martes, 25 de agosto de 2020

Consejos prácticos para la pandemia

Retrato de Sylvia Von Harden de Otto Dix
No se presta atención a las majaderías que dice Miguel Bosé. No se lee lo que dice, no se comenta, no se reenvía diciendo «mira que idiota».

No se le dedica ni medio nanosegundo de atención a los gritos de «hacedme casito» que da Perez Reverte. Tampoco se presta atención a sus sermones sobre lo que necesitamos nosotros, la chusma, para entender la pandemia. Lo primero que necesitamos es que se calle. 

No se habla con alguien que lleva la nariz por fuera de la mascarilla. Ni con aquel que la lleva en la barbilla. Mientras uno se aleja se le dice: «no voy a hablar contigo sin mascarilla, eres infeccioso». Yo añadiría: «fus, fus» para darle un toque Gracita Morales. 

Se ignora al que no sabe cuánto son dos metros de separación. «Que no te acerques, bicho» Ayuda mucho imaginarlos como cucarachas. 

«Yo no me pienso poner la vacuna» Ante esta afirmación, uno hace un pimpinela: vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta. 

«Las mascarillas son muy caras, yo lavo las higiénicas o las utilizo tres días seguidos» Dejas dos euros encima de la mesa y te marchas. Nunca más. 

A todos aquellos que creen, todavía, que los políticos darán respuesta a la pandemia se les prepara un colacao, se les arropa con la mantita de la sirenita, se enciende la lamparilla de mesilla de BuzzLightyear y se le explica muy despacio que no, que eso no va pasar. Que la solución la darán los técnicos, gente en la sombra, que no conocemos y que son los que saben de verdad. Si por alguna razón, la persona empieza a defender a algún político, se da al paciente por perdido y se acaba el cuento.  

«El problema son los emigrantes que traen la enfermedad» Portazo y nunca más. 

A los que en Madrid te dicen: «El problema es Barajas» se les indica que busquen en google maps el centro de salud más cercano para que comprueben dónde está el problema. No van a entenderlo y dudo que sepan usar google maps pero ya lo dice la sabiduría popular dale una senda a un tonto y ya lo tienes entretenido. 

Para los de «Pues me han mandado un video por wasap que dice que» se recurre a instrumentos de nuestra tierna infancia, se giran los brazos uno alrededor del otro mientras se canta «habla chucho, que no te escucho, habla chucho que no te escucho».

La pandemia es una circunstancia que ninguno esperábamos. Pensábamos que algo así no nos iba a pasar a nosotros, porque las desgracias, las tragedias que trastocan toda tu vida siempre son cosa de otros. Nos pasa a nosotros ahora y ha pasado mil veces antes en la historia, ¿alguien cree que los europeos vieron venir los cuatro años de guerra mundial que los hicieron pasar de tener casa, trabajo, escuela y ocio a matarse por comer patatas podridas? No. Somos infantiles y estúpidos. Vivimos dando por hecho que lo que tenemos es seguro, es para siempre y que, lo que es peor, nos lo merecemos.  Muchos están aferrados a que todo vuelva a ser como antes, son como niños pequeños gritando que quieren lo de antes y ya va siendo hora de que asuman, como adultos funcionales que se suponen que son, que eso no va pasar. Que hay que adaptarse a lo que viene, que es algo nuevo, que acabará con algunas de las costumbres que teníamos antes y nos traerá otras nuevas. Hay que mentalizarse de que toda esta situación  exige cierto grado de sacrificio (que ni de lejos pasa por matarse por comer patatas podridas) y que con eso y un poco de suerte, esta pandemia no nos costará la vida. 

—Es que la mascarilla es incómoda.
— Lo que es incómodo es lo gilipollas que eres. 


miércoles, 19 de agosto de 2020

Quince frases de tus quince años


«Mamá, ¿el post de mi cumpleaños ya lo tienes escrito? No te leo nunca pero esos del cumple los leo siempre»  

«¿Cuál es mi talento más inútil?» me preguntaste el último domingo de tus catorce años. No lo sé. El que más me saca de quicio es tu capacidad para dividir tu cerebro en dos mitades. Una que funciona en modo rutina de la vida diaria y otra, muy peligrosa, que lleva una vida independiente. Una vida que se manifiesta, de pronto, en preguntas como esa o en cosas como «Mamá, ¿una primera cita es muy incómoda, no? 

«Mira como tengo de perfecto el armario, los cajones, mi mesa» Te has convertido en una persona  tan ordenada que se me saltan las lágrimas. A veces, te confieso que me preocupa que te pases de frenada y acabes convertida en una maniaca del orden, como esa gente que forra los sofás de plástico o les pone fundas para que no se manchen, para que no se estropeen, esperando, quizá, a que otras personas, en otros momentos, en otras vidas disfruten de esos sofás mientras ellos solo las conservan.

«No me despiertes, ya me despertaré yo sola» Ahora mismo tienes el superpoder de los perros de poder dormir a voluntad: cuando quieres y dónde sea. Estás durmiendo trece horas al día con picos de quince. No quiero asustarte pero estás quemando horas de sueño que necesitarás en el futuro. Algún día te costará creer que fueras capaz de dormir tantas horas del tirón y por eso lo dejo escrito aquí. 

«Mamá, ¡no me acordaba de eso!» Has descubierto el valor de lo que escribo: de este blog y de los diarios de viaje. El año pasado me empeñé en escribir un diario de Nueva York y, este año, uno de los mejores momentos ha sido, ver vuestras caras, cada noche después de cenar, mientras yo leía en alto nuestras aventuras. El año que viene leeremos el del viaje a Ibiza. 

«Salgo horrible» Ya no sonríes. Miro mis fotos con quince años y veo que yo tampoco sonreía, ponía cara de seriedad, de intensidad y de falsa espontaneidad. Tú,  en la era de Instagram, pones morritos, sacas la lengua o te muerdes las mejillas por dentro, todo para no parecer tú. Pero cuando sonríes, cuando te pillo sonriendo porque estás tranquila y relajada, sonríes como cuando eras tú todo el tiempo y no pretendías ser otra cosa o no andabas intentando descubrir quien eres. Sonríes y se te achinan los ojos y por ahí se te escapa la risa.  

«Tengo manos de niña de ocho años»  No te gustan tus pies, ni tus piernas, ni tus brazos ni tus manos. La inseguridad de la adolescencia es una putada pero se te pasará. Espero llegar a verte cuando todo eso te de igual aunque ya sabes que jamás tendrás mi nariz perfecta (como la de Cleopatra)

«Vamos a hablar de la vida» es tu frase favorita para empezar una conversación y lo mejor que tiene es que con esa frase no esperas hablar tú, lo que quieres es que los demás te cuenten historias. Te encantan escuchar historias, cuando más detalladas mejor y preguntas y repreguntas y, después, dejas a tu mitad de cerebro independiente procesando toda la información para volver a esa historia días o semanas después. Te interesa la vida y las historias, todas. 

«Mamá, no te sorprendas, yo soy bilingüe» Hemos descubierto The Office y Jim y Pam te parecen la mejor pareja de la historia. Te encantan las películas de miedo y las de “que me explote la cabeza” y ya no necesitas subtítulos, yo no te he oído hablar ni una palabra de inglés pero me lo creo. 

«Mamá, acepta que a mí Los Molinos no me gusta como a ti» Esto me va a costar, me va a costar casi tanto como que hayáis dejado de leer por completo. Con las dos cosas no pierdo la esperanza de que pasada la adolescencia volváis a entrar en razón, dejéis de traicionarme y os guste estar en Los Molinos leyendo en el jardín o frente a la chimenea.  No me quites la ilusión. 

«Necesito ropa». Cuando tenías seis años escribí «Habrá superado la adicción al rosa pero será una esclava de la moda y pretenderá renovar su vestuario cada temporada» y acerté de pleno. Entonces eras muy pequeña y todavía era yo la que te elegía la ropa, no podía saber que desarrollarías el superpoder de saber exáctamente qué quieres comprarte y cómo combinarlo. Para mí eso es magia y sinceramente viéndonos a tu padre y a mí, no sé de quién lo has heredado. 

«Por favor, no discutáis, qué más da»  En este año he descubierto que rehuyes el enfrentamiento y la confrontación. No te gusta discutir y no te gusta que se discuta delante de ti.

«Mamá, no te preocupes por las cosas antes de tiempo. No sirve para nada. Si tiene que pasar algo malo, cuando pase, ya nos agobiaremos pero no lo pienses ahora porque no sirve para nada». Tienes el superpoder de no preocuparte. Te escucho y te veo vivir de acuerdo con esta filosofía y me das envidia. Te envidio esa capacidad. Cumples quince años y tengo la sensación de que te han robado casi seis meses de los catorce. Tú no tienes esa sensación. «Mamá, yo esto del confinamiento lo llevo fenomenal. Me gusta estar en casa, no te preocupes» me has dicho un montón de veces en estos meses. Y sé que has estado bien, que has estado tranquila y contenta y que sigues estándolo pero yo no puedo dejar de preocuparme por ti, por vosotras. En la peli perfecta de la maternidad yo soy la que debería estar diciéndote esas cosas, sigo sin tener superpoderes. Quizás, como ya dije una vez, son como los ojos azules y salan una generación. 

«Me encanta mi pelo y no pienso cortármelo»  Llevas el pelo demasiado largo. Sé que te encanta, que ahora mismo es una de las pocas cosas que te gustan de ti pero lo dejo aquí escrito para que podamos comprobarlo: dentro de cuatro o cinco años verás fotos tuyas con ese melenón salvaje y  te arrepentirás: «¡qué horror, mamá! ¿cómo no me dijiste nada?» Que conste que te lo dije. 

«Y yoooo», me contestas cuando te digo que te quiero. 

«¿Sabes que el día 19, cuando cumpla 15, estaré igual de cerca de mi nacimiento que de tener treinta años?» fue tu pregunta tu último miércoles con catorce años.  No, no lo sabía. No lo había pensado porque no quiero pensar en que ya no serás pequeña nunca más ni quiero pensar en ti con treinta años porque eso significará que a mí me quedarán menos años para disfrutarte. Añadiría «si es que llego» pero ya te oigo contestar «Mamá, no seas dramas»

Feliz cumpleaños, quinceañera. Todo va a salir bien. 


lunes, 17 de agosto de 2020

Podcasts encadenados (XIII)



Para desesperación de parte de mi familia, sigo escuchando podcasts a diario a pesar de estar de vacaciones. Escucho podcasts mientras hago bici, mientras limpio, mientras plancho, mientras corto el césped o barro las hojas del jardín. Los días en que no hago nada de eso, coloreo mandalas para poder escuchar podcasts al mismo tiempo porque he descubierto que si escucho podcasts sin hacer nada, no los escucho bien, mi mente se dispersa y no les presto suficiente atención. De todo lo que estoy escuchando (que es muchísimo) hoy traigo unas cuantas recomendaciones interesantes pero voy a empezar por lo que no recomiendo. 

Hay un nicho de podcasts que ya está saturado y es el de gente famosa entrevistando a gente famosa que se encuentra situado en el aún más saturado nicho de "colegas de cháchara con colegas". A este difícil hueco ha llegado Michelle Obama con su podcast. ¿Cómo se llama? El podcast de Michel Obama y eso ya te da una pista de por donde van a ir los tiros. Todo el interés de esta producción, exclusiva de Spotify, está centrado en que ella es Michelle Obama y a los productores eso les ha parecido más que suficiente y han decidido no apostar por nada más. «Es Michelle Obama, ¿para qué vais a querer nada más?» Pues lo siento pero yo quiero más. 

¿Qué puedo decir de este podcast? Pues bueno casi nada. Tenía muchas expectativas puestas en esta producción. Esperaba escucharla charlar con diferentes personalidades, algunas más conocidas que otras, y encontrar historias interesantes, reflexiones inteligentes y algo de ingenio. Lo que he encontrado es aburrimiento supremo. El primer episodio es un conversación con Barak Obama (otro ejemplo más de que los productores lo fiaban todo a su fama) en la que ambos resultan planos, aburridos y si el episodio dura diez minutos acabas cogiéndoles manía. La charla entre ellos tiene el mismo interés que asistir a la conversación de tus vecinos de apartamento en la playa, es decir...ninguna. Y el resultado es el mismo. Termina y piensas «¿por qué no he dedicado estos cuarenta minutos a leer o a dormir en vez de estar aquí escuchando esta cháchara intrascendente?» 

Para poder hacer esta crítica bien, he escuchado también el tercer episodio en el que Michelle habla sobre menopausia con una amiga suya, doctora. Cháchara, cháchara, cháchara.

Un podcast de entrevistas no debe de ser una conversación entre colegas, ni un intercambio pactado de preguntas promocionales, ni un diálogo sin rumbo. Si ambos, entrevistador y entrevistado, se conocen no pueden hablar como si los oyentes también los conocieran, como si supieran en todo momento de que están hablando. Si no se conocen el entrevistador tiene que pensar en qué preguntarían sus oyentes, en que podría interesarles a ellos, en qué preguntas harían la entrevista más interesante, con más contenido y no en las preguntas más fáciles, más anecdóticas o más favorables a las risas. 

Nada de esto se cumple en el podcast de Michelle Obama que no es más que eso, el podcast de Michelle Obama, no tiene nada más y, lo siento, pero no es suficiente. 

Casi lo olvido, dentro de este nicho de colegas hablando con colegas también he escuchado Smartless, un podcast en el que tres actores más o menos conocidos: Jason Bateman, Sean Hayes y Will Arnett charlan con un conocido. La nada absoluta, os lo podéis ahorrar completamente.  

Y ahora, lo que sí interesa: 

1.- Más se perdió en la guerra.  De Radio Ambulante ya he hablado varias veces y lo seguiré haciendo. El último episodio de la temporada ha sido una reflexión en voz alta de Daniel Alarcón, editor y creador del podcast, sobre la pandemia, el confinamiento, la vuelta a algo que queremos creer que es una nueva normalidad y la angustia, la ansiedad y el temor que todos sentimos. Daniel es peruano criado en Alabama y vive en Nueva York. Desde su ventana reflexiona sobre lo que veía sin verlo desde ella antes del confinamiento, lo que dejó de ver mientras estaban encerrados y cómo es la nueva normalidad a la que se asoma ahora. Es una reflexión maravillosa, calmada e inteligente, con la que es imposible no sentirse identificado. 

Podcast: Radio Ambulante.
Episodio: Más se perdió en la guerra.
Duración: 13 minutos

2.- Land of giants. The Netflix Effect. Todos tenemos Netflix en casa, todos conocemos Stranger things, House of cards o Tiger King pero ¿cómo se creo Netflix? ¿De dónde surgió esta idea loca de crear una plataforma que te permitiera ver desde casa, por internet, todo lo que quisieras? ¿Por qué funcionó? ¿Contra que luchó cuando empezó? ¿Qué ha cambiado la aparición de Netflix en la manera no solo de ver la tele sino también en la manera de hacerla?  ¿Netflix nos ofrece a todos lo mismo o el algoritmo está personalizado? Esta serie de Vox Media con Recode, presentada por Peter Kafka y Rani Molla responde todas estas preguntas y muchísimas más. Son siete episodios desde los inicios de Netflix como un servicio de envío de dvds a casa por correo postal hasta las guerras del streaming que estamos viviendo ahora. Los presentadores forman un tándem perfecto y hacen avanzar la historia poco a poco examinándola desde distintos puntos de vista. No dejan ni un tema sin tocar, hablan hasta del éxito de La casa de papel y el empeño de Netflix en doblar y subtitular todo lo que ofrece para hacerse aún más global. 

Es interesante, entretenida y te permite entender muchísimo mejor la historia que hay detrás de que en el mando de tu televisión haya un botón en el que ponga Netflix. 

Episodios: 7
Duración: 30 minutos


3.- Forgotten: The women of Juarez. Este es un podcast de iHeartradio en el que los periodistas Oz Woloshyn y Mónica Ortiz Uribe investigan los asesinatos de mujeres en Ciudad Juarez en la frontera con El Paso en Estados Unidos. Los feminicidios comenzaron en los años 90 cuando jóvenes emigrantes mexicanas que trabajaban en las fábricas instaladas en Juarez desaparecían sin dejar rastro para aparecer días, semanas o meses después arrojadas en el desierto o enterradas de cualquier manera en fosas comunes. Eran jóvenes, eran pobres, eran mujeres y eran emigrantes. Sus asesinatos no importaban a nadie, solo a sus familias que empezaron a protestar y a alzar la voz llamando la atención de periodistas a los dos lados de la frontera. Esos periodistas empezaron a investigar tanto los asesinatos como la falta de interés de la policia por resolverlos. El podcast traza un exhaustivo recorrido por toda la historia de los crímenes, sus implicaciones políticas y policiales, entrevista a periodistas, policías y agentes americanos del FBI que en su día trataron de resolverlos y que tras recibir amenazas de muerte acabaron huyendo a Estados Unidos y dejando el tema. 

Forgotten no es solo un podcast de crímenes. Es una investigación en profundidad de la realidad de la frontera mexicana con todas las implicaciones políticas, económicas y sociales que tienen tanto el establecimiento de factorías americanas que pagan 1 dólar a la hora como el que ese paso fronterizo sea la ruta preferida por los carteles de droga para hacer llegar su mercancía a Estados Unidos. Aterra la corrupción y la impunidad con la que esas mujeres, esas niñas, son raptadas como mercancía para violarlas y asesinarlas como si no valieran nada, como si fueran basura. 

Un podcast necesario con regusto a Better call Saul y Braking Bad y una sintonía maravillosa con esta canción de Natalia Fourcade.

Podcast: Forgotten. The women of Juarez
Episodios: 10
Duración: 40-50 

Tengo alguna recomendación más en la recamara pero las dejaré para más adelante, cuando volváis de vacaciones y necesitéis algo para distraeros de la rutina y de las noticias de la radio. 

Como siempre, si escucháis algo de lo que recomiendo venid a contármelo. Incluso si es Michelle Obama y os ha encantado. 


lunes, 10 de agosto de 2020

El baño y las hormigas

Hay una invasión de hormigas minúsculas en el baño de arriba. Las dos cosas son novedad: que sean minúsculas y el territorio invadido. Lo normal en esta casa es que las invasiones hormiguiles anuales sean de asquerosas hormigas voladoras y ocurran siempre en el piso de abajo, en un par de ventanas a las que parecen tener especial querencia o en una zona alrededor de la piscina. La de la piscina, además, es una invasión británica: ocurre siempre a la misma hora. Te sientas en la hamaca, te pones a leer, la tarde cae, el sol baja hasta casi ocultarse por detrás del puerto de los leones y cuando levantas la vista del libro, estás rodeada de columnas de hormigas voladoras que salen de debajo de la tierra y vuelan hacia arriba. Es asqueroso aunque no deja de tener su lado hipnótico. ¿A dónde van? ¿Por qué salen huyendo de sus agujeros bajo tierra? ¿Por qué a esta hora? Desconocemos las respuestas pero por lo menos hay un patrón. Lo de las hormigas minúsculas me tiene desconcertada. Aparecieron un día en junio, abrí la tapa del vater y, ¡menos mal que miré! la taza estaba llena de minúsculas hormigas negras. ¿De dónde han salido? ¿Cómo han llegado aquí? Investigando encontré un hilillo de hormigas en la parte exterior y satisfecha con ese descubrimiento, me armé con un insecticida especial hormigas y monté una bomba de humo en la taza: rocié todo generosamente, cerré la tapa y tiré de la cadena. Nunca la aniquilación fue más fácil. Me sentí un poco genocida pero, al fin y al cabo, la vida en la taza del vater no prometía grandes cosas para las hormigas minúsculas.

A los pocos días detecté otra colonia trepando por los barrotes de la estantería metálica. ¿Qué hacían ahí? ¿Eran nuevas o supervivientes de la matanza de la taza? ¿Irían en busca de restos de pasta de dientes infantil, rosa, dulzona y con la consistencia de una chuchería derretida? Quizás. Así tenía más sentido esa expedición. No se habían lanzado a los yermos páramos de la loza higiénica sino que iban en busca de alimento dulzón, de droga. Seguí la cuidada hilera de hormigas y descubrí que pasaban de largo, dejaban atrás el tubo de pasta de dientes y se lanzaban hacia la cesta de las gomas de pelo de mis hijas. ¿A qué iban allí? Otra expedición de destino trágico. Procedí a terminar con su sufrimiento con un nuevo exterminio hormiguil parecido al de la semana anterior pero con menos concentración. Fumigué la estantería y limpié todo de restos. 

Ayer, entré en el baño a lavarme los dientes y allí estaban otra vez, en el lavabo y trepando por el espejo. Minúsculas hormigas correteando por la superficie. Mientras me cepillaba los dientes las estuve observando. ¿Se divertían? ¿Se divierten las hormigas? ¿Son todo instinto y nada de diversión? Si son todo instinto, ¿qué hacen en un baño que utilizan siete personas, en el piso de arriba de una casa y sin absolutamente nada de comida? ¿Se les ha atrofiado el instinto? ¿Son exploradoras? ¿Son adictas al spray que acaba con ellas? ¿Se han reunido en algún lugar remoto del jardín y han pensando "esto se nos está quedando pequeño, creo que al otro lado de los árboles, allí arriba, he visto un reflejo y deberíamos ir a investigar"? ¿Y si son de una secta? ¿Y si las han echado de un hormiguero y han llegado hasta allí siguiendo a un hormiga chalada que les ha comido la cabeza con promesas de una tierra prometida blanca, fría y resbaladiza? Le estuve dando vueltas hasta que me enjuagué la boca, me lave la cara, me eché crema y procedí a un tercer día del Apocalipsis para las hormigas minúsculas. Game over para ellas pero es que habían llegado a una pantalla sin salida. 

Casi todo el mundo se ha marchado de esta casa y soy la única usuaria de ese baño. Quedo yo y las hormigas minúsculas. Todo es posible: quizás descubra algo o quizás me convierta para ellas en su Apocalipsis. O quizás un día me pillen despistada, use el baño sin mirar antes y acabe invadida por  una avanzadilla de hormigas minúsculas.

Hoy empiezo mis vacaciones, convencer a las hormigas minúsculas que donde mejor están es en su casa encaja a la perfección con mi plan de no hacer nada productivo en las próximas tres semanas.