viernes, 8 de mayo de 2020

Podcasts encadenados (X)

Tengo esta sección abandonada y no puede ser. A lo mejor alguien cree que he dejado de escuchar podcasts pero no, sigo con esta adicción. Ya no los escucho mientras voy conduciendo pero me he buscado huecos para escucharlos: mientras hago ejercicio y blasfemo porque me aburro infinito con el deporte, mientras limpio, mientras paseo y mientras coloreo mandalas. Cualquier actividad mecánica y que no requiera pensar es buena para prestar toda mi atención a un podcast. Además, escucho podcasts cuando no puedo dormir o para conseguir dormirme.

Hoy traigo tres recomendaciones que, de alguna manera, tienen que ver con el confinamiento, el virus y estos días pero que no son ni de noticias ni, sobre todo, deprimentes. A mí me han ayudado y me ayudan a sobrellevar todo esto, me calman, me tranquilizan, me dan paz (seguimos con la alerta cursilismo).

1.- Get sleepy. Mencioné brevemente este podcast hace unos días. Es exactamente lo que parece, un podcast para ayudarte a dormir. Llegué a él, no sé muy bien cómo, desesperada por mi insomnio de alerta que me despertaba a las dos de la mañana y que no me dejaba dormir el resto de la noche. No me funcionaba leer, ni contar ovejas, ni tratar de tranquilizarme así que pensé "De perdidos al río" y decidí probarlo. Confieso que le di al play exactamente con la misma actitud con la que me presentaba en la consulta de mi psiquiatra, cargada de escepticismo y pensando "no me creo tu magia".  Pero me dormí, no conseguí terminar el primer episodio ni he conseguido terminar ningún otro después, me duermo antes de llegar a la mitad. ¿En qué consiste Get Sleepy? Pues en aburrirte con una historieta sin el más mínimo interés contada con una voz agradable. ¿Por qué son aburridas las historias? Porque como bien dice Tom Jones, el presentador, no se trata de engancharte en una trama frenética sino de conseguir que te duermas. Tom Jones (no confundir con el cantante) tiene una voz estupenda  y un acento británico muy de agradecer y comienza cada episodio diciendo que se trata de dormir, que te metas en la cama y pongas tu cuerpo en off. No hay cháchara de esa de relajate, siente tu cuerpo elevarse ni nada de eso, apenas hay un par de minutos de respira profundo, relaja las piernas, el torso y el cuello. A mí me viene bien esto para darme cuenta de que estoy tratando de dormir mientras tengo el cuerpo encogido y en tensión. Tras esos minutos, Tom o alguno de sus amigos con voz aterciopelada empieza con la historia intrascendente. Yo he escuchado el principio de un viaje en tren, otra que es un paseo por los jardines del castillo de Ana Bolena, otro por Tokio con los cerezos en flor... No sé como termina ninguna, ni siquiera sé como termina el podcast. No creo que importe, lo que importa es que funciona. 

El podcast es en inglés pero realmente da igual que lo entiendas o no porque lo que hace que te duermas es la cadencia de la voz, el timbre y la magia que le ponen que consigue relajarte, aburrirte y dormirte. 

Podcast: Get sleepy
Episodio: el que queráis, incluso si encontráis uno que os guste mucho podéis escucharlo en bucle eternamente. Os dejo el de Ana Bolena que es mi favorito, creo. 
Duración: creo que 30 minutos. Jamás he llegado al final. 




2.- Sugar calling. Este podcast del New York Times ha nacido con motivo del confinamiento y el coronavirus pero no va sobre eso o no va solo sobre eso. Esta presentado por Cheryl Strayed que es una escritora y articulista a la que yo no conocía y de la que no he leído nada. ¿En qué consiste? Pues Cheryl llama por teléfono a escritores de más de sesenta años para charlar con ellos sobre cómo están viviendo el confinamiento, dónde, con quién, qué les preocupa, qué les distrae, qué leen y sobre sus vidas. Hasta el momento en el que escribo esta recomendación, han salido cinco episodios. De los escritores entrevistados, solo conozco a tres George Saunders, Margaret Atwood y Amy Tan pero solo he leído a Atwood.

Me gusta este podcast porque las conversaciones son tranquilas, hablan del confinamiento y de la ansiedad que todos sentimos por ponernos enfermos, por que nuestros seres queridos enfermen, porque tenemos miedo, porque estamos asustados pero también trasmiten, desde la cierta sabiduría que da tener setenta u ochenta años, cierta tranquilidad y confianza. El episodio con Margaret Atwood, sola en su casa de Toronto, poniendo en marcha su antigua máquina de coser para hacer mascarillas y peleando con las ardillas es estupendo. Y el de Pico Iyer, un escritor de origen indio, criado en USA pero que vive en Japón  y que dice algo muy muy cierto: «tenemos muchísimo menos control sobre el mundo, sobre nuestra realidad, del que creemos pero tenemos muchísimo más poder en cómo respondemos a lo que nos ocurre del que creemos.» Escuchar Sugar Calling es como sentar en las piernas de tu abuelo convencido de que él sabe mejor que tú lo que corre, sabe cómo sobrellevarlo y sabe que todo saldrá bien. Cheryl es muy americana y, a veces, tiene un tono de voz demasiado cursillo pero merece la pena sobrellevar esos momentos porque es muy buena entrevistando y enriquece las conversaciones con aportaciones sobre su vida que también son interesantes.

Para los que no dominan inglés, en la web están las transcripciones completas de los episodios.



Episodio: os dejo enlazado el de Margaret Atwood que es además de tranquilizador, divertido.  
Duración: creo que 30 minutos. Jamás he llegado al final.


3.- The Slightly Foxed Podcast es mi última recomendación por hoy. Slightly Foxed es una revista literaria inglesa que nació hace unos años de la mano de dos señoras editoras que decidieron montarla después de que la editorial en la que trabajaban fuera adquirida por un gran grupo editorial demasiado interesado, para ellas, en publicar best-sellers. El propósito de la revista era dar a conocer libros publicados hace muchos años e injustamente olvidados o libros que nunca habían sido tenidos en cuenta y que, para ellas y los colaboradores que reclutaban, merecían ser dados a conocer. En la revista que publican cada trimestre hablan de libros y además editan esos mismos libros en una ediciones maravillosas.

Y ¿de qué va el podcast? Pues de estas señoras y otras y otros sentados alrededor de la mesa de la cocina que tienen en la revista hablando de libros o de cosas que tienen que ver con el mundo de la lectura. De fondo se oyen los ladridos de los perros que, parece ser, campan a sus anchas por la redacción. Normalmente cada episodio tiene un hilo conductor:  hablan de libros de viajes,  recomiendan biografías, invitan a dos o tres dueños de librerías a que cuenten cómo se vive de vender libros, comentan los secretos de la edición, confiesan qué quieren leer para salir de su zona de confort o dedican el programa a comentar a un autor. Todo con calma, educación y un estupendo acento británico.

Encontrar un buen podcast de libros es complicado porque lamentablemente con mucha frecuencia caen en dos errores: convertirse en una entrevista promocional o dedicarse solo a las novedades. The Slightly Foxed podcasts no cae en ningún de ellos y consigue que te apetezca ir a su web para ver de qué libros han hablado y ponerte a leerlos enseguida. Además, en su web puedes suscribirte a la revista, adquirir los libros que editan además de un montón de objetos muy apetecibles como bolsas, cuadernos, lápices, etc.

Podcast: Slightly Foxed Podcast.
Episodio: Todos son estupendos, pero dejo enlazado el de los libros de viajes.
Duración: 30-40 minutos





Por último, os dejo el enlace a mi colaboración en Podium Inside donde me podéis escuchar hablando de Get Sleepy y Sugar calling además de alguna cosa más.

Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a decírmelo. Me hará ilusión.


martes, 5 de mayo de 2020

Lecturas encadenadas. Abril

Abril ha pasado volando, no puedo decir otra cosa. La percepción del tiempo en estos días es algo a lo que debería dedicar más tiempo y quizá lo haga si encuentro el momento. Con la lectura me ha pasado lo mismo, no encuentro el momento o, mejor dicho, creí que en confinamiento tendría más tiempo y leería más y me he encontrado con que, al final, dedico el mismo tiempo a la lectura que cuando entraba y salía de casa a mi antojo. No he leído más ni tampoco mejor. 

Al lío. 

Oficio de Dovlàtov esperaba en mi estantería de los Reyes Magos y si hay un buen momento para leer sobre soviéticos es, sin duda, un confinamiento y una situación inimaginable que te haga capaz de entender cualquier situación que hasta hace poco no hubieras entendido. 

El título de este libro describe perfectamente de qué trata, Dovlátov va contando cuál es su oficio, cómo su oficio, el periodismo, la escritura, le llevaron de un lado a otro en su vida. Desde sus primeros relatos en el colegio, los trabajos en revistas absurdas enfrentándose permanentemente a la censura o la ridícula burocracia soviética, pasando por Tallin hasta que llegó a Nueva York. Su vida desde que era "un prometedor escritor desconocido" que es lo máximo que se puede ser porque todo es posible dentro de esa descripción hasta que empezó a publicar relatos en el New Yorker . Todo lo que cuenta Dovlàtov tiene un toque de irrealidad,  la realidad soviética era en los años 70 bastante absurda y surrealista y, en algunos momentos, hay que hacer un esfuerzo para recordar que aquello fue verdad, que era así. 

La segunda parte, cuando llega a Nueva York me ha encantado. En mi cabeza la ciudad que retrata Dovlátov era como la que aparece en  Los Tres Días del Condor: ese color en la ciudad, los olores, el ruido y el ambiente antes de que todas las ciudades se parecieran y estuvieran pensadas para hacerles fotos y no para vivirlas. En esta segunda parte, los personajes están muy bien construidos a partir de personas reales que emigraron y trabajaron con el autor. Llegan emigrados, huyendo de la situación en la Unión Soviética y en América todo les resulta incomprensible, extraño y, además, descubren que hay cosas que detestan de América.  

«Imagínense la escala de las emociones negativas. Yo diría que las cucarachas se situan en esa escala entre la delicuencia y los repugnantes fósforos de papel. Un por debajo del paro y algo por encima de la marihuana». 

Todo tiene un humor muy absurdo por el choque de mentalidades entre un país y otro, entre las expectativas de los emigrados y la realidad del país. Dovlatov no es para todo el mundo, tiene que gustarte el humor negro y ese tono ruso tan de miseria llevada con elegancia y humor. Me he reído con su humor, con sus reflexiones y con la descripción de las peripecias para fundar un periódico ruso en Nueva York. Todo lo que hacen y les ocurre es tan loco que no podía dejar de pensar en Seinfeld, un Seinfeld de rusos. 

«Siempre me ha parecido que la decadencia avanza a velocidad mucho más vertiginosa que el progreso. Y, por si fuera poco, el progreso tiene límites. La decadencia, por el contrario, es ilimitada».

Leed a Dovlàtov que está de mucha actualidad.  

«Siempre se ha dicho que la libertad de opinión es uno de los mayores logros de la democracia.¡Viva la libertad de opinión!.. Pero con un pequeño matiz: para los que opinen como yo»

Y, además, la edición de Fulgencio Pimentel es preciosa. Me encantan las portadas. 

Europa, parada y fonda ha sido el Delibes del mes. Encontré este libro curioseando por las estanterías de mi madre. Al abrirlo salió un recibo, a nombre de mi padre, de la Libreria Manzano, en la calle Espoz y Mina de Madrid por la compra de cuatro libros por 3.910 pesetas el 8 de marzo de 1982. Imaginarme a mi padre hace 38 años comprando esos libros fue un momento muy especial. 

Este volumen se publicó en 1981 y de todos los "Delibes" leídos este año es el que menos me ha gustado y creo que es  porque ha envejecido mal. A pesar de publicarse en los 80, recoge los viajes que Delibes hizo por Italia, Portugal, Suiza, Alemania y París entre 1957-1960. De estos viajes ha pasado una eternidad y todo ha cambiado en esos países, en nosotros y en la manera de vernos unos a otros. Muchas de las cosas que el autor vallisoletano anota en sus viajes sobre los italianos, los protugueses, los alemanes o los franceses dan ternurita y otras vergüenza ajena. Algunas son muy políticamente incorrectas ahora mismo y otras siguen siendo verdad, incluso más verdad que cuando él las anotó por primera vez. Él sale de España, de Valladolid y examina los lugares de sus viajes siempre comparándolos con su país, con lo que conoce, intentando encontrarle un sentido siempre n referencia a lo suyo, lo nuestro. ¿Son mejores que nosotros? ¿Son peores? Es una actitud que mucha gente sigue manteniendo cuando viaja, esa necesidad de encontrarle sentido  a lo que conoce comparándolo con lo suyo.

Italia le parece un país llenísimo: 

«Italia es una bolsa de kilo donde se han querido meter dos kilos de lentejas. Naturalmente ha reventado ... El fenómelo de la superpoblación que conocemos por las estadísticas entra por los ojos tan pronto se pone pie en el país».

Le llama tanto la atención que haya mucha gente que lo cuenta varias veces: 

«Italia está literalmente llena; es un país donde no quedan localidades. Lo asombroso es como tanta gente puede desenvolverse tan de prisa, simultaneamente y sin tropezarse». 

Le encanta Venecia sin gente, le entusiasma Turín y se enamora de Nápoles. Portugal le parece maravilloso, un país próspero, educado y organizado y su dictador, Salazar, un gobernante ejemplar. Suiza le parece un país feliz pero que no lo parece «El cronista solo puede decir que si los suizos son felices, su felicidad no es una felicidad exultante». En Alemania le escandaliza que se vendan en la calle,  cambio de unas monedas «adminículos anticoncepcionales» y en París le sale una vena un poquito machista y se sorprende porque los hombres franceses hagan la compra, paseen a los niños en cochecitos, cocinen y planchen.

Delibes suena en este libro un poquito cateto y podemos caer en la tentación de que pensar que nosotros somos así pero ¡ja!, muchos siguen viajando así: "como en España en ningún sitio" es una frase que oyes continuamente si te cruzas con españoles en el extranjero. 

Leyendo a Delibes he pesando que no sé cuando volveremos a viajar, que no sé si los nuevos tiempos nos harán tener menos ansias de mirar lejos y nos darán más ganas de mirar cerca, a lo que tenemos al lado y no apreciamos. 

Y en tiempos de gráficos, estadísticas y dibujitos me ha gustado esta reflexión: 

«Uno es ferviente admirador de los cuadros sinópticos, esos diagramas, que en un simple golpe de vista nos revelan la situación de la Bolsa, la producción de acero o el momento demográfico de un país determinado en los últimos cinco años. Mas estas observaciones tan asépticas y concretas siempre le dejan a uno con la duda de si no estarán sometidas a fines publicitarios; resultan demasiado cómodas como que uno se decida a extraer de ellas conclusiones definitivas» 

Los héroes felices de Vea Káiser me miró desde la estantería donde reposaba desde hace dos años. Lo cogí, lo miré y como vi que trataba sobre Grecia y estoy en un año en el que me interesa Grecia, decidí que le había llegado el turno. Los héroes felices es una novela de tumbona y helado, una novelita en la que pasan muchas cosas con muchos personajes que van y vienen. La historia de una familia griega y dos primos, ella y él, criados para casarse y cuyas familias  sufriran distintas vicisitudes a lo largo del ancho mundo. Hay, por supuesto, una mujer guapísima, intenísima y con mucha personalidad a la que yo hubiera abofeteado en el minuto dos y hombres buenísimos  que dan bastante pereza. ¿Recomiendo esta novela? El equivalente en televisión a esta novela sería una de esas tv movies de colores sobresaturados de los fines de semana. ¿Son buenas? No ¿Entretienen? Sí ¿Son fáciles de ver? Se pueden ver en encefalograma plano. ¿Te acordarás al terminarla? Ni de coña pero has pasado el rato.  

Por supuesto no he doblado ni una esquina. 

La última lectura del mes me asaltó desde la estantería mientras estaba en la bici estática. Sufro pedaleando y cuando no puedo más me dedico a intentar adivinar qué pone en los lomos de los libros que me rodean. (La bici está colocada en una especie de despacho con estanterías traídas del despacho de mi abuelo y con libros de varias generaciones). Un pequeño tomo rojo me miró fijamene y al bajarme comprobé que era una edición en papel biblia de varias de las obras de P. G. Woodhouse. Siempre es buen momento para historietas inglesas de señoritos diletantes y mayordomos caústicos, así que he leído ¡Muy bien, Jeeves! Esta recopilación de historias de Bertie Wooster y su mayordomo Jeeves se publicó en 1925. La alta sociedad inglesa, conflictos absurdos, malentendidos, almuerzos, sandwiches de pepinillo, tés a las cinco y vestirse para la cena llenan estas historietas. Leyéndolo pensaba que todas las normas de las sit-com que nos tragamos ahora están en P.G Woodhouse. Los personajes principales, los secundarios que el fiel seguidor reconoce, las anécdotas autoconclusivas y el leve arco argumental que puede percibir tanto el que ve/lee todos los relatos como el que solo ve o lee uno. 

Estoy pensando que todos mis libros de este mes tienen una correspondencia televisiva o cinematográfica: un Seinfeld con rusos, Vente a Alemania, Pepe, una tv movie con colores sobresaturados y una sit com en papel biblia. 

Y con esto y esperando que al final de mayo todo esté más claro, más tranquilo y sigamos todos bien, hasta los encadenados de mayo.


jueves, 30 de abril de 2020

Estos días. Y llegaron ellas.

El 9 de marzo fui a ver a las niñas. No recuerdo si fui exclusivamente a verlas o había algún otro motivo. Volviendo del trabajo había escuchado que en Madrid iban a suspenderse las clases durante dos semanas. Les dije que no fueran al colegio al día siguiente, que no hacia falta y las dos me miraron muy serias y me dijeron que tenían que ir, que tenían que recoger sus libros. Charlamos sobre lo que haríamos el siguiente fin de semana en Los Molinos e hicimos planes para Semana Santa. A partir de ahí nada salió como habíamos planeado. El siguiente fin de semana no llegó, como tampoco llegó la Semana Santa. Lo que llegó fue una cuarentena y un estado de alarma máxima y la decisión que tomamos El Ingeniero y yo de no moverlas, de quedarnos cada uno dónde estábamos. 

Me imagino a mí misma con su edad en estas circunstancias y sé que no lo hubiera llevado tan bien como ellas. No se llega a los cuarenta y siete siendo campeona olímpica de la ansiedad sin llevar entrenando desde la más tierna infancia. Ellas, mis princesas, han heredado de su padre una tranquilidad y una calma que me admira. Durante cincuenta días las he llamado cada tarde después de los aplausos y me han aguantado como han podido. ¨mamá, hoy no nos llames que ya nos vas a ver mañana" 

Se habla de los niños sin salir, de los deportistas, de la gente mayor y a mí me preocupan los adolescentes. Cuando estaban a punto de conseguirlo, cuando estaban rozando la línea de salida de la independencia, del ir y venir, de quedar con amigos, ir a conciertos, disfrutar de las fiestas de los pueblos más allá de los coches de coche, de quedar para echar horas estudiando en la biblioteca, de enamorarse y ligotear sin parar, de vivirlo todo por primera vez creyendo que son los únicos a los que eso les ha ocurrido, les han cerrado la puerta en las narices. En casa, sin salir, y con tus padres. Es como si les hubieran hecho una versión de miedo de Ricky Business.

Ya están aquí, conmigo. Cincuenta y dos días después nos hemos reencontrado. Bajé a recogerlas con todos los papeles legales necesarios,  sabiendo que si me paraban por la carretera lo más probable es que acabara llorando intentando explicarle al policía lo mucho que había echado de menos a mis hijas. Al vernos no sabíamos abrazarnos, como si se nos hubiera olvidado o nos costara volver a tocarnos. Después de muchos años hicimos el viaje de vuelta sin escuchar música, charlando a través de nuestras mascarillas. "Mamá, me mareo de ver tanto". 

Ya están aquí, conmigo. Instaladas en su cuarto, con sus cosas, con sus perros. Tenemos que crear rutinas nuevas y yo me siento casi como cuando nacieron, las miro mientras duermen, cuando desayunan, cuando pasan por delante de mí mientras ando trabajando y me admira que sean mis hijas, que estén aquí, que sean como son. Antes de ir a buscarlas tenía miedo de que ya no quisieran estar conmigo, de no saber llevarlas, de no saber estar, al fin y al cabo, esto también es nuevo: reencontrarnos, en medio de una pandemia, después de cincuenta y dos días. 

Todo está bien ahora. Incluida la certeza de que en un par de días estaremos discutiendo porque han dejado las zapatillas tiradas, porque su concepto de hacer la cama se parece sospechosamente a no hacerla en absoluto o porque tras cincuenta "voy" no hayan ido a ninguna parte. 

Ya están aquí, todo está bien. 

viernes, 24 de abril de 2020

Estos días. Cosas tontas que no entiendo

No entiendo los juegos de cama con una sola funda de almohada muy larga en la que se supone que has de acomodar dos almohadones. No las entiendo, ¿a quién se le ocurrió? No conozco ninguna pareja lo suficientemente bien avenida como para compartir una funda de almohada. ¿Una cama? sí, ¿un pijama? también. Una funda de almohada no hay amor verdadero en el mundo que tener que despertarte cada vez que tu pareja quiere darle la vuelta a la almohada o abrazarse a ella. ¿Por qué tengo una funda de almohada así? No lo sé. En esta casa hay armarios con más misterios que Narnia y más capacidad que un petrolero y cuando cambié las sábanas saqué el primero juego que encontré. Cada noche pienso que odio esa funda de almohada y que al día siguiente la cortaré y haré dos almohadones. Por lo visto, por las noches, me creo Batman. 

No entiendo tampoco que ha pasado con los tenedores pequeños de mi infancia. ¿Por qué ya no hay tenedores de postre en ninguna casa? Incluso en esta casa con cajones inmensos llenos de cosas que dejaron de tener utilidad hace treinta años, los tenedores de postre escasean. En IKEA, ese lugar que nos enseña cómo debemos vivir, no venden tenedores pequeños. Alguien podrá decir ¿para qué quieres un tenedor pequeño? Y yo puedo contestar ¡para comer fresas! ¡para pinchar anchoas! ¡para comer mejillones! Por supuesto tampoco entiendo porqué las cucharitas limpias se acaban tan deprisa. 

No entiendo tampoco el patrón de sueño de mis perros. Si fuera de verdad Batman o si supiera manejar un excel, hacer coordenadas y llevar un registro metódico, monitorizaría los sitios del jardín donde se duermen para intentar saber si responden a algún estímulo, a alguna variable del tipo "aquí da el sol", "me gusta este trozo de pradera" o "me parece que tengo calor en la tripa voy a apoyarla en el frío suelo" o es más bien algo como "qué pereza dar un paso más". Ojalá Turbón hablara y pudiera contarme porque cuando más llueve se tumba debajo del abeto en vez de meterse en la caseta o en otros mil sitios más resguardados. 

No entiendo porqué mi madre tiene menos confianza en mis habilidades que en cualquiera de sus montañeros de Alaska. Entiendo que yo no sé manejar una motosierra ni construir una cabaña ni curtir pieles de marta pero hay alguna cosa creo que sé hacer. Ella no comparte mi opinión.

–No funciona la desbrozadora.
–Mira a ver si han saltado los enchufes. Están en el cuadro y mira donde pone "enchufes". 
–¿Me lo vas a deletrear?

–Ya lo he mirado. Está todo bien en el cuadro. 
–¿Seguro? Voy a mirar. 
–¿El qué?
–Si han saltados los enchufes.
–Pero si vengo de ahí, acabo de mirarlo y ya te he dicho que está bien. 
–Por si acaso. 

Y así paso los días, sin cumplir mis propósitos nocturnos, preocupada por la desaparición de los tenedores de postre y los hábitos de siesta de mis perros y asombrándome de haber llegado a los cuarenta y siete años siendo, por lo visto, una completa inútil.  


PS: he adoptado un look muy años sesenta y llevo un pañuelo en la cabeza para intentar dominar el pelochismo de la cuarentena y las canas.