domingo, 7 de mayo de 2023

Nuestras voces

 


“We all have three voices: the one we think with, the one we speak with, and the one we write with. When you stutter, two of those are always at war.”

«Todos tenemos tres voces: con la que pensamos, con la que hablamos y con la que escribimos. Cuando tartamudeas, dos de ellas están peleando».

Me encontré esta frase hace un tiempo, no sé si meses o semanas porque desde que me he organizado y trato de guardar las cosas que me llaman la atención mi Notion es un mar de ideas desordenadas. Me llamó la atención lo de la voz con la que pensamos y la voz con la que hablamos pero lo que más me gustó fue lo de la voz con la que escribimos. ¿Qué pasa si no escribes? ¿No tienes esa voz? ¿O, como ahora vivimos en la era del mensaje, esa voz de escribir también está en los mails y en los mensajes? ¿Tengo yo la misma voz cuando escribo aquí, o en mi cuaderno, que cuando escribo mails de trabajo o mensajes del tipo «sacad la basura», «tended la lavadora» o «los episodios están mal numerados»? Si no es la misma voz, entonces serían cuatro. Multitud casi al borde de la personalidad múltiple. Cacofonía cerebral*.

¿Cómo es la voz con la que pienso?

Pues depende. Veo mucho por ahí lo de la importancia de que te trates bien, que no te dirijas a ti misma con una dureza sin sentido y te hables como hablarías a alguien que quieres. A mi esto siempre me ha sonado muy marciano porque aunque, por supuesto, muchas veces me haya dicho a mí misma, con voz muy seria: «Ana, eres gilipollas y has hecho el ridículo», «Ana no tienes ni idea, mejor calladita» o «Ana, escribes fatal»; después hay otra voz (y creo que la tenemos todos) que te dice que eres tan gilipollas como los demás y que, total, nadie se acuerda de lo que dijiste y, además, si lo dijiste fue por algo. Confieso que yo tengo una voz que con bastante frecuencia y convicción me dice: «teníamos razón». A pesar de regañarme o ser un poco engreída, a veces la voz con la que pienso es bastante más brillante que aquella con la que hablo. Es más ocurrente, más calmada, más medida y cero impulsiva. Me imagino a esa voz, la de pensar, paseando por mi cabeza con las manos a la espalda, quizás llevando un batín, dando vueltas y meditando, parándose a contemplar un punto perdido en el horizonte de mi cavidad craneal, analizando mi realidad y tratando de darme buenas ideas o herramientas para que la voz con la que hablo, chillona, a veces infantil y siempre demasiado impulsiva, no la cague demasiado. La voz con la que pienso, cuando nos despertamos por la noche, siempre me dice lo mismo: «a ver si mañana intentamos hablar menos». Otra cosa no, pero la voz con la que pienso tiene muchísima paciencia conmigo.

La voz con la que hablo es una cabra montesa, un saltamontes, un colibrí. Es de colores estridentes y va vestida como una mamarracha. A veces es amarilla yema de huevo o azul «marica ilusión»** o verde «ser feliz». Otras es marrón brillante, como de zapatos de colegio recién untados de betún y cepillados a conciencia un domingo por la noche, o negro áspero. Va como pollo sin cabeza y, muchas veces, se me descontrola. A veces no es grave porque dice cosas interesantes, ingeniosas, divertidas; o profiere improperios estilosos y certeros. Pero cuando se desmanda es terrible. Brinca, salta y hace mortales mientras la voz en batín de mi cabeza se escabulle a sus aposentos y dice «vamos a no pensarlo ahora». ¿Estamos todos continuamente escuchando a la voz con la que pensamos decir «no, no, no... ¿pero qué cojones estás diciendo?» mientras la voz con la que hablamos se dispara sin control? Creo que solo unos pocos deben estar libres de este diálogo continuo y agotador. Los niños quizá lo experimenten con menos intensidad y en la vejez supongo que esa tensión tiene menos interés: te la pela todo. Abres la boca y sueltas lo que sea porque además siempre puedes alegar que no te acuerdas.

La voz con la que escribo lleva gafas, tiene un escritorio mal iluminado y cuando va a beber algo de la taza que tiene a su lado siempre está vacía. No sé como es. Estoy ahora mismo utilizándola y no la veo: es más como verme a mí misma o la imagen idealizada de mí o la proyección de lo que me gustaría ser. La voz con la que escribo no es lo que soy sino lo que me gustaría ser. A veces, cuando releo algo de lo que he escrito, me sorprendo: «¿Esto lo escribí yo?».  Casi nunca me avergüenza (como la voz con la que hablo) sino que me admira. A veces tanto que, si no fuera porque sé que nadie se tomaría la molestia de escribir por mí, pensaría de verdad que alguien me está suplantando. La voz con la que escribo a veces va de la mano de la voz con la que pienso pero su relación es un poco como la de Lady Halcón y Etienne de Navarre: se aman y se necesitan pero solo consiguen estar juntas unos breves momentos. Es una voz jodida, porque siempre suena mejor en mi cabeza, siempre aspira a más y nunca llegamos. La voz con la que escribo es envidiosa, quisiera ser como otras, como la de Richard Ford o Shirley Jackson o Natalia Ginzburg o Amos Oz o tantos otros. Es una voz que, en presencia de esas otras, se achanta, se sienta en una esquina y me dice: «Ana, coño, no tenemos vergüenza». Creo que mi voz de escribir se parece a Peggy Olson, de Mad Men.

La cuarta en discordia sería la que uso cuando escribo mails y mensajes. Suena como una máquina de escribir, es automática y poco interesante, es una voz de utilidad, casi nunca se divierte y refunfuña muchísimo.

¿Algo de esto tiene sentido? Ni el más mínimo.

Mi voz de pensar se ha retirado a sus aposentos murmurando.

Mi voz de hablar acaba de gritar «por fin hemos terminado el post, ya podemos ponernos a leer!».

La de escribir se plantea empezar a fumar.


*Tengo pendiente de ver Las tres caras de Eva, una película sobre personalidades múltiples que la madre de mi amigo Juan me recomendó hace mil años, concretamente 8, cuando paseábamos por un pueblito de La Provenza. ¿Cómo llegamos a esa conversación? Ni idea, pero esto me ha quedado muy Isabel Coixet.

**Sé que esta expresión ha sorprendido. Viene de una anécdota de mi familia materna que no tiene que ver, para nada, con la homosexualidad sino con una lavadora portátil, la mili del hermano más joven de mi madre y Mallorca. Es una definición de color que, sinceramente, me parece bastante más descriptiva que azul normando o verde provenza.


Para recibir las entradas en el blog os podéis suscribir aquí.


domingo, 30 de abril de 2023

Breve. Enzimas, plantas y Springsteen

«Esto es un exfoliante, primero físico y luego químico, con unas enzimas que eliminan las células muertas». «Ahora voy a usar este aparato que nos va ayudar a drenar y con una luz cálida te va a proporcionar luz en la cara, tú no vas a notar nada». No me creo ni una palabra de todo lo que me dice mientras me hace el tratamiento facial que me regalaron por mi cumple, pero es que me da igual. La magia de éste y cualquier otro es que tengo una hora en la que el tiempo se para, me tumbo y no tengo que hacer nada; puedo dormirme o puedo sencillamente cerrar los ojos y esperar a que mi mente, liberada, empiece a divagar. El otro día, mientras las enzimas hacían lo que fuera que hacen las enzimas, sonaba una playlist de covers de piano de canciones de Disney. Sonó La Sirenita e intenté pensar dónde vi por primera vez esa película. No me acordé, pero de ahí mi cerebro saltó a la primera vez que vi Aladdin. Fui al cine con un ligue amigo de mi primer novio, por entonces ex-novio, que después de esa cita y otra más me dejó porque «no quería interferir en lo que tenéis él y tú». Una excusa como otra cualquiera porque lo que «teníamos» eran unos cuernos en mi cabeza que no me dejaban pasar por las puertas. 


****************


Voy a la parada del autobús y de camino, en un edificio feo y anodino que llevo viendo dieciocho años, me llama la atención un balcón convertido en un vergel de flores y plantas. ¿Quién vive ahí? ¿Cuánto tiempo dedica a cuidar todo eso? Quiero subir a conocer a esa persona y pedirle consejo o ayuda. Cuando compramos nuestra casa heredamos una serie de plantas de la anterior inquilina. Mi edificio, también feo y anodino, tiene en cada planta unos descansillos enormes con suelo de terraza de piedrecitas, más propio de un bloque de apartamentos en la costa que de una casa en el centro de Madrid*. En cada descansillo, desde el primer piso hasta el octavo, hay plantas en cada puerta que cada propietario cuida como buenamente puede o sabe. Cuando nosotros compramos la casa, hace dieciocho años, heredamos las plantas de descansillo de la anterior inquilina.  Durante la reforma el portero de entonces bajó las plantas al patio, las cuidó y al terminar nos las devolvió. De esa herencia queda sola una y el resto son nuestras, adquisiciones a lo largo del tiempo. El otoño pasado, de algún lugar recóndito de mi interior, surgió la necesidad de arreglar esas plantas porque algunas estaban horribles**. Me llevé dos grandes macetas a Los Molinos, arranqué una de las plantas (que daba miedo), podé un helecho y las devolví al descansillo. En dos pequeños maceteros de cerámica que me habían regalado planté unos potos y, no lo recuerdo pero seguro que fue así, contemplé mi obra bastante satisfecha. Seis meses después las plantas renquean y no veo por su parte un resultado que agradezca mis desvelos y mi nuevo interés por el mundo vegetal. Quizá el vecino florido podría darme unos sabios consejos

******************


—¿Por qué dices que un podcast es malo si también has dicho que lo escucha mucha gente?
—Porque la calidad de un podcast o de un programa de televisión es algo que no se define por la cantidad de gente que lo consume. Si a mucha gente le gusta y lo consume será un éxito, pero eso no es sinónimo de calidad. 

El miércoles di una charla en el Liceo Francés a chavales de 15 años. El tema eran los podcasts, claro, y aunque me lo sé, era la primera vez que hablaba para un público joven y con el que, evidentemente, no comparto gustos. Fue bastante bien, preguntaron mucho. 


**************************


Leo un artículo de Jill Lepore sobre el encanto de los catálogos para comprar semillas por correspondencia. Un tema del que no sabía nada porque ni siquiera sabía que existían. Por supuesto descubro cosas apasionantes y pienso que ojalá tuviera tiempo para interesarme por todo lo que me provoca curiosidad. Hace tres años, tras un viaje a Palencia a empaparnos de románico, me compré un libro que se llama Gente de la Edad Media, un ensayo sobre la vida cotidiana en el medievo. Todavía no lo he leído. Hace aún más años compré El ruido eterno, de Alex Ross, crítico musical de The New Yorker, sobre la vida de muchos grandes compositores de música clásica. Tampoco lo he leído aún. Ahora quiero saber sobre catálogos de semillas y plantar un semillero. No quiero ser experta en nada, aspiro sólo a tener un conocimiento superficial de todo lo que me provoca curiosidad. Aspiro a tener tiempo para ello


«¿Quién de nosotros no se dice a sí mismo, se pasa la vida diciéndose "Cuando tenga tiempo cambiaré esto y lo otro"? Nunca tendremos más tiempo. Tenemos todo el tiempo que hay». "Cómo vivir con 24 horas al día", Alan Benet ****

*******************************


Sueño con un señor guapo que me sigue en Twitter. Al día siguiente cuando veo su avatar pasar por mi TL me da vergüenza, como si él lo supiera. 


**************************


Estoy en Cicely de nuevo. En veinticinco años nunca había venido en el mes de mayo. Llegamos ayer a las once de la noche y después de abrir la casa nos fuimos al banco de la iglesia, al mirador. Al fondo del valle el rumor del río y el sonido de algunos coches llegando aún más tarde que nosotros. Las montañas recortadas por la luz de la media luna y un festival de sonidos animales. Pájaros que, por supuesto, no somos capaces de identificar y grillos y cigarras dándolo todo como si fuera una noche esplendorosa de verano. En silencio comimos chocolate con un toque de sal.


No hablamos. 

No hacía falta. 


Llevamos siendo amigos 40 años, no tenemos que hablar. Mi cerebro se puso a divagar, como con las enzimas asesinas de células, mientras mi vista recorría el valle. Pensé en Springsteen, en el concierto que estaba dando en Barcelona y en que probablemente haya sido el último que de en España. La primera vez que le vi tenía 15 años, salí del Vicente Calderón extasiada, entusiasmada y enamorada hasta las trancas de él. Me ha acompañado siempre. A veces se me olvida lo mucho que me gusta, lo bien que me sienta. 

Lo mismo que me pasa con Cicely. El fin de semana pasado pensé: «puf, que pereza subir». Ayer en el banco mi cabeza me dijo: «menos mal que hemos venido».


Escribo esto en pijama, descalza, tumbada en el sofá mientras veo las nubes llegar al valle. Es temporada baja. No hay nadie. 

**********************

En pijama, salgo a saludar a Antonio cuando llega a cuidar su huerto y sus gallinas. 

— Hola, Antonio.

— ¿Ya has vuelto?

— Te dije que volvía este puente

— ¿Has venido con tu amor o con otro nuevo?

Esta confianza en mi capacidad para ligar me enternece. Aquí estoy bien. 



*Cualquier nuevo visitante que llega a mi casa se asombra por el descansillo, es algo bastante espectacular. 

**Me estoy acordando de cuando hace un par de años, mientras desayunábamos en los jardines de Villa Valentina en La Palma, mi hija Clara preguntó: «¿A qué edad te empiezan a interesar las plantas?». Entonces le dije que no sabía, ahora le podría decir que a los cuarenta y nueve y medio.

***Mis vecinos de descansillo tienen las plantas bastante lustrosas aunque el campeón es un vecino del cuarto cuyo vergel se ha expandido tanto que ya tiene colocadas macetas en las escaleras que suben al quinto. 

****este libro se publicó en 1910 y seguimos igual. 





domingo, 23 de abril de 2023

Breve. Estar en todas partes y no estar en ninguna

Veo turistas en la terraza del hotel al otro lado de la Gran Vía. Los contemplo como pájaros de mal agüero que traen malísimas noticias, las peores: el verano empieza en abril.

Últimamente cuando se me ocurre algo sobre lo que escribir siempre pienso: «eso es de persona mayor y te estás repitiendo». Y es así, pero ¿por qué me preocupa ahora? Cuando empecé a escribir lo hacía sobre cosas que me preocupaban como madre de familia con dos niñas pequeñas y me repetía muchísimo, pero no me importaba nada. Esta mañana mientras tendía la ropa antes de irme a trabajar (algo que comparto con mi yo de entonces) esta reflexión le ha hecho un placaje a lo que sea que me había inspirado y la idea ha huido despavorida. ¿Volverá? No lo sé. La cuestión es: ¿por qué no importaba entonces y ahora sí? Esta preocupación por repetirme choca con la comprobación de que con la edad todo te importa menos. Había oído hablar de este fenómeno, de la increíble cualidad de que todo te impacte menos, te importe menos y sus repercusiones se apaguen antes. Ahora mismo me sorprende lo poco que me cabreo o cómo, cuando lo hago, las llamas de ese cabreo que hace diez, ocho o tres años hubieran acabado con un bosque, se apagan enseguida porque pienso: «bah, ¿para qué?».

¿Por qué me preocupa repetirme? Es más, ¿a quién le importa?

Julia Dreyffus ha sacado un podcast. Otra famosa con podcast, la peste. Pero Julia me cae bien y la premisa del podcast me pareció interesante. Wiser than me se titula y la idea es entrevistar a mujeres mayores que ella (tiene 60). Como cualquier otro podcast con famoso que se precie y que pretenda tener algo de repercusión para el primer episodio han buscado una invitada con tirón, con mucho tirón, y la verdad es que lo han hecho bien: Jane Fonda. Las escuché charlar mientras cambiaba las sábanas de mi cama (por favor, grandes placeres de la vida: hacer bien la cama y acostarse con sábanas recién lavadas y planchadas) y apunté algunas cosas. Jane Fonda* contó que ahora no tiene pareja, que la última vez que estuvo desnuda delante de un hombre fue hace unos años y que ahora ya no se atrevería. Contó también que, a lo largo de su vida, cada vez que se ha encontrado pensando en cómo sería el funeral de su pareja se ha dado cuenta de que la relación se había terminado. En fin, Jane, yo te adoro, pero fantasear con ver a tu pareja muerta no me parece una señal sutil de que estás muy fuera de esa relación. Por supuesto ella ya tiene claro quién va a hablar en su funeral y la música que sonará; y su consolador favorito, obvio, es el conejo. Lo que subrayé en mis notas fue esta frase: «“No” is a complete sentence», una frase que ella escuchó decir a Anne Lamott. “Totalmente de acuerdo”, pensé; y luego recordé que hace unos años escribí sobre El No Absoluto y cómo hay que aprender a decir que «NO» sin añadir nada más.

«El NO absoluto es tu aliado, aprendes a usarlo sin vergüenza, sin disimulo. Lo blandes como una espada por encima de tu cabeza y con él asestas golpes a diestro y siniestro con la precisión del Pirata Roberts. La alegría y precisión con la que manejas el NO te salva de intercambios agotadores porque aprendes que ante un no disfrazado la gente no se rinde. “Pero, ¿por qué?”; “pero ¿le darás una vuelta?”, “pero a lo mejor sí, ¿no?”. Un NO rotundo lanzado en la conversación o escrito en un mail paraliza, aplasta, congela. ¿No vas a dar explicaciones?

NO».

«NO» es una frase completa. No le falta nada.

Tengo unas agujetas espantosas. Me pasa cada vez que estoy más de quince días sin hacer sentadillas. La pregunta que me hago a mí misma no es «¿por qué estás sin hacer sentadillas quince días?», sino «¿para qué haces sentadillas dos veces a la semana o tres?». La respuesta es que no lo sé. ¿Me encuentro mejor? ¿Burbujean las endorfinas en mi organismo cuando cada mañana termino la maldita tabla de ejercicios? No y no. ¿Por qué lo hago? No lo sé. O sí. No. Mira, da igual: tengo unas agujetas que dan vergüenza porque camino como Clarita, la de Heidi, cuando dio sus primeros pasos tras lanzar la silla por el precipicio.

Esta semana entré en Mango como si fuera rica y tuviera criterio. Paseé entre los percheros eligiendo vestidos largos: uno, dos, tres, cuatro y cinco. El lunes devolveré uno, dos, tres, cuatro y cinco y volveré a coger otros. No son para mí: son para mi hija. Le he cogido manía a la ropa, me parece una trampa. Esta semana, después de diez años, dos meses y ocho días, he tirado a la basura mi albornoz. Su vida útil y, sobre todo, digna se había terminado.

Decía Séneca a propósito de los viajes: «Estar en todas partes es estar en ningún sitio. La gente que pasa la vida viajando y visitando infinidad de lugares encuentra hospitalidad pero no verdadera amistad». No sé cuánto viajaría Séneca y además me da igual. Cuando esta semana leí esta cita pensé no en viajar mucho sino en estar cada día pendiente de mil quinientas cosas y no hacer ninguna bien. Cuando quiero escribir algo aquí busco el hueco en la semana y sigo el hilo de la idea que se me ha ocurrido entre la maraña de pensamientos que ocupan mi cabeza. Leo también por ahí que hay un dicho noruego que dice que lo más difícil de un viaje es salir por la puerta. Para mí lo más difícil son los días previos en los que pienso: «¿Para qué me he metido en esto?». Si lo aplico a la escritura, el principio tampoco es lo más difícil, lo peor es cuando se atraganta la escritura y no consigo sacar nada decente.

Hay semanas en que me cuesta la vida encontrar la idea y se me atraganta la escritura.

Ésta ha sido una de ellas.

A Carmen Pacheco le ha pasado lo mismo. A lo mejor han sido los turistas.


*Haceos un favor: entrad en Filmin y ved En el estanque dorado, una de las películas más bonitas de la historia y en la que Jane coincidió con Katharine Hepburn, que tenía entonces 1500 años y que le dijo, al conocerla, «no me gustas».

A propósito del podcast de J.K Rowling que recomendé hace poco, quiero dejar claro que yo no comparto las opiniones de Rowling. Para mi, los derechos de las mujeres trans no constituyen ninguna amenaza, ni sus derechos ni ellas, faltaría más. Una amable lectora me mandó este video de una de las mujeres que participa en el podcast y que se arrepiente de haberlo hecho. Es largo, dura casi dos horas, pero merece la pena porque da otra perspectiva con la que estoy muy de acuerdo. ¿Coincido al 100%? No, claro que no. Pero me ha hecho pensar más. Muy recomendable. 
Si queréis recibir las entradas en el correo, podéis suscribiros aquí.


domingo, 16 de abril de 2023

De perros y espías

Hoy es un sábado rarísimo: estoy sola en nuestra casa de Los Molinos. Esta circunstancia se da, como mucho, una vez al año y llega de manera inesperada, por sorpresa. Tengo que estar atenta para aprovecharla. Para que ocurra, los planes de las otras siete personas que viven en esta casa tienen que coincidir en su imposibilidad para venir y, además, eso tiene que coincidir con mi disponibilidad para aprovechar la situación. No es fácil. Pasa poco. Lo disfruto muchísimo. 


Cuando he llegado esta mañana he sufrido lo que, entre nosotros, ya se conoce como el «susto Turbón». Nuestros queridos perros tienen ya la muy provecta edad de once años, lo que para unos mastines del Pirineo los convierte casi en centenarios, y no son ya los alocados jovenzuelos ávidos de aventuras y correrías. La perra, Tuca, está en mejor forma y sale corriendo a saludarte según te oye llegar. Turbón, su hermano, está bastante más cascado y sobre todo está completamente sordo, así que ya no sale a recibirte porque no sabe que has llegado. El susto Turbón consiste en que, cuando entras en casa, Tuca salta, corre y lloriquea de emoción porque has llegado pero Turbón no aparece. La excitación de la perra es tal que uno siempre piensa que no se la merece y que quizás esos llantos y esos saltos y ese cruzarse a tu paso sin dejarte avanzar sea porque a su hermano le ha pasado algo, porque, como llevamos un año temiendo, le ha llegado el momento. Empieza entonces una búsqueda alocada por el jardín, gritando a todo pulmón “Turbónnnnnnn” mientras piensas “por favor, por favor, por favor...que no me lo encuentre muerto”. Todos sabemos que está sordísimo y que lo que ocurre es que no nos ha oído pero todos tememos ser los que lo encontremos muerto. Hoy estaba al fondo del jardín, tumbado al solete roncando como un bendito a salvo de cualquier preocupación y cuando he llegado casi a su lado ha abierto los ojos, ha alzado las orejas y se ha levantado a saludarme con su paso de anciano contento. 


Con el alivio de saber que todavía no le ha llegado el momento los he sacado de paseo. Ya no damos largas caminatas porque, aunque salen con ganas, se cansan enseguida. Ya conté una vez que a Turbón, además, no se le saca de paseo: se le arrastra. Es agotador tirar de una masa de pelo de 55 kilos de peso que se para cada medio metro a olisquear lo que sea: hierba, flores, el pis que ha dejado su hermana, más hierba, más flores, una esquina, una roca, una zarza. Por el interés que sigue demostrando por esa búsqueda de la esencia perfecta suponemos que el olfato, al contrario que el oído, lo mantiene. Hoy hemos hecho la ruta de siempre y, también como siempre, los he soltado de sus correas para que exploraran su antojo. De repente me he sorprendido paseando detrás de ellos, con las correas colgadas de mi cuello y las manos enlazadas a la espalda. «Un momento. ¿Estoy paseando como si fuera un señor jubilado?» Me he visto desde fuera, me ha hecho gracia, he sacado el móvil y lo he apuntado para escribirlo aquí. «Las musas» lo llaman. 

My parents met at the Agency. They worked together for a few years in the 1970s. He left for an overseas assignment and she moved into a new position. They crossed paths again in the 1980s when they ran into each other at Headquarters. Seven children later, here I am!

Mientras vivo unas semanas de noticias de rupturas amorosas entre gente más o menos cercana, esta mañana me ha hecho muchísima gracia leer, mientras desayunaba en completo silencio, que la CIA tiene problemas para reclutar gente y que uno de los ganchos a los que ha recurrido ha sido crear una web que se llama Love at Langley (por si alguno ha vivido en una cueva sin televisión y nunca ha visto una peli de espías, Langley es el lugar donde está la sede de la CIA) en el que recogen historias de amor entre su personal. ME FASCINA LA IDEA. Primero de todo, yo creía (porque yo sí he visto millones de películas y series) que uno no se podía liar con alguien de su trabajo y menos si eres espía y, segundo, ¿cómo es de increíble la idea de usar el gancho “puedes encontrar al amor de tu vida” para atraer empleados? Es que cuanto más lo pienso más ganas de gritar tengo. Quiero comentar esto con todo el mundo porque yo en veinticinco años trabajando no he tenido ni un lío en el trabajo, ni uno. Ni siquiera un atisbo. No es que la tentación surgiera en algún momento y yo, llena de virtud o responsabilidad, la evitara. No, no. Jamás, en toda mi vida profesional, he tenido la más mínima oportunidad de tener un ligue, un amante, un flechazo en el trabajo. Y tampoco es que haya trabajado en ambientes en los que eso no se diera. El mundo de la comunicación es, digamos, bastante proclive a la promiscuidad, a los dramas amorosos, las infidelidades, el sexo en ascensores (transparentes y que solo subían dos plantas), en almacenes de cintas, en estudios de grabación. Hay matrimonios, divorcios, tríos en camerinos, etc. De todo he visto pero nunca he encontrado a nadie que me gustara, que me llamara la atención lo mínimo necesario para que me hiciera gracia. A lo mejor tenía que haber sido espía, quién sabe, para experimentar la emoción y la desdicha en el amor laboral. 


Entre las iniciativas que la CIA ha puesto en marcha para animar a la gente a ser espía, además de asegurarles “the love or their life”, hay más cosas. Han abierto un gimnasio en el que puedes hacer zumba, step, yoga, meditación; hay salas para relajarte, salas para hablar con un nutricionista; y hasta han contratado a un encargado de “wellness” en la oficina: una gilipollez como una casa y además muy innecesario porque todo el mundo sabe que para la gente sea feliz en su curro lo que necesita es tener un buen sueldo y salir pronto. Además de todo eso la CIA ha abierto un portal para reclutar trabajadores y claro, he entrado a cotillear. ¿Para qué? Pues porque a mi edad yo creía que había cosas que ya no podrían pasar en mi vida pero si, en el año 2023, la CIA no tenía gimnasio en sus instalaciones y ofrece historias de amor como gancho, quién sabe si, a lo mejor, les interesa tener entre sus filas a una mujer de 50 años en una posición “overseas” como dicen ellos, espiando lo que haya que espiar en España y con un perro sordo. 


Imagina que me cogen. 

Imagina que me hago espía.

Imagina que por fin tengo un rollo en el curro. 


Voy a ver si Turbón sigue respirando.



Si queréis recibir las entradas en vuestro buzón, os podéis suscribir aquí.