lunes, 16 de septiembre de 2013

JACK

Sábado mediodía.
Mamá..¡hemos ganado un pez!  Bueno, lo he ganado yo.  He tirado una bola y ¡he acertado a la primera!! ¡Estoy contentísima! ¡he conseguido un pez! Voy a comprarle comida ahora mismo. Y voy a ponerle nombre. Al otro no le pusimos nombre y no puede ser, tiene que tener nombre. Le voy a poner Jack. ¿Te gusta mamá?  Voy a pensar donde lo pongo ahora en Los Molinos hasta que nos vayamos a Madrid para que no pase mucho calor. ¿Lo dejo en el porche? No, porque a lo mejor se lo comen los perros. Mamá, como soy alérgica al pescado ¿si me salpica el agua donde ha nadado Jack me dará alergia? No creo, porque entonces me daría alergia el mar cuando me baño. Pero de todos modos, no voy a tocarlo para que no me de alergia. Y ya sé que hay que darle poco de comer. Voy a buscar un rotulador para poner el nombre en la pecera. JACK. Me gusta, es un buen nombre  para el pez. 
Domingo tarde
Mamá, he aprendido a cambiar el agua a Jack. Hay que coger agua y dejarla reposar para que se le vaya el cloro y luego se lo cambias. Se la he cambiado a mediodía para que cuando lleguemos a Madrid tenga el agua bien porque yo tendré que hacer cosas y no me va a dar tiempo. Conduce con cuidado en las curvas para que se no vaya el agua. Lo voy a llevar en alto para que vaya viendo el paisaje por la carretera y no se maree. Si yo voy mirando al suelo me mareo así que supongo que Jack también se puede marear. ¿No? Eso no lo sabes mamá, así que lo llevo mirando por la ventana y trataré de no dormirme para que no se caiga la pecera. ¡Mamá, las rotonda son curvas! Ten cuidado. Acuérdate lo que nos pasó hace dos años. Además, Jack es más mío que de C porque yo me estoy ocupando de todo y me voy a encargar de él y lo voy a cuidar fenomenal.
 
Domingo más tarde. 
¡Mamá! ¡Está muerto! Se ha recocido mientras comprábamos los bañadores del colegio. Mamá, teníamos que haberlo sacado y haberlo llevado con nosotras. ¿Cómo no se me ha ocurrido que en el parking hacía mucho calor? ¡Corre! Sal  rápido del parking y abro la ventanilla y saco la pecera y a lo mejor revive. ¡Si, se mueve un poco! Corre mamá, vamos a casa…corre. No, no se mueve…sólo flota y se hunde. ¿Mueve la boca? ¡Parece que sí!...No, no mueve la boca. A lo mejor si llegamos a casa y le echamos agua fresca se encuentra mejor y revive….
 
Domingo un poco más tarde.
Jack se ha muerto. Me ha durado un día y un poco. Todos los animales que tengo se mueren. Se murió el pez sin nombre, se murió Peter y ahora Jack. No, no quiero otro pez. Quería a Jack porque además lo había ganado yo, era la primera cosa que ganaba yo solita y se ha muerto por mi culpa, por no pensar que haría mucho calor en el parking. Se ha muerto Jack y estoy muy muy triste y no puedo dejar de llorar. Mamá, ve a mirar si ha revivido…aunque ya sé que no.

Domingo noche.
Mamá, tira a Jack a la basura. Voy a llorar ahora y ya. Si lo veo mañana por la mañana seguro que lloro más y no quiero. Mamá...¿estás llorando?

viernes, 13 de septiembre de 2013

LAS VOYAGER, MI VÉRTIGO CÓSMICO Y ENAMORARSE


Esta mañana, como cada mañana cuando trabajo he entrado en la cocina como una autómata, llorando de sueño y de autocompasión. He abierto la nevera, cogido la leche, el zumo y la mantequilla y de camino a la mesa he encendido la radio para escuchar cosas que no quiero oír pero que consiguen que no me duerma mientras me estoy untando la tostada.
Entre las lágrimas, el café, el zumo, la tostada y noticias de política y deportes que no me interesan nada escucho algo que me activa.
Automáticamente pienso en un artículo sobre el tema queleí el año pasado y que me gustó porque aprendí mucho. Recuerdo la película de “El abismo negro” y mi ya famoso vértigo cósmico y recuerdo este maravilloso corto que vi hace unas semanas y que me encantó. Después, en la ducha, decido que ya tengo post.

Encontré este corto en un este post. En él, la directora, Penny Lane cuenta la historia de las sondas Voyager, habla de enamorarse, de correr riesgos al hacerlo, de la historia de amor de Carl Sagan,  de su pareja y de lo inmenso y desconocido que es el Universo.


Está en inglés y no  he encontrado traducción ni subtítulos…asi que me he currado una traducción de andar por casa para los que no controláis inglés y en especial para Biónica. (Puristas de la traducción, perdón si he metido la gamba en algo)

De verdad, dedicad 14 minutos del fin de semana a verlo.
 


 El documental está narrado con una voz en off que es la de propia directora, Penny Lane.
“El año antes de que yo naciera, la Nasa lanzó dos sondas especiales idénticas en una misión que se suponía duraría dos años. Nadie sabía que 30 años después (36 años ahora mismo)  seguirían viajando, con una velocidad de un millón de millas al día (Ni idea de cuánto es eso pero suena a muchísimo), más allá del Sol, más allá de todo lo conocido.

Las Voyager son ahora mismo, los objetos hechos por el hombre más lejanos en el espacio y su viaje continuará literalmente para siempre.  Probablemente sean las únicas evidencias de que alguna vez nosotros existimos.
Cada una de las sondas lleva en su interior un disco de oro grabado  (Golden Record se llamó el proyecto). Es una compilación de fotos, sonidos e imágenes codificadas en un código binario: una madre amamantando, un águila extendiendo sus alas, saludos en 50 idiomas y un mensaje del Presidente Carter (era el Presidente de EEUU en 1977). Momentos y momentos del hombre en la Tierra.  (Aquí suena ópera por si alguno se ha perdido o quiere saber por dónde va el texto). Estos discos son una especie de tarjetas de San Valentín (son americanos y es tradición) dedicada a la ínfima posibilidad de que en algún lugar muy lejano en el tiempo y en el espacio las sondas contacten con alguien.

Los ingenieros aseguran que la grabación durará un millón de años.
No me sorprendió conocer que el proyecto Golden Record fue una idea de Carl Sagan. Su historia es bien conocida (confieso que yo no tenía ni la más remota idea…pero a lo mejor soy la excepción que confirma la regla) pero lo que la mayoría de la gente no conoce es su historia de amor.

El 1 de junio de 1977 Annie Druyan, la directora creativa del proyecto Golden record, estaba hablando por teléfono con su colaborador  Carl Sagan cuando su corazón se paró. Fue un momento, como una llamada de  ninguna parte ( interpretación libre por mi parte de la expresión que ella utiliza). Nunca se habían besado, él estaba casado, pero a pesar de las circunstancias, estaban enamorados y mientras hablaban por teléfono a miles de kilómetros de distancia decidieron pasar el resto de su vida juntos.
Annie colgó el teléfono y gritó “Fue un momento único” dijo. “Por fin entendí como debe ser hacer un descubrimiento científico.”

Dos días después del lanzamiento de las sondas Voyager, Carl y Annie anunciaron su compromiso y permanecieron juntos hasta la muerte de él en 1996.
Recuerdo cuando Carl Sagan murió. Yo estaba en el instituto y tú (se refiere a su marido al que dedica el corto)  debías estar en la Universidad. Es un juego al que me gusta jugar de vez en cuando. Imaginarte por ahí, en algún lugar antes de conocernos, preguntarme dónde estabas todos esos años, como por ejemplo…¿Dónde estabas tú en 1986? (Imágenes de la explosión del Challenger. Yo me acuerdo perfectamente dónde estaba y cómo me sentí)

No pasé mi infancia fantaseando sobre cómo sería mi matrimonio. Todo el mundo conoce las estadísticas, parece ridículo esperar que funcione pero al final lo que hay que pensar es ¿Cuánto esperas de ello? Y ¿Cuánto riesgo estás dispuesto a correr?
-Aquí se corta la voz y se escucha el mensaje de Carter grabado en el disco saludando a quien sea que pudieran encontrar las sondas. –

El Golden Record es una visión esperanzadora de la humanidad: sin guerra, sin hambre, sin juicios por divorcios. Mucha gente lo ha criticado pero yo me alegro de que lo hicieran así, es como la visión buena que das de lo que más te gusta.
Las sondas Voyager han encontrado muchísimas cosas maravillosas ahí fuera: volcanes, geiseres, océanos de hielo, tormentas eléctricas que duran siglos y lunas con forma de patata.  Ellas no han enseñado que el universo es más vasto de lo que jamás hubiéramos podido imaginar.  No han encontrado vida, ninguna evidencia de vida. ¿Qué pasa si esto es todo? ¿Qué pasa si no hay nada más?

Carl y Annie emplaron su vida en la ciencia. Estaban bastante convencidos de que no existe Dios, ni un destino.

En una entrevista, Annie dijo “ Carl y yo sabíamos que habíamos tenido una oportunidad, que una pura coincidencia había sido lo que había hecho que nos encontráramos en la vastedad del espacio y la inmensidad del tiempo. Sabíamos que debíamos mimar cada momento como  la increíble y preciosa coincidencia que era”
¿Te acuerdas de Conney Island? Paseamos por el muelle y hablamos de casarnos de una manera totalmente hipotética. Tu dijiste que el matrimonio era una transacción irracional, un contrato poco efectivo que la mayoría de la gente firma ciegamente sin saber bien los términos, las responsabilidades y los riesgos que se corren. Dijiste también la dificultad para disolver un matrimonio viola el principio de eficiencia legal (algo más de jerga legal que lo siento pero no controlo). No fue para nada una conversación romántica. 

Cuando te declaraste, recordé aquella conversación y sonreí. Eres tan abogado, insistes en esas anticuadas ideas de hechos, evidencias y a la vez tienes tanta esperanza, tanto amor.  En este punto estarás pensando qué es exactamente qué es lo que estoy intentando decir.
Bien. Dentro de miles de años, cuando el Sol haya hecho que la Tierra arda hasta ser solo cenizas y se haya convertido en nada, las Voyager seguirán viajando a una velocidad increíble hacia lo desconocido. Buscando.

Las Voyager se construyeron para durar sólo dos años pero sorprendieron a todos.
Desearía haber vivido en esa época. Es difícil imaginar un proyecto como el Golden Record ahora mismo. Desearía que Carl Sagan estuviera aquí para decir: ¿Sabes qué? Miles de millones de años es muchísimo tiempo. Nadie puede decir que pasará. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué no intentar alcanzar lo increíble? No hay manera de evitar lo desconocido, no hay manera de adivinar qué nos dolerá de lo que estamos tratando de protegernos. Necesitamos conocer para poder amar, tenemos que arriesgar todo, tenemos que abrirnos para poder contactar incluso con la posibilidad del desastre” .

Mi vértigo cósmico ha adquirido un bonito tono romántico pero sigue aterrándome.

 

jueves, 12 de septiembre de 2013

RELEER Y VOLVER A VER.

Releer. Suena exactamente a lo que haces, leer algo que ya leíste en su momento. No hay juicio, ni opinión. Parece que repites la misma acción...aunque no es exactamente igual.

 
Remirar. Rever. Suenan horriblemente mal, suenan a que vuelves a ver algo, en este caso una película porque no te enteraste bien. No sé, a mí me suena a que ya vas predispuesto en contra, cuando es justo al revés. Por supuesto, "revisionar" o el anglicismo "revisitar" tampoco molan nada. Muchísimo mejor, aunque más largo, "volver a ver".

 
Puedo hacer una lista bastante corta de los libros que he releído en mi vida: El hobbit, La Historia Interminable, La perla, El Señor de los Anillos, El último encuentro, Los reyes malditos, Historias de Nueva York, Ventanas de Manhattan, El enamorado de la osa mayor, El cuaderno rojo, The Great Gatsby y todos los Asterix (un millón de veces).
 
El listado de películas sin embargo es interminable. Por citar algunas de las que he visto más de cinco veces: Mary Poppins, Esta casa es una ruina, Tienes un email, Cuando Harry encontró a Sally, Los Puentes, Memorias, Los caballeros de la mesa cuadrada, la saga del Padrino, las de Indiana, las de Star Wars, Hatari, El hombre tranquilo, Mujercitas, Historias de Philpadelphia, El Apartamento, La extraña pareja, Primera plana, Sin Perdón, La diligencia, todas las de los hermanos Marx, Adivina quien viene a cenar esta noche...pufff...y un montón de clásicos en blanco y negro y mil más.

 
Obviamente, volver a ver una película es más sencillo que releer un libro. Con sencillo me refiero a que te tumbas en el sofá y la ponen en la tele o la eliges de las que tienes en DVD o te la descargas (legalmente) y no tienes nada más que hacer. Sabes el tiempo que te llevará volver a ver esa película y sabes exactamente lo que vas a ver. Conoces la historia, los personajes, el final y puede que hasta los diálogos.

 
¿Por qué vuelvo a ver una película?

 
Pues porque estoy tirada en el sofá y resulta que la están echando, es decir por oportunidad encontrada en el momento justo de vaguería. Pero ¿por qué no apago la tele o busco otra cosa? o ¿Por qué elijo volver a ver una película? Pues por reencontrarme con lo que sea que en su momento me gustó de ella y volver a disfrutarlo.  Puede ser que esté triste y quiera algo para reírme, o que esté en modo "bichobola" y quiera algo de llorar, o que quiera pasar miedo o ver una peli que pegue con el  helado que voy a comer. O puede que también vuelva a ver una película porque voy a compartirla con alguien que no la ha visto (como laz princezaz o Fede que a sus 41 años no había visto "La princesa prometida") o sí la ha visto pero no la hemos visto juntos. 

 
Volver a ver una película tiene mucho con ver con mi estado de ánimo y la oportunidad espacio/temporal: la peli justa en el momento justo de sofá. Puedo dejarla a la mitad...simplemente apago (o me duermo) y ya está “total, ya sé cómo termina”.

 
Vuelvo a ver pelis dos, tres, cuatro y hasta veinte veces sólo para regodearme en lo conocido, para repetir de lo que me gusta.  Para darme un empacho. Sé exactamente qué voy a ver y cómo me voy a sentir. Por supuesto, a veces descubro cosas nuevas, casi siempre por la edad a las que las  veo,  pero hay muchas veces que no y ese es justo su placer. He visto una película tan sencilla como "Mary Poppins" más de 30 veces, no hay nada nuevo en ella, me la sé de memoria  y me sigue encantando cómo me hace sentir. 

 
Releer para mi, es otra cosa. Es un acto de voluntad. No me tumbo en el sofá y el libro cae en mis manos. Es más una actitud: voy a releer  tal.
 
Para empezar,  lleva más tiempo. De hecho no sé cuánto me llevará porque no sé de cuánto tiempo dispondré en las próximas horas, días o semanas para terminarlo. Además es posible que recuerde la historia y como termina...pero habrá un millón de cosas que no recuerde.  Sólo los muy frikis recuerdan diálogos textuales.

 
Ahora que lo pienso esto es curioso. ¿He leído más libros o he visto más películas en mi vida? Supongo que películas a pesar de lo mucho que leo y sin embargo recuerdo más cosas de las películas que de los libros. No de todas por supuesto pero de las que me gustan sí...aunque claro puede que sea porque las he visto más veces. Puede que no sea tan curioso.

 
Si voy a releer un libro hay que llegar al final, hay que saborearlo hasta el final...a no ser que la relectura sea un chasco absoluto pero creo que incluso en ese caso hay que terminarlo porque estaré pensando "este libro me encantó, tiene que tener algo por lo que yo guardaba este recuerdo tan bueno". Hay veces que no funciona...y lo que sea que me encantó ya no está ahí o peor...está y me horroriza y me hace pensar en qué tipo de persona era o qué extraño proceso de abducción tuve en el momento en que leí aquel libro para que me pareciera maravilloso.

 
Sólo releo los libros "buenos". Con las pelis el espectro es más amplio, puedes querer volver a ver una peli "mala" sólo por el buen rato o la historia ñoña de amor o por los chistes absurdos.

 
Al releer un libro "bueno", uno de mi top, siempre descubro algo nuevo, algo que no sabía que estaba ahí, que no capté cuando lo leí por primera vez o que si capté pero que no recuerdo porque hubo otra cosa que en su momento me llamó más la atención. También puede ser porque mi momento vital fuera otro, obviamente no es lo mismo leer con 22 que con 40. Por lo mismo, por el momento de tu vida creo que hay libros que no deben volver a leerse...hay que hacerlo cuando tienes 17 pero no con 30 o 40. Releer algunos libros de adolescencia te puede hacer sentir mucha vergüenza ajena con efecto retroactivo hacia tu yo de 17 años. Mejor que no.

 
En este artículo que leí ayer, el autor decía que no relee porque sabe que hay muchísimo nuevo por leer y le parece que releer le quita tiempo de conocer nuevas lecturas, de ampliar su bagaje de libros. A mí no me pasa eso, de hecho me parece un argumento bastante estúpido. Es cómo argumentar que a pesar de haberte encantado Nueva York o Berlín no vas a volver nunca porque te quedan muchas otras ciudades por conocer.

 
Yo no releo más por miedo. Lo confieso, es puro terror.

 
Hay libros que me encantaron en su momento, que me fascinaron y me compensa más el recuerdo que la posibilidad de volver (o no) a disfrutarlo. Sé que es una posición casi tan idiota como la del autor del artículo que he citado y por eso lucho contra ella y de vez en cuando me lanzo a releer. Veo el libro en la estantería y digo "venga Moli coño, no seas cagueta, atrévete a ver porqué te gusto ese libro". También releo por una mezcla de  vergüenza torera y envidia al recomendar  un libro a alguien. La vergüenza torera viene porque me entra el pánico escénico y pienso "Mierda, le he dicho que este libro era maravilloso y lo mismo es una mierda...voy a releerlo para poder defenderlo o para pedir perdón por el truño recomendado". Y la envidia porque pienso que esa persona lo está descubriendo y saboreando y entonces  me lanzó a releer (casi sin pánico) para poder disfrutarlo…¿Quién dijo que la envidia era mala? 

 
La verdad es que mis relecturas casi siempre han ido bien y al releer me he reencontrado con el placer y las sensaciones que encontré en su momento: todo lo que recordaba estaba allí y muchas veces descubro que la relectura (con más años y más vida vivida) hace ese libro aún mejor que su recuerdo.

 
Creo que me he convencido a mi misma. Voy a ir pensando en mi siguiente relectura.

martes, 10 de septiembre de 2013

ASÍ LIMPIABA, ASÍ ASÍ.


En modo “limpio mi casita” soy una mezcla. Por un lado acarreo un montón de costumbres/manías heredadas de Molimadre, por otro tengo costumbres adquiridas y por otro y dependiendo del día oscilo entre el chapucerismo más absoluto y una perfección rayana en el TOC. 

Las tareas del hogar son un coñazo y además no se terminan nunca. Te sientes como Sísifo. Es un trabajo que no se acaba nunca: barres y tendrás que volver a barrer, friegas y tendrás que volver a hacerlo, la lavadora, tender, planchar, quitar el polvo, ordenar armarios, cocinar, cocinar, cocinar, fregar cacharros, poner el lavaplatos, recogerlo, volverlo a poner, la aspiradora, barrer, fregar… y así eternamente. Es un trabajo muy desagradable, que no se acaba nunca y que además dura muy poco tiempo “hecho”. Roba muchísima energía, es una fuente de frustración constante y genera muchísimo mal rollo familiar.

Cuando me tengo que dedicar a esas cosas dependiendo de los días oscilo entre empezar por lo más coñazo para quitármelo de encima o por lo más fácil para avanzar más deprisa y creer que me está cundiendo mucho. Como últimamente me dedico más de lo habitual  a estas tareas, he descubierto que desarrollo pensamientos completamente absurdos dependiendo de lo que esté haciendo. 

Hacer las camas. De todos los trabajos caseros es uno de los menos coñazo y que más satisfacciones da. Mientras doy vueltas alrededor de mi cama para estirar las sábanas siempre voy pensando como puedo minimizar los paseos que me doy entre mi mesilla  y la del Ingeniero. Intento pensar si en la siguiente vuelta conseguiré estirar la sábana, dejarla colocada y colocar sus almohadas para luego terminar de hacer la cama desde mi lado. Todos los dias pienso: voy a contar las vueltas que doy. Y todos los días se me va la cabeza a otra cosa. Colocar la colcha es uno de esos momentos en que me siento Molimadre, la noche anterior he doblado la colcha exactamente de la manera en que ella lo hace “para que no se arrugue” y cuando la estiro por las mañanas pienso: que horror, soy mi madre.  

Cuando hago las camas de las princezaz siempre hago el intento absurdo de hacer la cama de arriba sin separar la litera de la pared. Nunca lo consigo y acabo arrastrándola. Luego fluctuo entre dos pensamientos dependiendo del día: de hoy no pasa que tire estos peluches y joder..en esta cama  yo dormía  (y otras cosas). 

Lo bueno de hacer las camas es que siempre dan aspecto de orden y por lo menos cuando te acuestas mola la sensación de cama hecha. 

Quitar el polvo. 
Supongo que como toda la gente de mi edad, es coger el trapo y el producto que sea que pone “quitapolvo todas las superficies” para empezar a tener otros dos pensamientos absurdos. Por un lado una regresión a ese mítico anuncio de mi infancia “tú el pronto yo el paño” con una tía deslizándose por una mesa de reuniones y por otro lado y dependiendo del día un bucle de pensamientos sobre “quitar polvos en todas las superficies” o “añadir polvos en todas las superficies”....unido a estar limpiando con ropa de guarrear en casa y en fin...todo el mundo sabe que cuando menos te lo esperas llega el polvo de tu vida y tendría gracia que fuera con un “quitapolvo”. 

En el momento paño y dependiendo de los días puedo dedicarme solo a limpiar lo que se ve en plan “bueno, ya está si total no está tan sucio” o me puede entrar la vena perfeccionista  y entonces saco todos los libros, friego la estantería, los recoloco, me sorprendo con alguno que no recordaba, me pongo a mirar esquinas dobladas, decido que ese libro no está bien colocado ahí y puedo tardar 3 horas en terminar de quitar el polvo de las estanterías. Si este mismo ataque me pasa en el cuarto de las princezaz, entonces me dedico a agrupar clics por temática, fichas de las construcciones por colores, reagrupo piezas de puzzles y lo dejo todo tan espectacularmente limpio y ordenado que tengo tentaciones de sacar fotos y mandarlas a una revista de decoración de esas que solo miro en la consulta de mi ginecólogo. 

Barrer. 
Barrer me mola. Hasta cierto punto es cómodo. Coges la escoba, empiezas por una esquina y te pones a arrastrar polvo y pelusas hasta la primera meta volante que será el sitio donde has dejado el recogedor. Ahí empiezan una serie de movimientos que tienen a infinito para conseguir que toda la mierda entre en el recogedor. Primero un empujón contundente que esperas que sea el definitivo, luego otro para rematar y luego te das cuenta de que así no vas a terminar nunca. Optas por atacar desde otro ángulo y así hasta el infinito. Al final, te das por vencido y continúas barriendo hasta la siguiente meta volante. Los puertos de montaña del barrido de hogar se producen cuando hay que pasar la escoba por debajo del sofá y se sacan pelusas,monedas, piezas enanas de juguetes perdidos o cualquier otra cosa sorprendente. Los grandes puertos son si te da por barrer debajo de alfombras...siempre te arrepientes.  Y una gran manera de cagarla en el barrido es cuando te encaminas hacia el cubo de la basura con todo el recogedor lleno y o tropiezas, o lo golpeas contra el quicio de una puerta o sencillamente al dejarlo en el suelo pierde el equilibrio y se cae volcando todo su contenido. Grandes improperios con multitud de insultos hacia mi persona y el inventor del recogedor retumban entre las paredes de mi hogar. 

Fregar el suelo. 
Esquizofrenia absoluta. Coger el cubo, llenarlo. Siempre resulta que o he puesto poca agua y entonces tengo que volver a rellenarlo o está demasiado lleno y descubro que me tambaleo al llevarlo y pienso que en las pelis deben llevar siempre los cubos vacíos porque normalmente se contonean al acarrearlo mientras que yo voy dando tumbos nada sexys. Pasar la fregona mola porque se ve lo que haces...mola menos que luego entres en un pánico antihuella que es una completa estupidez “¡¡No pises!!”. Aunque por supuesto la mayor estupidez es cuando en tu afán fregador te has quedado en medio de la habitación fregada y vayas por donde vayas verás tus propias huellas. 

La aspiradora. 

La odio. O no chupa o tiena la bolsa llena. Cuando no succiona lo que debería y decido hacerme la “handymoli” y mirar qué coño le pasa...normalmente decide hacer un alarde y justo en el momento en que la dirijo hacia mi cara aspira tanto que casi me arranca los pendientes para luego al dirigirla contra la aspiradora volver a simplemente “acariciar”. Si tiene la bolsa llena siempre descubro que se me olvidó comprar recambios la última vez que la utilicé.  

Limpiar cristales. 
Me mola la sensación de quitar mugre y que se note. Es una satisfacción completamente imbécil pero ese pensamiento de “los voy a limpiar aunque no están tan sucios” confrontado al posterior de “Joder, pues si que estaban sucios, han quedado de puta madre” me da la sensación de no haberme jugado la vida en balde. Por supuesto intento controlar mi adicción al olor del limpiacristales con el hecho de que vivo en un sexto piso y cuando me concentro mucho en el aroma y en dejarlo todo “cristalino” varias veces he estado a punto de no contarlo. 

Poner la lavadora. 
Yo creo en mi lavadora igual que en los Reyes Magos. Quiero creer que es mágica y que meta lo que meta saldrá limpio y sin manchas. Luego, al sacar la ropa,  me frustro igual que con los Reyes Magos: ¡mierda, la mancha de cesped no ha salido de las rodillas del pantalón!, “¿de qué serán estas manchas en la camiseta de C?” “¿las podré mandar al colegio con esas manchas que no salen en la falda?”. Luego siempre pienso que la culpa es mía, que no he sido suficientemente buena (como con los Reyes) y pienso: la próxima vez echo quitamanchas antes y a ver si me estudio los programas que tiene la lavadora y así la aprovecho más. Por supuesto, “la próxima vez” es un momento de la dimensión temporal que por ahora no ha llegado...ni se le espera. 

Tender la ropa. 
Tender la ropa es como la cerveza, el vino, los informativos, la siesta o las páginas salmón de los periódicos. Es algo a lo que se le coge el gusto con la edad. De joven uno lo odia y lo hace de cualquier manera “bah, total da igual”. Cuanto mayor eres, más te gusta y más manías tienes. “Deja que mejor lo hago yo”. Hay que sacar la ropa de la lavadora cuanto antes y luego ir tendiendo la ropa al mismo tiempo que se estira y se coloca lo mejor posible para que luego la plancha no sea una tortura. Me gusta tender. Si es de día porque abro la ventana, veo el sol, el cielo o siento el viento. Si es de noche porque hay silencio fuera. Por supuesto también tengo manías para destender, voy recogiendo y doblando. Aquí me he rebelado contra las tradiciones de Molimadre...y hay cosas que no se planchan, solo se doblan y al cajón. 

Planchar. 
Cada vez que saco la plancha, el montón de ropa y empiezo el ritual siempre pienso lo mismo. “La mayoría de la gente odia planchar y sin embargo a mí, de todo lo de la casa es lo que más me gusta. No hay que pasearse, no hay que estar agachándose, puedes escuchar la radio o ver la tele o simplemente ensimismarte en tus pensamientos sin más” 

Y ensimismada en mis pensamientos, planchando camisetas de las princezaz y felicitandome por no haber perdido ningún calcetín...se me ocurrió este post. Un post de maruja.