miércoles, 9 de marzo de 2016

Cosas que van a pasar(me)


Lo mejor es que lo cuente cuanto más rápido mejor. Como cuando de pequeña hacía algo mal. Como cuando dejé la nueva bicicleta de carreras de pobrehermano mayor tirada en el suelo delante de la huevería de Juanito, que salió con su todoterreno y la aplastó bajo las ruedas. 

Ese momento de pánico, de vértigo absoluto, en el que piensas: por favor, por favor, por favor... quiero volver atrás 2 minutos. Me corto un meñique si hace falta pero, por favor, que vuelva atrás en el tiempo para que pueda arreglar esto. 

Pero no funciona, ni aunque te cortes los dos meñiques y un par de falanges del anular, así que enfrentada al desastre lo mejor es pasar el mal trago rápidamente. Contar deprisa y casi sin respirar lo que has hecho para ver si así el interlocutor, aturullado por la velocidad de tus palabras y el volcado de información, no se entera y ese huracán que has provocado y que no puedes parar aunque quieras pasa inadvertido. 

Allá voy. 

¿Qué he hecho? 

Mejor dicho, ¿qué voy a hacer?

Dentro de una semana, el próximo miércoles 16 de marzo, a las 19 horas, daré una charla sobre "El empotrador".  Una charla ultrarrápida. 

Hala. Ya está. 

¿Por qué lo voy a hacer?

No lo sé, no lo sé. Me lo propusieron, dije que sí sin pensar o pensándolo poco, o pensándolo mal... 

5 minutos, 15 diapositivas, 140 personas y yo, pequeña y tímida en un escenario, hablando sobre cosas que no sé, o sé poco o sé mal. 

¿Y si me corto los pulgares? 

Se puede asistir en directo y también se grabará... 

¿Y si me corto una mano? 


lunes, 7 de marzo de 2016

Cuatro películas y una sinfonía


Lunes 
Salgo de los libros de colores y decido que es un buen día para irme al cine. Como ando con la cabeza en mil asuntos, me paso la salida de los cines y llego a la carrera a la película que quiero ver: Room. 

Fila y butaca centrada en una sala enorme. A mi izquierda una pareja que se tapa con los abrigos y a mi derecha una señora rubia que, como yo, ha ido sola al cine. 

La primera hora la paso sufriendo. Sufriendo mucho. Agobiada y angustiada. Alternativamente me hago bolita en mi asiento o me desespero y me echo hacia delante para intentar soltar la tensión que estoy acumulando. La segunda hora me aburro y echo de menos mi sofá. Room se despeña por la pendiente del telefilm de sobremesa de fin de semana y esas pelis hay que verlas en tu casa, durmiendo a ratos y comiendo chocolate. 

La peli tiene otro problema y es que si tienes hijos no te crees al niño. 

¿Recomiendo Room? Pues bueno, en tu sofá, con mantita y modorra, bien. En el cine, psss. 

Jueves 
"Moli, o vienes ya o voy a romper el jersey de lo duros que se me están poniendo los pezones".

Juan me espera en la puerta del cine. Alto, estirado y oteando la Gran Vía para verme  llegar. 

-¿Por qué no llevas abrigo?
-Porque me has dicho que no me pusiera mi plumas de joven rapero.
-¿Y qué? ¿No tienes más abrigos?
-No desvíes la conversación. Estoy pasando frío y es por tu culpa. 

Inauguración del Scyfy. Frikis a gogo, frikis everywhere, frikis a diestro y siniestro. Y nosotros. 

La película se llama "The invitation" y está muy bien. Vamos a ver, es una peli de miedo así que hay que bajar el listón de credibilidad para meterte en ella pero es una buena película. Desde el minuto 1 estás incómodo con la historia, con lo que se cuenta, con la situación que, no comprendes muy bien pero, te mantiene alerta y atento. El protagonista, además, está bastante tremendo. Rollo barbita, desastrado, pero con mucho atractivo. 

Salimos del cine, entre una nube de frikis, comentando que desde la llegada de los móviles las pelis de miedo tienen por obligación que meter una línea en el guión en la que algún personaje diga "Vaya, no hay cobertura". 

Sábado 
Marathoniana mañana con laz princezaz: competición de natación, comida en un italiano con fantabulosa carta para celiacos, compras y cine. 

Otra vez el Scyfy pero para ver una peli coreana con el sugerente título de "La chica satélite y el chico vaca". Parece un libro de Murakami pero no lo es y, contra todo pronóstico, la película va de una chica satélite, un chico vaca, un mago que es un rollo de papel higiénico y un perro ama de casa. Todo muy loco y bastante perturbador.  

-Chicas, ¿os ha gustado?
-A mí nada.Menos mal que era corta.
-A mí regular. 

Domingo por la mañana
Lloro,estremecida hasta el infinito, escuchando la Patética de Tchaikovsky en el Auditorio de Madrid. 

¿Cómo me he perdido esto durante 40 años? A lo mejor tenía que llegar este momento. 

Domingo noche 
Otra vez el Scyfy. Clausura. Frikis everywhere que llevan todo el día viendo películas una tras otra. Llegamos para la traca final y, después de comernos dos bocatas ilustrados (hechos por mi) y dos palmeras gigantes completamente industriales, conseguimos buenos asientos. 

-Moli, no sé porqué los tíos se ponen camiseta con chaqueta de vestir.
-¿A qué viene eso?
-Mira ese.
-Vamos a ver. Para ponerse camiseta con americana y no parecer ridículo hay que tener unas hechuras determinadas. 
-¿De qué hablas?
-Busca "Gerard Butler en el hormiguero". Traje azul y camiseta. 
-Aha. Hasta yo puedo entender de qué hablas. 

High Rise es la película. El engendro, el despropósito. Solo puedo echar espumarajos por la boca sobre ella. Es un espanto absoluto, un aburrimiento pretencioso sin sentido con un montaje caótico y ¡sin script girl! Lo único por lo que se aguanta semejante tortura es por el protagonista que también está bastante tremendo. Rollo elegante limpio con ganas. 

-Juan, ¿y si nos vamos?
-Los frikis están aguantando aquí como campeones. No podemos ser menos que ellos.
-Yo no soy friki y no soy competitiva. Me da igual ser menos. Vámonos.
-Que no, que a ti te da igual porque eres canija y no se te ve... pero a mí me ve todo el mundo. Ya que hemos llegado hasta aquí, vamos a terminarla. Piensa que  mañana podrás escribir sobre ella.
-Eso es chantaje emocional. 

No nos fuimos y por eso os puedo decir: huid corriendo despavoridos si alguien os ofrece o sentís el más mínimo impulso de ir a ver High Rise. 


jueves, 3 de marzo de 2016

En la ventisca


La ventisca es tan fuerte, nieva tantísimo, que pienso que estamos a dos rachas de viento de que los Odiosos Ocho llamen a la puerta de la cocina. Después de cerrar con llave, echo un último vistazo por la ventana. Nieva en horizontal.

Subo. En el cuarto de las niñas hace frío. Más que en el resto de la casa. Las dos paredes y el tejado están expuestos al exterior, a ese viento que arrecia cada vez más y a la nieve. Sopla tan fuerte que las ramas del pino tocan la ventana. Arropo a las princezaz y compruebo que en estas camas me parecen otra vez pequeñas, frágiles. En sus camas de Madrid me asusta lo grandes que parecen ya.

Por enésima vez esta noche, un nuevo microcorte de luz. Siempre igual. Se va la luz, contienes la respiración y piensas ¿y si no vuelve?, y vuelves a respirar cuando todo se enciende de nuevo.

Me lavo los dientes y me pongo el pijama y un jersey. Abro las cortinas a pesar de que el cristal está helado y la nieve se acumula en el cristal; quiero ver el viento desde la cama. Justo cuando me acomodo y cojo el libro, la luz vuelve a irse y un mensaje inesperado me llega al móvil.

Contengo la respiración, pienso ¿y si no vuelve?... y no vuelve.

Menos mal que había cargado el móvil antes. ¿Se irá la conexión de datos? ¿A qué viene este mensaje? ¿Bajo a por una vela para leer un rato? ¿Contesto? ¿Y si no vuelve la luz? No podré tomarme el café mañana. Podría coger el coche y bajar a un bar, aunque a lo mejor la carretera está imposible. Podré bajar andando; pero claro, si no hay luz para qué van a abrir el bar. No me gusta el café frío.

Otro mensaje.

¿Bajo a por la vela o no? Subir con la vela encendida por las escaleras es como de peli de miedo. Puedo encenderla ya arriba. ¿Y si me duermo leyendo y se queda encendida y se prende fuego la casa? ¿Vuelvo a contestar? A lo mejor mañana no podemos bajar a Madrid pero a mí lo que me preocupa es el café.

Las cuatro... ya está bien de mensajes que me estoy durmiendo.

Me despierto tapada hasta las orejas cuatro horas después. Salto de la cama. La ventana está cubierta de nieve y fuera todo está blanco y sigue nevando. La luz no ha vuelto.

Me pongo otro jersey; bajo. Molimadre está ya en pie y ha encendido la chimenea.

-¿Te caliento el café en la chimenea?

Mi madre es McGiver.

Un par de horas después, todos están levantados y la luz ha vuelto. Desde la ventana veo a M afanándose en el jardín para hacer un muñeco de nieve gigante. Tiene un método: comienza con una pequeña bola que va empujando para hacerla girar y que sea cada vez más grande. Lleva mis botas, mi camiseta, mi jersey y un gorro de rayas con el que parece un personaje de dibujos animados.

Golpeo el cristal para que sepa que la estoy mirando. Se gira y sonríe. Sonríe completamente feliz. Debe estar congelada porque lleva una hora fuera trajinando con la nieve. Tiene los ojos brillantes, agita la mano para saludarme y vuelve a su muñeco.

Salimos a dar un paseo. Se ha calmado el viento y la nieve recién caída cruje con nuestros pasos.

Nieve polvo. Así es, nieve polvo recién caída esperando a que alguien la estrene; y ese alguien somos nosotros.

La nieve no es como la arena de playa, que según pasas te olvida. La nieve guarda tu paso, tus huellas, tu recuerdo. El rastro que dejas en la nieve permanece, es el premio por haber sido el primero. El primero en salir del calor de casa, el primero en llegar a ese camino, el primero en lanzarte a caminar por ella, a tumbarte, a hacer el ángel. Sabes que cuando vuelvas al calor de casa tu huella seguirá ahí.

-Mamá, me encanta este día.

A mi también.


lunes, 29 de febrero de 2016

Despelleje Oscar 2016

Dame una entrega de premios y te escribo un post frívolo. Hoy quiero que sea frívolo, divertido y express. 

Empiezo con un disgustazo. Una de las dos mujeres que me han hecho reconsiderar mi heterosexualidad se ha destrozado así. Sospecho que ha caído en las redes de una dieta absurda a base de sólo proteínas, o sólo alimentos verdes, o sólo cosas que caigan de los árboles en días pares con luna llena y que dice cosas como "si no hago 4 horas de deporte no tengo equilibro mental". Su metabolismo se la está comiendo y ha pasado de ser una mujer estupenda a ser esa cosa...Sólo me queda Robin Wright para plantearme el lesbianismo. 

Aprendamos a posar:

- mentón hacia fuera marcando línea de mandíbulas SI. 
- cara de haberte tragado un sapo y estar tratando de deglutirlo. NO.  
- Bracitos en jarras y pelito al lado. NO. Asomando patita TAMPOCO
- Bracitos en jarras, hombros para atrás, tetas en bandeja, mirada en escorzo. SI. Arriquitaun. TAMBIÉN...
- Si no puedes abrir los dos ojos igual a la vez que pones morritos. No poses
- Lo que sea para ganar el premio jaboneras. (Apuesto a que se desplomó de bruces, 3 segundos después de tomar esta foto, enredada en sus propios tobillos)

Miro a Leonardo y no consigo que me guste, ni que me disguste, ni que me perturbe, ni que me haga reír, ni llorar ni nada. Es un tío que me resulta totalmente insulso. Hace mucho que no comento que odio las perillas. 

El Moradito de nazareno no me acaba de convencer. Lo encuentro de señora mayor o de La bola de cristal, dos cosas que han pasado de moda. Menos si lo lleva Heidi que se puede poner un plumero y está espectacular, pelín sobreactuada, pero espectacular. 

Quiero un traje original, soy Jared Leto. Y quiero una flor. Y que una vaca me lama el pelo. Y pantuflas de los chinos. 

Cate Blanchett del color del multiusos con que limpio mi casa. Seguro que en moda se llama "azul algo espantosamente cursi", lo mismo hasta es verde para los expertos. A los chinos de mi barrio les encantaría poner esas plumas en el escaparate acompañando a las fuentes de agua con lotos flotando, el gato de la manita y la colección de piedras con poderes mágicos. Esta chica también estaría monísima en ese escaparate. 

- Hagamos boicot a los Oscars porque no nominan negros.
- Eso es un rollo.
- Vale, pues a ver si tienes huevos de llevar una mopa en la cabeza. 

Cualquier cosa con Liev es mejor, incluso Naomi. Es mi nuevo hombre favorito. Que guapo, que clase, que estilo, que voz.  

Rachel Adams va de guapa con problemas. El color es bonito, va bien peinada y está favorecida PERO el vestido se arruga y supongo que habrá estado en 6 ó 7 sesiones de hipnotismo en plan "no muevas los brazos, no muevas los brazos...no respires fuerte, no tosas, no estornudes, no muevas los brazos" porque cualquier movimiento más allá del provocado por el pulso periférico la deja en bolas. O eso o lleva velcro en los costados tetiles. 

De primero, una dorada al horno. Y de segundo, boquerón frito o sardinilla.

Eddie es el clásico tio antilíbido. Hay que arroparle, ponerle el colacao calentito en la mesilla y dejar la lámpara de nave espacial encendida para que no tenga pesadillas. Eso y alborotarle el pelito.   

Encuentre las siete diferencias entre un señor  y ¿un señor? 

Cariño, ¿qué tal voy? ¿Cariño, cariño, cariño? la gente sin amigos me da penita. 

Sé que Olivia les mola mucho a los hombres pero NO. Este vestido es horroroso y, lo siento, pero ese escote es desproporcinado, feo y completamente innecesario. Es un escote que te hace pensar "Pero, ¿esta chica tiene cerebro?". ¿En qué momento entras en una tienda ves ese vestido y dices Es precioso, lo quiero?  

El premio piruleta este año es para Finn. 


Alicia de bola de vainilla con lo que los expertos llaman "tacón cómodo porque es ancho".  Son de metacrilato. Metacrilato, curioso material, curioso y feo y hortera. Y, además, da ganas de esnifar cocaína o de hacer las rayitas  por lo menos. Deliro.  

El rastro del helado de vainilla cuando se derrite en el plato. 


Un año más y ya van 7, Giulina se lleva el premio "Mi metabolismo es así AKA mi metabolismo me está devorando", este año ya se queda el premio en casa. 

Soy  muy fan del profesor bacterio nominado a mejor vestuario por La chica danesa. Es el mejor ejemplo que he encontrado de como no mezclar la vida profesional y la personal. Y no hay más preguntas. 

Hay tíos que SÍ pueden llevar un esmoquin azul (en realidad pueden llevar lo que quieran o incluso nada) y tíos que no.  Y que no. (La foto de Gerard no es de los Oscars pero cualquier momento, ocasión y motivo es bueno para meter una foto suya) 

Languidismo al poder. He leído a una experta que este color es "rosa melocotón", yo lo veo más " rosa pollo poco hecho" pero, claro, yo no soy experta. 

Jennifer de color carne. Cuando estás más guapa sin dientes y con el vestido sucio en Los Odiosos 8 que en la gala de los Oscar, obviamente tienes un problema. 

Charlize, Charlize, Charlize...¿por qué? ¿qué necesidad tienes de ponerte ese escote tan horroroso? El rojo siempre es acierto, el corte sirena te queda estupendo y la cola te da clase, ¿por qué estropearlo con ese escote absurdo? y Jennifer igual. ¿por qué os hacéis esto?  El segundo modelo de Jennifer es aún peor

Y terminemos con la sofisticación absoluta del famoso disfraz de bolsa basura. Tengo dudas. ¿Es frío? ¿te resbalas en la butaca y sin quererlo ni beberlo te encuentras sentada en el suelo? ¿como te subes ese vestido sin que se te rompa para ir al baño? ¿te da sudor de canalillo? y ¿sudor de muslos? Eso sí, para nadar debe ser fabuloso. Acabo de encontrar a otra Kate con un disfraz clásico, el de extraterrestre con papel de plata. 

Lo mejor de este año sin embargo es esta señora disfrazada de monja colgando los hábitos. Muy fan. 


jueves, 25 de febrero de 2016

Las cosas que somos

"A principio de los 90 fui por primera vez a Nueva York. Viajé con el equipo de la película The Commitments para hacer la promoción. Llevaba conmigo mi libro favorito de aquel momento, un libro con la historia de Kerouac, Ginsberg, Bob Dylan, Woody Guthrie... y una noche, mi única noche libre, salí a buscar el apartamento de Dylan, a conocer esos sitios míticos de la ciudad. Caminé y caminé y creo que localicé su casa, recuerdo que miraba la escalinata y pensaba "Por ahí ha bajado Dylan". Después me empeñé en encontrar la esquina en la que  Guthrie tocaba y creo que más o menos la encontré. Pero lo que más recuerdo de esa noche fue que en medio de la calle, de repente, me encontré con una pila enorme de cosas personales. Era como si alguien hubiera vaciado su casa y lo hubiera dejado todo en la acera. Había camisas, zapatos, libros, fotografías con marcos, fotografías de carné, ropa interior, pornografía. Todo tipo de cosas que tenemos en nuestras casas, a la vista o escondidas. Me probé alguna camisa, hojeé los libros, la pornografía y, después de mirar muchas fotos, reconocí al tipo que salía en casi todas... el dueño de todo aquello. La gente me miraba, como te miran en Nueva York, pero yo seguí allí curioseando todo y al final me guardé en el bolsillo una pequeña foto de carné de aquel hombre".
Esta historia tan increíble la contó Glen Hansard en su concierto de Madrid el pasado sábado. Años después se enteró de que durante los primeros años 90, muchos homosexuales neoyorkinos murieron de SIDA en sus casas porque ningún hospital quería tratarlos. Cuando morían, sus familias no tenían permiso para entrar en los apartamentos y los caseros tiraban todas sus cosas a la calle. 

Toda una vida tirada por la ventana, literalmente. 

Cuando Glen contó la historia en el escenario mientras cantaba la canción inspirada en aquel tipo al que nunca conoció, mientras disfrutaba del concierto, pensaba en cómo sería mi montón de cosas en la acera. 

Mi vida entera en una acera. Habría montones de cosas. Bueno, tampoco tantas porque soy muy de tirar, pero en fin menos la pornografía (gracias, internet) mi montón se parecería bastante al del desconocido neoyorkino. Habría un montón de cosas que probablemente no reconocería ni yo y otro montón de las que es posible que me avergonzara.  Pero, de todo ese montón de cosas, ¿cuales serían más yo? No serían las más valiosas, ni las más importantes, ni las más antiguas, ni las más nuevas. No tendrían porqué ser las más bonitas ni las más especiales. Serían los objetos que en esa montaña informe de pertenencias alguien que me conociera me reconocería. 

La cadena que llevo al cuello desde los 3 años. El reloj que llevo desde hace 6 años en la muñeca derecha y que me recuerda a un 7 de enero paseando por la calle Goya. Mi sudadera de Nueva York que compré hace 21 años, los pendientes que me regaló mi madre hechos con unas joyas heredadas de mi abuela. Mi estuche de plumas. Mi sudadera azul "cool cat" que tiene la friolera de 30 años. Un par de gafas de ver. Mis gafas de sol. Mis discos de Springsteen. Mi taza Iñigo Montoya. Montañas de libros, todos con mi nombre, la fecha y el sitio dónde lo compré o quién me lo regaló. Mi vestido blanco, el vestido blanco más bonito del mundo, el vestido con el que me dan ganas de bailar. Mis cuadernos, todos y cada uno de ellos, los de lecturas y los de notas. Un marcapáginas de una exposición de Hopper. En el montón que encontró Glen había un montón de fotos, en los años 90 todavía no llevábamos nuestras vidas en los móviles y teníamos fotografías en casa; yo tengo bastantes pero creo que hay sólo un par que dirían algo de mi, una foto con El Ingeniero y laz princezaz en un barco en la ría de San Vicente y la foto con mis hermanos en la boda de Molihermana. Alguna que tengo haciendo el tonto con la pose que repito siempre. 

En mi montaña de cosas podría haber muchas más, la mayoría insignificantes, anodinas, impersonales. Tampoco sé si un desconocido sentiría algo especial al ver las cosas que yo creo más yo o le llamaría la atención cualquier otra cosa. 

No lo sé, no tengo ni idea. Sencillamente se me ocurrieron todas estas ideas al escuchar la historia de Glen. 

No somos los que tenemos, pero las cosas que tenemos, algunas de ellas por lo menos, pasan a ser nosotros.

lunes, 22 de febrero de 2016

La bata de beber

Primer acto.

Se abre el telón. Noche madrileña. Grupo de amigos a la puerta de un garito que se llama "Granjero busca campero". Charlan animadamente, tras comerse unos bocadillos después de disfrutar un concierto.

–¿Qué hacemos?
–Pues yo tengo sueño. 
–¿A casa?
–¿A CASA? Pero si son las 12. ¿Cuántos años tenemos? ¿16?
–Peor Moli, tenemos casi 50. 
–Eso seréis vosotros. 
–A casa. ¿Te vienes? ¿Compartimos taxi?
–Claro, no me voy a quedar aquí a hacer amiguitos en los bares.

************

Segundo acto.

Interior taxi. Pareja de amigos y nuestra heroína. Actor secundario: taxista.

Joder, qué lamentable. Las 12 y a casa –se lamenta la heroína.
Bueno, es que nosotros mañana tenemos que blablablablá.
–Ya, ya. Bueno, pues visto lo que he visto, cuando llegue a casa me tomo una copa. 
–¿Tienes bata de beber?
–¿Bata de beber? ¿Qué dices? ¿Qué es eso?
–Hombre, una bata de beber. De toda la vida –comenta el taxista.
Pero oiga, ¿CÓMO QUE UNA BATA DE BEBER?
Claro, una bata de beber, la copa y gatos –insiste.
Pero vamos a ver, ¿TENGO PINTA DE TENER BATA DE BEBER?
–No, pero es que no funciona así. Primero tienes pinta normal, luego te pones la bata y te mimetizas con ella. 
–Jajajajajaja. ¿Has visto Moli? –los amigos de la heroína se descojonan.
Vamos a ver. Vamos a dejar las cosas claras. Yo no tengo bata de beber. Tengo unos vaqueros mugrientos que se me caen y una sudadera gris de NY con los que me fantaseo medianamente sexy en el improbable caso de que alguien llame a la puerta y yo abra con una copa en la mano. 
–No, no. Nada de vaqueros y sudadera. Bata de beber con manchas. 
–Jajajajaja –el coro se descojona.
Pero oiga, ¿en qué momento además de tener bata de beber la tengo con manchas?
–Es por los gatos. 
–¿Qué gatos?
–Jajajajajajaja. Menos mal que no te has quedado haciendo amigos, nos hubiéramos perdido esto. 
–Hombre, bata de beber y gatos. De toda la vida. 
–Oiga, a este paso voy a terminar diciéndole que pare en cualquier bar solo para tomarme un sol y sombra dando un golpe en la barra y quitarme esa imagen de mi misma como Mrs. Ropper con permanente, redecilla y gatos. 
–Y la bata de beber.
–Bueno Sue Ellen, nosotros nos bajamos aquí. Mándanos una foto al wasap con tu bata de beber.
–Iros un poquito a la mierda...

*******

Tercer acto. La heroína se queda sola con el taxista.

Oiga, nosotros no éramos así. Es que estamos mayores.
–Ya, yo también. 
–¿Tiene usted bata de beber? JA.
–Pues casi pero es que ya me he retirado de beber. Ha sido cumplir los 30.
–¿LOS CUÁNTOS?
–30. 
–Jajajajaja, vale...
–¿Y esas risas?
–Nada, nada. Es aquí. Mil gracias. Me voy con mis gatos imaginarios y mi sudadera de Nueva York.
–Y la ba..
–Ni una palabra más sobre la puñetera bata de beber. 

**********

Interior dormitorio. Nuestra heroína lee en la cama, se le cierran los ojos, el libro se le resbala de las manos. Consigue recobrar la conciencia lo suficiente para dejar el libro en la mesilla, apagar la luz y girarse mientras piensa: A Dios pongo por testigo que jamás tendré una bata de beber.

Fundido a negro sobrio.

viernes, 19 de febrero de 2016

Hombres fantásticos (III)

Es tarde por la tarde. Esa hora que en invierno marca el momento de meterse en casa, hacerse bolita y ya no salir a la calle, pero que en verano señala el momento en el que empiezo a reactivarme. No tengo claro si es junio o septiembre... creo que junio. Finales. 

La cita, el encuentro mejor dicho, es en una playa. Hemos quedado en una explanada, en uno de sus extremos. Nunca he estado en esa playa, nunca he estado en California, pero ésta es una fantasía grande y ambiciosa. Una fantasía con ínfulas. 

Por supuesto, y como siempre, llego tarde. ¿Cómo consigo llegar siempre tarde? No es a mala fe, sencillamente confío siempre en llegar a los sitios en 10 minutos independientemente de la distancia que me separe de ellos. Esta vez, sin embargo, llego tarde porque me he quedado dormida. Estaba agotada tras pasar la noche sin dormir de los nervios e histérica por la perspectiva de este plan; me tumbé a leer para desconectar y relajarme y se me fue la mano... he dormido más de dos horas y me he despertado con el tiempo justo para ducharme e intentar borrar las arrugas de la sábana sudada de mi cara. He tenido poco éxito pero como el plan es en una playa en pantalón corto, camiseta y chanclas tampoco importa mucho. 

Lo de las chanclas no lo tenía claro, no conozco la playa y lo mismo hay mil rocas o yo que sé. He echado unas zapatillas al maletero por si acaso. Por si acaso también llevo un forro polar, una caja de vino, una cazadora vaquera, seis libros y una hucha con monedas de dos euros... pero eso es otra historia. 

Me está esperando, es otro de esos hombres puntuales. Le reconozco aunque está de espaldas, apoyado en la barandilla de madera viejuna mirando el mar. Se gira al oír el coche. Fantaseo por  un segundo con hacer un trompo pero me parece un alarde de macarrismo francamente innecesario. Aparco despacio, saco las llevas del contacto y al salir del coche las guardo en el bolsillo de atrás de los vaqueros. Ni bolso, ni gafas, ni móvil. No tengo que llevar nada. 

Levanto la mirada y sonrío con toda la cara, con mi mirada de "estoy histérica pero disimulo". Él también sonríe, sin nervios. Es uno de esos hombres que siempre parecen estar a gusto en el sitio dónde están. 

Echamos a andar, se coloca a mi izquierda y aunque intento contenerme, no puedo. No podré centrarme en la conversación ni disfrutar del momento si camina a mi izquierda. 

-¿Te importa que me ponga al otro lado? -le digo mientras le paso por detrás y me coloco a su izquierda. 

Me mira con sorpresa. 

- No, no me importa. ¿Es tu lado bueno?
- No, es una manía. Si camino a tu derecha no podré concentrarme. 

Es una playa enorme, larga, ancha y, por lo que veo, poco frecuentada. Caminamos por la orilla, ya nos hemos mojados los pies y la ligera inclinación del suelo hacia el mar hace que él parezca más bajito de lo que es. A la vuelta la bajita seré yo. 

Hablamos de la playa, me cuenta porqué le gusta, cómo la descubrió y cómo enseguida supo que en cuanto pudiera viviría en una casa desde la que viera el mar. Se da la vuelta y me señala a nuestra espalda una casa trepada en un acantilado. 

- Vaya, un tipo con suerte. 

Hace muchos, muchos años que descubrió la playa. Le miro de reojo mientras me cuenta la historia. No parece que tenga 51 años y a la vez da la sensación de haber vivido mil vidas. 

Decido contarle que a pesar de lo famoso que es yo no sabía quién era hasta hace un par de años. Estaba en el curro, leyendo un documento que me estaba provocando ganas de matar cuando en la música que sonaba en mis cascos y que era el vídeo de You Tube de un cantante que me encanta... se coló su voz. 

Me quedé petrificada. Aparté el documento y miré el video. Allí estaba, un tio bajito con una gorra calada hasta las cejas... y esa voz. Esa voz, su voz.  

Escuché esa canción más de 20 veces ese día. Recuerdo girarme y preguntar a mis compañeros: ¿Por qué nadie me había hablado de este hombre nunca? 

-¡Pero sí es superfamoso!

Se ríe cuando se lo cuento. No sé si por cortesía, nerviosismo o porque realmente ha sido gracioso. Da igual. Me embalo a contarle que su voz es balsámica para mí. Me calma, como a las fieras. 

Seguimos caminando mientras chapoteamos en las olas. Hablamos de libros. De David Foster Wallace y de Philip Roth, de Steinbeck y de Margaret Atwood. Así, llegamos al final de la playa, a ese momento raro en el que uno no sabe nunca cuando hay que darse la vuelta para desandar el paseo. ¿Querrá llegar hasta el final? ¿Un poco antes? ¿Se parará? ¿Dirá algo? 

Decido tomar la iniciativa y me paro. 

- ¿Volvemos? 
- No, todavía no. 

Empieza entonces a caminar por las rocas. No sé muy bien dónde pretende llegar pero le sigo, no me queda otra. Trepamos y trepamos, y mientras lo hacemos me dejo un dedo gordo contra una piedra... llegamos a un pino que hay en la pequeña loma que pone fin a la playa. Miro el mar, el paisaje, la playa por la que hemos venido y, por el rabillo del ojo, veo que él se acerca al árbol y sobre una montaña de rocas coloca una pequeña piedra que le había visto coger antes. 

-Es una manía. Cada vez que vengo hasta aquí subo una de las piedras de la orilla y la coloco en el montón. Me mola pensar que dentro de muchos años el pino ya no estará, el mar habrá arrasado esta pequeña colina y las piedras volverán a la orilla. 

No digo nada pero en mi imaginación calenturienta las piedras han empezado a hablar y ahora mismo están comentando: "Ya ves tú la gracia del maniático este, con lo bien que estábamos en la orilla". 

Volvemos a bajar y reemprendemos el camino en sentido contrario. Hablamos de cine, de películas que nos encantan y películas que odiamos, de placeres culpables, de pelis para llorar y yo hablo de Mary Poppins. 

-¿Mary Poppins? ¿No te da vergüenza?
-Por supuesto que no. Es una obra maestra. Es sabiduría suprema

A pesar de las señales de alarma ya voy lanzada, así que le confieso que Into the wild me parece un coñazo de película. Peor, me parece una oda al egoísmo místico con ínfulas salvadoras. 

-Pero no puedes enfadarte, porque la vi entera sin parpadear gracias a tu música. 

No se enfada. Caminamos en un silencio cómodo que no es tal silencio. Se oyen las olas, nuestros pies chapoteando en la orilla y a un par de gaviotas muy desagradables. (Cuánto daño ha hecho Disney, me descubro pensando en que las gaviotas deben estar cotilleando sobre nosotros: "Eh, tú, ¿has visto esos dos?"). 

El sol ha ido bajando y está a punto de tocar la línea del mar al fondo, en el horizonte. Le hablo entonces de Rayo Verde, la novela de Julio Verne que leí de niña y que me marcó tanto que 30 años después me sigue viniendo a la mente cada vez que veo una puesta de sol en el mar. 

Decidimos sentarnos a mirar el rayo verde. La arena está agradablemente fresca pero no fría. No despegamos la vista del horizonte y me cuenta que de niño no le gustaba leer y le daba miedo el agua. Le oigo pero no le escucho. Pienso en que su voz huele a leña, a fuego, a chimenea, a sitio seguro. 

-¿Hola?
-Perdona. 
-No me estabas escuchando. 
-Sí, pero poco. Te estaba sintiendo hablar. 
-Tienes respuesta para todo. 

Se pone el sol. Me fascina cómo siempre hay un momento en el que parece que es imposible que vaya a desaparecer y al momento siguiente ya no está. Se me ocurre que es como la muerte, no te crees que te vaya a pasar y al momento siguiente te cae encima sin dejarte respirar. 

Hablamos de música mientras se hace completamente de noche. De Bruce, por supuesto, y de Glen, y yo le cuento una historia absurda sobre Frank Zappa con la que me enredo y me hago un lío. 

-¿Sabes cantar? -me pregunta. 
-No. Y no voy a probar a enseñarte lo horriblemente mal que lo hago aunque me lo pidas de rodillas. 

Se ríe a carcajadas y me doy cuenta de que es uno de esos hombres que puede permitirse llevar el pelo largo y sostener un ukelele y resultar increíblemente sexy.. En un esfuerzo de contención totalmente sobrehumano, no se lo digo. 

-Se acabó el paseo. ¿Tienes hambre?
-Sí. 
-¿Pizza y cerveza?
-Pizza y vino. 
-Hecho. 

No contaba con este plan pero es lo que tienen las fantasías, que crecen solas.