lunes, 1 de marzo de 2021

Lecturas encadenadas. Febrero


Me siento a escribir este post y tengo la sensación de que no estoy escogiendo bien las lecturas, que los libros que elijo leer o que llegan a mis manos, las recomendaciones que sigo, las novela que compro no están siendo todo lo satisfactorias que deberían. Vuelvo a mi cuaderno, repaso lo que escribí al terminar cada uno de los libros y veo que no están tan mal pero no me puedo quitar la sensación de fracaso lector. No me había pasado nunca. ¿Es por mi culpa? Un amigo me dice que soy demasiado crítica. ¿Es el momento? A lo mejor, en este momento de desasosiego permanente,  le estoy pidiendo demasiado a la lectura, a los libros; como esa gente que le pide a su pareja que le solucione la vida, que aguante todo, que cargue con todas sus penas. ¿Estoy eligiendo mal? No sé pero espero que el año remonte, por lo menos en cuanto a lecturas. 

El infinito es viajar de Claudio Magris esperaba en mi estantería desde mayo de 2019, cuando lo compré en la Cuesta Moyano. Casi dos años viéndolo y pensando que ganas tenía de que llegara el momento de sumergirme en el ritmo de viaje de Magris, erudito, tranquilo y pausado. En su día (madre mía, hace seis años), leí El Danubio  y me apetecía volver ahí, a un lugar tranquilo. Fracaso. Lo dejé a la mitad aburrida, hastiada, completamente desinteresada por lo que Magris cuenta de sus viajes por Europa entre los 80 y los primeros dos mil. Creo que hay dos tipos de libros de viajes: los que envejecen bien y los que se quedan totalmente desfasados, los que se enrancian.. Del primer tipo se me ocurren por ejemplo, Viajes con Charlie de Steinbeck o la travesía europea de Patrick Leigh Fermor. Con olor a naftalina estaría este de Magris o algunos de los artículos de viajes de Delibes que leí el año pasado. 

A pesar de esto, Magris siempre es Magris. 

«Casi siempre se tienen demasiadas razones para esperar que nuestra existencia pase lo más rápidamente posible, que el presente se convierta lo más deprisa posible en futuro, que el mañana llegue cuanto antes, porque se espera con ansia el diagnóstico del médico, el comienzo de las vacaciones, la ultimación de un libro, el resultado de una actividad o una iniciativa, y así se vivía no por vivir, sino para haber vivido ya, para estar más cerca de la muerte, para morir.» 

Cuando un sábado por la tarde dejé a Magris de lado porque me moría de aburrimiento y miré a mi alrededor, pensé: ¿Qué puedo hacer ahora? Y me fui a comprar libros. ¿Los necesitaba? No ¿No tenía nada pendiente de leer por casa? Tengo muchísimos pero el cuerpo me pedía droga fresca, así que me fui a La lumbre y me compré tres libros, los tres de autoras aunque eso no lo pensé hasta que llegue a casa. Sánchez de Esther García Llovet fue el primero que escogí. A García Llovet me la había recomendado Juan Tallón y yo no sabía quién era, ni qué escribía (jamás leo las contraportadas) así que me adentré en esta breve novela totalmente a ciegas. 

Las ciento treinta páginas de Sánchez se leen en un suspiro y se viven como una película. Nada más empezar te sientes dentro de una película, una que se parece a Jo que noche de Scorsese pero ambientada en la noche madrileña, con un toque de cine quinqui. Hay coches, hay búsquedas de personajes en bares y lugares reconocibles de la noche de Madrid, hay personajes propios de la noche que podrían resultar increíbles pero que García Llovet consigue retratar de una manera totalmente creíble, hay mentiras y medias verdades, y futuros llenos de cuentos de la lechera y pasados turbios que parecen mejores cuando se ven desde el presente y partidas de cartas y mentirosos y tramposos. Todo ocurre en una sola noche que parece no terminar nunca, una noche de agosto en Madrid que casi puedes oler y sentir. 

Corred a leer Sánchez para que cuando hagan la película, que la harán, podáis decir: yo ya he leído la novela. 

«Las cinco de la mañana existen aunque no las mire nadie. Están ahí, las cinco, muertas de aburrimiento, sin ganas de palique ya, esperando sentadas a que se haga de día y pase algo de una vez.»

Por qué volvías cada verano de Belén López Peiró fue la segunda adquisición en La Lumbre, también por recomendación de un amigo. Este es otro de esos libros de auto ficción que se han puesto tan de moda, y no lo digo como crítica. Que sea auto ficción sobre un hecho traumático no lo hace bueno directamente y digo un hecho traumático porque es curioso como la necesidad de contar la propia vida casi nunca, de hecho ahora mismo no se me ocurre ningún ejemplo, surge de un momento de felicidad, nace con la idea de contar un buen momento, una buena relación, algún momento feliz. Creo que el dolor necesita ser expresado para dejar de doler mientras que con la felicidad sentimos que debemos no exponerla demasiado para que no se extinga, para que se no se evapore en nuestras palabras. No sé. 

Belén López Peiró cuenta en este breve volumen los años durante los cuales sufrió abusos sexuales por parte de uno de sus tíos. En realidad no cuenta esos años sino la reacción que se produce a su alrededor: su madre, su padre, el novio de su madre, la mujer de su tío, la hija de su tío, sus otras primas, su abuela, su novio cuando ella lo cuenta, cuando lo dice en alto y presenta una denuncia. La reacción de cada uno de ellos a la noticia del abuso está contada en primera persona mezcladas con las declaraciones judiciales de los implicados. Me ha parecido original la manera de contarlo, la única posible para poder mirarlo con distancia pero resulta reiterativo, casi machacón después de unas cuantas páginas. A lo mejor ese es el efecto buscado, un abuso es algo que, una vez formulado en voz alta, señalado, mostrado, denunciado, no desaparece nunca, permanece en la vida de las personas implicadas y es  una presencia constante, machacona, agotadora. 

Los abusos sexuales son casi siempre realizados por una persona de confianza, alguien que se aprovecha del entorno de cariño, seguridad y convivencia para desde una posición de poder abusar de un menor sabiendo que ese menor está bajo su control y que guardará silencio por miedo al principio y para no enturbiar la vida familiar después. Cuando se denuncia, cuando se verbaliza, no es solo el abuso lo que sale a la luz, se descompone la seguridad, la confianza y la familia. Están los que no quieren creerlo, los que lo niegan y los padres y su culpabilidad por no haberlo visto y por no haber sabido proteger a sus hijos. 

«Y entonces, ¿por qué volvías cada verano? ¿Te gusta sufrir? ¿Por qué no te quedabas en tu casa?"

Por mi cumpleaños pedí Muerte con pingüino de Andrei Kurkov y lo encontré al final de mi caminito de chuches. Necesitaba una novela así, una novela que no fuera autobiográfica (espero que no lo sea, ahora que lo pienso), que todo fuera ficción, casi alocada y esto justo lo es. 

Vicktor es escritor y periodista. Mientras anda decidiendo si empieza su gran novela, recibe el encargo de escribir necrológicas de personas que todavía están vivas. El director del periódico le manda directamente la información de esas personas y él tan solo tiene que redactarlas para cuando esas personas mueran. Es un buen trabajo, con buen sueldo y  lo acepta sin sospechar, ni el lector tampoco, todo lo que va a desencadenarse. Vicktor, además, vive con Misha, un pingüino que decidió acoger en su casa cuando el año anterior el zoo de su ciudad al no poder atenderlos, empezó a regalar animales. Tengo la teoría de que todo es siempre mejor con pingüinos y esta novela lo es. Es entretenida, divertida, tierna, alocada, interesante, enigmática y melancólica. Se lee con placer, muchas veces con una sonrisa y con la felicidad que solo procura una buena ficción. 

«Todo le iba bien, al menos en apariencia. Cada época tenía su normalidad. Lo que antes era una monstruosidad ahora era moneda corriente y la gente lo aceptaba como normal y seguía viviendo en lugar de angustiarse demasiado. Para ellos, igual que para Vicktor, lo esencial era seguir vivos, al precio que fuera»

Domingo. Relatos, crónicas y recuerdos de Natalia Ginzburg fue el tercer libro que compré en La Lumbre. El resumen rápido es no compréis este volumen porque sinceramente no merece la pena. Entiendo que Acantilado quiera exprimir el éxito que ha tenido Ginzburg en los últimos años. Un éxito merecidísimo porque casi toda la obra de la autora italiana merece ser leída y releída y comentada y conocida. Y digo casi porque hay cosas que no son tan buenas, que son malas y que no hay porque sacar del cajón. En este brevísimo volumen se recogen relatos, crónicas y recuerdos. En mi opinión los relatos son bastante reguleros y prescindibles. Además, uno de ellos titulado "El paso de los alemanes por Era" es una ligera ficcionalización de un recuerdo, El miedo,  que aparece más adelante en el volumen, son prácticamente idénticos. A esto se suma que otros de los recuerdos como La casa ya ha sido publicado en otros volúmenes, lo que nos deja que Domingo es un libro completamente prescindible. Si ya conoces a Ginzburg no vas a encontrar nada nuevo ni mejor de lo que ya has leído de ella y si no la conoces no es un buen lugar para empezar. 

Salvo de la quema, un par de crónicas de carácter social que no conocía. una sobre las mujeres y su trabajo y otro sobre la condición de inválidos de muchos obreros expulsados de sus trabajos y el recuerdo Via Pallamagio del que rescato este extracto:

«Las ciudades están hechas de estratos superpuestos de las distintas épocas en que las hemos habitado. Es famoso eso que dijo Proust "Las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años". Nuestra memoria permanece a veces en un estrato y otras en otro. Se posa sobre ellos como un pájaro. Pero en las ciudades en las que hemos crecido, en los lugares que hemos observado en la adolescencia o en la infancia, nuestra memoria se detiene más a menudo y con más detenimiento. Reencuentra intacta la curiosidad, la impaciencia, la aversión y la expectación de esa primera mirada.» 

El Ángelus de Homs y Giraud ha sido el tebeo del mes. Otro tebeo de hombre de mediana edad que tiene la crisis de los cuarenta y da un giro en su vida. Clovis es un hombre gris: un trabajo aburrido, una familia normal con una mujer con la que lleva mil años y dos hijos adolescentes que piensan que él es aburrido, una madre distante, pocos amigos... gris. Un buen día , entra en el Museo de Orsay, llega delante del Ángelus de Millet y sufre una epifanía que lleva a cambiar su vida. Es un tebeo bonito, el dibujo es maravilloso, los colores son fantásticos e imprimen mucho sentido a la historia pero el guión, en fin, es un poquito peli de sobremesa. ¿Importa mucho? No, El ángelus es un tebeo que se disfruta con agrado pasando por alto algunos agujeros de guión que tampoco importan tanto. No lo compréis pero sacadlo de la biblioteca si tenéis ocasión. 

Leed a Esther García Llovet y leed a Kurkov. 

Y con esto y con la impresión de que la decepción libresca va a ser una constante este año, hasta los encadenados de marzo. 

miércoles, 24 de febrero de 2021

Las madres y Greta Garbo

«
Patio de San Gregorio. Las columnas neoclásicas donde apoyaba su delgado brazo, bellísima de cuerpo, Greta Garbo. Siempre seria en las fotos, como yo.» Estas palabras escribió Paco Umbral en su libro El hijo de Greta Garbo y las recita Aitana Sánchez-Gijón en el documental Anatomía de un Dandy que se puede ver en Filmin. Es un buen documental porque si bien no consigue que el escritor te caiga especialmente simpático, cosa que dudo mucho que él tuviera el más mínimo interés en conseguir, te hace descubrirlo, entenderlo un poco más y sobre todo compadecerlo muchísimo. La compasión no tiene porque provocar simpatía pero sí entendimiento. 

Umbral adoraba a su madre, la quería muchísimo. Estaban los dos solos, y él cuenta que cuando ella se estaba muriendo creyó volverse loco del dolor de perderla  pero, al mismo tiempo, se alegraba porque con su muerte desaparecería lo único que se interponía ante él para ser escritor. 

«Mi madre era guapísima, la confundían con Greta Garbo». Comenta Sofía Loren con su voz cantarina y su leve acento italiano al hablar inglés en una entrevista en el podcast Desert Islands de la BBC. «Mi madre nunca supo quién era. Fue un alma perdida, tenía muchísimas ganas de hacer cosas pero le faltó la fuerza y la energía para sobreponerse al pesimismo y hacer lo que de verdad quería. Pero era una buena persona y una buena madre»

Ni Paco Umbral ni Sofía Loren conocieron apenas a sus padres. El de Umbral le dio su segundo nombre, Alejandro, en plan "te reconozco pero de refilón" y el de Sofía fue una presencia ausente, la actriz comenta que solo lo vio dos veces en su vida. Los dos nacieron de madres solteras, cuando ser madre soltera era algo tan fuera de la común como encontrarte un Unicornio (madre soltera reconocida, escondidas las había a miles) y que mantuvieron esa condición para siempre; jamás se casaron. Solteronas, madres y, para sus hijos, tan guapas como Greta Garbo y casi tan desconocidas como la actriz sueca. Llevo días pensándolo, quizá meses; leo sobre madres en artículos, en novelas, en libros de memorias, escucho recuerdos sobre ellas en podcasts, en documentales. Leo dolorosos posts por madres súbitamente ausentes o recordadas en su ya larga ausencia y siempre me viene a la cabeza el mismo recuerdo de mi madre y la misma sensación.  

Enero de 2004. Vivo en la calle Viriato de Madrid, en un edificio construido por Antonio Palacios. Es un piso diáfano con paredes, suelos y ventanas de un color gris arquitecto, elegante y sobrio. He sido muy feliz en esa casa que me encanta pero, ahora, en esa mañana de enero, no lo soy. Estoy sobrepasada por la presencia de mi hija María nacida tres semanas antes. Estoy cansada, triste, aburrida y desbordada, siento que no quiero estar ahí, que no quiero ser madre, que no me interesa, que ojalá se acabara y, claro, al mismo tiempo, siento una culpabilidad tan enorme que temo que llene el piso hasta el techo y reviente la enorme ventana que da al  improbable jardincillo en medio de Madrid que tiene esta casa. Estoy asomada allí, con el bebé en brazos, como un náufrago. Espero que mi madre venga a salvarme, que llegue cuanto antes, porque no puedo más. Aparece por la calle, caminando deprisa, directa a la puerta del jardincillo. No veo su cara, solo su cabeza, cuando todavía llevaba el pelo oscuro, y pienso: este es el momento que más recordaré cuando ya no esté, cuando ella muera. Aquel día, en aquella mañana, supe que ese sería el recuerdo que tendría de ella, el más significativo. Un momento que ella, seguramente, no recuerda. 

Las madres son las personas que menos conocemos, son misteriosas e imposibles de conocer. Por eso cuando mueren, cuando se van, cuando desaparecen, nos encontramos con un hueco más grande de lo que pensábamos, porque el vacío de la presencia desconocida pero reconfortante siempre es inabarcable.  Mi madre no se parece a Greta Garbo pero sí que es un misterio, como todas. Como yo lo soy para mis hijas aunque siempre sonría en las fotos.  

martes, 16 de febrero de 2021

Aquí no hay nada para ti, mujer normal


Soy muy fan de Celeste Barber
"Ana, ¿no tienes ningún pantalón negro decente? No, ese no vale. Te está fatal. De hecho, tíralo". 

Mi hermana se enfrentó la semana pasada a mi armario con muchísimo interés. A pesar de su ímpetu, salió desfondada y muy desmoralizada. Con la ropa que tengo es complicado sacar algún conjunto decente. Sintiéndome culpable por haber derrotado a mi hermana en su intento de hacerme estilosa, llevo dos días navegando las rebajas de Zara y Mango para intentar comprarme unos pantalones negros y un par de camisas. Odio ir de compras, siempre lo he odiado, desde que ni me atrevía a decirle a mi madre que quería unos vaqueros nevados y ella me acababa convenciendo para comprarme un traje de chaqueta amarillo con botones dorados hasta el momento de ir con mis hijas adolescentes y en el pasillo de los probadores fantasear con una vida de soltería sin descendencia. No me gusta la ropa ni ir de compras. Dicho esto, ir de compras online es bastante más llevadero pero igual de frustrante. 

Vamos a ver, Sr. Amancio Ortega, Consejo de Administración de Inditex, Director General de Zara y de Mango, jefes de línea de producto, responsables de marca, de marketing, comerciales y fotógrafos ¿Juntáis entre todos un cerebro? Uno que funcione, no uno decorativo. ¿De verdad que en una empresa con miles de trabajadores y muchos responsables muy listos a nadie se le ha ocurrido que si la gente está comprando mayoritariamente online necesita saber, por lo menos aproximadamente, como le quedaría la ropa? Ni una sola de las modelos que he estado viendo en estas dos webs pesa más de 50 kg. Ni una sola  mide menos de 1,70. Ni una sola tiene una talla de pecho mayor de la 85B. Eso sí, por algún misterioso proceso evolutivo, todas tienen un 40 de pie. 

Estaba acostumbrada a ir a Zara, mirar vaqueros y sacar de la mesa de "jeans de mujer" una talla 32 que es algo que básicamente le sirve a las patas de las sillas de mi comedor. Si tienes algo más que huesos y tendones es imposible que eso te entre. Ayer vi a una influencer en IG, decir que para saber si unos vaqueros te sirven sin probártelos lo que tienes que hacer es rodearte el cuello con la cinturilla y si te abrochan es que te están perfectos. Lo sé, yo sigo estupefacta con semejante dato. Bien, pues según esta teoría tan científica, si te valen esos vaqueros de la talla 32 es imposible que en la garganta te quepan las cuerdas vocales, la faringe y el esófago. 

Pero bueno, yo iba a Zara, como el que en una peli francesa en blanco y negro pasea por la orilla del Sena mirando al horizonte y rozando con la mano ligeramente las ramas de los árboles... y me marchaba con la única camiseta básica L que había encontrado en toda la tienda. 

Ahora no voy de tiendas, ¡Lord Jesus, thank you! y solo quería comprarme unos putos pantalones negros decentes en rebajas. Mi loquísima idea era mirar unos cuantos, ver como quedan, hacerme a la idea y comprarlos. Un proceso sencillo, rápido e ¡ilusa de mí! pensaba que indoloro. Nada de eso. Como mido 1,60, peso 56 kg y camino normalmente sin desconyuntar la cadera, dislocarme los hombros para lucir jaboneras y sin meter tripa, no tengo manera de saber cómo me quedará la ropa. ¿Me apretará la cinturilla? ¿El largo de las perneras arrastrará por el suelo? ¿Podré meter mis tetas en esa camisa fluida tan ideal que le queda como un guante a la modelo de 1,80 completamente plana? NO LO SÉ. Es imposible saberlo. Cuando en un ataque de ingenuidad pincho en la foto, mi gozo en un pozo. Las fotos  están hechas directamente para que no veas la ropa, para que te la imagines. Son una especie de aviso: mira, mujer normal que quieres comprarte ropa, no nos molestamos en enseñarte la ropa bien porque como clienta te despreciamos así que ni te la enseñamos. Es una especia de táctica de la dependienta de Pretty Woman pero en versión online y sin ni siquiera verte la cara. No te desprecian por ordinaria, te desprecian por ser normal. (Leggins estampado animal. Si alguien consigue ver los leggins, le doy un gallifante)

Estoy hartísima, hasta el coño como dicen las chicas de Deforme Semanal, de esta mierda de marketing de las tiendas de ropa. Estoy asqueada de esa cultura de la barrera de los 50 kg es la frontera que marca la obesidad y de la lógica de "si tienes tetas, lo sentimos, haber nacido plana". A mí me da igual, tengo ya edad para pasar pero me dan arcadas de rabia y ganas de prender fuego a las barrigas de los consejeros delegados de estas empresas pensar en todas las adolescentes que se miran al espejo y solo quieren adelgazar y lloran porque jamás podrán crecer 15 cm más o deshacerse de sus, por lo visto, despreciables tetas. ¿Algún pantalón de hombre del planeta está pensando para que si tienes los huevos grandes no te entren? ¿A qué no? Es que es alucinante.  Y no, no pasa en todas las marcas, daos una vuelta por Nike online y veréis modelos de todos los tamaños.

Sois idiotas y unos catetos jefes de marketing, estilistas y directivos de moda, tenéis la misma visión de negocio que las dependientas de Pretty Woman. "Aquí no hay nada para ti. Me da igual que tengas dinero". 

Lo que me he ahorrado me lo voy a gastar en quesos y anchoas, que se cómo me sientan. Y los pantalones, que me los preste mi hermana. 

lunes, 15 de febrero de 2021

Vivir en un borrador

El otro día, no sé a cuento de qué, se me ocurrió la idea de que vivimos en un borrador, en un primer intento de todo. La sociedad, el ciclo de noticias, las ciudades, las comunicaciones, nosotros mismos tenemos muchísima prisa, todo el tiempo, y todo lo que hacemos es un primer borrador que damos por válido y lanzamos al mundo sin revisar y sin que pase de ahí. 

Ya he hablado mil veces de que ya nadie escribe cartas pero enviamos y recibimos cientos, miles de mensajes ya sea en tweets, mensajes de texto o correos electrónicos. Nada de todo eso tiene la más mínima elaboración, (la mayoría de las veces) y los enviamos sin pensarlo, sin revisar, sin reflexionar que quizás, si lo pensáramos más, si le diéramos un par de vueltas más, si lo reposáramos estaría mejor, sería más exacto, más concreto, reflejaría mejor lo que queremos o no queremos decir. Lo mismo nos ocurre con las fotografías, mil millones de fotografías porque total, son gratis, no importan, ahí se quedan, guardadas en el teléfono hasta que este te dice que ya no caben más borradores más, que todos esos ensayos ocupan demasiado espacio. Nada de esto puede corregirse después, mejorarse, matizarse.

El problema de vivir en un mundo que es un primer borrador de todo es que no hay espacio para la mejora, la corrección o, peor aún, el cambio de idea. Lanzas un tuit, mandas un mensaje de texto, te haces una foto y queda grabado como las tablas de la Ley. Lo has hecho sin pensar pero la sociedad se lo toma como una verdad absoluta que has pronunciado en un determinado momento y que jamás podrás cambiar. Podrás intentarlo pero esos mensajes, esas fotos, incluso esos titulares de noticias que salieron sin pensar, forzados por la prisa en la que vivimos, volverán a ti como un boomerang. 

Nuestros primeros borradores son, además, replicables. Antes, cuando escribías en un cuaderno o en servilletas o en folios sueltos, nada de eso podía llegar a mucha gente porque se necesitaba una fotocopiadora, sellos. Dar publicidad y difusión a un primer borrador exigía una trabajera que casi nadie estaba dispuesto a hacer. Con la era del copia/pega y el reenviar, los borradores además de definitivos se han convertido en algo que puede compartirse hasta el infinito, multiplicando tu error, tu tontería, tu acto espontáneo tonto o tu arranque pasional en algo completamente fuera de control, que escapa de tus manos como jamás pudo hacerlo un cuaderno, una carta garabateada en un arranque pasional o una foto disfrazada de Carmen Miranda con frutas de plástico pinchadas en la cabeza. 

La espontaneidad es una cualidad muy valiosa que hace la vida más animada, más sorprendente pero que, como todo en  la vida, hay que manejar con cuidado. Un exceso de espontaneidad conduce a la dejadez, al desprecio al detalle o a la exactitud. ¡Qué más da que esto que digo sea una majadería si soy espontánea y chupi! Pues no, Mari Carmen, la línea que separa el ser espontáneo de ser bobo es finísima. Hace cincuenta años o veinte, tu exceso de espontaneidad no tenía consecuencias y, con suerte, solo te hacia pasar por ser un ser pizpireto y gracioso,  pero ahora conviene frenar esos arranques, pensar si estás siendo espontáneo o simplemente dejado y pararte un segundo a reflexionar si dentro de dos días, tres semanas, seis meses o dos años esa espontaneidad verborreica que vas a dejar por escrito te va a hacer sonreír o querer convertirte en ermitaño en Los Monegros. 

Es complicado salir del mundo borrador. Hay que pararse, comprar un cuaderno, escribir sin control ni medida y luego releerse, corregirse, exigirse, desechar. Es complicado no caer en la tentación de hacer mil fotos innecesarios, estúpidas, absurdas. Es difícil no pulsar el micrófono y grabar un audio que envías casi sin pensar y que podría llegar a dar la vuelta al mundo si eres tan espontáneo como para llegar a ser estúpido. 

Desechemos el primer borrador de todo. Apaguemos el primer impulso, reservemos la espontaneidad para la distancia corta (si es que algún día vuelve) y volvamos a escribir una primera versión de todo que solo sea para nosotros.