mismos, pero eso no importa. De este mensaje surgido de las profundidades de Instagram me gustaron dos cosas: saber qué en algún momento de vida he causado una impresión en alguien tan impactante (para bien o para mal) como para que me recuerden casi cuarenta años después y saber que con doce años «ya tenías ese humor por los pasillos». Para algunas cosas valoro ser coherente. 


Termino: Pensaba en si buscaría a alguien de mi pasado para saber qué es de su vida y se me ocurría gente que probablemente no se acuerde de mí sin darme cuenta, hasta que me llegó este mensaje, de que la situación podía ser al revés: que alguien me buscara a mí por la ilusión de encontrarme. 


Quizás debería hacer un Heavyweight en español. ¿A quién querríais buscar?


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