martes, 12 de marzo de 2019

Ser ex pareja

Todos conocemos buenos padres, madres, hermanos, tíos, amigos, compañeros, parejas... muchos menos conocemos buenas exparejas. «Puf, Fulanito se separó y se lleva a matar con su ex», «Menganita y Zutanito se separaron y solo se hablan a través del abogado», miles y miles de ejemplos así. Te enfrentas a construir, elaborar y limar las mil aristas que tu nuevo yo tiene que pulir para encajar con las mil aristas del nuevo yo de tu ex partiendo del fracaso como punto de partida. El resto de tus relaciones vitales se establecen  sobre un cimiento raso, a estrenar, sin una historia común, ni reproches, ni recuerdos, ni decepciones. Cualquier cosa es posible, también lo malo pero no es su principal querencia o en principio no debería serlo.  En cualquier otra relación el origen es el éxito de esa relación. Con los ex la expectativa es que, si quieres, lo intentes pero lo más normal es que fracases. «Ya verás como acabas a leches» te dicen.

Construir una relación con tu expareja es algo completamente nuevo, es probablemente la relación más difícil de establecer. Es una obligación y una necesidad y no solo por los hijos que tienes en común. Es una obligación para ti misma, para ti mismo. Primero hay que ser capaz de asumir el fracaso de la relación anterior por la que apostaste. Después hay que aceptarlo: "fracasamos" y más tarde verbalizarlo: «Sí, nos hemos divorciado». «Sí, ya no vivimos juntos». «Sí, estoy divorciada». Y mientras asumes la misma realidad, las nuevas rutinas, la extrañeza que causa el dejar atrás detalles mínimos que antes ni percibías, te enfrentas a la tarea más difícil: construir una nueva relación con tu expareja que, como tú, está aceptando, asumiendo, verbalizando y extrañando. 

Dos medias naranjas, dos mitades que se creían perfectas se fueron con el tiempo convirtiendo en piezas que nos encajaban, que chocaban, que se arañaban y herían con las aristas, lados y defensas que les crecían. Tras cada choque la distancia aumentaba hasta que fue tanta que se convirtió en insalvable. Construir una relación tu ex, requiere volver a acercarte y pulir tus aristas para que la distancia entre ambos sea razonable, inteligente, cómoda. Lo quieras o no, tienes unos hijos en común que os obligan a orbitaros mutuamente para siempre. Por tus hijos pero no solo. No tienes que llevarte bien con tu expareja por tus hijos, hay que intentarlo por ti mismo, porque llevarte a leches toda la vida con alguien a quien quisiste supone decidir pasar el resto de tu vida con una mochila de mala hostia, desconfianza, miedo, ira y ansiedad. A veces no es posible, lo sé, me lo han dicho mil veces durante estos cinco años, pero creo que a pesar de ser complicado y de costar trabajo, es obligatorio intentarlo. Por lo menos intentarlo. 

La vida no es siempre bonita y no vivimos en una peli americana de buen rollo. No creo que puedas ser amigo tu ex, ni creo que sea necesario, no hay que quedar para hacer planes, ni contarte tu vida, no se trata de eso. Es algo nuevo: ya no eres pareja y no puedes ser amigos, ese es el reto. Esa relación puede ser lo que tú quieras, aquello con lo que estés cómodo y su premisa fundamental tiene que ser que no te ocupe espacio, que no te coma la vida, que te permita estar tranquilo, sin sobresaltos... que no quiere decir sin obligaciones. No es fácil, no se construye en cinco minutos, ni en tres semanas ni en cuatro meses, pero hay que hacerlo, hay que intentarlo con todas tus fuerzas. Y es fundamental no hacer arqueología, no escarbar los restos de lo que fue, de lo que pudo haber sido, no buscar pruebas ni indagar en los resquicios. Cualquier cosa que fue dejó de ser. Y lo que vaya a ser no puede, de ninguna de las maneras, montarse, construirse o equilibrarse sobre un andamiaje de reproches, culpas y acusaciones. Debe construirse sobre los restos de un fracaso, sobre lo que quedó de una relación perdida, destruida pero no olvidada. Es como un yacimiento arqueológico: sobre Grecia construir Roma. 


jueves, 7 de marzo de 2019

Un tiempo que se acabó.

Occasionally elsewhere: by Joseph O. Holmes
Salgo del fisio y atravieso el parque en el que, como no hay colegio en Madrid, no hay una multitud de niños gritando y de padres haciendo pandilla, como habría cualquier otro día a esta hora. En una de las pistas "de los mayores", hay un padre despistado jugando al fútbol con sus hijos y, atravesando el parque, me cruzo con una pareja joven, ella de la mano de su bebé de poco más de un año y él empujando el cochecito con esa cara hastiada que tenemos los padres jóvenes de «esto no es como me lo habían contado». Los miro y pienso que no sé cuando dejamos de venir a este parque, en qué momento el parque se acabó, se terminó, pasó a ser pasado. Es curioso como recordamos los principios pero no los finales. Los finales quedan disueltos, deshilachados en indefinición. ¿Cuándo puse el último pañal? ¿Cuándo hice el último puré de verduras? ¿Cuándo se acabó la avalancha de dibujos infantiles? ¿Cuándo dejamos de venir a este parque, de sentarnos en estos bancos, de mirar a las niñas trepar por el tobogán, correr con el patinete, jugar con la pelota? Sé que no hubo un «ya no queremos ir más» o un «id vosotras solas» pero sé que se terminó. ¿Fue en mitad de un invierno? ¿A la vuelta de un verano? No lo sé. 

Salgo del parque y paso por cuarta vez en los últimos tres días por delante de mi bar secreto y los veo. A él le veo primero, se ha dejado más barba, larga y afilada, casi de druida de aldea gala. Tengo que mirar dos veces para comprobar que sí, que es él. A ella tengo que mirarla tres. Se ha cortado el pelo mucho más corto, más de señora (que es lo que somos) y lo lleva más oscuro, o más claro. No, esa no es la diferencia, lo tiene más ordenado. Están sentados en una mesa del bar secreto, una mesa de aluminio y sillas blancas, con un par de cafés delante y miran sus móviles, cada uno el suyo. Paso por la acera frente a ellos y me quedo mirándoles. Son ellos. Compartimos parque, compartimos tobogán, pista, patinete, balón y pelos desordenados y barbas sin intención. Compartimos miradas de «esto no es como nos lo habían contado» y tardes interminables de arena, llanto y risas. Nos sentamos en el mismo banco. Nos levantamos cien veces a por la pelota. Jamás cruzamos una palabra pero los reconozco. Ellos no lo saben pero  hace tiempo que escribí sobre ellos. «Hay una pareja. El siempre lleva una camiseta negra y ahora se está dejando el pelo largo y barba. Ella es castaña, con cara de buena persona y tener sentido del humor y casi siempre lleva coleta. Jamás hemos hablado pero  hemos  compartido todas las etapas: tardes en los columpios y tardes en la vallita vigilando que no comieran mucha tierra. Tardes de llegar con el periódico y no abrirlo. Ahora llegan, como yo,  a deshora. Sin cochecitos, ni palas, ni nada. Como mucho una pelota. Tienen  dos niños que juegan al fútbol en la jaula».

Ellos no lo saben pero son el gatillo que dispara mi nostalgia de un tiempo que no sé cuando se acabó. Ellos no saben que existo, no me ven, no me recuerdan pero por un momento pienso en sentarme y preguntarles ¿Cuándo dejamos de venir al parque? 


lunes, 4 de marzo de 2019

Lecturas encadenadas. Febrero


Febrero es uno de mis meses favoritos del año porque es mi cumpleaños, porque todavía se hace de noche pronto y porque, en teoría, es invierno y hace frío. Este febrero ha sido muy muy decepcionante con sus aspiraciones de abril y solo la loca esperanza de tener un agosto templado me ha consolado en los interminables días de cielo azul. Las lecturas han sido bastante reguleras también creo que por un exceso de expectativas por mi parte. Al lío.


«No me voy a comprar nada. Vamos, damos un paseo, husmeamos y ya pero te prometo que no compro nada porque tengo un montón por leer en casa» Pero claro, todos sabemos que la fuerza de voluntad no es mi fuerte así que de ese paseo, en teoría solo husmeador,  por la Cuesta Moyano volví a casa con cuatro libros. Uno de ellos fue Me voy de Jean Echenoz.  Tenía ganas de leer algo de Echenoz y éste fue el que saltó a mis manos. Como siempre no leí la contraportada así que me lancé a él sin tener ni idea de qué iba y, la verdad, es que me lo pasé en grande leyéndolo.

Me encantan los autores franceses porque son muy franceses, lo son a conciencia, con ahínco. En este caso, Echenoz parece estar pasándolo en grande con esta historia de viajes y paseos callejeros. La historia de Ferrer, un galerista de arte, que empieza marchándose y acaba llegando. Entre medias un golpe de suerte, una aventura épica con ecos de grandes exploradores, una historia de amor y hasta la Ertzaintza.

Me gusta como los escritores franceses se miran, se observan y se sacan punta, siempre lo hacen con mucha clase. Nunca sufren remordimientos como los americanos o se encastillan en sus defectos como los ingleses intentando convertirlos en virtudes. Ellos parecen decir «sabemos que somos snobs y muchas veces insoportables, nos vemos desde fuera pero no podemos dejar de ser así» Un francés siempre quiere ser el francés qué es, el de su época, el de su momento, le chifla ser él mismo. Un americano escribe desde el cargo de conciencia: «¡oh, qué horror, soy un monstruo», un inglés escribe desde su isla «soy perfecto, eres tú el que no tienes ni idea», el francés dice «soy insoportable y me encanta serlo». Sé que esto es totalmente subjetivo pero es casi siempre la impresión que saco al leer autores franceses.

¿Recomiendo este libro? Sí, mucho. Leeré más de Echenoz.
«Existen, cualquiera puede observarlo, personas de físico botánico. Las hay que traen a la mente follajes, árboles o flores: girasol, junco, barba. Delahaye, que va siempre mal vestido, recuerda esos vegetales anónimos y grisáceos que crecen en las ciudades, entre los adoquines sueltos de un patio de almacén abandonado, en el hueco de una grieta que se insinuaba en una fachada en ruinas. Insignificantes, átonos, discretos pero tenaces, tienen, saben bueno tienen más que un pequeño papel en la vida pero saben desempeñarlo».
Un lunes por la mañana perfectamente descrito: 
«Y ahora era un lunes por la mañana, lo cual no siempre es lo más deseable: comercios atrancados a cal y canto, cielo encapotado, aire opaco y suelo asqueroso, en una palabra, todo cerrado por todas partes, tan deprimente como un domingo y sin la excusa de no tener nada que hacer». 
Nuestros ayeres de Natalia Ginzburg en una edición del Círculo de Lectores y con traducción e introducción de Carmen Martín Gaite también lo compré en la Cuesta Moyano.

Nuestros ayeres se publicó en 1952 y es la primera novela de la escritora italiana. Cuanta la historia de un familia sin apellido, en una ciudad sin nombre, justo antes y durante la II Guerra Mundial. La novela se estructura en dos partes claramente diferenciadas por el escenario en el que transcurren: la primera parte, la preguerra en la ciudad sin nombre del norte es una historia costumbrista de relaciones entre los distintos personajes de la familia. La segunda, situada en San Constanzo, en un pequeño pueblo del sur transcurre durante la II Guerra Mundial y es casi una novela bélica, una novela de resistencia. El personaje bisagra entre ambas historias, Cenzo Rena es un personaje extraño, complejo que parece a ratos completamente inventado y a ratos un retrato fiel de alguien a quien conoció Ginzburg.

Me ha gustado pero no la recomendaría para empezar con Ginzburg.
«A los padres, decía Danilo, en cuanto acaban de educarnos los tenemos que empezar a educar nosotros, porque es de todo punto imposible dejarlos que sigan siendo como son».
Vidas minúsculas de Pierre Michon ha sido el fracaso del mes y la prueba de que ni todos los franceses son iguales ni yo me riendo ante todos ellos. Michon se encanta, se adora, se observa en el espejo de sus líneas, se columpia en sus combinaciones de palabras que buscan sorprender con una triple pirueta para que le aplaudas con admiración. Y yo no le aplaudo, su estilo me provoca la misma sensación que una iglesia rocoto: dorados innecesarios destrozando una estructura, una buena idea. Me aburrí, me enfadé y lo abandoné en la página 120.

En un capítulo dedicado a una de sus novias dice:
«[Mis cartas] esas fanfarronadas estaban bañadas en una mezcolanza de lirismo gastado y de marrullerías sentimentales. No podía releerlas sin reír y me despreciaba, fogosamente; me pregunto si he cambiado de estilo desde de esas cartas inaugurales a un lector engañado».
No, Michon, no has cambiado de estilo y me resultas insoportable.

El comic del mes ha sido la tercera entrega de El árabe del futuro de Riad Sattouf. En este caso es la entrega que va de 1985 a 1987 y transcurre mayoritariamente en Siria con una breve escapada a Francia, a Bretaña, cuando nace el segundo hermano de Riad.  La niñez, comienzo de adolescencia, de un niño francés que se siente además francés, en un pueblo de Siria mientras va percibiendo la realidad a su alrededor, el hecho de que su madre no encaja, la presencia cada vez mayor de la religión en su vida, las tensiones entre sus padres, todo visto desde su ángulo, un niño. Me interesa su historia.

La última lectura del mes ha sido otro de esos libros aclamados en redes, suplementos culturales y revistas: La primera mano que sostuvo la mía de Maggie O´Farrell. Y me ha pasado como casi siempre con estas lecturas aclamadas: no me ha parecido para tanto. Es una novela entretenida, bien escrita y que se lee como comer pipas. La historia de va de madres, de maternidades, de relaciones y un poco de arte (en esto engancha con el primer libro del mes, el de Echenoz). Para mí, es evidente la influencia de las novelas de Verity Bargate (No, mamá, no y Con la misma moneda) o Barbara Comyns (Y las cucharillas eran de Woolsworth), dos escritoras muy anteriores a O´Farrell que ya trataron el tema de la maternidad desde ese punto de vista rompedor, extraño y nada complaciente. De hecho lo trataron de manera bastante más discordante y extrema de lo que hace O´Farrell y a mí modo de ver, mejor.

La primera mano no es una mala novela, ni mucho menos. Está bien, se lee con agrado, pero no he doblado ni una sola esquina. Es puro entretenimiento y es carne de una miniserie (al tiempo). ¿Hay algo malo en ser entretenimiento? No, para nada. Es una novela que recomiendo para pasar un buen rato, para dejarse llevar. Sin más.

Y con este balance bastante reguero del mes de febrero y un bizcocho, hasta los encadenados de marzo.





jueves, 28 de febrero de 2019

Todas las primeras veces

Walk this way, Xan Padron
Salí del  metro en una estación que no conocía, aunque la verdad es que no conocía casi ninguna porque evitaba, como hago ahora, viajar en metro, e intenté escoger la salida que creía que me iba mejor. Era antes de los móviles, de google, de ir caminando por la calle siguiendo las instrucciones que te da una pantalla. Lo que llevábamos entonces era el plano del metro de Madrid plegado en los bolsillos de los pantalones, cuanto más cochambroso mejor. Llevaba unos vaqueros claritos, una camisa de hombre creo que heredada de mi abuelo, era desde luego vieja porque mi madre me había quitado los cuellos y la tela de finas rayas azules y blancas estaba suave, gastada. Me encantaba aquella camisa. En los hombros, sí era de ese tipo de personas, llevaba un jersey amarillo. No sé que tengo con el amarillo: un jersey, un abrigo, hasta intenté que mi primer coche fuera amarillo aunque acabó siendo blanco. Cuando conseguí salir del metro era otoño. El suelo estaba lleno de grandes hojas caídas de los plátanos de la avenida. Una avenida muy grande que yo no había visto nunca porque esa parte de la ciudad era territorio desconocido, nunca recorrido, jamás visitado, misterioso. La gente caminaba convencida, sola o en grupos, yendo y viniendo con la confianza que da la rutina. Me acojoné. Pensé: ¿qué hago aquí? Deseé no haber deseado tanto estar ahí. Deseé saber a dónde tenía que ir, qué tenía que hacer, que alguien me guiara. ¿Qué hago yo aquí? Me sentí pequeña, desamparada y ridícula. Mis padres andaban de viaje por Hungría y Austria y la súbita conciencia de ser responsable, de tener que encargarme de todo casi me hizo llorar. Pero ¿cómo voy yo a hacer esto? 

Lo hice. Alcancé el edificio que buscaba, la ventanilla que necesitaba y entregué los papeles necesarios. Ya estaba matriculada en la que sería mi facultad durante los siguientes cinco años. No fue tan horrible. 

******

Ayer llegué a mi destino siguiendo las instrucciones de mi teléfono y pensé ¿qué hago aquí? Era una zona de Madrid que desconozco, que no frecuento, que queda completamente fuera de mi área de interés. Aparqué, salí del coche y pensé ¿qué hago yo aquí? Todo el mundo, jóvenes como mi yo del jersey amarillo, iban y venían con confianza, con rutina, sin pensar. 

«Avenida de las Humanidades», «Paseo de la Ciencia», módulo 1, 2, 3, 4, 5... ¿qué hago yo aquí? Deseé no haber dicho que sí, haber contestado «Muchísimas gracias pero no» o incluso haber mentido «Me encantaría pero tengo un compromiso» pero dije que sí. ¿Por qué dije que sí? Desee que no viniera nadie, que hubiera una emergencia. Rocé la gloria cuando llamé a mi contacto y no contestó. A lo mejor había ocurrido algo que me permitía escapar. No ocurrió. 

Ayer volví a la Universidad en una primera vez como conferenciante, charletista o lo que sea. Durante casi seis horas charle con alumnos de depresión y días iguales. Y fue estupendo. 

Al salir vagué por el aparcamiento incapaz de encontrar mi coche. Igual que la primera vez del jersey amarillo, hace veintiocho años, me equivoqué de andén. 

Todas las primeras veces se parecen.