lunes, 4 de junio de 2018

Los días iguales de promoción: Valencia y la Feria del Libro de Madrid

Están siendo días de mucho ir y venir y de ajetreo. Firmas, presentaciones, fotos. Lo mejor de todo, sin embargo, es conocer a los lectores anónimos que vienen a verme, que me sonríen cuando estoy presentando el libro y que cuando se acercan a hablar conmigo me dicen que llevan años leyéndome. Todos esos lectores anónimos, todos vosotros, hacéis que este libro tenga sentido.

Soy una chica con suerte y vosotros sois los mejores lectores del mundo.

El jueves presenté en Valencia. Pinchando en este collage tan chulo que me colado podréis ver alguna fotillo más de esa tarde tan chula con Anna Juan ejerciendo de lectora-presentadora del evento.



Ayer, la cita fue en la Feria del Libro de Madrid, en la maravillosa caseta 57 de Los Editores. Lo pasamos genial y fue un gustazo. También me he currando un collage.




Hay más cosas en el horizonte y ya os las iré contando. También escribiré cosas que no tengan que ver con el libro, no empecéis a refunfuñar.



martes, 29 de mayo de 2018

Cuidaremos de ellos

No puedo escribir tonterías cuando la muerte llega a mi entorno. Y no puedo hacerlo no porque crea que es frívolo o inadecuado o inapropiado, sino porque hoy, durante las horas que paso esperando a poder ir a abrazar a mis amigos, a los hijos de Coca, solo pienso en finales, en la vida cuando se termina y en lo incongruente que es que yo me haya levantado, desayunado y preocupado por la ropa interior que llevo mientras ella ya no está. No puedo escribir porque no puedo dejar de pensar en mi amiga Guada y en sus cuatro hermanos, todos entrelazados por vínculos de amistad, amor, familia y noviazgos más o menos largos con toda mi familia hasta quedarnos sin palabras para definir las relaciones que nos unen. No puedo escribir nada sobre el duelo, la pena, la ausencia porque hoy toca ser de corcho. No tiene sentido hablar del vacío que se abre, del consuelo que buscarán, de la calma analgésica que encontraran en algunos recuerdos y el dolor punzante con que otros, mínimos, casi insignificantes les causarán. No puedo escribir nada que sirva para aliviar el dolor de mis amigos ni para tratar de explicarles la perplejidad que sienten ante el encontronazo con la muerte. No puedo escribir nada y tampoco sabré que decirles, cuando vaya a verles, que les reconforte porque todavía no saben que necesitan consuelo. No puedo escribir nada porque hoy la muerte se ha tragado el aire a nuestro alrededor. 

Hoy tenía pensando escribir sobre todas las cosas que no puedo. Había redactado mentalmente las diez primeras líneas. En mi cabeza el sonido del encadenamiento de los sucesivos «no puedo» tenía ritmo, armonía y gracia. Creo. No puedo recordarlos  porque ya no importan. Hoy solo puedo escribir que ya no escucharé su voz diciéndome: «¡Hola riberita!» y que la muerte es eso, las cosas que ya no serán nunca más. 

Hoy solo quiero escribir: Adiós Coca, cuidaremos de ellos. ¡Qué putada es morirse! 


viernes, 25 de mayo de 2018

Ensayo sobre la ropa

Hay gente que ordena la ropa por colores, por tejidos o por funcionalidad. Yo la clasifico en grupos que no tienen nada que ver ni con colores, ni con  los tejidos, ni siquiera con que sea de verano o de invierno, de fiesta o de diario. Mi ropa se organiza por sensaciones. 

Para empezar tengo la ropa de arropar. En mi segundo año en el campamento de Comillas mi madre me compró una sudadera azul marino con un pequeño dibujo de un gatito y la leyenda Cool Cat. Tenía trece años y me la compró crecedera. En el segundo lavado en el campamento dejó de ser crecedera y pasó a ser enana pero ha crecido conmigo porque a pesar de que sus mangas apenas me llegan a los codos y casi casi me queda ombliguero, la sudadera de Cool Cat sigue conmigo. Tiene agujeros  hermanados con manchas que ya han pasado a ser un estampado más, la goma  hace tiempo que dejó de ser elástica y hay un par de hilos en los puños de las mangas que me cuido muy mucho de tocar porque creo que si tiro de ellos el delicado equilibrio que mantiene la sudadera de Cool Cat viva se vendrá abajo y desaparecerá. La tengo en Los Molinos y me la pongo cuando tengo frío aunque haga cuarenta grados, para dormir cuando tengo pesadillas y me la pongo para escribir cuando no se me ocurre nada. De arropar son también unos vaqueros anchos, heredados de mi cuñado, que me puedo poner y quitar sin desabrocharlos. Están desgatados, los bolsillos están llenos de agujeros y los bajos se están poblando de hilos. Me los pongo cuando me siento libre, traviesa y con ganas de hundir las manos en los bolsillos.  

Tengo también ropa con historia, con más años que yo. Un traje fucsia de mi abuela, la famosa camisa de leñador de mi abuelo, un esmoquin de mi abuelo arreglado para mí que no me he puesto jamás, un abrigo de paño negro con botones como mi puño y con el que me gusta dar vueltas por la calle solo para ver como sus faldones giran a mi alrededor. Un par de faldas hippies de mi madre antes de ser mi madre que llevo guardando años y que, por fin, este año han vuelto a estar de moda. Es ropa recordatorio, me recuerda quién estuvo en mi vida antes de que yo llegara a ella.  

También tengo, como casi todo el mundo, ropa absurda, ropa ridícula que no tiene nada que ver conmigo pero que de alguna manera llegó a mi armario y se resiste a ser eliminada. Llegó cuando intenté ser otra persona y me salió regular. La mantengo por si acaso, en un rapto de valor o por un ictus como el de mi padre, me convierto en otra persona y me atrevo a llevar una falda de leopardo de mujer fatal y un jersey negro de cuello vuelto que a mí me parece demasiado ajustado. Tengo también un abrigo verde de lana de pelos que pica y que me hace parecer un melón gigante fuera de temporada. No lo tiro porque me costó una cantidad absurda de dinero. A lo mejor estoy esperando a ser vieja y espigada y parecer un espárrago cuando me lo ponga. 

En otra categoría está la ropa que no me gusta pero que me han regalado. Nuestras trayectoria vitales se cruzan poco tiempo porque solo se mantienen conmigo el tiempo suficiente para que el regalador me vea con ella puesta... para después desaparecer misteriosamente. (Mi hermana tiene la teoría de que si le regalas algo a alguien y la siguiente vez que le ves lo lleva puesto, es que no le gusta y se lo ha puesto solo para que tú lo veas. He comprobado esa teoría y es cierta). Tengo también ropa de disfrazarse, de parecer respetable, de ir a reuniones, de aparentar profesionalidad.  Ropa de explicar cual es mi trabajo y ropa de ir a fiestas a las que no quiero ir. Tengo ropa de Los Molinos que no resiste la vida de ciudad ni estar lejos de las montañas, es el abuelo de Heidi en mi armario, su sitio es allí y cuando por error la traigo a Madrid  está incómoda, desubicada, como un pulpo en un garaje. Hay pijamas viejos, desfondados, hartos de dar vueltas y ropa de estar en casa con la que, a veces, salgo a la calle para airearla, para que no crea que me avergüenzo de ella, que no confío en su aspecto. 

Y luego está la ropa de ser feliz. No es ropa que me haga feliz porque eso no existe o, por lo menos, no existe para mí. La ropa de ser feliz tiene una historia, sé cuándo, cómo y con quién la compre y cada vez que me la pongo recuerdo todo aquello. Era feliz y esa ropa estaba allí  para que yo la comprara, para ser para siempre un recordatorio de aquel momento feliz. El otro día entré en una tienda casi por casualidad, en una percha colgaba una falda de rayas de colores. La vi y me gustó, pero fue al probármela cuando supe que tenía que comprarla. Ahora cuelga en mi armario esperando el día para estrenarla.Va a ser una falda de ser feliz, igual que el vestido blanco de la tienda de Toulousse o la chupa verde de Normandía. ¿Por qué lo se? Porque sí, porque es lo que le pega. Porque hay ropa que es para ser feliz. 

Quizás mi armario no sea el más ordenado del mundo, quizás sólo parezca ordenado pero en mi cabeza todo tiene sentido. 


jueves, 24 de mayo de 2018

La depresión te borra: Los días iguales en televisión



«La esperanza de curarte es una visión que cuando estás en la depresión no tienes porque la depresión te borra. Eres incapaz de acordarte de cómo eras antes y eres incapaz de pensar que esto que te está pasando, que estás sufriendo vaya a a tener un fin»





Hablar de lo que escribes es siempre complicado, hacerlo en televisión lo es aún más pero creo que lo hice medianamente bien.