lunes, 30 de enero de 2017

Oírse vivir

«Juntas dos cosas que no se habían juntado antes. Y el mundo cambia. La gente quizá no lo advierta en el momento, pero no importa. El mundo ha cambiado, no obstante».
Empiezo un libro y voy a nadar.  

Ayer por la tarde empecé un libro que me regalaron porque estaba en mi lista de libros pendientes pero que no recuerdo porqué quería leer. Los libros entran en esa lista en un determinado momento y salen de ella mucho tiempo después cuando los compro o me los regalan. Cuando se materializa en mi vida, lo borro de la lista y lo dejo en mi estantería, a la vista, esperando a que me llame. "Niveles de vida" de Barnes me llamó ayer, una tarde de domingo lluviosa y gris perfecta para empezar un libro. 

¿Globos aerostáticos? ¿En serio? ¿Otra vez? ¿Qué les pasa a los novelistas con los globos? Mientras leía las primeras páginas, repasé mentalmente, y sin pensarlo mucho, otros cuatro libros con globos que recordaba: Amor perdurable de Ian McEwan, Las hermanas Zinn de Joyce Carol Oates, Cinco semanas en globo de Julio Verne y, un ensayo, La edad de los prodigios de Richard Holmes. 

¿Por qué los globos? ¿Por qué esta fascinación? Cuando apagué la luz, más por el deseo de prolongar el placer de leer a Barnes que por verdadero sueño, justo antes de dormir recordé mi mejor y única anécdota con un globo. Hace años mi madre le contó a mi hija pequeña que había subido a uno en un viaje por Turquía y ella le preguntó ¿has visto a Dios?

Hoy he ido a nadar, iba y venía por mi piscina de un lado a otro, de un lado a otro. Nadaba concentrada en dar la patada correcta con mis nuevas aletas cortas de competición. No pensaba en nada o, quizás sí, no lo recuerdo pero de repente al otro lado del gran ventanal que recorre de arriba abajo una de las paredes del edificio, he intuido al levantar la cabeza para respirar una gran mancha redonda recortada sobre la niebla gris. ¿Qué era eso? Uno, dos, tres y al volver a sacar la cabeza he comprobado que era un globo aerostático. ¿Un globo? No podía creerlo. Ayer empiezo un libro sobre globos, leo sobre globos, pienso que los ingleses están obsesionados con los globos y al día siguiente nadando en una piscina de un polígono de Toledo, en un sitio totalmente insospechado y casi diría inadecuado veo un globo. Lo he visto alejarse mientras seguía yendo y viniendo por la piscina hasta completar mis cincuenta largos. No podía pensar en otra cosa. ¿Quién va dentro de un globo en un descampado de un polígono? ¿Por qué? ¿Qué busca?  

Al salir ya no quedaba ni rastro del globo, solo niebla gris pegada al suelo y a los edificios. ¿Y si lo he imaginado?

Me alucinan estas coincidencias, estas casualidades. Percibirlas, anudarlas, me resulta extrañamente excitante, como si al ser capaz de ver el hilo entre unos hechos y otros descifrara la vida. O algo así. 
«La primera ascensión de la historia en un globo de hidrógeno la realizó el físico Jacques Charles el 1 de diciembre de 1783. «Cuando sentí que me alejaba de la tierra», comentó, «mi reacción no fue de placer, sino de felicidad.» Fue «un sentimiento moral», añadió. «Me oía vivir, por decirlo así.»
Eso es, esta mañana en la piscina me he oído vivir. 


sábado, 28 de enero de 2017

Nueve años de Cosas que (me) pasan


No se me ocurre nada con el nueve. Nada nuevo con el nueve. Qué ridículo trabalenguas. Nueve. Nueve. Nueve. Nueve. Hace poco me enteré de que los números en los textos deben escribirse siempre con letra, a no ser que sea un número muy grande. Nunca escribiré un número muy grande como aniversario del blog, con suerte, sin artritis y si los blog siguen existiendo, a lo mejor llego a celebrar el aniversario cincuenta. Cincuenta con letra. 

Nueve. Nueve. Nueve. 


Me acuerdo de los viajes a Los Molinos escuchando a los Beatles y como cuando saltaba esta canción, le pedía a papá que la pasara, que era un rollo. Ahora que lo pienso, a lo mejor no le decía nada, solo lo pensaba. No se podían pasar las canciones, es posible que la escucháramos entera. 

Abro Spotify y busco la canción. La escucho mientras miro por la ventana esperando que se me ocurra algo. ¿Y si no escribo nada? Nadie se daría cuenta. Yo sí, yo lo sabría, pensaría que le he fallado al nueve. 

Seis minutos de canción que empiezan con un hombre repitiendo "number nine, number nine, number nine", y una melodía tocada en un piano.  Se oyen voces al fondo, frases, palabras de personas que cuentas historias, trozos de vida, de noticias, palabras sueltas. La melodía es reconocible de vez en cuando, para que no te olvides de que estás escuchando una canción. 

Nueve. Nueve. Nueve. No sé que decir. 

Intento escribir el post mil seiscientos ochenta y uno para celebrar el número nuevo y, de repente, se me ocurre que el blog es como esa canción de los Beatles (pero son Yoko).  Historias, personajes, anécdotas, libros, películas, canciones, sensaciones, noticias, críticas, sentimientos, alegría, dolor, pena inmensa, risas histéricas, humor, llanto, dolor, duelo, tonterías, lectores, comentaristas, amigos, amables desconocidos, anónimos agresivos, amantes, ideas y pensamientos son el rumor de fondo y lo que yo escribo, como cuento las cosas que (me) pasan es la melodía.

Gracias a todos. 


jueves, 26 de enero de 2017

La chica de la manta eléctrica

¿Dónde estará la chica que me sonríe desde la caja de la manta eléctrica? Ya no se hacen chicas de cajas como las de antes. Un momento, ¿se siguen vendiendo mantas eléctricas? ¿Por qué no duermo todas las noches con manta eléctrica? La rueda, las lentillas, los tampones y las mantas eléctricas. ¿Por qué no arden las redes sociales en loas a las mantas eléctricas? Creo estoy delirando. 

Lloro de sueño mientras me visto y me fijo en la chica de la caja. La foto es buenísima, sé exactamente como es el mueble de cajones de madera oscura que tiene colocado a los pies de la cama y casi puedo sentir el tacto de las sábanas porque por supuesto la rubia ni tiene ni sabe lo que es un edredón. Seguro que no salen chicas. ¿Cómo serán las cajas de mantas eléctricas ahora? 

Seguro que las cajas son blancas con grandes letras y un nombre técnico que intente hacernos creer que esa manta eléctrica ha venido directamente del futuro para resolver nuestros problemas. Yo no quiero una manta del futuro, quiero la manta DAGA y a la rubia sonriente. 

¿Dónde estará esa chica? ¿Cuando dejamos de llevar camisones de tirantes? Yo tenía camiones de tirantes, eran bonitos. Incómodos pero bonitos. Me fascina como aplicamos la incomodidad para algunas cosas y la obviamos para otras. Los camisones de tirantes han caído en el ostracismo pero la gente lleva sujetadores que le colocan las tetas rozando la barbilla. 

Almohadilla eléctrica DAGA. Cualquier comercial (ahora ni siquiera se llaman así, se llaman especialistas en marketing) del 2017 hiperventilaria con este nombre. Se me ocurren pocas cosas menos comerciales que esas tres palabras juntas. Ya lo estoy viendo.

Hola, quiero llamar a mi producto "almohadilla eléctrica DAGA"
Pero, pero, pero ¡eso es imposible!
¿Por qué?
Porque no generaría marca y expondría a sus potenciales compradores a pensamientos negativos. 
¿pensamientos negativos? ¿de qué habla? Si hay una rubia en la caja.
¡Almohadilla? ¿Por qué el diminutivo? Se imagina usted a alguien vendiendo una "sartencilla" o una "tacilla". 
—Oiga, vengo de comprar una cajetilla de tabaco.
¿De dónde dice que viene?
De 1973.

Daga. ¿Dario García? ¿Damián Gallizo? ¿De dónde saldrá ese nombre? Daga. Cuchillo. Puñal. Una corriente que entra en tu piel. ¿Una cuchillada da calor? Demasiado metafórico y poco pertinente. Me inclino más por Damian Gallizo. O, ahora que lo pienso, quizás la rubia era un amor italiano del inventor de la alfombrilla eléctrica. 

Imagino a ese hombre, enfundado en un traje marrón chocolate, fumando un cigarrillo tras otro que va sacando de su cajetilla de Ducados, mientras acodado en la barandilla de su habitación de hotel en Bari observa a una mujer que sale del hotel, se gira, le lanza un beso y se va. 

Si. Eso va a ser. La rubia del camisón de tirantes tiene cara de llamarse Danuta. El hombre de la cajetilla de tabaco quiso casarse con ella. Él era inventor, ella azafata y sus destinos coincidieron en una feria de pequeño electrodoméstico en el sur de Italia. Nunca más volvieron a verse pero él le puso a su invento el nombre de aquella rubia como si hubiera sido su mujer: Danuta Gallizo. 

Tengo que dejar los relajantes musculares.  



martes, 24 de enero de 2017

La enfermedad no es una guerra


«La enfermedad no es una batalla, no se lucha, se sufre. Convertir a los enfermos en luchadores es hacerles responsables de su enfermedad».

Ayer publiqué este tuit a raíz de la muerte de Bimba Bosé y los innumerables testimonios con palabras como lucha, batalla, fuerza, etc. 

Estar enfermo es terrible y da muchísimo miedo. Nos da miedo nuestra propia enfermedad y nos aterroriza la enfermedad de nuestros seres queridos. El enfermo es consciente del miedo que tienen sus familiares y por eso intenta mantener el ánimo, las fuerzas y una sonrisa, cuando buenamente puede, porque no quiere ser causante de más "molestias". Cuando uno está enfermo y tienen que cuidarle, dejarse llevar, traer, alimentar, limpiar en algunos casos, al sufrimiento y al dolor que toda enfermedad conlleva se suma el sentirse culpable por crear problemas a nuestros seres queridos, por trastornar sus vidas, por causarles tristeza y preocupación. No es nada que venga impuesto de fuera, está en nuestra naturaleza intentar evitar sufrimientos a nuestros seres queridos y por eso, cuando estamos enfermos, intentamos mantener más o menos la calma y una actitud cuando menos agradable. 

Hasta aquí todo bien. Pero ¿por qué nos empeñamos en exigir a los enfermos de cáncer o depresión, por ejemplo, que luchen, que sean optimistas, que tengan ánimo, ganas, "fuerza"?¿Sabemos lo que estamos pidiendo? Nosotros, los sanos que estamos aterrorizados y a punto de venirnos abajo a cada minuto exigimos, pedimos, suplicamos al enfermo que sea "fuerte". ¿Qué es fuerza? ¿Hasta que punto lo hacemos por ellos y hasta que punto lo hacemos por nosotros mismos? Todos conocemos casos de enfermos admirables que son un ejemplos para sus familias, enfermos cuyos familiares dicen "fue él o ella la que nos dio ánimos porque no perdió la sonrisa ni las ganas de curarse". Eso está fenomenal pero ¿hasta qué punto ese esfuerzo sobrehumano lo hizo o lo hace el enfermo por él y hasta que punto lo hace porque sabe que sus familiares no son capaces de soportar que él se derrumbe? 

Cada uno afronta la enfermedad como puede y como quiere pero desde el lado de los sanos es muy muy fácil apelar a la fuerza, las ganas de luchar, el famoso "anímate" y el "no te preocupes". Es mucho más complicado sostener al enfermo arrasado en llanto, en dolor y en terror y decirle "no sé qué va a pasar pero voy a estar aquí contigo, ayudándote en lo que pueda, acompañándote en este miedo que siento contigo". Porque nos da miedo tener miedo, nos da miedo afrontar lo que no podemos controlar, lo que se escapa a nuestros deseos, nos da miedo el dolor, la tristeza, el sufrimiento y la muerte. Y es normal, tiene que darnos miedo pero creo, sinceramente, que taparlo bajo una alfombra de buenrollismo permanente y de optimismo  ficticio no ayuda a nada. 

Cuidamos a los enfermos de apendicitis, sarampión, paperas, gripe o al que se rompe una pierna y lo hacemos porque son enfermedades que no nos dan miedo. Le decimos al enfermo "no te preocupes" y si se queja de dolor lo comprendemos. Exigimos, pedimos, apelamos a la lucha, la batalla, el ánimo y la actitud con el cáncer, la depresión, las enfermedades neuro degenerativas porque nos aterrorizan. 

Las enfermedades no son guerras, no son batallas. Son una putada y se sufren. Los enfermos son pacientes que tienen que cuidarse y dejarse cuidar y tienen el derecho y, muchísimas veces, la necesidad de rendirse al terror que sienten, de echarse a llorar, de quejarse, de tener miedo y de querer hacerse pequeños y desaparecer. Tienen también, y muchas veces se lo estamos negando con el lenguaje asociado a la enfermedad, el derecho a que se les consuele llorando con ellos y consolándoles y no forzándolos (aunque sea de manera siempre bienintencionada) con palabras como "tienes que luchar" o "eres fuerte, aguanta". Sinceramente creo que un no te preocupes, estoy aquí para sostenerte cuando ya no puedas más, es muchísimo más consolador. 

Dar ánimos es pasar al enfermo el estandarte de la enfermedad. Dejarle rendirse a ratos es ayudarle a llevar ese dolor y descargarle por un rato. Para los sanos, es más fácil animar que sostener. Animar es hacia fuera, es pedirle al otro el esfuerzo. Sostener es hacia dentro, es compartir y duele. 

No se pierde o se gana una batalla contra la enfermedad. Eso son eufemismos que nos buscamos para enmascarar la realidad.  Enfermamos y, o nos curamos o nos morimos. 

Así es la vida.