miércoles, 9 de noviembre de 2022

Lecturas encadenadas. Octubre.

 

Mi ritmo lector va decayendo según avanza el año. Cada vez me parezco más al conejo de Alicia corriendo a todas partes y sin tiempo para nada. Cuando mis hijas eran pequeñas tenía tiempo para todo, ahora que hacen su vida y como me descuide ni siquiera las veo en el ratito que pasan por casa, no tengo tiempo para nada. ¿Me organizo peor? ¿Tengo más intereses? ¿Me he vuelto más vaga? ¿Es que los adolescentes exigen más atención que los bebes? A esto último yo digo sí aunque nadie me crea. 

Octubre transcurrió con más pena que gloria esperando un otoño y un frío que no llega. Desesperación, tristeza, calor y abrigos languideciendo en los armarios. Lo único que me consoló fue saber que a final de mes, como cada año, me esperaba el cambio de hora que más me gusta y ya es de noche cuando salgo de trabajar. Bien, me encanta. Cada uno tiene sus filias. 

Al lío. 

En septiembre fui a Ourense un fin de semana porque me invitaron a una fiesta genial, tan genial que se ha decidido que se vuelva tradición. Como nunca había estado allí, aproveché para hacer algo de turismo y, como siempre que hago turismo, entré en una librería. «Entramos pero con fuerza de voluntad, no compramos nada» fue el mantra que nos dijimos. No lo cumplí, en una de las estanterías estaba esperándome Se acabó el pastel de Nora Ephron por tan solo 3 €. Después me enteré de que está descatalogado y en internet piden hasta 100 € por él. Creo que el dueño de la librería también desconocía este dato. 

Me gustó muchísimo, mucho más que el de "El cuello no miente" y que la película. Es curioso como, a pesar de conocer la historia, me ha gustado tanto. Nora ficciona aquí el fin de su segundo matrimonio cuando emabaraza de su segundo hijo descubrió que su segundo marido, Carl Berstein, le estaba siendo infiel con una amiga suya. Su alter ego, Rachel, es como ella escritora y, a través de su personaje reconstruye su historia de amor. Lo más interesante de todo es como Nora cuenta el choque brutal de realidad que supone descubrir que lo que has estado viviendo es una mentira, como tu realidad era un decorado.  Rachel/Nora creía ser feliz y resulta que no lo era, creía ser amada y amaban a otra, creía estar haciéndolo bien y se estaba equivocando en todo, creías conocer a tu pareja y resulta ser un desconocido, creías saber hacia donde te encaminabas y descubres que ese futuro al que te dirigías no existe ni existió nunca. 

Nora lo cuenta con inteligencia, con ingenio, con humor, con irío y como dice su peronal al final cuando se terapeuta le pregunta porque lo convierte todo en un relato, ella dice: 

«De modo que se lo explique. 
Porque si cuento la historia, domino la versión.
Porque si cuento la historia, puedo hacer reír; prefiero que se rían a que tengan lástima de mí. 
Porque si cuento la historia, no me duele tanto.
Porque si cuento la historia, puedo soportarla». 

Esto me recordó mucho a las palabras de Didion en su documental sobre escribir y el miedo. «Yo siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual, no te va a morder. Se parece a como enfrento yo el dolor. Quiero saber dónde está.»

Además de estas reflexiones que comparto totalmente, me reí mucho: 

«Ahora en mis años dorados, he llegado a aceptar el hecho de que en mi cuerpo no hay una sola gota de sangre neurasténica, y me he vuelto muy impaciente con los que la tienen. Muéstrenme una mujer que llora cuando caen las hojas de los árboles, y le enseñaré a una auténtica gilipollas.»

«Me gustaría decir dos cosas al respecto. La primera es que siempre he creído que llorar es una actividad demasiado valorada: las mujeres ya lloran muchísimo, y lo último que desearíamos es que el llanto se convirtiera en un exceso universal. Lo seguido que quería decir es lo siguiente: cuidado con los hombres que lloran. Es cierto que tales hombres son sensibles e impresionables, pero las únicas emociones que los conmueven son las suyas propias.»

También barato compré, en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, Heredarás la tierra de Jane Smiley. En enero leí La edad del desconsuelo que me encantó (si estáis leyendo esto, dejadlo ahora mismo, comprad esa novela y poneos con ella ahora. Ya. Estáis tardando) así que quería leer más de Smiley. Esta novela no me ha gustado tanto porque es un culebrón impresionante. 

¿Qué nos cuenta Smiley? Pues la historia de la familia Cook, granjeros en un condado de Iowa. Kilómetros y kilómetros de tierra cultivada, arrancada a unos pantanos hace cien años y que el patriarca, Larry Cook, regenta casi como un reyezuelo hasta que decide, por sorpresa, ceder la gestión de la granja a sus tres hijas. Este gesto y la vuelta a la zona de un vecino, Jesse, que se marchó hace años para escapar de la Guerra de Vietnam, desencadena una serie de actitudes y revelaciones en la vida familiar con todo tipo de oscuros secretos aflorando. Es una novela que se vuelve más oscura según avanza la narración hasta llegar a un final en el que no queda nada. Cuando lo estaba leyendo pensaba que era material perfecto para una película y acabo de comprobar que ya se ha hecho con Jessica Lange y Michele Pfeiffer, perfectas para hacer de las hermanas. 

«Eso de "bien" es una palabra muy propia de una mujer. Tú sabes que no está nada bien. Pero dices ese "bien" y todo el mundo se vuelve loco y tú sabes que todo el mundo se volverá loco.»

¿La recomiendo? Pues mira,  si te gustan las historias tortuosas y con muchísimo drama, rozando la incredulidad es una novela correcta pero si me preguntáis a mí: empezad por La edad del desconsuelo. 

Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de noviembre. 

viernes, 4 de noviembre de 2022

Podcasts encadenados. La maravilla de Anderson Cooper


Lo primero que escuchamos es el sonido de unas llaves girando en una cerradura y una puerta que se abre. Para nosotros, oyentes, ese sonido es como el de cualquier otra puerta aunque los pasos que se escuchan a continuación delatan una buena tarima, una buena casa y que allí ya no vive nadie. «Mi madre murió en julio de 2019, hace poco vendí su casa y ahora tengo que recoger todas sus cosas. He pensado que mientras recojo, puedo hacer este podcast. Es la primera vez así que tened paciencia conmigo» dice una voz grave, cálida, una de esas voces que yo describo como para quedarte a dormir en ella. La voz pertenece a Anderson Cooper, famoso periodista americano de la CNN, 54 años y con dos hijos pequeños que no se decidió a tener hasta que murió su madre, así que es un padre viejales. El oyente acompaña a Cooper, la puerta se ha abierto pero ¿dónde estamos? te preguntas y Cooper pasa entonces a contártelo. El podcast es audio pero es muy visual, parte de su magia consiste en la habilidad del narrador para hacernos ver lo que necesitamos conocer. En este caso, Cooper nos cuenta que es la casa de su madre, que está en una de las calles más tranquilas de Manhattan, y que en ese piso, comprado por su padre hace más de cuarenta años, su madre se dedicaba a pintar. Describe el piso como cualquiera de nosotros lo haría: aquí hay una entrada, este es el estudio, aquí está el cuarto de estar. Ya lo ves, lo imaginas. ¿Por qué es importante? Cooper entonces da un paso más en la narrativa y llena ese espacio de vida al contarnos como pintaba su madre allí, los recuerdos que él tiene de cuando pasaba las tardes en esa habitación mientras su padre escribía o como recuerda haber ido allí a buscar un traje con el que enterrar a su hermano cuando este se suicidó con veintitrés años. ¡Voila! Ya lo sabemos todo: donde estamos, quien nos lo cuenta y porqué no los cuenta. Un comienzo de episodio perfecto, maravilloso. (La historia de la madre es muy top pero no quiero destriparlo más aquí)

El resto del podcast, que se titula All there is with Anderson Cooper, es lo más bonito y emocionante que he escuchado este año con mucha diferencia. Desconozco si Cooper se ha escrito sus guiones o ha tenido un guionista (que le den un premio) pero eso no importa porque es evidente que la historia, el tono y la emoción es suya y muy personal. A lo largo de los ocho episodios que componen el podcast y mientras cuenta sus procesos de duelo, charla con diferentes invitados o escucha los mensajes de voz de cientos de oyentes, rompe a llorar varias veces, pierde la voz, se queda sin palabras y, cada vez que eso le ocurre, el oyente piensa: Anderson te entiendo, yo también me he sentido así alguna vez. 

All there is es, como comentaba en el post anterior, una reflexión sobre las maneras de vivir el duelo y la ausencia. En el último de los episodios, en un mensaje de audio, una oyente dice que lo que más le ayudó a ella es cuando le dijeron que lo estaba haciendo bien, que no hay una manera correcta de llevar el duelo porque todas son correctas. Dándole vueltas creo que es un proceso intensamente personal, más personal que enamorarse  y del que se ha escrito y hablado mucho menos y por eso este podcast es tan maravilloso. A los que hemos vivido ese duelo nos acompaña y nos hace ver que no estamos solos en las cosas que pensamos, hacemos para recordar a los que ya no están (una señora cuenta que como parte de su duelo y dado que su madre era muy aficionada a las compras, para honrar su memoria, el día del cumpleaños de su madre compra algo en una tienda y al día siguiente lo devuelve y yo, por ejemplo, escribo posts)o nos enfrentamos a qué hacer con las "cosas".  A este tema dedica Cooper mucho tiempo porque es curioso como lo que hasta la muerte de esa persona eran solo objetos: una mesa, una silla, un par de gafas, un cajón con facturas, un pijama, una maquinilla de afeitar o una almohada, una vez desaparecida esa persona se convierten en algo mucho más grande, algo cargado de significado y trascendencia con lo que hay que lidiar. No hay tampoco una manera correcta de hacer esto. Está bien el que decide tirarlo todo y está bien el que, como él, va revisando todo y haciendo cajas que traslada a otro lugar hasta que esté preparado para tirarlas. 

Como he dicho antes, a lo largo de ocho episodios, Cooper comparte el duelo y descubre cosas. Por ejemplo, el vacío existencial que se abre cuando te das cuenta, como en su caso, de que eres la última persona que queda viva capaz de recordar determinados momentos, sensaciones u ocasiones. En su caso, ni su padre, ni su hermano ni su madre están ya para corroborarlas, para poder compartirlas con él pero aunque no seas the last man standing, siempre que pierdes a alguien cercano hay algún recuerdo del que te conviertes en único conservador. ¿Qué hacer con él? ¿Traspasarlo a otros? Sí, claro que sí, para que no muera nunca o al menos tarde lo más posible. 

Stephen Colbert como comenté el otro día aparece en el segundo episodio que es también maravilloso. Laurie Anderson, artistaza, mujer increíble y viuda de Lou Reed acompaña a Cooper en otro y en el resto los invitados no son tan conocidos para nosotros pero sus aportaciones son igual de interesantes. Hay un episodio en el que Kirsten Johnson, que es directora de documentales, habla de la sensación de pérdida anticipada que tienes cuando tus padres tienen Alzheimer o demencia y dejan de ser ellos. Es otro tipo de pérdida que funciona de otra manera y que ella ha retratado en un documental, que podéis ver en Netflix, Dick Johnson is dead, tierno, emocionante y casi casi divertido. 

No quiero extenderme más. Podría estar horas hablando de este podcast pero lo que de verdad me gustaría es que lo escucharais. Os hará muchísimo bien y vais a llorar bien, a gusto. 

martes, 1 de noviembre de 2022

Veinticinco años: el duelo es como el vino




Hoy es, otra vez, 1 de noviembre. Otra vez toca contar los años desde que mi padre murió, tal día como hoy, mientras paseaba por el valle de Lozoya con mi madre y sus amigos. «Creo que los churros que hemos desayunado me han sentado mal» dijo y se desplomó. Su amigo Cecilio, médico, que iba con ellos, intentó reanimarlo pero fue imposible. Siempre nos ha dicho que el infarto fue tan fulminante y tan masivo que aunque le hubiera dado en un hospital no hubiera sobrevivido. No sé si es verdad pero me da igual. Morir sin enterarte, en medio de las montañas y rodeado de tus amigos me parece una muerte envidiable, algo a lo que todos deberíamos aspirar. 

En 2008 escribí por primera vez sobre él y lo he seguido haciendo cada año desde entonces, (el año pasado hice un poco de trampa y solo lo puse en IG, muy mal por mi parte). Hoy se cumplen veinticinco años desde que en mi vida, y mucho antes de haberlo leído y de que le ocurriera a Joan Didion, me senté a cenar y la vida que conocía se acabara. En mi caso, era media tarde,  porque todavía quedaba un poco de luz a pesar del cambio de hora y estaba sentada en el sofá, viendo la televisión, en nuestra casa de Los Molinos. Recuerdo cada detalle y como, nada más ver entrar a mi madre y a Cecilio, supe que algo iba mal. Muy mal. 

«Papá ha muerto»

He estado escuchando All there is with Anderson Cooper. Cooper, periodista de la CNN, perdió a su padre con diez años. Cuando tenía 21 años, su hermano de veintitrés se suicidó. Su madre, murió en 2019, con más de noventa años, dejándole dos apartamentos para recorrer y recoger. Al abrir los cajones, los armarios, recorrer las estanterías, encuentra cartas y notas de su madre. «Andy, esta es la ropa que llevaba puesta el día que tu hermano se suicidó delante de mi», «Andy, estos son los pijamas de tu padre». En otro de los episodios, Cooper charla con Stephen Colbert, otro periodista americano famoso, que perdió a su padre y a dos de sus hermanos (eran once) en un accidente de avión cuando él tenía diez años. Colbert, guarda desde entonces un cinturón, que perteneció a su hermano Peter, y que ha acarreado de casa en casa durante cuarenta y cinco años. Nunca lo ha usado, no lo mira, pero cada vez que se muda, se lo lleva y lo cuelga en su armario. Mi madre durmió durante años con el pijama que mi padre se quitó la mañana en que murió. Para Anderson su padre siempre tendrá cincuenta y dos años y para Colbert sus hermanos siempre estarán saliendo para ir a jugar al baseball. Para mí, mi padre vive en una época en que los teléfonos móviles eran como mesillas de noche, José María García importaba, usábamos callejeros y me dice: «pásalo bien, mañana nos vemos» mientras me despido de él para ir a una exposición de escultura clásica en el Prado. 

«The enormity of the room whose door has quietly shut».

Antes de que te pase a ti crees que el duelo será agudo unos días, unas semanas, unos meses, un año como mucho. Crees que será un dolor que podrás tolerar, con el que podrás convivir porque, al fin y al cabo la gente lleva muriéndose toda la vida y la humanidad ha sobrevivido. Crees que será algo que tendrás en una esquina de tu vida y que acabará cogiendo polvo y telarañas y cayendo en el olvido. Cuando llega a tu vida te das cuenta de lo que equivocado que estabas y sientes que ese dolor te acompañará para siempre y jamás podrás superarlo. Piensas que nadie ha sentido un duelo como el tuyo, es tan grande y tan inesperado que no puedes entender como la gente vive con algo como lo que tú estás sintiendo, así que el tuyo tiene que ser el peor del mundo. Lo que no sabes, porque hablamos poco de duelo y luto, es que lo que te está pasando es lo que te tiene que pasar.   Te das cuenta de que  que quieres hablar de ello. Descubres que contarlo y que la gente lo sepa, te ayuda, te consuela, descubres que lo único que necesitas es que los demás sepan que estas sufriendo, que alguien sepa por lo que estás pasando consuela, reconforta.

«Aceptar el sufrimiento no es una derrota. Creemos que podemos ganar al duelo, creemos que podemos arreglarlo, pero no es verdad. Lo único que podemos hacer es experimentarlo y para eso tienes que aceptar que es real, que la pérdida es real. Tenemos miedo del dolor, creemos que el duelo es una forma de muerte, y queremos estar por encima, nos negamos a experimentar cosas malas pero el dolor no es algo malo, es la reacción hacia algo malo. El dolor es un proceso natural que tiene que ser experimentado, o soportado, aunque esa palabra no me gusta porque significa que hay algo de resistencia por tu parte y no puedes ganar al dolor porque eres tú el que te duele. Tu conoces todos tus resortes, todos tus secretos, nunca puedes rodear tu dolor». (Colbert)

Veinticinco años después de aquel 1 de noviembre me descubro asintiendo al escuchar este podcast, sintiéndome acompañada. Stephen Colbert comenta que cuando ocurre la pérdida crees que ese dolor durará para siempre pero no es así. El dolor cambiará a lo largo de los años porque tu dejarás de ser un niño de diez años, en su caso, o una joven de veinticuatro como era yo. El dolor cambiará como el vino, y se transformará en una especie de sabiduría sobre ti mismo y sobre la vida que te permite hablar del duelo cuando otros lo están pasando.

«Lo primero que se me olvidó fue su voz. No quiero que se me olvide nada más» 

Cada año creo que no tengo nada más que decir y cada año encuentro algo. Como dice Colbert, el dolor cambia y se transforma perolos recuerdos, la memoria, los detalles y la sensación de pérdida por todo lo que has dejado de compartir queda para siempre. Escribo estas entradas para contar esos detalles, para no olvidarlos. Me acompañarán toda la vida, me hacen quien soy y me ayudan a acompañar a otros. 

lunes, 24 de octubre de 2022

Muerte de un artista

 

En 1973 mientras yo llegaba al mundo en una clínica de Madrid, Ana Mendieta realizaba People Looking at Blood, Moffitt, una pieza de vídeo de arte contemporáneo en la que colocó sangre de animales saliendo por debajo de una puerta en la localidad de Moffit y grabó la reacción de los transeuntes al reguero de sangre que parecía salir  de una vivienda. 

En 1988 se celebró en el Palacio de Cristal del Retiro una exposición antológica de Carl Andre, uno de los padres de la escultura minimalista. Yo tenía quince años, Ana Mendieta llevaba muerta tres años, Carl Andre estaba siendo juzgado por su asesinato y Helen Molesworth tenía 22 años y empezaba su carrera como historiadora del Arte. 

En 2022 Andre, Mendieta, Molesworth y yo nos hemos unido gracias a un podcast que me ha tenido absorbida durante seis semanas, lo que han tardado en publicarse sus seis estupendos episodios. Es, con mucha diferencia, lo mejor que he escuchado este año: un podcast muy serio, con una factura narrativa y sonora impecable y, sobre todo, con un propósito intelectual ambicioso que aborda el manido tema de la separación entre el artista y su obra de una manera nada maniquea.  

Helen Molesworth es la host y escritora de Death of an artist. Es, además (o ha sido, porque la despidieron en 2018), conservadora del MOCA, el Museo de Arte Contemporáneo de Los Angeles. Salió de allí por desavenencias con la dirección y por cuestionar la falta de diversidad entre los artistas expuestos. Death of an artist comienza con la descripción de la obra que he comentado al principio, People Looking at Blood, Moffit; una obra que Ana Mendieta realizó en respuesta a la violación y asesinato de una joven en el campus de la Universidad de Iowa en la que estudiaba. El mensaje o la intención de la obra era destacar, poner a la vista, el silencio que cubre determinados actos violentos que, casi siempre, ocurren contra las mujeres.

Yo no sabía quién era Ana Mendieta, desconocía su obra, su vida, su arte y su muerte. De Carl Andre, su marido, tenía un vago recuerdo de mi primer y único año de doctorado, nada importante. Mendieta era cubana, sus padres la enviaron con su hermana a Estados Unidos cuando empezó la revolución y vivió en varios hogares de acogida echando de menos a su familia, a sus amigos, su país… hasta que su madre pudo hacer el viaje y establecerse con ellas en Estados Unidos. Mendieta se dedicó al arte conceptual con instalaciones de vídeo o performances cuyo significado pretendía trascender más allá de lo meramente artístico, transmitiendo diferentes aspectos de la Sociedad: desde la violencia silenciada hasta la diferencia entre los roles masculinos o femeninos o, más adelante, cuando pudo empezar a viajar a Cuba de vez en cuando, el papel de la santería o las tradiciones cubanas en su vida. En algún momento de su vida conoció a Andre que era (y es, porque sigue vivo) un hombre imponente, alto, grande, barbudo, blanco y con una carrera artística que a finales de los 70 le estaba consolidando como un referente de la escultura contemporánea. Comenzaron una tumultuosa relación llena de peleas y alcohol que terminó contra todo pronóstico, o quizá no, en boda. En 1985, tras una discusión y después de que se escuchara a una mujer gritar "No, no, no”, Ana Mendieta murió tras caer por la ventana del apartamento, en que vivían, situado en la planta 34 de un edificio en Greenwich Village, Manhattan. Andre fue detenido pero, tras la intervención de un prestigioso abogado y con la ayuda de muchos amigos que consiguieron reunir los cuatrocientos mil dólares de fianza impuestos por el juez, salió de la cárcel al día siguiente. Un velo de silencio cayó sobre el suceso. Andre y sus amigos hablaron siempre de suicidio, que Ana estaba borracha y tras la discusión se había tirado por la ventana. Los amigos y familia de Mendieta jamás creyeron esta versión porque Ana tenía miedo a las alturas y jamás hubiera hecho algo así; porque tenía planes de divorciarse (había descubierto que Carl le era infiel); y porque nunca se encontraron huellas de Ana en la ventana, entre otras varias cosas. 

Tres años después, mientras en El Retiro se exhibían sus obras, Carl estaba siendo juzgado por el asesinato. Eligió (y esto me parece interesantísimo) no ser juzgado por un jurado popular sino por el juez. Molesworth y varias de las personas que aparecen en el podcast consideran que lo que pudiera parecer una decisión casi suicida (es más difícil que 12 personas se pongan de acuerdo en considerarte culpable que una sola) fue en realidad un movimiento inteligente. Una de las bazas de los juicios con jurado es convencer a sus miembros de que el acusado es alguien como ellos, que se sientan cercanos, que lo entiendan. Era muy complicado que doce ciudadanos normales y corrientes se identificaran con un artista conceptual de élite, que ganaba millones de dólares por hacer algo que ellos no entendían y que le permitía llevar una vida desahogada y casi de lujo. En el podcast se desgrana el juicio y las estrategias pero, para sorpresa de nadie, Andre fue absuelto, siguió trabajando y exponiendo y hoy, treinta y siete años después y casi nonagenario, sigue viviendo en el mismo apartamento desde el que Ana se precipitó al vacío. 

Todo esto que he resumido es la parte true crime del podcast necesaria para entender ese propósito conceptual del que hablaba al principio pero que no es, ni mucho menos, la parte más importante. Molesworth intenta entender, comprender las razones por las que Andre logró escapar de algo así y consiguió seguir trabajando, manteniendo su prestigio como artista intacto y su carrera a salvo de, como decimos ahora, cancelaciones. Molesworth no busca las razones fuera, en otros, a pesar de que para hacer este podcast se ha encontrado con mucha gente que no quería hablar, que no quería aparecer. Ella asume la parte de, llamémosla, culpa que ella y todos podemos tener en esto. Se hace las preguntas que todos nos hacemos enfrentados a cosas horribles hechas por genios (casi siempre hombres y blancos). ¿Podemos separar a la persona y sus circunstancias de su obra? ¿Podemos seguir disfrutando de la obra de Andre sabiendo que quizá mató a Ana? El caso de Andre es como el de Woody Allen, Harvey Weinstein, Bill Cosby o Plácido Domingo si preferimos una referencia patria. ¿Podemos admirar a Picasso sabiendo que era un impresentable con pintas y un machista de primera categoría? El gran acierto de Molesworth, como comenté antes, es que no opta ni por el blanco ni por el negro. Realiza un ejercicio de autocrítica brutal en el que repasa su admiración por el trabajo de Andre y en un momento dado dice: «del trabajo de Carl Andre sigo pensando igual, que es un gran artista; pero ya no puedo sentir lo mismo». En otro pasaje brutal entrevista a una mujer que en su día, cuando era joven, en una charla sobre Andre levantó la mano para preguntar por qué no se mencionaba la muerte de Mendieta y, años después,  acabó visitando a Andre en su casa y cenando con él y su mujer en un restaurante porque necesitaba hablar con el artista para terminar su tesis. Ella explica con gran honestidad cómo se sentía mal por estar allí charlando con él pero, al mismo tiempo, esa animadversión que había sentido siempre y seguía sintiendo tomaba una dimensión más real (y más escalable, diría yo) al tener enfrente a la persona. No es que perdonara lo ocurrido, pero lo veía de otra manera al tener a Andre delante. 

El podcast, en su episodio final, hace una reflexión interesantísima sobre el papel de los museos en este tipo de cuestiones. Los museos, los conservadores que organizan sus exhibiciones, son el filtro que presenta al público lo que merece la pena ser visto, lo que deben ver, lo que tiene una trascendencia más allá del aquí y del ahora. Molesworth se pregunta: “Ahora que llevo años estudiando a Ana Mendieta y su obra y cómo ha caído en el olvido y sé todo esto sobre Andre, ¿debo cancelarlo? ¿Echarlo de los museos? ¿Oponerme a que se vea?”. Tiene una conversación interesante con el director del MOMA en la que le pregunta si él estaría dispuesto a poner en las cartelas de las obras de artistas como Andre algo como "Escultura X. Carl Andre. En su día fue acusado de asesinato por la muerte de su mujer". El director le contesta que no y le da esta respuesta: «Si un artista conduce borracho y mata a dos personas y ese hecho no ha tenido nada que ver en la concepción o ejecución de la obra de arte que expongo, no me parece información pertinente». Habla también con otra especialista de arte que se muestra contraria totalmente a la cultura de la cancelación con un argumento que también me convence otro rato:«Muchos de los artistas del pasado fueron padres horribles, parejas insoportables, hombres crueles… pero eso no invalida el trabajo que hicieron. ¿Hay que contarlo? Sí, claro que sí». 

No juzgo. Este podcast me ha hecho pensar muchísimo, darle muchas vueltas a todo eso. Molesworth llega a una conclusión final en la que dice que ella no está a favor de la cancelación de nadie porque eso solo contribuye a añadir más silencios a los silencios en los que ya estamos sumidos, en este caso el silencio sobre la muerte de Ana. Ella cree que deberíamos contar más, que en los museos, en el mundo del arte habría que hablar más, contar más para que eso nos permitiera desligar, o comenzar a hacerlo al menos, la idea del talento unido a la virtud. Un gran talento creativo o intelectual no lleva automáticamente aparejada una virtud moral. ¿Por qué lo hemos pensado así durante tantos años? Por no hablarlo. Otra pregunta sería: ¿y por qué no se habló? Porque a los genios, a los hombres, no les interesaba que se hablara y sí que se diera esa asociación. No hay que asociar todo el trabajo de Andre a la muerte de Ana Mendieta, igual que no hay que hablar de Ana solo con respecto a su muerte, pero es evidente que ella murió y su arte acabó en 1985; su arte poco conocido durante mucho tiempo y que  atacaba o trataba de sacar a la luz ese silencio que cubre determinados temas tabú y de los que ella quería que se hablara ha quedado ensombrecido o siendo secundario a las circunstancias de su muerte.

En 2022 Carl Andre tiene 87 años y vive en Nueva York en el mismo apartamento que compartía con Ana; Helen Wolesworth trabaja comisariando exposiciones que destacan a artistas poco representados en la historia del arte; Ana Mendieta hubiera cumplido setenta y cuatro años; y yo termino esta reflexión, en un tren de vuelta a Madrid, porque necesitaba escribir sobre todo esto. 

Escuchad el podcast. Es una maravilla.