miércoles, 9 de septiembre de 2020

Sonidos para vivir


Election Eve. William Eggleston
En marzo y abril, durante el confinamiento, en Los Molinos todo era silencio, un silencio profundo, absorbente, como un agujero negro. No había pájaros, no había coches, solo el rumor del tren vacío, pasando a y veinte y a menos veinte. No había gente y los pocos que estábamos, nos encerramos en nuestras casas y cuando salíamos procurábamos ser discretos, no hacer ruido, casi andábamos de puntillas de camino al contenedor, como si el sonido de nuestros pasos fuera a despertar a la bestia o nuestras voces fueran a retumbar, como lo hacen en una catedral vacía, sonando irrespetuosas y fuera de lugar. Incluso nevó un par de días como si la naturaleza nos tapara con una manta y dijera: hale, hale, ya pasará.

Al terminar el confinamiento, Los Molinos se llenó de ruido. Volvieron los pájaros a acompañar a los trenes. Se abrieron casas cerradas durante años, y chirriaron las verjas oxidadas de jardines con vegetación descontrolada. Las mañanas se llenaron del ruido de las máquinas cortacésped, las podadoras, las aspiradoras y el chatarrero. Coches en procesión al punto limpio, paseantes, gente en bici, obras, reformas años pospuestas porque "total, a Los Molinos solo vamos de vez cuando" que se volvieron imprescindibles "por si acaso nos confinan otra vez". Música, reuniones, barbacoas, amigos. Lo raro era el silencio. 

Ahora ya es septiembre y Los Molinos se va apagando de nuevo. Se escuchan obras de fondo pero la efervescencia sonora del verano va desapareciendo cada día un poquito más, como si alguien fuera apagando poco a poco los interruptores de una casa justo antes de salir: ya no hay casi tráfico, no hay cortacésped, no hay barbacoas ni música. Ahora lo que se oye es el sonido de septiembre que  no se parece a ningún otro. Ha vuelto (o quizás siempre estuvieron aquí pero solo ahora, cuando lo demás desaparece, se pueden escuchar con claridad) como cada año, el canto de unos pájaros determinados que no sé cuales son pero que me lleva a mis ocho, nueve años, a cuando vivíamos todavía en la casa de mis abuelos y al escucharlos me ponía triste porque sabía que pronto tendríamos que volver a Madrid. 

Yo no voy a volver a Madrid hasta octubre pero solo de pensarlo me entristezco, me hundo en la melancolía y elucubro escenarios en los que puedo evitar esa vuelta.  Cuando la gente me pregunta pero ¿qué tiene Los Molinos? no sé que decirles. Los Molinos no es bonito, no tiene calles empedradas, ni edificios bien conservados. Su calle principal, la calle Real, está llena de carteles de se alquila y se vende pegados en los escaparates de lo que en algún momento fueron un ultramarinos, una floristería, una pescadería, una heladería, una pastelería, una mercería y que ahora ya no están. Sobreviven una pequeña ferretería, una farmacia, el banco, la oficina de correos. Por no haber, en Los Molinos ya casi no hay bares. Todos los míticos que la gente recuerda hace tiempo que desaparecieron. Ahora la vida social transcurre en el tramo de la calle Real que se transforma en carretera de salida del pueblo, en el tramo de calle que recorre la fachada del supermercado local.  Bajas a por patatas La Montaña y ahí es donde te encuentras a todo el mundo haciendo la compra, saliendo de la farmacia o corriendo al chino a comprar algo imprescindible o de última hora. «Hola, ¡qué tal! ¡no nos vemos nunca!» Ahora esos saludos también se van apagando, la gente se ha marchado, quedamos los de siempre y La Peñota.  

Los pájaros en septiembre, el ruido de la puerta de la oficina de correos que huele a expectativa, el viento en las ramas del pino del jardín, la moto del cartero, el sonido de los pasos en las calles de tierra, las campanas de la iglesia, el tren de menos viente y el de las y veinte. 

Eso es lo que tiene Los Molinos y por eso quiero vivir aquí. No se explicarlo mejor.  


jueves, 3 de septiembre de 2020

Lecturas encadenadas. Agosto

«Sonó el teléfono. Me llevé el aparato a la oreja y esperé. Nunca soy el primero en hablar cuando me llaman. Después de todo, no soy quien les telefonea a ellos». (De un cuento de Roald Dahl)

De vuelta al trabajo me encantaría poder aplicar este principio del personaje de uno de los cuentos de Roald Dahl que he leído durante este mes de agosto. Mil páginas de cuentos que terminé justo al acabar el mes, esa ha sido mi gran lectura veraniega, esa que es imposible acometer durante el invierno porque me llevaría meses y meses y acarrear el libro de un lado a otro. En agosto me ha acompañado en las interminables tardes de piscina y porche y en las noches sin preocuparme por madrugar.  

Empecé el mes con otro de esos libros que hay que leer cuando sabes que vas a tener tiempo para leer en un mismo lugar. Lo que más me gustan son los monstruos de Emil Ferris es un tebeo monumental en tamaño y en concepto que no se puede llevar ni en el bolso, ni en la mochila y que hay que tratar casi con reverencia. 

Karen tiene once años y vive con su madre y su hermano en el Chicago de los años 70. Se siente atraída por las niñas, no es precisamente popular y lo que más desea en el mundo es ser un monstruo. De hecho, ella se ve como un monstruo y así la vemos porque ella es la narradora de la historia. Cuando una vecina muere, quizás asesinada, Karen decide convertirse en detective para saber que ha ocurrido. La historia de la investigación es casi lo de menos aunque nos lleva a lugares muy turbios de los que quieres salir huyendo para no verlos, para no saber que existen. Lo más interesante es la construcción paralela de la investigación junto con el universo de Karen, la relación con sus compañeros y amigos, con su familia, su madre y su hermano, al que adora y guarda un secreto familiar que ella desconoce, y todo ello sobre el horizonte social, económico y político del Chicago de los años 70.


Todo el tebeo está dibujado con bolígrafo sobre papel pautado y simplemente a base de líneas, Emil Ferris es capaz de hacer algo completamente distinto en cada viñeta, sorprendiendo en cada página por la complejidad, por los cambios de registro, por la innovación. Hay páginas en las que puedes bucear un buen rato hasta captar todos los detalles. Es un tebeo con mil capas que de vez en cuando hay que dejar a un lado para poder respirar. 

«Lo que pasa con los mayores es que a los niños les parecen libres. Pero, de hecho, muchos viven en una cárcel. Te preguntas quién los hace sentir así. Por lo que he visto, en nueve de cada diez casos, son sus fantasmas».
Este es un tebeo caro, así que buscadlo en vuestras bibliotecas, colocadlo sobre una mesa y dedicad una semana a leerlo y disfrutarlo. 

Compré Escenas de la vida rural de Amos Oz en la Librería Sandoval en Valladolid. Oz es una de mis debilidades, me sumerjo en sus libros con la tranquilidad que da saber que estaré en una casa agradable, confortable en la siempre estaré a gusto. En este volumen se recogen varias historias cruzadas que suceden en un pequeño pueblo, Tel Ilán, en las montañas de Israel. Es un pueblo fundado hace cien años el que la gentrificación está empezando a mostrar sus primeras señales: casas antiguas que se derruyen para construir viviendas de fin de semana, tiendas de productos artesanales y turistas en peregrinación cada sábado. Cada relato, escena, se centra en un habitante o en una casa con ligeras menciones a otros personajes que ya han aparecido o aparecerán. 

Me gustó muchísimo porque he estado ahí, en Tel Ilán, en sus jardines y paseando por sus calles, en el parque del Memoria y en la calle de la Cuesta. He conocido al alcalde, la profesora, la bibliotecaria y la médica. He sentido el calor del verano y la niebla húmeda y fría de febrero. Oz siempre consigue hacer esto, envolverme y transportarme dentro de sus historias que rara vez son felices pero que, aún así, siempre me hacen sentir "casa". 
«Entre él y  Rachel solía reinar ese alto el fuego habitual  entre las parejas tras muchos años de matrimonio, después de que las peleas, las ofensas y las sepraciones temporales hubiesen enseñado a los cónyuges a mirar cuidadosamente dónde ponían los pies y a sortear los campos de minas señalizados. Esa rutina de la cautela era similar, desde fuera, a una mutua aceptación, e incluso dejaba margen a una especie de tranquila amistad, semejante a la camaradería que se crea a veces entre soldados de dos ejércitos enemigos que se encuentran a pocos metros de distancia en una guerra de trincheras confirmada»

Leed a Oz. 

Alguien bajo los párpados de Cristina Sánchez Andrade, lo encargué en la Librería Nakama y me lo mandaron a casa junto con otros muchos que ya irán cayendo por aquí. Es una novela curiosísima que recomiendo encarecidamente para todo el mundo. Así como el tebeo de Ferris es para lectores curtidos y Oz es para lectores a los que no les de miedo la tristeza y la soledad, Alguien bajo los párpados es un goce para cualquiera. Las protagonistas son dos ancianas gallegas, muy ancianas y muy vejestorios, señora y criada, que después de convivir setenta años hacen un viaje con un objetivo final. Es algo así como mezclar Las chicas de Oro con Thelma y Louise y Airbag con un leve toque de Eduardo Mendoza. Es una road novela al mismo tiempo que una reconstrucción de la vida en Galicia antes y durante la Guerra Civil. Es también una saga familiar extraña y muy gallega. 

«y no es cierto que el tiempo lo cura tododijo—.El dolor está siempre ahí es insoportable.Doña Olvido apagó las luces de emergencia y pisó un poco el acelerador. Un ronroneo se elevó del motor. Luego desaparece porque es insoportable, porque es imposible e insoportable convivir con él todo el tiempo. No es cierto que el tiempo lo cure todo. Eso solo se dice para consolar a la gente.

Es una majadería como otra cualquiera» 

Es una novela que no se parece a ninguna otra y eso, en la literatura española, es un logro. Leedla y por si mi recomendación os sabe a poco, os dejo la recomendación de mi madre «Me ha gustado, me han tenido loca las dos viejitas». 

Por recomendación de Ximena Maier llegué a El legado de Sybille Bedford (que también compré en Nakama Librería), una escritora con una historia personal que os invito a buscar y leer y que aparece, en parte, en esta novela. Si os gustan las historias de familias acaudaladas ambientadas en la Alemania entre guerras, esta os gustará. En esos años, además de encaminarse hacia una guerra que devastaría Europa por completo, se fragua la total demolición de los valores tanto familiares como económicos, sociales y hasta morales que habían configurado la vida de Alemania (y de casi toda Europa) hasta entonces. Las convenciones sociales, las tradiciones, los códigos de honor y las costumbres se van resquebrajando poco a poco, provocando una sensación de incertidumbre, de desequilibro a la que los protagonistas de esta novela intentan sobreponerse huyendo e ignorando los síntomas. 

Me ha gustado bastante aunque carece de encanto y toda ella resulta un poco aburrida, pero tengo la sensación de que es así como debe ser. Esa sensación de hastío, de dejadez, de nihilismo personal, de egoísmo de supervivencia, está perfectamente retratada. 

Del prólogo que ella misma escribe, me quedo con esto: 
«Lo que hace un escritor es escribir. Se acabaron las dudas y la haraganería, por dificil que pudiera ser, y el cielo sabe que fue, es y será siempre muy difícil para mí».

Sybille Bedford es un personaje interesantísimo, con una vida increíble que os invito a investigar. El legado es una novela de familias, de familias que ya no existen, que desaparecieron junto con su escala de valores y sus rígidas costumbres (igual de rígidas que las nuestras aunque creamos que no) y que, en algún momento y tiene bastante sentido, me ha recordado a La marcha Radeztky de Joseph Roth y al Último encuentro de Sandor Marai. Si habéis leído Tú no eres como las otras madres de Angelia Schrobsdorff, es indudable la influencia de Bedford en ella.   

Los últimos quince días del mes los he pasado dedicada a las más de mil páginas de los Cuentos Completos de Roald Dahl. Este libro llevaba esperando más de dos años en mi estantería, desde que mis hijas me lo regalaron por mi cumpleaños en 2018. Se llama Cuentos Completos así que está claro que vas a encontrar en él, todos los cuentos escritos por el autor inglés desde que comenzó con "Pan Comido". Para que nadie se lleve a engaño, aquí no hay nada "infantil" ni "juvenil", no hay rastro de Charlie, ni del Superzorro, ni de Matilda, ni de Jack. Todo son cuentos para adultos, y casi todos tratan sobre los mismos temas: las apuestas, el sexo y la avaricia. Hay algunos otros, como los primeros que escribió que tratan sobre la guerra, otros que tienen como tema central la avaricia y el engaño al débil y varios sobre las abejas y su mundo. 

No voy a descubrir ahora que Dahl es un grandísimo escritor pero quizás sí os descubra que algunos de sus cuentos son aburridos y muchos se parecen. Ahora mismo, podria recordar con nitidez diez o quizás quince de los más de cuarenta que recoge el volumen, los demás están perdidos en una maraña de apuestas, timadores en busca de beneficio, objetos antiguos, botellas de vinos y bellas mujeres en peligro por el impulso sexual irrefrenable de hombres incapaces de contenerse. Entre todos ellos, me gustaría destacar el cuento más autobiográfico que aparece al final del libro, cuando estás a punto de hacer cumbre a sus mil páginas y ya no puedes más. En ese cuento, Dahl explica como llegó a ser escritor, como descubrió su amor por la literatura y cómo los azares de la vida y un anfitrión mal conversador le hicieron sentarse a escribir y descubrir que podía hacerlo y lo hacía bien. Es una delicia de historia.  

A Dahl hay que leerlo pero quizás os recomendaría hacerlo por etapas, como el Camino de Santiago, y no como un marathon como lo he hecho yo, aunque ha merecido la pena. He aprendido que no debes casarte jamás con un apicultor, no debes hacer el amor  con alguien a quien no le ves la cara y  que si drogas a un faisán para cazarlo, hay que asegurarse de matarlo antes de que se le pase el efecto. 

Y con la llegada de septiembre y la mejor luz del año para leer por la tarde, hasta los encadenados de septiembre. 


lunes, 31 de agosto de 2020

Este algoritmo no es el mío

No me interesan las esterillas de yoga. De hecho no sé ni para qué sirven ni si son diferentes de una esterilla de monte, una de hacer abdominales o una alfombra de pie de cama. Me interesaría mucho más saber saber si hay alguien que se dedica a inventar tipos de esterillas (hace poco un amigo conoció a una mujer que se dedicaba a diseñar tupers). Tampoco tengo pensado empezar a hacer yoga. No he cambiado de bolso desde el 7 de marzo así que imagina el interés que tengo en que mi mascarilla conjunte con la ropa que llevo. Llevo los mismos pendientes desde enero y solo por un día que fui al teatro, me quise sentir elegante, me puse otros. Los que llevo me los regaló El Ingeniero cuando cumplí treinta años y los llevo siempre. Ni soy consciente de llevarlos. Desde que me quite la alianza no llevo ningún tipo de anillos así que la joyería artesanal, fina y coqueta no me dice nada. No necesito ningún bikini nuevo, ni un bañador, ni un kaftán de playa porque tengo una túnica marroquí de colores que rescaté de un baúl de disfraces de casa de mis suegros hace veinte años. No quiero un seguro de vida ni una aplicación para tener el abdomen definido en treinta días. Me levantó cada día deseando desayunar y el ayuno es algo que asocio a la frase "ayuno y abstinencia" que se hacía en viernes santo cuando yo era pequeña y todos éramos católicos practicantes. Me da igual si mi tipo físico es de pera, de manzana o de boniato y si hay una dieta especial adaptada para eso. No tengo casa así que no necesito una empresa de reformas ni darle una nueva vida a mi mobiliario que por otro lado me gusta como está, por eso lo compré, lo heredé o lo rescaté de un contenedor. 

No llevo tacones desde marzo y creo que no volveré a llevarlos nunca. Perdí mis gafas de sol más nuevas (cinco años) y estoy utilizando unas de guardia civil cabreado que tienen diez años. La vida media de las toallas de mi casa ronda los treinta años de edad y, gracias a dios, en mi casa los tupers llevan usándose toda la vida así que no necesito comprar dos docenas de ellos para "aprender a cocinar y organizar mi alimentación". 

Para «darle un aire nuevo a mis textiles» hemos reciclado unos retales de tela de hace dieciséis años y hemos hecho cortinas nuevas para mi cuarto. (Inciso: el hemos es plural mayestático, yo tuve la idea, se la sugerí a mi madre y colgué las cortinas. El resto, corte, confección y medición lo hizo mi madre. Inciso del inciso, yo medí pero mi madre no se fía de mí porque con cuarenta y siete años le sigue sorprendiendo que sea capaz de respirar por mí misma y volvió a medir. Fin de los incisos). 

Yo no quiero ser creativa en mi cocina, preparo comidas y cenas y aunque me preocupo de poner la mesa de manera correcta, no tengo paciencia para dedicar cuarenta y cinco minutos a colocar platos, sobreplatos, copas, cubiertos, platitos para el pan y centros florales cada día. 

No me aburro, no tengo tiempo para hacer todo lo que quiero y no necesito planes creativos, ni alternativos, ni sorprendentes. Solo necesito una buena película, un buen libro, salir a dar un paseo o escuchar un podcast. 

Dicen que la publicidad cada vez está más personalizada, que el algoritmo te conoce, que todo está pensado para ti, que internet solo te enseña lo que te interesa. ¿Dónde están mis anuncios de tintas de colores para pluma estilográfica, de preciosos cuadernos, de recomendaciones de libros que me interesen, de refugios remotos en bosques, de planes para ver llover y de buenos vinos?  

Sospecho que yo tengo el algoritmo de otro. 

Devolvedme el mío.

viernes, 28 de agosto de 2020

Podcasts encadenados (XIV)


¡Tachán! Una nueva entrega de una de las series de posts que menos éxito tienen pero que más me gusta escribir. Es lo que tiene tener un blog personal con el que no ganas nada más que satisfacción personal, horas de entretenimiento, algún rato de reflexión, lectores malísimos y anónimos envidiosos encabronados (tururú). 

Vamos a hablar de podcasts. 

1.- ¡Ay campaneras! con Lidia Garcia (@thequeercanibot). Me cuesta la vida encontrar podcasts en español para recomendar pero esta es un recomendación muy entusiasta y con la que pienso dar mucho la brasa. ¿De qué va ese podcast de la albaceteña Lidia Garcia? Pues de copla. No puede ser más en español. Antes de que alguien diga «a mí no me gusta la copla» le voy a decir lo que les decía a mis hijas cuando eran pequeñas «pero ¿lo has probado?» Yo soy una absoluta analfabeta del mundo copla, puedo tararear breves estrofas de algunas más por su presencia en películas, sintonías y programas de televisión que por auténtico conocimiento y aún así este podcast me ha encanado. Lidia García es una catedrática del mundo coplero, no solo conoce las coplas sino que demuestra un conocimiento apabullante de las artistas, las letras, las circunstancias históricas, sociales y económicas de las coplas y también sus influencias musicales. Sabe todo esto y además, y esto es lo más importante, sabe contarlo. 

¡Ay campaneras! es un podcast redondo. Reúne un buen tema: la copla, un conocimiento exhaustivo de la materia por parte de Lidia y una perfecta organización narrativa. Cada episodio está dedicado a un tema: salir de pobres, si las mujeres mandasen, madres, la copla lésbica, viva el vino, etc en el que siguiendo el hilo de ese tema suenan distintas coplas situadas en su contexto histórico y explicadas por Lidia tanto en su letra como en su intrahistoria. 

Estáis tardando en escuchar Ay campaneras para aprender de música y de historia de España porque te guste o no te guste la copla, la copla es parte de nuestra historia. 

Escuchas este podcast mientras cocinas y acabas moviendo el delantal creyéndote Lola Flores o Estrellita Castro. 

Podcast: ¡Ay, campaneras!
Duración: depende, de 20 minutos a casi una hora que pasa volando.
Periodicidad: semanal, ya tenéis 19 episodios disponibles para disfrutarlos. 
Episodio para empezar: Recomiendo empezar por el principio porque aunque pueden escucharse independientemente y cada uno tiene su arco narrativo particular, Lidia traza un hilo que es mejor seguir desde la primera puntada. 

2.- An oral history of The Office. Podcast exclusivo de Spotify, es decir, solo se puede escuchar en Spotify.  Este podcast, como su propio nombre indica, cuenta la historia de la serie de televisión The office que si no habéis visto os animo muchísimo a ver. La serie está disponible en Amazon Prime, tiene diez temporadas y como se avecina un otoño muy casero, con muchas horas de estar en casa, es un planazo disfrutar de esta serie con una historia maravillosa y una calidad estratosférica. 

The Office es originariamente una serie británica creada por Ricky Gervais y Stephen Merchant. Nada más estrenarse, el guionista/productor/showrunner Craig Daniels la vió y decidió hacer un remake americano. An oral History of The Office cuenta precisamente eso, la intrahistoria de la serie, como surgió la idea de hacer la versión americana, las negociaciones con los creadores británicos (que fliparon con la idea), los intentos de vendérsela a distintas cadenas americanas sabiendo que la serie no se ajustaba a los gustos americanos. ¿Por qué? Pues porque The office es una serie incómoda, su personaje principal, Steve Carrell en la versión americana, es un director de oficina estúpido, egoísta, racista, machista y que te pone muy nervioso. En la versión británica (Ricky Gervais) el personaje es más ácido y duro pero aún así para los americanos constituía un salto al vacío.  El podcast va contando todo el proceso de producción, los guionistas involucrados, el proceso de casting , como pasaron de estar al borde de la cancelación a ser la serie con más éxito de la parrilla y ganar varios Emmys y un millón de anécdotas del rodaje. 

El host/presentador es Brian Baumgartner (Kevin en la serie) que también es el guionista y productor hace un trabajo estupendo tanto narrativo como entrevistando a todo el equipo, técnico y artístico, construyendo un mosaico que retrata perfectamente tanto la serie como las bambalinas. 

A este podcast llegué porque mis hijas y yo empezamos a ver The Office en febrero y nos hemos hecho adictas. Cuando salió el podcast, en el mes de julio, me pareció el complemente perfecto para el visionado y desde luego que lo es. 

Es un podcast feliz, un podcast para disfrutar tras haber visto la serie, conocer a los actores y las tripas de una serie de televisión. 

Podcast: An Oral history of The Office. 
Duración: unos 40 minutos, ahora mismo va por el episodio 9.
Periodicidad: semanal, sale los martes. 



3.- The Cut de Vox Media con Avery Trufelman.  Antes de hablar del podcast, voy a hacer una confesión, siento adoración por todo lo que hace Avery Trufelman, siento por ella la misma devoción que en literatura siento por Amos Oz, Richard Ford o Natalia Ginzburg. Todo lo que hace me interesa y todo lo que hace es "casa". Hace un mes recomendé de ella Articles of interest, un podcast maravilloso sobre moda y la industria de la ropa que había realizado dentro de la franquicia de 99% invisible de Roman Mars. (Si no habéis escuchado este podcast aún, ya vais tarde) . Al terminar ese podcast, se anunció públicamente que Avery Trufelman dejaba la compañía para empezar otra cosa. ¿Qué sería? Pues The Cut, un podcast que se puso en marcha en 2018 y había terminado en diciembre de 2019. 

The Cut es un podcast de media hora de duración que, con Avery, solo lleva dos entregas cuanto escribo este post. La primera de ellas trataba sobre el optimismo en tiempos de pandemia y el segundo sobre la visión que tenemos de la naturaleza. Cualquier idea preconcebida que te surja en la cabeza al leer esos dos temas está a años luz de la manera en la que Avery trata el tema, la manera en la que te lo cuenta y lo que te deja pensando y reflexionando. 

Por Avery siendo admiración y mucha, mucha envidia porque con solo veintiocho años tiene un talento increíble. 

Enganchaos a Avery, a su voz y a su manera de contar las cosas y montemos un club de fans. 

Pocast: The Cut. 
Duración: 30 minutos que pasan volando. 
Periodicidad: semanal, sale los martes. 
Episodio para comenzar: cualquiera de los dos que ha sacado ya: optimism o Nature is healing, casi que empecéis por el de la naturaleza. 


Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a contármelo.