En modo “limpio mi casita” soy una mezcla. Por un lado acarreo un montón de costumbres/manías heredadas de Molimadre, por otro tengo costumbres adquiridas y por otro y dependiendo del día oscilo entre el chapucerismo más absoluto y una perfección rayana en el TOC.
Las tareas del hogar son un coñazo y además no se terminan nunca. Te sientes como Sísifo. Es un trabajo que no se acaba nunca: barres y tendrás que volver a barrer, friegas y tendrás que volver a hacerlo, la lavadora, tender, planchar, quitar el polvo, ordenar armarios, cocinar, cocinar, cocinar, fregar cacharros, poner el lavaplatos, recogerlo, volverlo a poner, la aspiradora, barrer, fregar… y así eternamente. Es un trabajo muy desagradable, que no se acaba nunca y que además dura muy poco tiempo “hecho”. Roba muchísima energía, es una fuente de frustración constante y genera muchísimo mal rollo familiar.
Cuando me tengo que dedicar a esas cosas dependiendo de los días oscilo entre empezar por lo más coñazo para quitármelo de encima o por lo más fácil para avanzar más deprisa y creer que me está cundiendo mucho. Como últimamente me dedico más de lo habitual a estas tareas, he descubierto que desarrollo pensamientos completamente absurdos dependiendo de lo que esté haciendo.
Hacer las camas. De todos los trabajos caseros es uno de los menos coñazo y que más satisfacciones da. Mientras doy vueltas alrededor de mi cama para estirar las sábanas siempre voy pensando como puedo minimizar los paseos que me doy entre mi mesilla y la del Ingeniero. Intento pensar si en la siguiente vuelta conseguiré estirar la sábana, dejarla colocada y colocar sus almohadas para luego terminar de hacer la cama desde mi lado. Todos los dias pienso: voy a contar las vueltas que doy. Y todos los días se me va la cabeza a otra cosa. Colocar la colcha es uno de esos momentos en que me siento Molimadre, la noche anterior he doblado la colcha exactamente de la manera en que ella lo hace “para que no se arrugue” y cuando la estiro por las mañanas pienso: que horror, soy mi madre.
Cuando hago las camas de las princezaz siempre hago el intento absurdo de hacer la cama de arriba sin separar la litera de la pared. Nunca lo consigo y acabo arrastrándola. Luego fluctuo entre dos pensamientos dependiendo del día: de hoy no pasa que tire estos peluches y joder..en esta cama yo dormía (y otras cosas).
Lo bueno de hacer las camas es que siempre dan aspecto de orden y por lo menos cuando te acuestas mola la sensación de cama hecha.
Quitar el polvo.
Supongo que como toda la gente de mi edad, es coger el trapo y el producto que sea que pone “quitapolvo todas las superficies” para empezar a tener otros dos pensamientos absurdos. Por un lado una regresión a ese mítico anuncio de mi infancia “tú el pronto yo el paño” con una tía deslizándose por una mesa de reuniones y por otro lado y dependiendo del día un bucle de pensamientos sobre “quitar polvos en todas las superficies” o “añadir polvos en todas las superficies”....unido a estar limpiando con ropa de guarrear en casa y en fin...todo el mundo sabe que cuando menos te lo esperas llega el polvo de tu vida y tendría gracia que fuera con un “quitapolvo”.
En el momento paño y dependiendo de los días puedo dedicarme solo a limpiar lo que se ve en plan “bueno, ya está si total no está tan sucio” o me puede entrar la vena perfeccionista y entonces saco todos los libros, friego la estantería, los recoloco, me sorprendo con alguno que no recordaba, me pongo a mirar esquinas dobladas, decido que ese libro no está bien colocado ahí y puedo tardar 3 horas en terminar de quitar el polvo de las estanterías. Si este mismo ataque me pasa en el cuarto de las princezaz, entonces me dedico a agrupar clics por temática, fichas de las construcciones por colores, reagrupo piezas de puzzles y lo dejo todo tan espectacularmente limpio y ordenado que tengo tentaciones de sacar fotos y mandarlas a una revista de decoración de esas que solo miro en la consulta de mi ginecólogo.
Barrer.
Barrer me mola. Hasta cierto punto es cómodo. Coges la escoba, empiezas por una esquina y te pones a arrastrar polvo y pelusas hasta la primera meta volante que será el sitio donde has dejado el recogedor. Ahí empiezan una serie de movimientos que tienen a infinito para conseguir que toda la mierda entre en el recogedor. Primero un empujón contundente que esperas que sea el definitivo, luego otro para rematar y luego te das cuenta de que así no vas a terminar nunca. Optas por atacar desde otro ángulo y así hasta el infinito. Al final, te das por vencido y continúas barriendo hasta la siguiente meta volante. Los puertos de montaña del barrido de hogar se producen cuando hay que pasar la escoba por debajo del sofá y se sacan pelusas,monedas, piezas enanas de juguetes perdidos o cualquier otra cosa sorprendente. Los grandes puertos son si te da por barrer debajo de alfombras...siempre te arrepientes. Y una gran manera de cagarla en el barrido es cuando te encaminas hacia el cubo de la basura con todo el recogedor lleno y o tropiezas, o lo golpeas contra el quicio de una puerta o sencillamente al dejarlo en el suelo pierde el equilibrio y se cae volcando todo su contenido. Grandes improperios con multitud de insultos hacia mi persona y el inventor del recogedor retumban entre las paredes de mi hogar.
Fregar el suelo.
Esquizofrenia absoluta. Coger el cubo, llenarlo. Siempre resulta que o he puesto poca agua y entonces tengo que volver a rellenarlo o está demasiado lleno y descubro que me tambaleo al llevarlo y pienso que en las pelis deben llevar siempre los cubos vacíos porque normalmente se contonean al acarrearlo mientras que yo voy dando tumbos nada sexys. Pasar la fregona mola porque se ve lo que haces...mola menos que luego entres en un pánico antihuella que es una completa estupidez “¡¡No pises!!”. Aunque por supuesto la mayor estupidez es cuando en tu afán fregador te has quedado en medio de la habitación fregada y vayas por donde vayas verás tus propias huellas.
La aspiradora.
La odio. O no chupa o tiena la bolsa llena. Cuando no succiona lo que debería y decido hacerme la “handymoli” y mirar qué coño le pasa...normalmente decide hacer un alarde y justo en el momento en que la dirijo hacia mi cara aspira tanto que casi me arranca los pendientes para luego al dirigirla contra la aspiradora volver a simplemente “acariciar”. Si tiene la bolsa llena siempre descubro que se me olvidó comprar recambios la última vez que la utilicé.
Limpiar cristales.
Me mola la sensación de quitar mugre y que se note. Es una satisfacción completamente imbécil pero ese pensamiento de “los voy a limpiar aunque no están tan sucios” confrontado al posterior de “Joder, pues si que estaban sucios, han quedado de puta madre” me da la sensación de no haberme jugado la vida en balde. Por supuesto intento controlar mi adicción al olor del limpiacristales con el hecho de que vivo en un sexto piso y cuando me concentro mucho en el aroma y en dejarlo todo “cristalino” varias veces he estado a punto de no contarlo.
Poner la lavadora.
Yo creo en mi lavadora igual que en los Reyes Magos. Quiero creer que es mágica y que meta lo que meta saldrá limpio y sin manchas. Luego, al sacar la ropa, me frustro igual que con los Reyes Magos: ¡mierda, la mancha de cesped no ha salido de las rodillas del pantalón!, “¿de qué serán estas manchas en la camiseta de C?” “¿las podré mandar al colegio con esas manchas que no salen en la falda?”. Luego siempre pienso que la culpa es mía, que no he sido suficientemente buena (como con los Reyes) y pienso: la próxima vez echo quitamanchas antes y a ver si me estudio los programas que tiene la lavadora y así la aprovecho más. Por supuesto, “la próxima vez” es un momento de la dimensión temporal que por ahora no ha llegado...ni se le espera.
Tender la ropa.
Tender la ropa es como la cerveza, el vino, los informativos, la siesta o las páginas salmón de los periódicos. Es algo a lo que se le coge el gusto con la edad. De joven uno lo odia y lo hace de cualquier manera “bah, total da igual”. Cuanto mayor eres, más te gusta y más manías tienes. “Deja que mejor lo hago yo”. Hay que sacar la ropa de la lavadora cuanto antes y luego ir tendiendo la ropa al mismo tiempo que se estira y se coloca lo mejor posible para que luego la plancha no sea una tortura. Me gusta tender. Si es de día porque abro la ventana, veo el sol, el cielo o siento el viento. Si es de noche porque hay silencio fuera. Por supuesto también tengo manías para destender, voy recogiendo y doblando. Aquí me he rebelado contra las tradiciones de Molimadre...y hay cosas que no se planchan, solo se doblan y al cajón.
Planchar.
Cada vez que saco la plancha, el montón de ropa y empiezo el ritual siempre pienso lo mismo. “La mayoría de la gente odia planchar y sin embargo a mí, de todo lo de la casa es lo que más me gusta. No hay que pasearse, no hay que estar agachándose, puedes escuchar la radio o ver la tele o simplemente ensimismarte en tus pensamientos sin más”
Y ensimismada en mis pensamientos, planchando camisetas de las princezaz y felicitandome por no haber perdido ningún calcetín...se me ocurrió este post. Un post de maruja.