Marzo ha sido un mes de lecturas espectacular y di una charla TEDx pero eso todavía no toca contarlo.
Al lío.
Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte, de Michelle Dean. Traducido por Laura Vidal. Este libro me lo envío la editorial Turner por sorpresa y según me llegó me puse con él. Me apeteció, sin más. Es un ensayo que recoge la historia de varias mujeres que opinaron sin miedo, siendo muchas veces muy agresivas y sufriendo consecuencias tanto por lo que dijeron o como lo dijeron como por lo que callaron. Es interesante, ameno y crítico. No es una oda a las mujeres, no es una exaltación de lo femenino como una cumbre de perfección a salvo de equivocaciones ni es una letanía por la invisibilidad sufrida en el mundo de la opinión. Dean ni esconde ni justifica los errores: Parker y su final "sin talento", Didion y sus vaivenes sobre el feminismo, Arendt y su tibieza con la segregación o el racismo o el hecho de que muchas tuvieran relaciones con hombres que las manipularon y que se aprovecharon de ellas. En el amor da igual lo listo que seas, todos hacemos el idiota igual.
Dean sigue más o menos el mismo esquema en todos los perfiles, desde Dorothy Parker a Rebeca Mead: qué les hizo famosas, como llegaron a hacerse escritoras, los errores que cometieron, las consecuencias de los mismos, las trifulcas y polémicas en las que se vieron envueltas, sus virtudes como escritoras y también sus defectos, su posición en o frente al feminismo y las relaciones tanto de amistad como de animadversión que desarrollaron entre ellas.
Todas ellas empezaron "fuera", en los márgenes de la opinión escrita y de ahí su acidez, de ahí su empeño en ser afiladas:
«Su estilo polémico en ocasiones provocó que se pasara por alto a estas mujeres, que no se las considerara serias. La ironía, el sarcasmo, la sátira son a menudo las armas de quienes están en los márgenes, el subproducto de un escepticismo natural respecto a las opiniones ortodoxas que es consecuencia de no haber podido participar en su formulación. En mi opinión, deberíamos prestar más atención a cualquier intento de intervención cuanto tiene ese matiz. Siempre hay valor intelectual en no ser como el resto de las personas sentadas a una mesa, en este caso en no ser un hombre, pero también en no ser blanco, de clase alta, y no haber estudiado en la universidad adecuada».
Me ha llamado la atención que casi todas se dedicaran en algún momento de su vida a hacer crítica de cine y muchas se forjaran ahí en la polémica y el enfrentamiento. Ninguna tenía ningún problema en criticar con saña a otros y entre ellas. Eran implacables con las películas y también con los libros. Ahora ya nadie hace eso. Algunas perdieron sus trabajos por esas críticas. Ahora ya nadie hace eso o no se les permite. O quizás es que todos queremos estar sentados a la mesa, ya no estamos en los márgenes, y por eso nos guardamos la crítica, el sarcasmo y la sátira para el "humor" y no para la crítica ni cinematográfica ni literaria. (Hablo de medios "oficiales")
Todas también tuvieron problemas para posicionarse con el feminismo. Y como no hemos inventado nada, muchas fueron acusadas, en sus épocas, de malas feministas.
Me quedo con esta conclusión de Dean al final del libro:
«Las expectativas que tienen las mujeres, las unas respecto a las otras, la manera en que nos medimos las unas con las otras, nos ilusionamos y también nos decepcionamos, en eso consiste, al parecer, ser una mujer que piensa y sala sobre el acto de pensar, en público».
«Acabo de leer sobre un tío que escribe cómics y parece interesante. Se llama Nick Drnaso» «Vale, del que hablan en el artículo no lo tengo pero este fin de semana te llevo otro de él» Y así es cómo, gracias a mi proveedor habitual de cómics,
Beverly de Nick Drnaso llegó a mis manos. No se parece a nada que haya leído o visto antes. El dibujo es frío, cuadrado, rotundo. Los personajes llenan las viñetas, parecen esculturas a las que les cuesta un mundo moverse. Todo parece suceder a cámara lenta, como en cuadros fotográficos superpuestos. Minimalismo para que el espectador sienta agobio, para que todo el tiempo esté esperando que algo siniestro ocurra aunque la viñeta sea de una pareja conduciendo o un hombre yendo en metro. El agobio es tanto que pasas a la siguiente viñeta esperando encontrar alivio pero no lo hay, no hay escapatoria en el mundo de Nick Drnaso. Beverly está compuesto de varias historietas que están interconectadas pero de manera muy muy sutil, hay que estar muy atento para ver ese hilo.
Si hubiese leído este cómic sin conocer al autor no sé que hubiera pensado pero tras leer
su perfil en New Yorker, sus dibujos dan la sensación de plasmar su mundo, lo que contaba en la entrevista. Leerle me causó tristeza y también lo hizo Beverly. Es asomarte a algo que no quieres ver aunque sabes que existe: la crueldad, la incomunicación, la desconfianza entre personajes que no son ni excepcionales ni especiales. Es la cara oscura de la vida normal.
Fugitiva y reina de Violaine Huisman. A principios de mes recibí un correo de una amable desconocida que me contaba que era lectora de este blog y que me quería enviar un libro que recientemente había traducido. Me confesaba que le daba miedo por si no me gustaba pero que le hacía ilusión y además creía que me podía gustar. La desconocida se llama Irene Aragón González, el libro era éste y resultó que no tenía por qué haber tenido miedo porque me encantó a pesar de su horrorosa portada (lo siento, editorial Hoja de Lata) y la aterradora frase que viene en la faja: «Premio al libro más hermoso de la primavera».
Si os fiáis de mí, corred a comprarla y leerla sin leer el siguiente párrafo para que todo sea sorpresa.
Es una historia autobiográfica sobre la propia madre de la autora pero, por fin, alguien habla de su madre sin que suene a cuento de Disney, ni ser admirativa hasta el ridículo, ni elogiosa hasta la vergüenza ajena, ni cuenta una historia de superación. Al éxito de esta historia contribuye su estructura en tres partes. En la primera, para mí la más brillante, Violaine desde sus ojos de niña habla de su madre, una madre a la que intuye diferente, amenazante a ratos, cariñosa en otros pero que las necesita a ella y a su hermana tanto como ellas la necesitan a ella. La quieren, la temen, la protegen, la observan, la escuchan, la intuyen y la cuidan. En la segunda parte, de manera cronológica, la historia de la madre se despliega ante nuestros ojos en un tono frío casi de informe policial. Una sucesión de hechos, datos, qué le ocurrió, dónde y con quién hasta hacerla quien es. No hay justificación, ni explicación, no hay compasión ni pena. El tono de Violaine parece decir «esto es lo que ocurrió antes de que yo naciera, antes de que yo pudiera saberlo, antes de que pudiera entenderlo y no importó cuando era niña porque la quería y la temía porque era mi madre». La parte final es la explicación del porqué de este libro.
Violaine es francesa y escribe como todos los franceses: sin pudor y a las bravas. Tiene un estilo preciso, bonito pero sin florituras, concreto y directo. Evocador sin disgresiones. Ves la casa, las habitaciones, hueles el tabaco y escuchas los pasos pero no pierdes de vista la historia.
Me ha gustado muchísimo porque como he dicho antes no es una exaltación a la madre ni un «mi madre no era como las otras madres pero el mundo la hizo así y yo ahora la entiendo y blablablabla».
«Madre y puta, sumisa y lasciva, consentidora y arisca, ubre y matriz, dependiente y dominada. Las madres tenían todo que perder y mamá lo había perdido todo, poco a poco, empezando por sí misma».
Una madre avasalladora a la que querían con ferocidad porque sabían que ella las necesitaba.
El perro bizco de Etienne Davodeau fue el segundo tebeo del mes. Una historieta intrascendente sin mucho misterio pero que transcurre en las salas del Louvre protagonizada por uno de sus vigilantes y una comisión secreta que decide lo que pasa y no pasa en el museo. Curioso.
Carr se sienta a escribir sobre su vida. Un ejercicio doloroso y casi masoquista. Hasta los treinta años su vida fue una vorágine de alcoholismo, adicción, drogas y violencia que destrozó la vida de muchas personas tanto durante los tiempos más duros como cuando decidió rehabilitarse. Carr empezó a beber, a esnifar coca, después a fumar crack y acabó inyectándose directamente la cocaína en un camino de degradación que no terminó hasta que una noche, desesperado por conseguir más droga, metió a sus hijas gemelas de meses en el coche y las dejó aparcadas en la calle mientras él entraba en casa de su camello a drogarse. Al salir y darse cuenta de que milagrosamente seguían vivas decidió rehabilitarse.
Cuando Carr decide escribir sobre su vida se da cuenta de sus recuerdos son vagos, inconexos y que necesita hablar con quienes estuvieron allí con él. Y lo que descubre no solo es que ha olvidado momentos, anécdotas o horrores sino que incluso sus recuerdos más nítidos, todo lo que él está convencido de que pasó, tiene otra versión completamente diferente contada por otra persona.
«Todos recordamos las partes del pasado que nos permiten afrontar el futuro. Los arquetipos de la mentira –piadosa, dolorosa, práctica– se dan a conocer cuando se apela a la memoria. La memoria, normalmente, responde con patrañas».
El 12 de febrero de 2005, el día que yo cumplía cuarenta y dos años y estaba inmersa en mis días iguales, David Carr se desplomó en su mesa del New York Times y murió de un infarto. Me quedo con esto que escribió sobre la muerte de su madre:
«Verla morir fue como ver una carroza gigantesca que se adentraba despacio y con elegancia en el agua».
La noche de la pistola es una crónica necesaria de lo que significa ser un adicto que creo que hay que conocer para entender y horrorizarse entendiendo.
Un buen día de marzo, Aroa Moreno era librera por un día en Tipos Infames. Una excusa buenísima para verla a ella, visitar a los Infames y ver a un par de ilustres lectores de este blog: Nan y Portorosa. Aquella tarde compré
Claus y Lucas de Agota Kristof (traducción de Ana Herrera y Roser Berdagué). Me fié de Aroa y nunca podré agradecerle bastante el descubrirme esta maravillosa novela. Salid a comprarla ahora mismo y leedla.
Agota Kristof era húngara y vivió la II Guerra Mundial. Posteriormente abandonó su país y emigró a Suiza donde en los 80 publicó las tres novelas que tienen como protagonistas a los gemelos Claus y Lucas: El gran cuaderno, La prueba y La tercera mentira que Libros del Asteroide acaba de publicar en un solo volumen. No puedo contar nada del argumento sin reventar la sorpresa que creo que debe ser total para que si alguno se anima a leerla la descubra como yo: quedándose sin palabras.
Pocas veces, muy pocas veces, he leído una crónica de la crueldad y de la maldad más terrible. Crueldad y maldad a la que te enfrentas con rechazo en un primer momento pero con la que te descubres poco después empatizando. Es una crueldad que entiendes y ese entendimiento la hace a tus ojos menos crueldad lo que te hace preguntarte si tú no te estarás convirtiendo también en alguien cruel.
Agota tiene un estilo cortante, seco, con frases cortas que encajan como piezas de puzzles para contar unas vidas llenas de miedo, secretos, frío y sospecha.
«Estoy convencido, Lucas, de que todo ser humano ha nacido para escribir un libro mediocre, da igual, pero el que no escriba nada es un ser malogrado, que ha pasado por la tierra sin dejar ninguna huella».
Claus y Lucas tiene muchas papeletas para convertirse en el mejor libro que he leído este año. Ya estáis tardando en leerlo.
Y cruzando los dedos para que este mes sea igual de bueno en lecturas y un bizcocho, hasta los encadenados de abril.