jueves, 17 de diciembre de 2020

Diecisiete años

 

Diecisiete años. Te escapas de mis manos poco a poco, iba a decir una cursilada espectacular pero, como siempre he hecho, trato de no avergonzaros con lo que escribo sobre vosotras, así que no lo voy a decir. Al comenzar este año tan raro, estabas cogiendo carrerilla. Tenías miles de planes, viajes a Italia, el Camino de Santiago, fiestas, idas y venidas, escapadas... y justo cuando estabas a punto de saltar, se paró el mundo. Y tu carrerilla se desinfló como la del corredor que hace una salida nula. Esas salidas siempre causan tristeza, te preocupas por el corredor, crees que está nervioso, impaciente, que se ha quedado decepcionado consigo mismo por ese fallo y que no se recuperará. Así me sentía yo cuando se te (nos) paró el mundo. Me preocupé por como te sentirías, por si estarías triste, preocupada, agobiada, enfadada o solo harta y frustrada. 

«Mamá, que estoy bien. Que no me llames cada día, que estamos confinados, que no ha pasado nada»

Quería creérmelo claro, a todo el mundo le gusta creer cosas buenas pero como yo estaba subida en la espiral de la ansiedad pensaba que era imposible que estuvieras bien con todos tus planes desmoronándose, rozando la salida hacia tu (cierta) independencia y la puerta cerrándose de golpe pillándote los dedos. 

Pero era verdad. Resulta que me mientes poco, muy poco. Hay cosas que crees que no sé y te sorprenderías al saber desde cuando las sé pero en general no me mientes. Tampoco te hace falta. No pides permiso para cosas desorbitadas ni escondes oscuros secretos que vayan a hacer que me desmaye, así que cuando me dices que estás bien, es que estás razonablemente bien. No ha sido un año para estar espectacular, ha sido un año para surfear lo que nos ha venido con sus momentos de risas y disfrute puntuales. De este año contigo y tus dieciséis años me quedo con el día que os quedasteis en cuarentena con papá y os saludé desde la calle, el primer viaje a Los Molinos a finales de abril en el que ibais mirando el paisaje por la ventanilla como si no lo hubierais visto nunca, tus abrazos a los perros cada vez que los ves, tu coleta y el moño que has aprendido a hacerte, tu felicidad cuando te dejé raparte la nuca, tus risas viendo The office, el viaje a Ibiza, cómo te acurrucas a mi lado por las noches mientras vemos una serie, las conversaciones sobre política, tu "te tenía que haber hecho caso y haberme cambiado de colegio", que hayas empezado a tomar café por las mañanas pero lo hagas con la capucha de tu bata con orejas puesta como si siguieras teniendo siete años, verte llegar de la biblioteca cada día, tus súbitos discursos cuando estás muy estresada en los que lo único que esperas de mí es que me siente y te escuche mientras te desahogos, las ganas que tienes de llegar a la Universidad y conocer gente nueva, nuestra mirada cómplice cuando tu hermana nos suelta una de sus frases bombas y tus abrazos cuando lloro. 

Reviso tus fotos de este año, las que tengo guardadas, y descubro que tengo muy pocas tuyas y que en la mayoría sales pegada a tu hermana.  Este ha sido el año en que ella ha empezado a llamarte "mi tatita". Quién sabe de qué oscuro rincón de Tiktok lo ha sacado pero me hace gracia y me gusta porque refleja perfectamente la relación que tenéis y que cada día me asombra. Jamás hubiera pensado que algo así de bueno fuera a pasarme, que para ambas la otra sea lo más importante del mundo. 

Hoy cumples diecisiete años y el mundo te espera ahí fuera, la universidad, gente y planes nuevos, inquietudes que te llevaran lejos, problemas que no imaginas y ahí estás, esperándolo con los brazos abiertos. 

Ojalá este año cojas carrerilla y puedas saltar bien alto. No podría estar más orgullosa de ti. (Bueno, si alguna vez cerraras la puerta del baño, podría estarlo un poquito más) 

Feliz cumpleaños, princesa de los ojos azules. 



lunes, 14 de diciembre de 2020

El aburrimiento y la vida

«Habría que escribir una Historia del aburrimiento en los años ochenta. Es la década que más aburrimiento ha producido. Y más música disco. Fue la sobremesa del siglo». (Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

Mira qué frase más buena le dije a un amigo por wasap.  Me contestó enseguida: Es una afirmación difícil de defender pero suena bien. Yo le contesté que a mí me convencía mucho, que yo me había aburrido muchísimo en los ochenta. Tú te aburriste en la época en la que te tocaba aburrirte que coincidió que era los ochenta. Sentenció él, creo que le daba rabia que no se le hubiera ocurrido esa fabulosa descripción de los ochenta: la sobremesa del siglo. 

Efectivamente yo me aburrí soberanamente en los ochenta y me aburrí aún más en las sobremesas de los ochenta. Cuando eres niño no hay un momento peor a lo largo del día que el trecho de ¿tarde? que va entre la comida y la merienda. No sé en otras casas pero en la mía no se podía hacer ruido, la televisión estaba en manos de los adultos (bueno, esto ocurría a cualquier hora menos a la de los dibujos), hacia demasiado calor fuera o demasiado frío y en cualquier caso "estas no son horas de ir por ahí a casas de nadie". Nos aburríamos. El tiempo no pasaba, esas horas hasta que nos dejaban hacer algo eran el colmo del aburrimiento, un tiempo detenido en el día en el que había que aguantar la respiración hasta poder volver a salir y disfrutar de lo que fuera: el paseo, los amigos, la piscina, los juegos a gritos, correr, saltar, construir. 

«Tenía seis años  cuando escuché por primera vez la palabra aburrimiento. Me preocupé enseguida porque no sabía lo que era. Seguramente te aburres todo el día solo, me dijo una vecina, la tía Pepa. Lo imaginé como una enfermedad, algún tipo de indisposición como un resfriado o la alergia a la pelusa del álamo. Por eso respondí vagamente. No, qué va, no es nada, estoy bien. De donde yo venía nadie conocía el aburrimiento, no lo manejaban».(Física de la tristeza de Gueorgui Gospodínov)

No sé cuando lo aprendí yo. No recuerdo que alguien me dijera "te aburres", recuerdo repetírselo a mi madre a todas horas: Me aburro. Me aburro. Me aburro. Pues cómprate un burro. Acompañaba la frase con un gesto con la mano que quería decir desapareced de mi vista y no hagáis ruido y ya estaba. Y seguíamos aburridos. No sé como lo aprendí pero me hice experta. Sí recuerdo decírselo a mi hija María. Cuando Clara tenía un par de meses y ella no llegaba a los dos años, nos acabábamos de mudar y yo no tenía tiempo para nada. María se levantaba, desayunaba y al cabo de un rato decía "quiero comer". Yo sabía que era mentira porque no comía nada (de hecho no comió nada hasta los siete años pero esa es otra historia), quería la comida por tener algo en su día que rompiera las horas. No quieres comer, estás aburrida. No sé si ella me entendía pero yo se lo enseñé. 

De niño te aburres de no hacer nada. Necesitas hacer, ver, contar, hablar, escuchar, leer, ir a sitios, volver, tener tareas, jugar a algo, cambiar de juego, construir, pintar, cantar, que te hagan caso, que tus minutos se llenen, que te cuenten historias. De niño el aburrimiento viene por no hacer nada, hacer cualquier cosa despeja esa sensación, ninguna película te aburre, cualquier visita se considera "algo de emoción". De niño no hacer nada es catastrófico, pero un futuro próximo sin nada que hacer es apocalíptico y se te antoja una eternidad porque, además, todo lo que se te ocurre para llenar ese vacío sabes que está mal, está prohibido, acarreará bronca o hace ruido. Mal. 

Con el tiempo y como no hay otra solución llegas a la adolescencia donde sigues aburriéndote pero no por no hacer nada. En la adolescencia adoras no hacer nada, no ir a ninguna parte, no tener ninguna novedad, no ver más que a tus amigos, adoras tu pequeña rutina de comodidad. Si pudieras, si tus padres, esos seres creados solo para hacerte la vida incómoda, te dejaran no saldrías de tu cuarto, de tu cama, del sofá. Te aburres pero no por inacción como cuando eras pequeño, te aburres por negación. Te aburres por no poder hacer lo que tú quieres, por no poder comer lo que a ti te apetece, por no poder entrar y salir a tu antojo, por no poder dejar de estudiar, por no poder ver a tus amigos a todas horas, por no disponer de todo tu tiempo para lo que tú quieres. 

Cuando llegas a la adultez, no te aburres ni por inacción ni por negación, te aburres por acción. Te aburre tu trabajo, un libro, una película, una situación, una conversación, un trámite, una persona, una relación. Fantaseas con un infinito de tiempo para no hacer nada, ¿horas en el sofá sin hacer nada? Maravilloso. ¿Un fin de semana sin salir de casa? Ojalá. ¿Un viaje para simplemente conducir y mirar el paisaje? Dime cuando. Cuando eres adulto no hay tiempo suficiente en la vida para aburrirse y vas a aprendiendo a desprenderte de las cosas aburridas o, si eso no es posible, a resolverlas lo más rápidamente posible para que se conviertan en pasado cuanto antes. 

Hay gente que no se cura jamás de esa versión del aburrimiento infantil, se quedan anclados ahí como si siguieran teniendo moluscos o varicela o sarampión, nunca superan la etapa del aburrimiento por inacción. Son esa gente que con treinta, cuarenta, cincuenta años dice: "me aburro". Cada vez que lo escucho pego un respingo. ¿Qué has dicho? ¿Cómo es posible? y poco a poco me alejo de ellos. No sé si es contagioso, pero sé que es peligroso. El aburrimiento en los adultos es una enfermedad tan fatal como las paperas porque convierte a esos adultos en seres molestos, complicados para la convivencia y el trabajo. "Me aburro" dice alguien y te das cuenta de que está hueco por dentro, en su interior hay eco. Creo que  el aburrimiento que no se cura te vacía por dentro para siempre. 

Procurad no aburríos y, sobre todo, no os aburráis a mi alrededor. Me da repelús. 

jueves, 10 de diciembre de 2020

Drogas y listas

Hemos terminado de ver Gambito de dama, "La droguitas" como la llamábamos en casa. La Droguitas con sus pastillitas verdes de la felicidad, sus visiones nocturnas, su sonrisa de todo me da igual. Que no, que no es que yo frivolice con esos temas con mis brujas, pero hablamos de todo con humor, incluido de drogas, aunque yo todo lo que les he podido decir es: «en mi vida solo le he dado dos caladas a un porro y me entró tanto sueño que nunca más». Como experiencia vital con la drogadicción es ejemplar pero poco interesante y, sí, ya sé que no se trata de ser interesante pero con tus hijas adolescentes ser medianamente interesante y haber hecho cosas en tu vida que les provoquen un poquito de curiosidad está muy bien. (Por si alguien no lo sabe, los adolescentes llegan a una etapa en que consideran milagroso que sus padres siendo tan poco interesantes hayan conseguido llegar a la edad provecta que tienen sin saber todo lo que ellos ya saben) A lo que iba, he sido muchas (no tantas) cosas en mi vida, pero curiosa con las drogas jamás. Siempre me dieron miedo, ¿y si me sientan mal? ¿y si veo cosas? ¿y si se aparece mi madre a regañarme incluso en un viaje de pastis? ¿y si me da por desnudarme y montar un numerito? ¿y si me gusta y me hago adicta? Valiente, lo que se dice valiente y arrojada  tampoco he sido nunca. 

Ahora que he vuelto a las pastillas, a "mis droguitas", me extraña que la gente se haga adicta a ellas o, mejor dicho, no lo entiendo por como me sientan a mí. Ni siento ni padezco, no duermo, no como, no me concentro, no hablo y tengo la misma creatividad que un neumático. Doy vueltas por mi casa intentando pensar en algo fresco, divertido, chisporroteante (como dice Isa Calderón) e ingenioso y no se me ocurre nada. Leo el New Yorker, una novela búlgara y las noticias del New York Times buscando algo que me provoque una reflexión sesuda. Escucho podcasts, uno tras otro, sobre las temáticas más variadas y aunque se me ocurre alguna cosa pienso «me voy a repetir» o «esto no da para un post». 

«Haz listas de lo mejor del año» me dice un amigo que me temo que se guarda sus mejores ideas para él. «Esas listas son un rollo» le digo. Me gustaría hacer algo ingenioso, una lista interesante, divertida, efervescente, llena de datos sorprendentes: 20 (bueno, mejor 10, no seamos ambiciosos) cosas que he aprendido este año, 10 cosas que no había hecho jamás hasta que llegó una pandemia, 10 cosas buenas de las relaciones de segunda vuelta, 7 datos para sospechar de las manzanas, 7 reacciones diferentes cuando tus amigos se dan cuenta de que has quitado el doble check azul de whasapp, 10 cosas que no sabías que tus hijas te iban a preguntar, 10 (por acotar, porque podría poner 20) cosas que tus hijas adolescentes siguen sin aprender a pesar de que se las ha repetido tres millones de veces, las treinta cinco veces que has cerrado la puerta del baño porque siempre se la dejan abierta y la blasfemia que has soltado en cada una de ellas, 10 cosas que me ponen muy nerviosa de las cuentas de decoración, las 10 frases más insultantes de las gurús de instagram que siempre contienen las palabras tú, poder y querer y siempre van asociadas con comprar alguna mierda que no necesitas y que se vende en Cobo Calleja por la décima parte, 10 (o 45) prendas de ropa que pensé «ey, esto me gusta» pero que no compré porque  «bah, para qué, si no lo necesito», 5 razones por las que creo que el director de casting de The good doctor es ciego porque de otra manera es incomprensible que siempre emparejan a actores que tienen entre ellos la misma química que una vela y un zapato, las siete maravillas del teletrabajo, las siete etapas de dejarte el pelo blanco, los ocho atuendos (atentos que no he escrito look ni oufit, soy la resistencia) que le robaría a "la droguitas", ocho escenarios apocalípticos que imagino durante mi insomnio y siete enfermedades terminales que cada noche creo sentir, etc. 

En fin, mis droguitas me tienen bloqueada. Y sí, quizá me estoy identificando un poco con El Nota. 

viernes, 4 de diciembre de 2020

Sin batería

 © Stefan Zsaitsits
Nunca he sido muy buena midiendo. No sé calcular alturas, ni volúmenes, ni distancias, ni capacidades y al elegir un táper para guardar los restos de la comida siempre dudo, siempre pienso que voy a equivocarme, que será demasiado grande o demasiado pequeño. Tampoco soy buena calculando el tiempo que voy a tardar en llegar a algún sitio, en prepararme y, por eso, suelo llegar tarde. Solía, cuando iba a alguna parte. Ya no voy a ningún sitio. 

Ahora, además, soy malísima calculando lo que me durará la batería o las fuerzas para hacer algo por la tarde. La mañana, casi sin dormir, me muevo propulsada por el café, la pastilla, las tostadas y la ducha pero esa energía se acaba según se acerca la comida y a las tres de la tarde ha desaparecido por completo. Cualquier cosa que, al levantarme, planeo hacer por la tarde, se vuelve totalmente inalcanzable cuando llega el momento. Dicen que la energía ni se crea ni se destruye, pero en una depresión se destruye, se esfuma, desaparece, se queda reducida a lo justo para permitirte seguir respirando y darte cuenta de cuando tienes que ir al baño. El resto es imposible. 

Cuando termino de trabajar me desplomo. No tengo ni siquiera ganas de leer. Me pongo a ver Silicon Valley, María se marcha a un examen, Clara a clase de baile. Se hace de noche y no enciendo la luz. Escucho el tráfico de mi calle, veo las luces encendidas en los edificios que rodean mi casa, me pregunto qué tipo de psicópatas viven en el piso que ha puesto unas luces de navidad que parecen las de poltergeist y se acabaran acuchillándose unos a otros enloquecidos por esa luz blanca que desde mi casa a cien metros en insoportable. Pienso en que no tengo nada obligatorio que hacer, que puedo vegetar sin sentirme (muy) culpable. Nada urgente, nada importante, nada vital. Vuelven las niñas, oigo el ascensor, sus pasos en el rellano y el giro de la llave en la puerta. Entran con cuidado, como si hubiera un enfermo en casa, hay un enfermo en casa. Se duchan, tocan la guitarra, cantan, se pelean por la franja de diez cm que une y separa sus mesas y que es su Linea Maginot. Lo que hay ahí no es de nadie y es de las dos y se defiende con la vida y a gritos. ¡Ese calcetín no es mío!¡Sí, es tuyo y lleva ahí tres días! ¡Hace tres días yo no estaba, ja...es tuyo!

Sigo en el sofá. Es de noche cerrada y agradezco tanto que sea diciembre y no mayo o junio con sus días eternos. Se está mejor de noche. Duele menos. Queda menos. Preparo la cena, el pollo se ha puesto malo así que solo hay brócolí. Larga vida al yogur griego de Mercadona en envase para zambullirse, que nos sirve de complemento. Vosotras, cuando estudiáis historia ¿Dónde os posicionáis? Clara lanza una de sus preguntas bomba que caen en medio de la conversación creando un vacío de sorpresa. ¿Qué? "Sí, que si sois realeza, nobleza, clero, burguesía o campesinado. Yo me pongo en la burguesía". No sé puede ser más personaje que ella, pero sacando temas de conversación no tiene precio. 

Vemos Gambito de dama. No soporto el ajedrez, provoca en mí el mismo efecto que las matemáticas, los sudokus o la legislación sobre inversión en obra cinematográfica, no me interesa absolutamente nada. No me gustan los juegos de pensar, de contar, cuando juego a algo quiero divertirme, descansar la mente, distraerme, pasar el rato, perder. A ellas les gustan las escenas de ajedrez, saben jugar. A mí me gusta ver la serie con ellas y las faldas de vuelo de ser feliz. Y me gusta escribir cosas divertidas pero tampoco tengo energía para eso.