lunes, 5 de octubre de 2020

Lecturas encadenadas. Septiembre

 Ya está aquí el otoño, los días más cortos y de nuevo (nunca se fue) la pandemia que nos obliga a quedarnos en casa tan ricamente, sin compromisos, sin recados, sin visitas inesperadas. Espero sacar, de esta época de reclusión,  mucho más tiempo para leer. Ya que no escribo (lo sé, lo sé, la semana pasada no publiqué nada) a ver si me dedico a leer. 

Al lío. Septiembre ha sido un mes de muchos tebeos, me ha dado por ahí. 

Tú, una bici y la carretera de Eleanor Davis fue el primer libro del mes. Es una historio autobiográfica trazada con un dibujo sencillo pero muy lírico, lleno de sensibilidad. Eleanor Davis se retrata así misma en su empeño por recorrer en bicicleta la distancia que va desde Arizona a Georgia. Los paisajes que atraviesa, la gente que conoce, las penurias físicas, que son muchas, la superación del dolor, la frustración, la soledad, el consuelo en manos de extraños o de tus seres queridos. 

Es un tebeo bonito, muy bonito, aunque al principio pienses: "esto lo dibujo yo".  Y la historia que cuenta es un poco americana, un poco rollo "Salvaje", de superación, pero con la que conectas mucho porque ella ni se pinta guapa, ni atlética, ni montando en bici feliz y sin renegar de los dolores. Añado que a mí me ha parecido bastante imprudente dedicarte a dormir en las cunetas de las carreteras pero los americanos son así.  

Del lirismo y la sensibilidad de Davis pasé del tirón a El hombre deseado de Ralf König, un tebeo que, por lo visto, es un referente en el mundo gay. Es un tebeo de 1986 y se nota. Ha envejecido en cuanto al tipo de dibujo y, por supuesto, en cuanto al tono. Es probable que gente que lo lea ahora lo encuentre ofensivo pero no lo es para nada. Está lleno de humor, de auto parodia y de sarcasmo. El hombre deseado cuanta la historia de un grupo de amigos gays de Dusseldorf cuando a su pandilla llega un hombre heterosexual guapo y muy machista por el que todos se sienten atraídos y que todos quieren llevarse a la cama. Es una gamberrada divertida. Me ha encantado que en la solapa cuenten que el autor estudió carpintería y salió del armario en la misma época, porque me ha parecido el colmo de la fantasía gay: un rudo carpintero con su cinturón de herramientas. (Bueno, y también es un poco fantasía de mujer heterosexual, que conste.)  

La primera novela del mes fue Basilisco de Jon Bilbao y lo primero que tengo que decir es que no se parece a nada que haya leído hasta ahora. Mitad historia del oeste con indios, vaqueros, buscadores de oro, sectas y mitad novela ¿autobiográfica? sobre hacerse adulto, tener hijos, ser consciente de tus padres como entidades independientes de ti. La imbricación de estas dos historias está, la mayor parte del tiempo, muy bien conseguida y solo en algunos momentos flojea pero en general es una novela que funciona a la perfección a pesar de la inicial extrañeza que puede sentir el lector provocada más que nada por la sorpresa. En la parte autobiográfica, en algunos momentos, se vuelve dolorosa por lo que se dice, se hace y se siente y la parte del western se sigue como una novela de aventuras en la que casi puedes tragar el polvo de los caballos. 

Leyendo esta novela descubrí que estoy un poco harta de novelas de parejas que se llevan mal, se hacen el vacío, están hastiadas y no encuentran sentido a su vida. Desde aquí invito a los novelistas de este país a escribir, para variar, algo sobre parejas que se lleven bien, que sean felices en general aunque discutan, que disfruten de la vida aunque no se parezca al cuento que todos hemos soñado y, sobre todo, que no den pereza.  Una historia bonita sin estridencias, para variar.  No sé cuando hemos decidido que eso no puede ser literario y que todo tiene que ser atormentado. 
Anoté en mi cuaderno esta cita que encabeza la novela. 
(...) la sensación que tenemos de fracaso, y de que nos equivocamos en nuestros juicios, y ese debatirnos entre la culpa y la vergüenza, eso es porque somos seres humanos. Así que intenta recordar solo una cosa. No fue culpa tuya. (Alan L. May, Centauros del desierto)
 Leed Basilisco porque no se parece a nada aunque hayáis leído cosas parecidas. 

A lo mejor alguien que lee esta sección ha pensado "Ah, como ya dio su charleta sobre Delibes, ya no va a leer más". Pues no, sigo con mi plan de un mes, un Delibes y el de septiembre fue Las guerras de nuestros antepasados.  Confieso que sigo con el plan y que me daba un poco de pereza volver a él pero ¡menos mal que he vuelto! Esta novela, formalmente, no se parece a ninguna de las otras que he leído hasta ahora. 

La historia de Pacífico Pérez está construida a través de un único diálogo, que tiene lugar durante siete noches, con su médico, el Doctor Burgueño. Formalmente, como he dicho, es muy diferente, casi como si Delibes hubiera probado una nueva manera de jugar con su juguete favorito y éste es, otra vez, la vida en un pueblo.  Delibes, de la mano de Pacífico, nos lleva a Humanes del Otero, un pueblo dividido y unido donde vivía con su Bisa, su Abue, Padre, Madre y su hermana. Allí se cría entre historias de guerras, aprendiendo de la naturaleza, sabiéndose distinto y alentado por las enseñanzas de su tío Paco. La Candi que llega de fuera, "contaminado" con otras ideas, con las de la ciudad, le descubre el sexo, la pasión, otra manera de pensar y desencadena el acontecimiento que lleva a la segunda parte de la novela. No quiero contar más para no destriparla porque es mejor llegar a ella y sorprenderse. 

Una vez más, es impresionante la maestría de Delibes para construir un personaje, una vida, un escenario, un paisaje y otros personajes a partir de un diálogo continuo, de un monólogo. 

«Bueno, oiga, pues mi tio Paco me enseñó a mirar, que hay cosas que uno tiene delante de las narices y, por lo que sea, no las ve ¿entiende? Pues a lo que voy, doctor, mi tio Paco me enseñó a mirar. Que, por él supe que nuestro pueblo es hermoso, que desde lo alto del Crestón veía los tejados del HUmán y, alrededor, las ringleras de los manzanos. Y, abajo, en la cuenta, el Embustes, espejando ¿entiende? Y las dos cervigueras de robles empinándose a los lados. Y, por cima de todo, las atalayas de los nogales. Que luego, tal que así, a mano derecha, en la cresta del cerro, andaba el caserío del Otero, de piedra de toba ¿sabe? Y a un lado la parroquia, ciega, oiga, como un castillo y, orilla suya, las tapias del camposanto, ¿se da cuenta? , las que desmontó el Teoista el día de la cantea grande. Y dentro, o sea, asomando, cuatro cipreses negros, que si soplaba el norte se cimbreaban como juncos. O sea, doctor, para que me entienda, yo aprendí a ver eso, y usted lo creerá o no, que es muy libre, pero solo de verlo yo me sentía como otro, que a días, a saber por qué hasta me venían las ganas de llorar y todo.»
Aprender a mirar los pueblos con Delibes. 

A mitad de mes leí un tebeo que me dejó fría. McCurry, NY 11 Septiembre  2001 se ajusta más a la definición de novela gráfica porque mezcla el dibujo de Jung Gi Kim con las fotografías de McCurry. el tebeo es una especie de biografía autorizadísima del fotógrafo. Se cuenta su vida y como llegó a ser uno de los reporteros gráficos más importantes del mundo con lo que hizo el 11S y los días siguientes, cuando al darse cuenta de lo que ocurría en NY salió corriendo de su estudio en Washington Square para adentrarse en lo que luego se conocería como zona cero. El problema que tuve con este tebeo es que me pareció deslavado, poco coherente y pobre en general. El dibujo es correcto y las fotografías de McCurry son excepcionales tanto las del 11S como las de toda su carrera. Él es el responsable de la portada más famosa del National Geographic, la de la famosa niña afgana de increíbles ojos verdes. Aquí se cuenta la historia de esa fotografía y el reencuentro con la protagonista años después pero todo resulta frío, poco interesante, deslavazado...esa es la palabra. 

Poeta chileno de Alejandro Zambra ha sido una lectura interesante y frustrante a la vez. No tenia ni idea de qué iba porque era una recomendación. Empecé y me enganché desde el primer minuto, estaba deseando que llegara el momento de acostarme para ponerme a leer porque me lo estaba pasando en grande con la historia de Gonzalo, un personaje entrañable, con sus mierdas y sus cosas, pero nada intenso ni misterioso. Ahora que lo pienso, Poeta chileno se ajusta un poco a la petición que hacía antes para dejar de escribir historias de intensidades forzadas. Bien, todo iba sobre ruedas hasta, más o menos, la mitad de la novela, momento en el que Zambra pega un golpe de tirón o, mejor dicho, parece que pierde el rumbo y hay un montón de páginas de algo que, en principio, dices "bueno, a ver donde vamos" y acabas pensando "Alejandro, acaba con mi sufrimiento y con mi aburrimiento de una vez". Cuando crees que todo está perdido, Zambra encuentra de nuevo su camino y la novela se vuelve a encauzar pero, en mi caso, no he conseguido quitarme el mal sabor de boca de es parte central. Que conste que recomiendo Poeta chileno pero me da pena porque podía haber sido una novela muchísimo más redonda. No es un reproche, es muy difícil escribir una novela redonda. 

«Generalmente cambiaban las sábanas y las expectativas. Ocasionalmente jugaban carioca y dominó. Ocasionalmente jugaban a hacer sombras con las manos. Nunca desfragmentaban el disco duro. Nunca quitaban a tiempo las hojas de los canalones. Nunca se quedaban dormidos con la tele prendida [...] Generalmente Carla quería estar donde estaba y quería ser quien era. Dicen que eso es la felicidad: nunca sentir que sería mejor estar en otra parte, nunca sentir que sería mejor ser alguien más. Otra persona. Alguien más joven, más viejo. Alguien mejor.»



Voy a colar aquí el último tebeo que terminé ayer, Tangencias de Miguelanxo Prada.  Es un pequeño album con ocho historietas de relaciones ¿amorosas? que terminan, que se cruzan, que se reencuentran para darse cuenta de que hicieron bien en separarse. Es un tebeo muy sombrío, algunas de las historias son muy sórdidas porque cuentan polvos de esos de los que te arrepientes antes de haber dejado de jadear. Es un tebeo que te hace sentir frío, son historias en las que no quieres verte. Otra vez relaciones complicadas...a lo mejor es que lo difícil es escribir una historia de amor que no duela, a lo mejor es porque cuando tienes una bonita de historia de amor, aunque sea imaginaria, te da vergüenza contarla. Y a lo mejor no tienen éxito porque no queremos saber que existen. 

Repasando mis lecturas, me doy cuenta de que han ido ensombreciéndose según avanza el mes, igual que mi estado de ánimo y la situación general. A lo mejor debería replantearme mi selección para el mes de octubre sino quiero llegar a noviembre metida debajo del edredón. 

Y con esto y esperando el cambio de hora, hasta los encadenados de octubre. 




viernes, 25 de septiembre de 2020

Podcasts encadenados (XVI)


La realidad está para encerrarse en casa, literal y metafóricamente, y dedicarnos a tratar de mantenernos lo más alejados posible de lo que ocurre fuera, también literal y metafóricamente. Mi consejo es apagar las redes sociales, apagar los informativos de televisión, apagar las tertulias de la radio y coger un libro, ver una peli o, claro, escuchar podcasts. Recomiendo hacer cualquier cosa que te mantenga alejado de la realidad y si vives en Madrid, de morir por incompetencia política. Ojalá, algún día, alguien haga un podcast de investigación sobre la gestión de la CAM en esta pandemia, sería un exitazo y su escucha estaría salpicada de «no me lo puedo creer» o «pero como fueron así de irresponsables» o «vaya panda de malnacidos, me alegro de que se estén pudriendo en la cárcel». Espero vivir para poder escucharlo. 

Al lío. 

1.- My Gothic Dissertation de Anna Williams es un podcast que llevaba tiempo queriendo recomendar pero no había encontrado el momento. Es un podcast independiente, esto es que no depende de una gran productora, ni de  un gran medio. Anna Williams se lo guisa y se lo come ella solita  y es uno de los podcasts más originales en cuanto a fondo y forma que he escuchado nunca. La premisa es la siguiente: Anna Williams es estudiante de literatura (de English, como dicen ellos) y tras terminar los estudios y hacer el doctorado, se enfrenta a la realización de la tesis. Quiere hacer una tesis diferente, rompedora, que realmente aporte un conocimiento nuevo a su campo de estudio que es la novela gótica y, tras mucho pensarlo, se le ocurre hacerlo en forma de podcast comparando las aventuras y desventuras de diferentes protagonistas de novelas góticas con las penurias que le suceden a los estudiantes (a ella y a otros) que se enfrentan a un doctorado y a una tesis. 

Cada episodio gira en torno a una novela gótica (sobre Frankestein hay dos) y se traza un paralelismo entre sensaciones y situaciones que sufre el protagonista de la novela con algo que experimentan los estudiantes. Así, por ejemplo, el primer episodio trata sobre la llegada del estudiante al mundo académico para sus años de doctorado comparándolo con la llegada una heroína cuando llega a la casa donde va a vivir a partir de ahora. Es un mundo nuevo, con unas normas estrictas y firmemente aceptadas que ambos deben acatar si quieren seguir vivos en el caso del personaje de ficción o conseguir un futuro laboral en el caso del estudiante. Hay otro episodio interesantísimo sobre la "invalidación emocional", la necesidad de los estudiantes de conseguir la aprobación de sus profesores y como la ausencia de ella les supone una quiebra de su confianza en su proyecto y sus ideas.  

El podcast está maravillosamente producido, Anna tiene una voz peculiar, cálida y cristalina y el guión es excepcional. Además de todo esto, cuenta con una web preciosa con las transcripciones de todos los episodios.  

Episodios: 7
Duración: unos cincuenta minutos. 
Por dónde empezar: por el principio. Por supuesto, si no has leído Frankestein quizás el principio debería ser la novela de Mary Shelley, otro buen lugar para resguardarse de la realidad. 


2.- Juego de niños de Radio Ambulante.
¡Albricias, la décima de temporada de Radio Ambulante ya está aquí! Sé que ya he recomendado este podcast pero voy a seguir haciéndolo hasta que consiga que todos lo escuchéis. Este episodio, además, está especialmente indicado para cualquiera que tenga hijos y haya escuchado alguna vez en su vida: ¿juegas conmigo? y sentido que lo último que le apetecía era jugar. Acto seguido se ha sentido muy culpable y candidato a peor padre del año. Este episodio, primero de la nueva temporada, va sobre eso y mientras lo escuchaba, paseando por Los Molinos, recordaba todas la veces, hace ya muchos años, en que jugué con mis hijas deseando que aquellos juegos terminaran, intentando disimular que me estaba aburriendo y pensando si ellas se darían cuenta. Si tienes hijos y has pasado por eso, vas a sentirte identificado con todo lo que cuentan y también aliviado. 

Duración: 20 minutos.
Por dónde empezar: si nunca has escuchado Radio Ambulante, empieza por aquí y luego ¡enhorabuena! tienes cientos de episodios para disfrutar mientras te hacen compañía. 
Bonus: Radioambulante tiene una newsletter semanal muy recomendable, con cinco recomendaciones a la semana de libros, webs, perfiles de instagram, canciones, documentales. Merece la pena suscribirse y es gratis. 



3.- One child to rule them all de Flashforward  Este podcast estructura todos los episodios de la misma manera, plantea algo que pueda ocurrir en el futuro y, a partir de ahí, reflexionan sobre qué pasaría si eso llegará a ocurrir estudiando nuestra realidad, la ciencia y nuestra manera de pensar. En este interesantísimo episodio plantean la premisa de imagina que en el 2030 se decide implantar la política de hijo único en todo el planeta para limitar la población y hacer un uso eficiente de los recursos del planeta que no son ilimitados. ¿Qué pasaría? Sé que la idea puede parecer poco atractiva pero os animo muchísimo a escucharlo porque os vais a sentir sacudidos en vuestros más íntimas creencias, en esas cosas de pensáis porque son "de sentido común".  La conductora del podcast, es la periodista científica, Rose Eveleth hace un trabajo increíble de organización, estudio y desarrollo del planteamiento con la colaboración de muchos expertos a los que da voz sin que en ningún momento el episodio resulte pesado. Recomendadísimo pero más para oyentes experimentados que para alguien que empieza. 

Podcast: Flashforward.
Episodio: One child to rule them all. 
Duración: 1 hora. 
Por dónde empezar: por aquí. Además, si os pica la curiosidad y tenéis tiempo para bucear en más información, en la web hay un completo listado de referencias, artículos, libros y demás para leer. Acostumbraos a este podcast porque va a aparecer muchas veces por aquí. 

Por último, otra cosa que en estos momentos me hace feliz es la newsletter mensual de Lauren Collins, periodista americana que se ha ido a vivir a Francia y, que una vez al mes llega a mi buzón llena de historias interesantes, enlaces a cosas que merece la pena ver, noticias sin crispación, lecturas con las que aprendo y joyas de internet como la que he visto esta mañana y os dejo aquí para que os deleitéis: The Supremes, en 1965, grabando una especie de videoclip cantando por los Campos Elíseos hasta que llega un gendarme y las echa a empujones de allí. 




Por supuesto, si escucháis algo y os gusta, venid a contármelo. 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Algo que celebrar

Esta mañana, al abrir twitter, me he encontrado con un mensaje que decía "Felicidades, @molinos1282. Hoy es un día para celebrar. Beso inmenso, querida". Desde que empezó la pandemia mi cerebro ha desconectado el modo calendario y la mayoría de los días no sé si es lunes o jueves o domingo. ¿Qué tengo que celebrar? ¿Qué día es hoy? 

Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido que hoy es el cumpleaños de Springsteen, una fecha sin duda importante, pero no tanto como para ser felicitada por ella. El mensaje venía con una fotografía y al ampliarla, he descubierto el motivo de celebración, la persona que me felicitaba (una desconocida, conocida solo por redes) había anotado en su calendario "Fin de la depresión de Ana Ribas" (gazapo en mi apellido)" 

«¿Hoy es ese día?» Ha sido mi siguiente pensamiento. Y sí, es ese día. Hoy hace cinco años que mientras conducía por la Gran Via de camino a una cita con mi amigo Antonio pensé que estaba bien. Han pasado solo cinco años y, a la vez, ya han pasado cinco años. Sigo estando bien. Hace cinco años hacia calor, el sol lucía en la calle y todavía llevaba ropa de verano. Hoy, por la ventana, veo llover  y llevo jersey, calcetines y pantalón largo. Hace cinco años vi el mundo de colores, sentí que podía ir a por él, que ya no me daba miedo, que podía y quería hacer planes. Sentí que, otra vez, me gustaba estar viva. 

Hoy el mundo que me rodea es aterrador y tengo miedo. No sé que va a pasar la semana que viene y apenas salgo de casa. Cuento los días para volver a estar confinados y me armo mentalmente de recursos para estar preparada porque este nuevo confinamiento va a ser muchísimo más  negro que el de marzo porque ya no podemos sosteneros en que nos pilló por sorpresa, no podremos escudarnos en que no sabíamos que en el bosque había un lobo, no podremos justificarnos con la idea de que fuimos imprudentes por desconocimiento. Ahora nos hemos metido en la boca del lobo a conciencia, no hay excusa, no hay justificación.  Sabemos que no vendrá nadie  a salvarnos, que los que nos gobiernan no tienen ni la intención ni la voluntad ni la capacidad para organizar, si quiera minimamente, la situación. Ahora, sabemos que mucha gente a nuestro alrededor se deja llevar por rumores, por conspiraciones, por planteamientos idiotas y simplistas que les hacen la vida más fácil porque les permiten posicionarse en un no o en un sí que les da tranquilidad. Sabemos que no sabemos lidiar con la incertidumbre y que incertidumbre es lo que vamos a tener durante muchos meses sino años. Sabemos que lo que teníamos antes no va a volver jamás. Sabemos que nunca volveremos a ser tan inocentes pero que seguiremos siendo igual de idiotas. Esa es otra cosa que hemos perdido, el optimismo tonto que, en abril, nos hacia pensar con esperanza en el verano. 

Hoy, 23 de septiembre de 2020 tengo muchísimas más cosas de las que preocuparme que hace cinco años.  Tengo dos hijas adolescentes a las que no puedo proteger con mis palabras, saben que si les digo que todo saldrá bien es más un deseo que una realidad. Tengo una madre cinco años más mayor, cinco años más cabezota y cinco años más difícil de manejar. Y tengo la certeza de que no queda más que apretar los puños y aguantar la época que se me viene encima que va a ser más triste, más dura y más difícil que cualquiera que haya vivido antes. 

Por todo esto, me sorprende estar bien. Preocupada, agobiada a ratos y con ansiedad en otros, pero no quiero morirme, no quiero esconderme, no quiero desaparecer de la vida... en resumen, no tengo una depresión. Y sí, eso se merece una celebración o por lo menos un recordatorio. Hace cinco años me curé, hace cinco años dejé de querer morirme, hace cinco años volví a reconocerme. Y aquí estoy, preparada. 

jueves, 17 de septiembre de 2020

Lo que nos cuentan las fotos

La foto que da comienzo a la tradición familiar es en blanco y negro y ya amarillea en algunas zonas. La luz que, durante años, la ha iluminado entrando por la galería del patio se ha comido los blancos y los negros. En ella hay diecisiete personas. En el centro, mis bisabuelos maternos, Eleuterio y Teresa, sentados en dos sillas con sus cuatro hijas (su hijo murió en la guerra, en el hundimiento de su barco), sus yernos, sus nietos y un perro, Morris. Mis bisabuelos parecen viejísimos, ancianos, pero por la edad que parece tener mi madre en esa foto, quizás tuvieran setenta escasos. Miran adustos a la cámara, muy serios y, a pesar de que es verano, porque todos los demás van en pantalón corto, camiseta o incluso, como mi madre, en traje de baño,  ellos van vestidos formales: él chaqueta, corbata y pantalón largo y ella vestido y moño. Mi abuelo José Luis, justo detrás de su suegro, lleva gafas de sol y sonríe divertido mirando algo fuera de cámara que no veo. Por detrás de él se ven las casas al otro lado de la carretera, los árboles del jardín de La Rosaleda no eran por entonces tan altos, eran jóvenes, como todos ellos, y no tapaban la vista. 

La siguiente foto es en color. Se intuyen jersey verdes, azules y granates y mis primos llevan pantalones cortos y y mis hermanos y yo llevamos vaqueros. La foto entera está adquiriendo un color pardo, dorado, como si estuviéramos, como Marty McFly desapareciendo. Los árboles y los lilos del jardín ya han crecido y posamos con un fondo verde que tapa las casas que se veían en la foto anterior. Entre una foto y otra creo que han pasado unos quince años. Esta vez, los que están sentados en las sillas son mis abuelos. También parecen mayores pero se que tenían apenas sesenta. No hay nadie con chaqueta y corbata y está tomada a principios de otoño en el mismo sitio: la rampa del garaje. (Hace poco fui a esa casa y como me pasa siempre que vuelvo me pregunto en que momento empezó alguien a llamar rampa a una superficie con tan poca inclinación que una canica se quedaría parada después de recorrer 20 cm) Aquí tengo cinco o seis años. Llevo el pelo cortado como ahora, corto y tapándome el ojo derecho. (Poco se habla de que la raya del pelo es para siempre). Estoy sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, junto con mis hermanos y mis primos. Llevo algo en las manos, ¿un palo? y miro a cámara muy seria. Hace cuarenta años las fotos eran algo serio, se hacían para la posteridad, como recuerdo y tenían que salir bien.  Fotografiarse era algo trascendente, se "revelaban" (Hasta este verbo ha dejado de existir, ahora se imprimen) y pasaban a formar parte del paisaje de las casas, de las rutinas diarias durante los años y años que permanecían en un marco encima de una mesa, en una pared colgadas. No te dabas cuenta pero las veías cada día y se convertían en atrezzo de tus recuerdos. Las que hay en mi casa, las tengo tan  interiorizadas, que como estoy haciendo ahora, puedo describirlas sin verlas. Mi yo de seis años parece decir "Ey, estuviste aquí, eres esta familia aunque pasen muchos años". 

Las últimas fotos de la serie familiar nos las hemos hecho este fin de semana, como hacemos cada verano. Ya no hay una única foto porque podemos permitirnos hacer doscientas: solo los hermanos, solo los nietos, por parejas, por familias, los primogénitos, los segundogénitos, con los perros, sin los perros, poniéndonos muy serios, haciendo el tonto, saltando, tumbados en el suelo, con los pies dentro de la piscina, bailando una coreografía. Todas son en color, brillan como supongo que brillaban las anteriores cuando se tomaron. Camisetas rojas, pantalones azules, bañadores verdes, chanclas fluorescentes, minifaldas de rayas, camisetas rosas. Salimos despeinados, con la ropa sin planchar, los pantalones rotos, manchas de regaliz y de chocolate. Salimos con los ojos cerrados, con papada, con la boca abierta, bizcos, mirando a otro lado, hacia abajo, hacia arriba, gritando «Espera». Ya nadie se sienta en ningún silla, ni estamos en la famosa rampa. No miramos a la cámara serios porque podemos repetir la foto todas las veces que queramos o hasta que los perros se cansen de posar y mis sobrinos pequeños digan "ya basta". 

No sé quien hizo las dos primeras fotos. Si cierro los ojos o me quedo mirando el jardín desde la ventana puedo oír las voces de los que ya no están, viviendo en esas fotos diciendo: «venga, colocaos, a ver que miro a ver si estamos todos. Le doy y voy corriendo, me pongo en la esquina" y, después, las sonrisas congeladas, mirando a cámara. Los «¿ya?», los «¿habrá salido?». «Haz otra por si acaso». Cuando las fotos no pueden ampliarse con un movimiento de dedos en una pantalla, su fortaleza viene de las historias que nos cuentan. «Estos son los tios de Vitoria, Manuel y Teresa, y esta es una niña de la India que adoptaron cuando era bebé», «Este es Morris, el perro que tu tia Mayte tenía cuando era joven». Cuando no puedes ampliar para ver si se la sonrisa era perfecta, es más fácil prestar atención, fijarse en las historias de las fotos. 

En la primera foto aparecen diecisiete personas, diez ya han desaparecido. En la segunda también somos diecisiete y seis ya no están.  De todos ellos les he hablado a mis hijas. En la de este años somos catorce y dos perros. Aspiro a que cuando yo ya no esté, cuando algunos de los de la última foto desaparezcamos, alguien sea capaz de recordarme así: de colores, en familia, aquí. «Esta es tu tía/abuela Ana, es el verano que se dejó el pelo blanco». Por eso siempre imprimo una de estas fotos familiares y la cuelgo en mi pared. 

Imprimid las fotos y ponedlas en vuestras casas hasta que de tanto mirarlas hayáis dejado de verlas. Es justo en ese momento cuando pasan a formar parte de tu vida.