jueves, 4 de mayo de 2017

Lecturas encadenadas. Abril

En abril han caído cuatro libros: tres novelas y un cómic. Tres hombres y una mujer. Sólo uno escrito originalmente en castellano. Al lío.

Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace era el siguiente libro para mi taller literario del mes. Es una colección de relatos que me costó dos semanas terminar, primero por falta de tiempo y, segundo, porque a DFW hay que leerlo despacio o te lo pierdes. Los mejores relatos son, sin duda, las entrevistas a hombres repulsivos. Una genialidad de DFW en que la presenta a hombres despreciables, mentirosos, manipuladores, narcisistas y, alguna veces malvados. Lo más increíble ha sido que mientras leía a esos hombres me encontraba muchas veces empatizando con ellos o, incluso, admitiendo sus ideas y argumentaciones como acertadas.

David Foster Wallace lo piensa todo de todas las formas posibles, desde todos los ángulos y todos los puntos de vista. Lo argumenta de una manera y luego le da vuelta, retuerce los pensamientos para que no se le escape nada intentando captar toda la amplitud y todas las derivaciones de cada idea, de cada reflexión. Expone un argumento con toda una batería de poderosas razones y en el párrafo siguiente lo desmonta con igual contundencia. Deslumbra esa increíble capacidad de pensamiento y esa lucidez. 

Tiene muchísimos extractos muy brillantes pero me quedo con su reflexión, presente en varios de los relatos, sobre el papel de víctima, en cómo transformamos el dolor y el sufrimiento en una cualidad que nos eleva por encima de los demás. Ser una víctima, considerarnos así, sufrir, nos hace más, más sabios, más experimentados, lo sentimos así. Es un pensamiento horrible en frío pero consolador en el momento del sufrimiento, sufres por algo, para algo. 
«Estoy diciendo que tenemos una perspectiva tan visceral y condescendiente sobre los derechos y la justicia perfecta y proteger a la gente que no nos paramos a considerar que nadie es solamente una víctima y que nada es solamente negativo y solamente injusto: casi nada es así».
Fuera de las entrevistas breves, me ha gustado muchísimo el relato "En lo alto para siempre", es como estar en un cuadro de piscinas de Hockney. Un delirio de detalles que te trasladan a esa piscina que, para mí, simboliza el momento en el que te haces mayor, en el que eres consciente de que ya no eres un niño. El chico sube al trampolín como se trepa por los años creyendo que lo que se desea, que la finalidad de la vida, es ser adulto, uno quiere llegar a ese sitio inalcanzable que es "ser mayor" representado por el trampolín y el salto a la vida que es la piscina. Una vez arriba, todo se ve diferente, desaparece la magia y uno querría volver abajo, al momento anterior a empezar a trepar por la vida, por la escalera, uno quiere volver al sitio seguro que es la infancia, pero es consciente de que es imposible, no hay vuelta atrás.
«Has decidido que el miedo lo causa básicamente el hecho de pensar»

David Golder de Irene Némirovsky.  Este libro me lo trajeron los Reyes y llevaba años en mi lista porque, desde que cayó en mis manos Suite francesa, leo todo de esta autora. Unas cosas me gustan más y otras menos pero Némirovsky consigue trasladarme a ese ambiente de los años 20, justo antes de que todo se desmoronara, con mucho realismo y mucha crudeza. No hay idealización ni fantasía, probablemente porque era su tiempo, su época, su vida y lo que hace es retratarlo tal cual lo vivía, sentía y sufría.

Esta novela se parece muchísimo a El baile. Me gusta Némirovsky porque no finge que el ser humano es bueno, ni que tiene siempre un trasfondo de bondad y que son las circunstancias y el entorno el que lo hace malvado. Sus personajes malos lo son hasta el fondo de su alma, gente rastrera y despreciable, que el lector odia pero que, como ocurre muchas veces en la vida, se salen con la suya.

Retrata una época  casi impensable o quizá no tanto, quizás exista ahora mismo también, quizás nunca haya dejado de existir, en la que la sociedad vive solo para el dinero, el dinero lo es todo: tenerlo y ostentarlo. Da igual como se haya ganado, el trabajo que haya requerido, los esfuerzos realizados, lo que importa es tenerlo, poseerlo y gastarlo. En este caso el padre, David, un viejo judío acaudalado representa la ética y la épica del trabajo, con sus miserias y traiciones pero con cierto fondo honorable. Su mujer y su hija son despreciables, avaras, egoístas, miserables, irresponsables, malvadas, manipuladoras. No hay ni una concesión hacia ellas, ni un atisbo de algo que no provoque rechazo en el lector, un rechazo profundo y visceral.

Es una novela terrible y muy cruel que contrasta en su fondo con el espacio en el que transcurre gran parte de ella, el feliz Biarritz de los años 20 con todo su lujo, frivolidad y superficialidad.


Detrás del hielo de Marcos Ordóñez. A Marcos Ordónez le tengo un cariño especial, y como son los cariños verdaderos, es desinteresado, sincero y, a prueba de desilusiones. Tras leer esta novela sigo queriendo a Marcos Ordóñez a pesar de que esta novela me ha parecido un pestiño, algo obvia y sobre todo un inncesario batiburrillo de muchas cosas. En defensa de Ordóñez y por el cariño que le tengo, he de decir que es una novela de 2006, reeditado once años después y que durante esos años ha escrito cosas muchísimo mejores. ¿Era necesario reeditarla? Creo que no, pero yo que sé, no soy editora.

¿Qué cuenta Detrás del hielo? Cuenta la historia del despertar a la vida de Klara con K, junto con Oscar y Jan. ¿Algo nuevo? No, pero el problema no es ese. Lo bueno de la literatura, de las novelas es que pueden contarte lo mismo un millón de veces y que todas sean distintas. El problema es cuando la manera que eligen para contártelo se parece a todas las que has leído antes, no aporta nada y sobre todo, sobre todo, flota en la nada. Ordóñez coloca esta historia en un país imaginario, Moira, con un gobierno de izquierdas, comprometido y correcto que se ve arrasado por un populismo de derechas que conquista el poder. ¿En qué tiempo ocurre todo? No lo sé, no sé si es 1948 o 1970 y, ese es el mayor problema de la novela que flota en la nada, le falta anclaje, le falta realidad, le falta cimiento. Leyendo me sentía como si Ordóñez quisiera contarme un conflicto real, unas vidas reales en un país mágico. ¿Por qué ha tomado esta decisión narrativa? ¿Por qué no situarlo en un entorno y una época que él conociera? ¿Por pereza documental? ¿Por tener máxima libertad narrativa al poder inventártelo todo? Quizás, no lo sé. El problema es que esa falta de realidad en el "decorado" resta credibilidad al resto de la historia,  a los personajes, a los conflictos. No sé si me explico, pero en vez de ver cine, estás viendo una tv movie.

En defensa de Ordóñez diré que es una novela que se lee sin más, sin problemas, sin aburrirte (casi) pero sin dejarte huella, como una tv movie.
«Oskar sonreía como si me viera por primera vez. Esa es la sonrisa que prefiero en un hombre. La sonrisa de la curiosidad alegre, de la eterna primera vez». 
El cómic del mes ha sido Yo, Réne Tardi. Prisionero de guerra en Stalag IIB de Tardi. Trata, obviamente sobre la II Guerra Mundial, sobre los campos de prisioneros de guerra en Alemania. El padre de Tardi, a petición de éste, rellenó, al final de su vida, unos cuantos cuadernos con su historia  y sus recuerdos de la guerra y sus cinco años en un campo de prisioneros en Pomerania, al norte de Prusia. El propio Tardi se introduce como personaje en el cómic y aparece en las viñetas interpelando a su padre, haciéndole preguntas y lamentándose por no haberle preguntado en vida determinados detalles que han quedado sin aclarar. Más que contar la historia de su padre lo que hace es ilustrar la historia de esos cuadernos. Leyéndolo tenía, a veces, la sensación de estar viendo La gran evasión por la cotideaneidad que el padre de Tardi da a los detalles: el hambre que pasaban, el frío, la manera de dormir, de cagar (me fascina como este tema tan escatológico tiene una importancia crucial en condiciones de supervivencia extrema), lo que fumaban, cómo se entretenían, en qué pensaban. Es cómo si centrarse en los pequeños detalles les alejara de la consciencia de lo terrible de su situación o, quizás, es que esos pequeños detalles a los que no damos importancia en el día a día se revelan como lo verdaderamente importante de la vida cuando estamos privados de todo lo demás: qué comer, cuando y como cagar, cómo abrigarnos, conseguir dormir.  Es un comic interesante pero sólo si te gusta la II Guerra Mundial.  

Termino este post de lecturas encadenadas con algo que me da mucha vergüenza. Es un libro que no he leído aún pero que he escrito en parte: Vástagos de la editorial Next Door.  Para todo hay una primera vez y, en este libro, que recoge diez relatos sobre la maternidad está mi primer relato de ficción (que es sobre la paternidad), se titula «El jardinero desubicado» y empieza así: 
«¿Has empezado a sospechar que en tu casa se habla un idioma que no entiendes, un lenguaje cifrado al que no tienes acceso?
¿Encuentras prendas en el cesto de la ropa sucia que te hacen ruborizarte al poner la lavadora? ¿Te avergüenzas por ruborizarte?
¿Te has comprado un pijama en los últimos seis meses?
No estás solo. No eres el único. Somos muchos. Conéctate a nuestra web y participa en nuestras reuniones on-line semanales, un espacio para exponer tus dudas y preguntas y sentirte comprendido».
Por si os apetece echarle un vistazo a mi relato y a todos los demás escritos por otras nueve mujeres e ilustrados por Mónica Lalanda.

Y con esto,  un bizcocho y una tonelada de astenia primaveral hasta los encadenados de mayo.



martes, 2 de mayo de 2017

Despelleje Gala MET: la parada de los despropósitos

Si lleva plumas y peluca es la MALA. 
Se ha celebrado la gala anual del MET que es básicamente una fiesta de disfraces con un tema aleatorio decidido por alguien MUY MALVADO  y que a los invitados les vale para justificar cualquier mamarrachada.

La gala del MET en diecinueve sencillos despropósitos:

1. Cuando se te va la mano subiéndote los leotardos pero aún así se te siguen cayendo.

2. Si brilla como un pavo, posa como un pavo y tiene plumas. Es un pavo.

3. Si posa como un pollo, es de color pollo y tiene plumas. Es Piolín.

4. Cuando te agarra una crisis de imagen brutal y lo único que te apetece ponerte de tu armario es un plumas y unos zapatos sin sacarlos del envase de poliespán. 
6. Mi abuela tiene un sofá como tu vestido. Y mi tía unas cortinas. 

7. Me he puesto a recortar y he descubierto que la papiroflexia es mi pasión.

8. Todos somos revolucionarios pero solo yo soy necesaria que para eso soy francesa. El Ché.


10. Tus propias rastas como complemento. Me faltan piedras para empezar a lapidarle. ¿lleva un collar con los dientes del Ratón Pérez? 


12. ¡Pobres almas en desgracia! Siempre quise ser Úrsula, la bruja del mar. 

13. A mí me dijeron que iba a llover. A cántaros

14. Si parecen cadáveres y van vestidas de cadáveres, están muertas.

15. Cuando llegue a diez, harás lo que yo quiera. Mírame fijamente. 

16. The Ring o cuando soy la diseñadora y se me han quitado todas las ganas de diseñar algo y voy del cine de las sábanas blancas.  

17. Naomi Campbell con un señor que parece un extra de "El príncipe de Zamunda". 

18. Arsa. La flamenca de whasap. 

19. Deconstrucción de cortinas de piso a la venta en idealista. 


viernes, 28 de abril de 2017

Detéctame esto, Securitas Direct

Querido Jefe Supremo de Securitas Direct, 

Le escribo esta carta desde la honda preocupación que siento por su negocio porque sospecho que, usted, es ajeno a lo que está ocurriendo. Me cuesta imaginar como es posible que no sea consciente del desaguisado que se está cociendo en su propia casa y sólo alguna desgracia, del tipo auditivo como la que aquejaba a Beethoven o del tipo solitario como la de Robinson Crusoe, en cuyo caso tendré que meter este mensaje en una botella, podrían explicar el hecho de que usted permita su actual campaña publicitaria. 

Mire, no sé como decirle esto pero se lo voy a decir: Sus cuñas de radio constituyen, sin duda alguna, una de las más, si no la más espantosa, equivocada, innecesaria y sobre todo contraproducente campaña de marketing que he sufrido nunca. Se estará preguntando usted, ahora mismo, si soy soy experta en la materia. Para nada, no sé nada de marketing ni de publicidad pero Sr. Jefe Supremo, yo soy su público objetivo y odio con toda la fuerza de mi ser a su empresa.

Soy perfectamente consciente de que sus alarmas están pensadas para gente que, como yo, vive en una casa con cosas dentro a las que tiene cierto cariño aunque no valgan un pimiento y me inquieta pensar que las atroces cuñas de radio con la que está bombardeándome, a mí y a los que son como yo, que son miles, no sólo no consiguen convencerme  de comprar sus alarmas sino que me provocan un rechazo brutal, una hostilidad sin límites y deseos irrefrenables y muy firmes de correr a comprar la competencia. Hay días, incluso, que tengo ganas de coger todas mis cosas, amontonarlas y prenderles fuego con gasolina mientras grito «Toma esta, Securitas Direct, TOMA, TOMA, ya no necesito tus malditas alarmas»

Se estará usted preguntando ¿tan horribles son? No, no son tan horribles, son lo peor que se ha hecho nunca en forma, fondo y sobre todo cantidad. ¿Sabe usted la cantidad de dinero que está tirando en cuñas de radio solo para que la gente les odie? ¿Por qué esa manía de ofender a sus potenciales clientes creyendo que no tienen memoria a corto plazo y necesitan que ustedes les acojonen cada 20 minutos con sus cuñas? 

Primero fueron a por los que eran unos despreocupados de la vida con la cuña en la que la madre llama por teléfono a regalarles una alarma. Bien jugado pensé, seguro que hay gente pensando «con tal de que mi suegra no se meta en mi vida, compro yo solo la alarma». 

Después fueron a por los que tienen un negocio con la terrorífica cuña sobre robos en tiendas que acaban en destrozos, cierre temporal de negocio, pérdida de stock y los protagonistas viviendo debajo de un puente por las deudas. Si tus habichuelas dependen de tu negocio, entiendo que te aterraras y compraras la alarma. 

Agotadas estas dos vías sus secuaces, Sr. Jefe Supremo ,idearon más maldades, acudiendo a los instintos más básicos del ser humano. Para la envidia idearon la cuña de «Marisa, vamos a cambiar la alarma porque todos los de la calle tienen securitas direct y no vamos a ser nosotros los únicos que no» «Dale Paco, que se note que somos como los demás». Ahí, apelando a la envidia vecinal de adosado que, como todo el mundo sabe, saca a relucir lo peor de cada casa.

Para el miedo a perder el trabajo idearon la cuña del acojone. «¿Y Merche?» «Se ha cogido unos días porque le entraron a robar en casa y tiene mucho miedo y está regular». Inmediatamente, el oyente no piensa en Merche, ¿a quién le importa Merche?, piensa en qué significa "cogerse unos días". ¿Merche se ha cogido vacaciones del susto? ¿se ha ido de baja? ¿eso no tendrá consecuencias en su trabajo? ¿qué le pasaría al oyente si hace eso? Mejor se pone la alarma, a ver si va a entrar un ladrón a robarle su mesa de ping pong y su llavero de Batman y se queda sin trabajo del susto. 

No contentos con esto, acudieron a un tercer instinto básico y fundamental de la humanidad: las ganas de coger vacaciones. «Me vuelvo a casa, Mari Carmen, me ha llamado mi madre y me han robado». «Pero si tienes todo pagado» El oyente, que acaba de pagar su apartamento en Torrevieja, entra en pánico. Además de la talegada por el cuchitril resulta que va a tener que volverse a casa a toda prisa porque le han robado la lima de uñas y el pimentero de recuerdo de Praga. 

¿Ya? No. Las mentes diabólicas siguieron ampliando el espectro de público objetivo. Primero fueron los que no querían que su suegra se metiera, luego los que tenían negocio, luego los que se habían comprado chalet, luego los que tenían un curro, luego los que ahorraban unas perrillas para irse de vacaciones. ¿Qué quedaba después? Los que tienen familias felices. 

«Los ladrones saben que vas a salir a cenar en Nochebuena con tu familia, a celebrar las fiestas y aprovecharan esos momentos en los que no hay nadie para entrar a robar» 

Vamos a ver, ¿se puede ser más ruin? ¿Sabe usted las peleas familiares por organizar las cenas que ha ocasionado esta cuña? «Manolo, dile a tus hermanos que este año cenamos en casa» «Tarde, ya ha dicho mi cuñada Elvira que en su casa»

¿Y después de arruinar las familias felices? ¿qué quedaba? La gente que no va de vacaciones, que no tiene dinero, que solo sale con el mantel y la tortilla los sábados por la noche al merendero. 

«Con la llegada del buen tiempo hacemos planes al aire libre y los ladrones aprovechan para robar» 

No se vaya todavía, aún hay más. ¿Qué era lo que quedaba? ¿Qué reducto de población se resistía a su asedio? ¿Quienes eran los últimos irreductibles? La gente sin trabajo, sin vacaciones, sin familia, sin amigos, los ermitaños. 

«Los robos más peligrosos son los que se producen cuando estamos en casa, compra nuestras alarmas con detección anticipada de ladrones»

Estimado Sr. Jefe Supremo, tenga cuidado. Usted está a dos cuñas de radio de vender alarmas para los propios ladrones. Una sofisticada tecnología que detecte los pensamientos delictivos del ladrón mientras recién levantado se mira al espejo, se rasca el culo y piensa en robar en casa de Mercedes, «Paco, Paco, deja de pensar en eso que es delito y te mando a la policía», y acabar así con su propio negocio. 

Y yo, yo estoy a dos cuñas de radio de comprarme un pañuelo y un antifaz y hacerme bandolera, sólo por fastidiar.  

Atentamente, 

miércoles, 26 de abril de 2017

A veces, voy a fiestas


A veces, voy a sus fiestas. 

A veces, a esas fiestas quiero ir y no quiero ir. Me entusiasmo y al mismo tiempo busco excusas. A veces, para ir a esas fiestas me cambio de ropa veinte veces, aunque sé que da igual, que lo que había decidido ponerme al principio es lo que acabaré llevando. A veces, casi siempre, llego tarde a esas fiestas aunque no me lo proponga. Casi siempre, también, justo antes de entrar me pongo muy nerviosa y pienso que haré el ridículo y que no pinto nada. Sé que no es verdad pero lo pienso. También, justo antes de llamar a la puerta, me digo a mí misma «un solo vino y después no dejaré que ningún camarero me rellene la copa». Siempre sé que no será verdad.

A veces, en esas fiestas, cuando ese único vino ya ha alcanzado un número que prefiero olvidar, hablo con gente que no conocía hasta ese mismo momento y me sorprendo porque parecen encontrar lo que cuento bastante interesante, divertido incluso. Nunca sé si es cierto, me lo imagino, o sólo están disimulando; pero sé que cuando lo recuerde, al día siguiente, optaré por creer que sólo fingían. 

A veces, en esas fiestas, me aparto un poco para verme. Miro las flores, los vestidos que cuelgan de las paredes, a los camareros guapísimos que me sonríen al acercarse con la botella de vino, y a mis amigos que charlan y se ríen. «He hecho bien en venir». 

—Me voy ya.
—No te puedes ir tan pronto. Te relleno la copa. 
—Tengo que irme. 
—Un rato más, venga. 

Ni es pronto, ni será solo un rato. ¿Cuánto tiempo es un rato? ¿Hay una medida de tiempo más indefinida que el rato? En mi caso el rato dura siempre hasta que es demasiado tarde, pero eso no lo sé nunca hasta que estoy en mi cama. 

A veces, voy a fiestas y, en las fotos, sonrío para dentro para que no se me escapen. 

jueves, 20 de abril de 2017

Cincuenta huevos duros

Bajo al comedor como si fuera Paul Newman en El Indomable o Robert Redford en Brubacker. No llevo uniforme azul y estoy a un millón de años luz de su atractivo pero mi actitud es la misma: podéis darme bazofia de rancho pero siempre me quedará mi dignidad. Dignity, always dignity, como dice Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia. 

¡Qué sorpresa! Otro día más en que no queda pan, no hay tenedores, el único cuchillo que queda en el cajón  tiene el mismo filo que un balón de fútbol y más mugre que ese mismo balón y tampoco queda agua. Cojo mi bandeja y el mantelito de papel y la empujo con desgana por el autoservicio hacia el patíbulo. ¿Qué sorpresas me encontraré? 

—No hay tenedores. 
—Es que venís todos a comer a la vez y los gastáis. 
—¿Perdona? ¿Y cual es tu plan? ¿Que los usemos por turnos? ¿O que vengamos a comer a las seis de la tarde?
—Es que venís, coméis y os ponéis a hablar. 
—Entiendo, el plan un único tenedor para unirlos a todos en silencio ¿no?

Me mira sin entenderme, claro.

—No hay agua.
—La tenemos aquí escondida, ahora te doy. 
—¿Escondida? ¿Por qué?
—Porque la gastáis. 
—Vaya, en qué estaríamos pensando, lo que deberíamos hacer es tragarnos el engrudo del día a palo, ¿no?

Me mira sin reírse, claro. 

—No hay pan. 
—¿Hoy quieres pan?
—Sí, ¿no te viene bien?
—Nunca comes pan.
—A lo mejor es porque nunca hay. 
—¿Y hoy por qué quieres?
—Porque me apetece y además es algo que puedo comer sin tenedor. Ja. 

Me mira sin más. 

—¿Y el ticket? 

Todos los días igual, todos los puñeteros días desde hace cuatro años lo mismo, la tortura del ticket. Te pide, te exige el ticket como si fuera un salvoconducto, como si regentara un restaurante de lujo o la única cantina abierta en una de esas carreteras infinitas que cruzan Estados Unidos. Y todos los días miro debajo del móvil, meto las manos en los bolsillos del vaquero, en los de delante, en los de detrás, en la chaqueta, porque sé que lo he cogido pero no sé dónde lo he puesto.  

—Joder, lo tenía aquí. 
—El ticket.
—No lo encuentro. Mañana te lo bajo. 

Su cara se descompone en una mueca, en un gesto de maldad que yo identifico con el de los guardias de fronteras en las películas, en ese personaje que cuando el protagonista está a punto de cruzar al otro lado, de llegar a su destino, de alcanzar la recompensa frena su avance con algún requisito idiota. 

—Es que sin ticket....
—Pero vamos a ver,¿Quién te crees que eres? ¿Willy Wonka y esto tu fábrica de chocolate? No hay pan, no hay tenedores, no hay agua, cuentas las servilletas de papel y sé que me vas a servir el primer plato en plato de postre para que parezca que me das más ración, y que vas a ponerme 3 trozos de tomate contados en la ensalada y que torcerás el gesto cuando te pida, otro día más, pollo a la plancha. Conoces mi cara, mi nombre, dónde me siento, mi horario y, sobre todo, ¿de verdad te crees que si pudiera comer en otro sitio vendría aquí todos los días a aguantar esta tortura? 

Me mira mientras piensa. 

—Vale, pero te apunto en la lista. 

Ojalá fuera Paul Newman y, por lo menos, me dieran huevos duros.

Dignity, always dignity. 



*Basado ligeramente en hechos reales.


martes, 18 de abril de 2017

El éxito y el desayuno

Grant Snider 
Entro en la cocina, abro la nevera, saco la leche, la mantequilla, la mermelada, un kiwi y el zumo de naranja; coloco todo encima de la mesa y enciendo la radio. Mientras vacío el lavaplatos, que dejé puesto ayer por la noche, escucho las noticias. Los platos, las sartenes, (encuentro un malsano placer en meterlas en el lavaplatos sabiendo que mi madre lo odia), los cubiertos. Coloco los vasos. Odio esos vasos gigantes de Nocilla, son demasiado grandes para todo menos para tomar gintonics; ocupan espacio en el armario, en el lavaplatos, hacen que la jarra se vacíe demasiado deprisa. Caliento el café, y mientras me como el kiwi presto atención a la radio. 

«¿Cómo será el planeta dentro de quince años? Hay cuestiones como el calentamiento climático, la escasez de agua, o las migraciones debidas a los cambios de clima que ahora empezamos a atisbar como realidades, y serán el escenario en el que desempeñen su vida y su trabajo la generación que ahora va entrar en el mundo laboral».

¿A qué viene esto? pienso mientras termino de escarbar en el kiwi y corto el pan para las tostadas. Saco el café del microndas y continúo escuchando «Se dice que estamos ante la generación más preparada de la historia, pues bien algunos de esos jóvenes profesionales ya han comenzado a creas asociaciones y plataformas para dar visibilidad a sus planteamientos y diseñan propuestas para el futuros de sus respectivos sectores laborales. Es el caso de los Young Waters Profesionals...»

¿Los qué? pienso tras el primer trago de zumo. Y ¿Por qué ya no se dice enseñar o mostrar sino dar visibilidad? 

«... que es una asociación que reúne a jóvenes talentosos de profesiones relacionadas con la gestión del agua, un sector que será clave en los próximos años. Esta iniciativa nace para servir de plataforma de contacto e intercambio de intereses y conocimientos entre estos jóvenes y no solo para potenciar sus carreras profesionales sino también para promover una visión del futuro del sector que parte del debate colectivo y así la unión de los conocimientos y la reflexión será compartida».

Se me cae la tostada al suelo en solidaridad con el locutor que llega al final de esta bobada sin aliento y totalmente descolocado porque, no sé si los "Young Water Profesinals" son jóvenes talentosos pero lo que no saben es escribir. ¡Qué despropósito de cuña, qué espanto de texto, qué de cursilerías y bobadas! 

En el coche me (a)salta otra cuña. Una voz femenina con un acento extraño, no sé si finge ser francesa, inglesa, alemana, o mexicana enumera los interminables beneficios de un master en algo que no consigo entender por el acento que gasta. Repite incansablemente la palabra éxito, exitoso, profesionales de futuro. Una voz en off termina la cuña sugiriendo que te pases por su web que se llama "tuexitonosequé". Apago la radio. Entro en la piscina pensando en qué pereza me daría a mí hacer un master de esos, qué pereza y qué aburrimiento. Estudiar algo para ser el mejor es una idea terrorífica. 

Llego al trabajo oliendo a cloro, enciendo el ordenador. «Por menos de 3.000 € no escribimos un post», el cloro ha debido anularme el criterio y pincho pensando que la noticia irá de alguien que se trabaja, se documenta y escribe grandes historias. Me doy de bruces con la realidad; los que cobran esa barbaridad, son dos, ella y él, por hacerse fotos por el mundo y colgarlas en instagram. Las marcas les pagan ese dineral por hacer eso, son guapos, flacos y lo que hacen me deja completamente indiferente. Miento, me provoca rechazo absoluto.

Repaso la prensa, leo, comparto. Y me encuentro otro artículo sobre el desmantelamiento de la educación, la literatura universal va a desaparecer de segundo curso de bachillerato y releo la frase de Wert «Los alumnos no deben estudiar lo que quieren, sino lo que propicie su empleabilidad»

Empleabilidad, éxito, exitosos, profesionales talentosos, futuro profesional, profesión de futuro, imagen, vender. ¿Qué es el éxito? ¿Cuándo ha empezado a ser importante tener éxito? ¿Por qué el éxito es, ahora, algo que haces, algo que vendes? ¿Por qué te define lo importante que sea tu trabajo? 

La nada gana terreno cada día y, como en La historia interminable, se nos está olvidando lo que merece la pena. Saber, conocer, estudiar algo que te gusta, tener un trabajo decente que te de para vivir y que no te agreda. El éxito no es ser el mejor, el éxito es que te guste lo que eres cuando nadie te ve, cuando estás desayunando solo.  Bueno, eso y acordarte de dejar puesta la lavadora.   

miércoles, 12 de abril de 2017

Sé que es guapo

Todos los jueves el mismo camino, la misma ruta. Paso por delante de nuestra casa y continúo hacia arriba dejándola a la derecha. Tengo que acordarme de colocarme en el carril de la izquierda, la inercia es poderosa en mí y voy como una autómata, si no lo pienso acabo despistándome. 

Enfilo la calle, paso la gasolinera, la rotonda de la piedra, la Citroen y giro a la izquierda justo delante del hospital. Enfilo la calle y, desde el cambio de hora, el sol que hasta entonces entraba por mi ventanilla me da directamente en los ojos mientras baja al otro lado del Retiro. Bordeo el hospital y el mismo recuerdo recurrente vuelve a salir de su rincón en mi memoria. Ana, hay una misa. Mi madre era atea y yo también pero sus compañeros se han empeñado en hacer una misa de recuerdo. No hace falta que vengas. No digas chorradas, allí estaré. 

Es la única vez que he entrado en ese hospital, estrictamente entré en la capilla. Han pasado once años y medio pero, como todos los jueves, recorro el recuerdo entero. Calculo el tiempo transcurrido, once años, otra vida. Giro a la derecha en la esquina de Rodilla. Alguien va hacer reformas o va a mudarse porque hay cinta colocada entre los raquíticos árboles de la calle. Miro el reloj del salpicadero: 18:48. Le resto dos. 18:46. Vuelvo a pensar, otra vez, en poner el reloj en hora pero me produce un extraño placer pensar que vivo dos minutos por delante del locutor de radio por las mañanas y por eso no lo cambio. Al girar a la derecha el sol ha dejado de caerme encima, tapado por los edificios, pero entra fulminante por la siguiente bocacalle iluminando de pleno esta fachada del hospital, casi parece un foco de los que marcan el camino de entrada a los estrenos de cine con alfombras rojas y flashes. 

Como un actor de cine, como el protagonista de una peli ambientada en Manhattan. Le intuyo a lo lejos. Sé que es guapo antes de verle. El sol le da de frente en los ojos y sé que tendrá que entrecerrarlos, guiñarlos si mira al frente. Está parado delante del paso de cebra al que estoy a punto de llegar. La cara iluminada y el cuerpo en sombra. Freno para comprobar que mi intuición es cierta. Y lo es. Es guapo. Atractivo. Alto. Vestido de gris con chaquetilla y pantalón, el uniforme de un instalador. Algo naranja relampaguea con el sol. Quizás el logo de la empresa en la que trabaja. Freno del todo. Me mira con sorpresa. Tiene los ojos azules, arrugas en la cara y el pelo entrecano. 

Cruza mirándome. Creo que lleva un cigarro en la mano. Suelto el freno y continúo. Dejo atrás la manzana del hospital. 18:50, me sobran doce minutos. Aparco. Sabía que era guapo antes de verle.


lunes, 10 de abril de 2017

Todos los por si acaso del mundo

Por si acaso voy a coger el jersey. Por si acaso puedo aprovechar este resto de pisto. Por si al final voy el martes a esa cena. Por si tengo que ir elegante a la reunión del jueves. Por si me llaman la semana que viene. Por si me piden algo esta tarde. Por si se rompe. Por si tengo que celebrar algo. Por si vuelven los vaqueros nevados.  Por si se pierde.  Por si creen que me paso de lista. Por si lo necesito cuando llegue allí. Por si me apetece la semana que viene. Por si hace calor. Por si tengo que ir elegante. Por si creen que soy tonta. Por si vamos a bucear. Por si se enfada con lo que digo. Por si me enfado con lo que me conteste.  Por si me ignoran. Por si me aburro. Por si vamos a un restaurante elegante. Por si me hace gorda. Por si piensan que no tengo ni idea. Por si me piden que lea algo. Por si quieren jugármela. Por si me piden que diga unas palabras. Por si acaso adelgazo. Por si me malinterpretan. Por si engordo. Por si me marca los michelines. Por si me sienta mal. Por si quieren engañarme. Por si me duelen los pies. Por si acaso vuelve a quererme. Por si se arrepiente. Por si me arrepiento. Por si no encuentro a nadie. Por si me quedo solo. Por si, por si, por si... 

Todos los por si acaso del mundo se resumen en por si acaso me equivoco. Y el único por si acaso que debería importarnos es por si acaso se me acaba el tiempo. 


miércoles, 5 de abril de 2017

Me gustaría

«Me gustaría saber a qué dedico el invierno» dice Rafa Pons. A mí también me gustaría saber porqué el invierno pasa más rápido que la primavera. Me gustaría  despertar sin llorar de sueño. Y madrugar para aprovechar el tiempo. Me gustaría que las uñas no crecieran. Y llevar las de los pies siempre pintadas. Me gustaría saber pintarme las uñas. Me gustaría saber dibujar y que me gustara el flamenco. Me gustaría que existiera el teletransporte. Y que los viajes fueran más lentos. Me gustaría poder decir que me quiero dejar el pelo blanco sin que la gente ponga los ojos en blanco con cara de «estás loca». Me gustaría saber poner los ojos en blanco. Me gustaría conocer a David Remnick. Y poder ir en tren a trabajar con la cabeza apoyada en la ventanilla. O poder ir andando atravesando El Retiro. Me gustaría saber pintarme los labios. Y que no me diera vergüenza.  Me gustaría morirme de un infarto. Y que fuera durante la noche, mientras pienso en las cosas que haré al día siguiente. Me gustaría, a veces, ser un hombre y nadar con uno de esos bañadores minúsculos. Me gustaría, a veces, muchas, no tener tetas. Me gustaría que no se me olvidara siempre sacar del congelador lo que tengo pensado para la cena. Y que cada vez que abro una botella de vino no me atacara el miedo a «oh, dios mío, seguro que rompo el corcho». Me gustaría acordarme de cambiarme los pendientes. Y qué me importara que pendientes llevo. O acordarme de los que llevo. Me gustaría que los calcetines no se gastaran y que las toallas se desintegraran al cabo de un par de años. Me gustaría que la capacidad para saber ordenar el armario de los tuppers fuera determinante para elegir pareja. Y que preguntarle a alguien «¿tú sabes ordenar tuppers?» fuera tan común en una cita como preguntarle por su trabajo. Me gustaría no decir nunca «por si acaso». Me gustaría no tener que decir siempre «con b» cuando digo mi apellido. Y que no me dijeran «¿seguro? yo pensé que era con v». Me gustaría no saber qué jamás tendré tiempo para leer todo lo que guardo en mi carpeta de «para leer cuando tenga tiempo». Me gustaría que la concentración pudiera activarse con un interruptor. Y que la inspiración no me llegara siempre en el coche. Me gustaría saber coser. Y que las prendas que no se pueden lavar en la lavadora se pudieran lavar en la lavadora. Me gustaría poder creerme que el programa «lavado prendas delicadas» es una realidad y no una mentira piadosa de los fabricantes de lavadoras. Me gustaría que no se me hubiera olvidado tender la ropa. Me gustaría saber hacer maletas. Y que hubiera muchos días nublados y lloviera más. Me gustaría que lloviera tanto como para tener varios paraguas solo por el placer de tenerlos. Y tener uno favorito para salir a pasear. Sin abrirlo nunca. 


viernes, 31 de marzo de 2017

Lecturas encadenadas. Marzo

Marzo ha sido un mes de grandes contrastes. Ha pasado volando y se ha hecho eterno. Ha nevado y ha llegado la odiosa primavera. He leído sobre drogas, rupturas, educación, un comic mítico y un libro ilustrado. Me ha cundido.

Al lío.

Fariña, de Nacho Carretero. A este libro llegúe por Enric González, en algún sitio, en algún periódico daba su lista de mejores lecturas del año y yo las apunté todas. Me lo trajeron los Reyes.

Fariña es la crónica pormenoriza del contrabando y el narcotráfico en Galicia. El armazón de realidad sobre el que podría construirse el guión de una serie de ficción como los Soprano o Camorra, siempre que el material estuviera en manos de un guionista al que le dejaran hacer un producto que no fuera para público "familiar". Nacho Carretero proporciona toda la información necesaria para que alguien como yo que no tenga ni idea del tema se pueda hacer una composición de lugar de lo que el narcotráfico ha supuesto para Galicia. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quienes? ¿Por qué Galicia? En el quienes da la sensación de que falta gente, de que se pasa de puntillas por las implicaciones, enredos y conexiones políticas que sin duda existen. Por supuesto, lo entiendo, heroísmos los justos. Por esta misma razón, supongo, se  habla con muchísimo más detalle sobre el narco de hace veinte años que sobre el de ahora. La primera parte fluye perfectamente engrasada, Galicia en la posguerra, el contrabando, los primeros narcos, la riqueza sobrevenida a la región y aceptada de buen grado por casi todo el mundo, etc. Después, cuando se llega a las grandes operaciones contra el narcotráfico de las que todos hemos oído hablar en las noticias, creo que Carretero se da cuenta de que hay demasiado para contar y la última parte se convierte en una relación, casi un simple recuento de operaciones, detenciones, condenas y alijos. 

Mientras leía no dejaba de pensar en Los Soprano porque Carretero hace un esfuerzo por no dotar a los narcos de ningún tipo de mística. No son héroes, no son pobrecillos, no son desfavorecidos, no son interesantes. Son simple y llanamente criminales avariciosos y crueles. 

Casi lo olvido pero merece la pena decirlo, la edición de Libros del K.O con mapas, dibujos y aprovechando hasta la faja para dar información sobre las planeadoras es estupenda.

Piel de Lobo de Lara Moreno. Un regalo de cumpleaños que cogí con muchas ganas porque un buen amigo me había hablado maravillas de él. Enseguida me di cuenta de que no es un libro para mí. Choqué con el lenguaje, con su interés en ser bonito, en ser escritura. Soy tan consciente de la escritura que me salgo de la historia. El equilibrio entre el continente y el contenido es complicado de conseguir, yo no sabría hacerlo pero cuando el peso se decanta de manera abrumadora por el estilo acabo saliendo de la historia por completo y me enfado. 

La protagonista es demasiado intensa para mí, me desespera, no me creo nada. Mientras leía iba pensando en cómo la historia de una ruptura semanal, la relación entre unas hermanas, las sensaciones de la maternidad cuando desbordan, experiencias todas ellas que he vivido, me resultaban totalmente increíbles. Pensaba en cómo, sin embargo, otros libros con historias no sólo ajenas a mí sino completamente absurdas me habían llegado muchísimo más. 

Aún así, la primera parte, la separación, los sentimientos de desamparo cuando todo sigue igual, las ganas de desaparecer y de escapar me gustó más. Desde el momento en que aparece la hermana, los flashbacks a su pasado común, los recuerdos al pasado de la pareja con sus secretos oscuros, mi interés empezó a flaquear, comencé a aburrirme. No me creo absolutamente nada y, alguna vez, me encontré diciendo "venga ya".  

Me da rabia porque quería me gustara. 
«¿En esto consiste la tragedia? Las cosas pansa, les pasan a otros, hasta que de pronto un día le pasan a uno y zas, somos espectadores del drama ajeno hasta que somos protagonistas de nuestro propio drama, de nuestra pobreza, de la más profunda debilidad, y  resulta que es así, así como del de otros, exactamente igual de terrible». 
Una cosa curiosa de este libro es que imaginé la casa donde transcurre todo muy parecida a  La Casa del comic de Paco Roca que leí hace un par de meses.

Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg. A veces hago cosas nuevas, cosas que pensé que jamás haría y una de esas cosas ha sido apuntarme a un taller literario en la Libreria Muga. ¡En qué consiste? Consiste en leer libros e ir allí a charlar con otra gente sobre esos libros bajo la dirección de orquesta de Santiago Gerchunoff. Llegué a saber de este taller sobre ensayos y relatos porque sigo a Santiago en twitter y me apetecía el tema y charlar con él de libros. La primera sesión era sobre Natalia Ginzburg y había que leer Las tareas de la casa y otros ensayos, que ya había leído y reseñado y este pequeño librito con ensayos y relatos autobiográficos.  

De Natalia Ginzburg ya lo he dicho todo. Ojalá escribir como ella, con esa clase, ese ritmo, ese atrapar las ideas y darles forma encajándolas en su lugar en una secuencia de pensamientos inteligente, meditada y brillante. Ojalá hubiera muchos más autores así. 

He doblado muchísimas esquinas y copiado muchísimos párrafos. He subrayado, puesto notas y papeles de colores. Leed a Natalia Ginzburg, malditos. 
«Los sueños no se hacen nunca realidad, y en cuanto los vemos rotos, comprendemos que las mayores alegrías de nuestra vida están fuera de la realidad. En cuanto vemos rotos nuestros sueños, nos consume la nostalgia por el tiempo en que bullían dentro de nosotros. Nuestra suerte transcurre en ese alternarse de esperanzas y nostalgias».
Ginzburg habla de todo; de tener hijos, de tragedias personales, de la pobreza de tener solo unos zapatos rotos, del oficio de escribir, de la amistad, del amor, de la educación. Y consigue siempre algo muy dificil que es que todos nos sintamos identificados con lo que cuenta; sino con la experiencia con la repercusión que vivir tiene en cada uno de nosotros. Quizás no lo hemos pensado nunca, quizás no somos conscientes pero lees a Ginzburg y piensas «es justo así». 
«Ahora somos verdaderamente adultos, pensamos, y nos asombramos de que ser adulto sea esto y no todo lo que habíamos creído de niños, la seguridad en sí mismo, una serena posesión sobre todas las cosas de la tierra». 
El regreso, de Alberto Manguel. Nunca había leído nada de Manguel, más que columnas, artículos y alguna entrevista y tenía ganas. Este brevísimo relato me lo envío Navona porque acaba de reeditarlo en un formato bastante chulo; cuadrado, tapa dura.

El regreso es un viaje de vuelta que parece un sueño. O quizás es un sueño que parece un viaje de vuelta.  Nestor Fabris, argentino exiliado en Roma, vuelve a su ciudad y al llegar todo es conocido y extraño a la vez. Cercano y remoto. Reconocible y diferente. La ciudad le anima y le agota. Le provoca alegría y una amarga tristeza. Manguel, con su estilo corto y preciso, va dibujando el ambiente. Al ir leyendo me parecía que Manguel más que escribir iba dibujando la ciudad con un carboncillo en la mano, reconstruyendo y construyendo, las luces y las sombras de los lugares que Nestor va reconociendo y desconociendo al mismo tiempo. Una atmósfera irreal y onírica, como los grabados de Gustave Doré, se va creando alrededor de los pasos de Fabris. 

No quiero destripar más pero El regreso es una lectura curiosa. Se parece a caminar de la vigilia al sueño y de éste a una pesadilla para finalmente llegar al despertar pegajoso que sigue a las noches con sueños intensamente reales que se paladean, después, durante varios días.  Podemos huir de la realidad, correr lejos física y mentalmente de aquello que nos aterroriza, que nos asusta, que nos sobrepasa, pero no podemos escapar de nuestros propios sueños en los que habita todo lo que recordamos, lo que creemos recordar, lo que no sabemos que recordamos, lo que imaginamos, lo que jamás nos atreveríamos a pensar conscientemente y lo que no queremos recordar. 
«Pachorriento como moscardón de verano. Nunca un deber bien hecho».
Pachorriento es una de mis palabras favoritas a partir de ahora.


Viaje al corazón de la tormenta, de Will Eisner. La vida está llena de coincidencias, o la mía lo está. Confieso que no sabía quién era Will Eisner y un buen día de marzo empecé a leer en twitter sobre él porque era el aniversario de su  nacimiento o de su muerte, no lo recuerdo. Un par de días después en La Cultureta, Rodrigo Cortés habló de él pormenorizadamente y al día siguiente charlando con un amigo sobre mil cosas y sobre comics porque él es muy friki acabamos en Eisner de nuevo. Y al día siguiente mi amigo me prestó este comic.

Viaje al corazón de la tormenta es un comic autobiográfico, como Maus, como Blankets, como Fun Home, como Persépolis, como El árabe del futuro... sólo que fue el primero de ellos. Eisner cuenta la historia de su padre y la suya propia, desde que la juventud de su padre como pintor en la Viena anterior a la I Guerra Mundial. He pensado que así como los padres en los cuentos infantiles son siempre personajes secundarios que o bien están muertos o sólo están para casarse con madrastras terribles, en los comics autobiográficos son siempre presencias muy potentes.  

Viaje al corazón de la tormenta es la historia de Will Eisner y es, un poco, como ver una novela de Philip Roth hecha dibujo: judíos, familia, trabajo, antisemitismo, dinero, amor, sexo. Me ha gustado muchísimo y los dibujos son impresionantes.  

El desván, de Saki. No sé el tiempo que hacía que no leía un libro ilustrado, ni me acuerdo. Este ha llegado a mis manos directamente desde sus editores, los dos intrépidos lectores de este blog que han montado una pequeña editorial. (Son intrépidos por la aventura editorial, no por leerme). El desván es el primer lanzamiento y es un libro maravilloso. La historia es pequeña, es un cuento que hemos leído mil veces pero que empiezo a dudar que las próximas generaciones lleguen a conocer nunca, ahora que los cuentos "positivos" y políticamente correctos parecen ser lo más buscado. El pequeño Nicholas no es muy obediente y su tía y él tienen desencuentros que terminan casi siempre con Nicholas castigado a no hacer algo que, en teoría, debería apetecerlo mucho pero que en el fondo a él le da igual. 

«-No vas a ir al jardín de las grosellas-dijo la tía cambiando de tema.
-¿Por qué no?-preguntó Nicholas.
-Porque estás castigado-dijo la tía altaneramente.
Nicholas no admitió lo implacable del razonamiento. Se sentía perfectamente capaz de estar castigado y en el jardín de las grosellas al mismo tiempo». 

El cuento es una historia sencilla, sin aspavientos, sin mensaje pero lleno de magia y de evocación. La historia se crea sola en la cabeza del lector pero lo mejor de este libro es la perfecta combinación entre la historia de Saki y los dibujos de Eduardo Ortiz que son MARAVILLOSO. Ilustrar un cuento, una historia, un relato es muy complicado. Hay que sugerir, mostrar, evocar sin contar, limitar, ni predisponer al lector. Las ilustraciones deben ser un soporte, un ambiente, una atmósfera pero no deben poner límites. Los dibujos de Ortiz son para quedarse a vivir en ellos. 


Leed El desván. Leedlo vosotros, a vuestros hijos, a vuestros sobrinos, a vuestras parejas. 

Y con esto, un bizcocho y las Entrevistas breves con hombres repulsivos de David Foster Wallace, hasta los encadenados de abril. 


miércoles, 29 de marzo de 2017

Nuestros hijos y nosotros

Leo Las pequeñas virtudes un ensayo de Natalia Ginzburg sobre la relación que deberíamos tener con nuestros hijos. Lo termino y vuelvo a empezar. Lo termino y copio todas las esquinas dobladas en mi cuaderno. Pienso en mi relación con mis hijas y en mi relación con mi padres. Lo pienso en imágenes como hago siempre con las cosas que me importan. 
«La relación que existe entre nosotros y nuestros hijos debe ser un intercambio vivo de pensamientos y sentimientos, y, sin embargo, debe comprender también profundas zonas de silencio; debe ser una relación íntima y, sin embargo, no mezclarse violentamente con su intimidad; debe ser un justo equilibrio entre silencio y palabras».
Creo que los padres deberíamos acompañar a los hijos (siempre me da ansiedad poner el posesivo porque no son mías, no son de mi propiedad, ni me pertenecen) hasta una edad. Durante sus primeros años, tus hijos caminan pegados a ti, literal y metafóricamente. Son como pequeños koalas agarrados a tu pierna, a tus brazos, a tu espalda. Trepan por tu cuerpo, por tu vida, ocupan tu cabeza, tus fuerzas, tu tiempo. Cada segundo de tu día, incluso cuando duermes,  los ves o sabes donde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué leen, con quién van, todo. Y ellos no saben estar sin ti, tú eres indispensable en sus vidas porque quieren decirte dónde están, qué hacen, qué ven, qué oyen, qué dicen, qué comen, qué beben, qué escuchan, qué piensan, qué aprenden, qué les duele, qué leen, quienes son sus amigos. Todo lo que son es contigo. 
«Nosotros debemos ser importantes para nuestros hijos, pero no demasiado. Debemos gustarles un poco, pero no demasiado, para que no se les ocurra querer llegar a ser idénticos a nosotros, copiar el trabajo que hacemos, buscar nuestra imagen en los compañeros que eligen para toda la vida. Debemos tener con ellos una relación de amistad, pero no debemos ser demasiado amigos de ellos, para que no les resulte difícil tener verdaderos amigos, a quien puedan contar cosas de las que con nosotros no hablar. Es preciso que su búsqueda de la amistad, su vida amorosa, su vida religiosa, su búsqueda de una vocación estén rodeadas de silencio y de sombra, que se desarrollen al margen de nosotros. Pero en nuestras relaciones con ellos, todo eso debe estar contenido a grandes rasgos, tanto la vida religiosa, como la vida de la inteligencia, la vida afectiva, el juicio sobre los seres humanos. Debemos ser para ellos un simple punto de partida, ofrecerles el trampolín desde el cuál darán el salto». 
Pienso en ese tiempo de "koalismo" mutuo como en la época en la que trenzamos una goma elástica entre nosotros y nuestros hijos. Van pasando los años y los hijos van avanzando y tirando de esa goma elástica, al principio solo la estiran un poco, luego un poco más, avanzan unos metros cada año, hasta que, llega un momento en el que, la goma ya es tan grande que se ha convertido en una cama elástica y  nuestros hijos saltan sobre esa ella subiendo cada vez más alto y cada vez más lejos. Ya no ves qué hacen, qué comen, qué dicen, de qué se ríen, qué les hace sufrir o llorar o reír. No sabes con quién están a cada minuto, ni qué piensan, ni qué comen, ni qué leen. Por no saber, no sabes ni qué piensan sobre ti, sobre tu vida, sobre lo que les dices. 

Nosotros queremos saberlo. Queremos porque tenemos miedo, tenemos miedo de lo que pueda pasarles, de lo que puedan sufrir, de lo que hagan, de lo que no hagan, de lo que digan, no digan, tenemos miedo de cómo pueden ser. Creemos que los conocemos pero en el fondo sabemos que no los conocemos tanto como nos gustaría. Y yo creo que eso está bien, nuestros hijos tienen que tener, como dice Ginzburg, un espacio sin nosotros, con cosas que no nos cuenten, que no nos digan, incluso con cosas que no nos gusten. ¿Por qué? Porque no son nuestros, porque no somos nosotros, porque si nos paramos a pensarlo nosotros también somos y fuimos en parte desconocidos para nuestros padres. 

A veces caen de esos saltos que están dando. Y entonces los padres somos la red segura, y cuando caen vemos con quien han estado y con quien han sufrido o reído o lo que sea.... Pero volverán a saltar, porque quedarte en la cama elástica te impide avanzar, no se puede andar en una cama elástica, te tropiezas y te sientes torpe. En una cama elástica si caminas estás a salvo pero no vas a ninguna parte, no avanzas. De una cama elástica sólo se sale saltando y ellos quieren saltar y ver mundo. Y vuelven a saltar. Y los saltos cada vez son más lejos y más altos y cada vez vemos menos. Pero eso no es malo, no es malo si la goma que tejiste al principio resulta sólida y la red que tu tiendes para ellos está ahí para ayudarles cuando lo necesitan. Si les enseñaste a saltar y a saber caer. Hay que dejarles, incluso, que se tiren. 
«Y debemos estar allí para ayudarlos, si es que necesitan ayuda; nuestros hijos deben saber que no nos pertenecen, pero que nosotros sí les pertenecemos, siempre disponibles, presentes en el cuarto de al lado, dispuesto a responder como sepamos a toda posible pregunta, a toda petición». 
Mucho después, llegará un momento, muy muy adelante en la vida, en que si tenemos suerte de estar vivos nosotros y nuestros hijos, dejarán de saltar porque ya lo han visto todo, y porque, quizás, les llegue el momento de tejer su propia goma elástica. Es entonces cuando volveremos a saber casi todo de ellos porque nos lo contarán. Y no solo eso, será entonces cuando ellos querrán conocernos a nosotros. 

Así lo veo yo. 

lunes, 27 de marzo de 2017

De nombre en nombre y pienso porque estoy loca


«Los botones extra. ¿Qué tipo de psicópata guarda la bolsita de plástico con los dos botones extra cuando compra algo? ¿Dónde los tiene? ¿En una una enorme cajonera con cajoncitos mínúsculos en los que guarda cada bolsita de cada prenda?»

Apago la luz sonriendo. Sabiduría popular condensada en cada uno de los capítulos de Seinfeld. Yo encuentro bolsitas con esos botones por todas partes; en mis cajones, en los bolsos, en el neceser, en la mesilla. Por supuesto, jamás los encuentro cuando pierdo un botón. Doy una vuelta. Doy otra. De cara a la pared. Mirando al otro lado. No me duermo. Mierda de cambio de hora, de primavera, de domingo noche. No sé si coger el libro y tratar de distraerme. Quizás no es buena idea. La persona deprimida se llama el ensayo de David Foster Wallace que estoy leyendo, probablemente me desvele aún más. Más vueltas y más vueltas. Grace Paley. Cierro los ojos y veo a una señora que creo que es Grace Paley. No sé quién es Grace Paley ¿por qué la tengo en medio de mis desvelos? ¿Por qué esta mi cerebro pensando en ella en vez de en dormir? Puede ser Grace Paley o una señora de Dorset. ¿Es escritora? ¿Relatos? ¿Es la del cuento de la lotería? No, esa se llamaba... mierda. ¿Cómo se llamaba? Shirley Jackson. ¡Sí! ¡Bien por mí! ¿Bien por mí? Son las cuatro de la mañana y nos alegramos por recordar nombres de autoras que no hemos leído? Cerebro, ¿porqué me haces esto?  Bien, ya está claro que mañana no nado a primera hora.  Imagino las horas de descanso, que deberían evaporarse al dormir, convertidas en bolas de plomo encajadas entre mis costillas que harían de lastre y me dejarían pegada al suelo de la piscina. 

Atasco monumental. Francisco Toscano habla en la radio. Alcalde de Dos Hermanas. El atasco me ha chupado tanto la energía que no soy capaz ni de apagar la radio. Un poco de chapoteo en autocompasión, vamos allá cerebro enfermo: tengo sueño, es lunes, no he dormido, hay un atasco monumental y estoy escuchando hablar sobre la situación del Psoe. Regodeo autocompasivo. Toscano. ¿Serían sus antecedentes italianos? Quizás llegaron a Sevilla para embarcarse  en el siglo XVI cuando el comercio hacia América atraía a gente de toda Europa. Ojalá hablara de eso, es mucho más interesante que lo que cuenta. Nadie hace nunca las preguntas interesantes. 

Kim Philby, el espía. Cada vez que en el podcast le nombran, mi cabeza lo llama Phil Kirby. Le digo a mi cerebro que no haga eso. Kim Philby. Phil Kirby. No hagas eso. Ana Ribera. Ara Nibera. Suena exótico. Mejor Arra Nibera. Suena etíope. ¿Y eso por qué? Por qué mi absurda mente lo has decidido. No sé nada de Etiopía más allá de lo que le leí a Kapuscinsky. Ajá. Bohn Janville. Así no funciona. John Banville. ¿Cómo se llamaba su libro sobre los Cinco de Cambrigde? El intocable. Me gustó aquella novela.

«Para tomar posesión de una ciudad de la que no eres natural, ante todo, debes enamorarte allí». 

Ojalá volver a empezar este día. Poder decir corten, a sus puestos y volver a empezar. ¿Dónde está el cambio de hora cuando lo necesitas? Árbitro, un cambio de hora. Sí, sí, renuncio a mis próximas diez horas. Las regalo. Adelantemos los relojes hasta las nueve de la noche. Necesito dormir. Lloro de sueño. 

La quinta de Beethoven. Budwig Van Leethoven no funciona, suena a personaje de los Monty Phyton. ¿Los Pony Mhyton? Las ciudades pequeñas se despiertan y se terminan. Las ciudades grandes se desperezan y se estiran. Moledo. Tadrid. 

jueves, 23 de marzo de 2017

Destinatario desconocido

Nada más levantarme descubro que tengo otro nombre, que soy otra persona. 

María Antonia nos volvemos locos. ¡Vuelos a 8 euros!

Me llamo María Antonia. Tengo muchos años. ¿Cuántos? Aparento sesenta y cinco pero quizás tengo cincuenta siete o setenta y uno. Uso gafas de cerca a las que, últimamente, he añadido una cadenita para llevarlas colgando. Cuando me levanto de la cama uso bata y me la abrocho. Primero la lazada que va dentro y luego el cinturón. Escucho a Carlos Herrera porque la rueda del dial de la vieja radio de la cocina se rompió hace años. Viajo poco pero sueño con volar a lejanos destinos a los que sé que jamás me atrevería a escapar. 

Avelino, estás ofertas imbatibles no tiene rival

Al salir de la ducha tengo pelos en el culo y me llamo como un personaje de Cuéntame, como un habitante de una película en blanco y negro, de esas en las que Madrid tenía descampados y se veía siempre el cielo.  Me pongo un mono azul de mecánico con el logo de la marca de coches del concesionario en el que trabajo. Me encantan las ofertas de las tiendas de electrónica y electrodomésticos aunque nunca compre nada. Me gustan porque las letras son muy grandes y las veo sin tener que separar el folleto de mi cuerpo o pegar la nariz a la pantalla del ordenador que manejo tecleando solo con dos dedos. No sé si son imbatibles estas ofertas, para eso necesitaría comprobarlo y nunca tengo tiempo. La verdad es que tampoco necesito nunca nada de lo que es imbatible.  

Your ego is not your amigo / Yur igo is not yur amigou

Tengo 35 años, llevo vaqueros gastados, una camiseta de manga corta de un color indeterminado y sosaina y llevo 3 semanas intentado que mi barba deje de ser pelusilla. Miro el mensaje mientras me tomo un café en la oficina a la que he llegado hace un rato. Trabajo en un proyecto bastante chulo que me ha sacado de una época de precariedad laboral. Bueno, más que precariedad, desierto laboral. Aquí ando de freelance. Freelance esa palabra sí que no es mi amiga pienso mientras buceo en el mensaje. Me acuerdo de mi abuela "hijo, una colocación es lo importante en la vida". Y yo me reía. Cierro el mensaje porque no sé si el ego será mi amigo pero tengo que darlo todo aquí a ver si consigo quedarme en este proyecto el tiempo suficiente para que alguien se aprenda mi nombre.  Si me echan me apuntaré a otro de estos cursos aunque ya sé que no sirven para nada. 

La nueva felicidad, alfombras de verano y lo último en ventilación y aspiración ciclónica. 

Estoy sola en casa. Un gran piso con vistas a la playa de Acapulco. Un día más me aburro hasta la extenuación. Mi marido se fue a trabajar hace horas y los niños no volverán del colegio hasta la noche. Nunca debí acceder a mudarnos. Tenía un trabajo, un trabajo tonto, sin retos y sin mucho futuro más allá de jubilarme habiendo conseguido una de las mesas con ventana cerca, pero un trabajo. El cambio parecía buena idea, más dinero, más oportunidades, una vida descansada y relajada. Me aburro. Todos los días miro por la enorme cristalera de este salón y me devano los sesos pensando en qué ocupar mi tiempo. Por eso recibo esta retahila de correos sobre decoración. Hoy no sé qué es la aspiración ciclónica pero no tengo ganas de averiguarlo. ¿Cuántos años más me quedan? 

May we talk?

¿Otro mail de Emily? ¿O debería decir Pablo? Ya no sé ni lo que digo ni lo que pienso. No puedo creerlo. No puedo creer que siga con esta farsa. No quiero pensar en cómo hice el pardillo. Qué gilipollas fui. Me enamoré de ella como hacia tiempo que no me enamoraba o, quizás, como nunca. Cierto es que venía de una mala época y lo mismo se me fue la pinza en la codependencia pero joder, me gustaba estar con ella. Con él. Paso, paso, paso. No quiero acordarme de ese día. Debería bloquearla. Bloquearle. ¿O no? A lo mejor deberíamos hablar. Sabía que no tenía que mirar el correo.  


*Todos estos correos los he recibido hoy. Quizá no son basura, quizá no son spam, quizá lo que ocurre es que yo no soy su verdadera destinataria. Quizá todos estos personajes hayan recibido los correos que me corresponden a mí. Imagino una gran plaza pública a la que todos acudiéramos con nuestros correos basura para hacérselos llegar a sus verdaderos destinatarios y poder así, recibir los nuestros.