viernes, 26 de junio de 2020

El mundo que me ha tocado vivir

Honoré Daumier
"El mundo en que me ha tocado vivir. Eso sí que es una frase para pararse a pensar. Una frase que hace fruncir el ceño; que provoca un eco desagradable en la cabeza; que incluso me entristece. ¿Qué significa el mundo en que te ha tocado en lugar de luchar por ocupar tu lugar en el mundo? Es algo como amnésico, anestesiado, paralizado en el sitio. Yo diría que en algún momento de esa frase está la historia enterrada de "la culpa de todo la tiene el teléfono". (Mirarse de frente, de Vivian Gornick) 

El fin de semana leí a Vivian Gornick sobre escribir cartas. Cuando la madre de Gornick tenía dieciocho años, trabajaba en el departamento de contabilidad de una panificadora (también he leído un artículo precioso sobre un panadero en Lyon en el New Yorker). Su jefe, el Sr. Levinson era, como ella, un emigrado europeo al que le gustaba leer y la música. Se hicieron amigos y por eso, cada noche, el Sr. Levinson al llegar a casa le escribía cartas contándole lo que había leído o si había ido al teatro o el paseo que había dado tras la cena o continuaba por escrito la conversación que habían tenido durante el día. La carta y esto me maravilla muchísimo, le llegaba a su destinataria a la mañana siguiente, a tiempo para leerla antes de ir al trabajo. (Chúpate esa, inmediatez de la era digital) 

Gornick habla de escribir cartas, de por qué ella ya no las escribe y prefiere llamar por teléfono. El libro se publicó en 1996 antes de que también abandonáramos las llamadas por los correos electrónicos, y estos por los mensajes de whasapp y estos por los gifs. 

En el mundo que me ha tocado vivir ya nadie escribe cartas, yo tampoco. Y como Gornick llevo toda la semana pensando en porqué ya no las escribo. Y tras darle vueltas y desechar todas las excusas posibles he llegado a la conclusión de que no tengo a quién escribir. El destinatario de una carta tiene que ser alguien con mucho interés en lo que yo pueda contarle y sin nada de prisa para ser capaz de manejar el ritmo de la correspondencia por escrito sin meter prisas ni tener tentaciones de mandar un whasap. Tiene que ser alguien a quién me haga ilusión escribir y, ahora mismo, no se me ocurre nadie. Bueno, me apetece escribir una carta a mis hijas, una carta que no lean ahora, que lean cuando yo me haya muerto o cuando se me haya ido la cabeza o,a lo mejor, un día por sorpresa cuando se les pase la etapa de considerarme la persona menos interesante de la galaxia y curioseando en mis cosas encuentren esos papeles y decidan leerlos y conocerme. 

Los papeles, la presencia física de las cartas. Ahora mismo, tengo a mi derecha una mesilla restaurada por  mi madre en la que guardo una caja con todas las cartas recibidas en mi adolescencia. Están ahí, sé como es la caja y como están ordenadas por años y atadas con un cordoncito. No recuerdo cuando fue la última vez que leí algunas de ellas pero sé donde están y como son. Incluso mis hijas podrán leerlas sobrellevando la vergüenza ajena de ver a su madre convertida en una adolescente carpetera y muy absurda. Mi hijas no tendrán papeles a los que recurrir para saber cómo eran de absurdas cuando eran adolescentes... otra cosa perdida en el mundo que nos ha tocado vivir. 
"La carta escrita en una soledad ensimismada, es un acto de fe; asume la presencia de otro ser humano, el mundo y el ser se generan desde dentro: la soledad se busca, no se teme. Escribir una carta es estar a solas con unos pensamientos ante la presencia evocada de otra persona. Me hago compañía imaginaria a mí misma. Ocupo la habitación vacia. Conjuro yo sola el silencio. Todas las cosas que hacía el señor Levinson cuando hace setenta años se sentaba a su mesa a medianoche para escribirle a mi madre". 
Me encantaría sentarme con un cuaderno y una pluma para escribir a alguien que no conozco o que conozco poco o que conozco mucho pero que no tiene prisa, como me pasa a mí ahora. Sentarte a escribir una carta es algo para hacer despacio, sin plan. Describir el lugar desde el que escribes, lo que has hecho antes, lo que planeas hacer después, como te sientes, quizás como has dormido, qué has comido, las reflexiones que te han surgido leyendo un artículo o lo mucho que has odiado una película, un podcast o lo que te ha sacado de quicio en una conversación laboral. Lo que te preocupa, te divierte, te angustia o lo que quieres preguntar. Me gustaría terminar, como terminaba mis cartas de adolescencia "voy a dejarlo ya para que me de tiempo de bajar a correos y te llegue pronto". Estoy pensando que tendría que comprar sobres, me parece bonito y evocador tener una remesa de sobres en casa, listos para llenarlos. Y luego dar el paseo a correos para enviarla. Sin certificación y sin urgencia, esperando que llegue porque los carteros son mágicos y harán su trabajo. Y esperar y esperar y esperar escuchando cada día el sonido de la moto del cartero subiendo por mi calle aguzando el oído para ver si para en mi buzón. 

Y leer la carta con calma. Y pensar en responder. Escribir una carta sobre todo lo que no escribo aquí. Escribirte cartas con alguien sin recurrir jamás al correo electrónico ni al whasap. Escribir cartas para poder meter en el sobre un ticket, un recorte, una fotografía. 

En el mundo que me tocó cuando era adolescente escribíamos cartas, luego me tocó un mundo en el que por culpa no del teléfono pero sí de internet dejamos de hacerlo y, ahora, en este mundo nuevo que estamos estrenando y que nos ha frenado en seco quizás sea el momento de retomar las cartas y la pausa porque no quiero tener prisa, no quiero ir a ninguna parte y lo más importante que (me) está pasando está en los detalles. 

Quizás sea el momento de encontrar un destinatario para que mis hijas no se encuentren con una carta tan larga que acabe aburriéndoles. 


miércoles, 24 de junio de 2020

Podcasts encadenados (XII)


He vuelto al trabajo presencial y a tener horas y horas a mi disposición para escuchar podcasts mientras conduzco. Definitivamente, el coche es el sitio donde más me concentro en lo que estoy escuchando, donde presto atención plena a lo que me van contando y donde más me cunde.

Quizás alguien se pregunte si todo lo que escucho me gusta. Si solo escucho lo que recomiendo y no es así, dedico tiempo también a podcasts que empiezo y no me gustan nada, y a otros que empiezan bien pero luego se van desinflando hasta convertirse en una agonía y que unas veces termino por completismo y otras veces abandono porque en esto soy muy Mary Kondo, si un podcast no me da placer,  lo apago y lo borro de mi lista.  Dentro de esta categoría está el podcast Food, we need to talk. Comencé a escucharlo porque lo vi recomendado en una newsletter y aunque el tema de las dietas, adelgazar y tener una relación sana con tu cuerpo no me interesa demasiado decidí probarlo. En este podcast, de episodios de apenas veinte minutos, Juna Gjata, una joven recién graduada en Harvard y, además, concertista de piano y el doctor Eddie Phillips, médico y profesor en Harvard charlan sobre todo lo que tiene que ver con la comida. Juna, se ha pasado la vida haciendo dieta, haciendo ejercicio, midiendo lo que come, cuando lo come y demás y quiere reflexionar sobre todo ello. Como idea está bien, ellos son simpáticos, el podcast es ligero y no aburre pero el problema para mi es que lo que cuenta ya me lo sé: no hay comida buena y mala, el stress engorda, no compres guarradas en el supermercado, porque te des un capricho de vez en cuando no pasa nada y como consejos estrella: haz ejercicio y cocina tu propia comida. Incluso te dicen que si no tienes tiempo para cocinar, lo mejor es que cocines mucho y congeles. ¿Buenas ideas? Sí, pero es que ya me lo sé así que me he aburrido y los he abandonado antes de que me descubran la dieta mediterránea y el aceita de oliva.

¿Qué recomiendo hoy? Un poco de todo.


1.- Articles of interest es un ejemplo de podcasts que empiezo a escuchar por probar cosas nuevas aunque en principio el tema no me interese nada y que, sin embargo, me cautivan, me interesan y con los que acabo aprendiendo un montón de cosas. El tema de Articles of interest es la moda, la ropa y su historia. ¿Cuándo surgió la ropa para bebés? ¿Qué pasa con los bolsillos? ¿Cuál es la historia de la camisa hawaiana? ¿Por qué los trajes de hombre parecen siempre iguales y de donde vienen? ¿Y los perfumes? ¿Y el tartán? A lo largo de dos temporadas y dieciocho episodios, Avery Trufelman responde a todas esas preguntas que los que no somos expertos en moda o en ropa o en complementos podemos hacernos aunque ni siquiera las hayamos pensado hasta que ella las dice en alto. ¿Por qué surgieron los perfumes con olor a limpio? ¿De dónde viene la tradición de casarse de blanco? ¿Y el lema de un diamante es para siempre? ¿Por qué surgió el punk en la moda? 


Es un podcast que recomiendo muchísimo tanto por lo que se cuenta como por cómo está contando. Es interesante, fresco, ameno y al terminar siempre te quedas con ganas de más. Avery Trufelman lleva siete años trabajando para otro de mis podcasts favoritos y ya recomendado aquí 99% invisible y domina a la perfección el arte del story telling en el podcast. En el último episodio de la segunda y última temporada se despide porque se marcha de 99% invisible para emprender otros proyectos y casi lloro porque otra de las cosas que tienen los podcasts es la relación íntima que estableces con el presentador/narrador. Supongo que a mi abuela le pasaba algo así con Luis del Olmo... 

Podcast: Articles of interest. 
Episodio para empezar: Los perfumes 
Duración: 18x30

Hay que escuchar todos los episodios que además se pueden escuchar en desorden, empezando por lo que os llame más la atención. 



2.-Seriously... es un podcast de BBC4 que acabo de empezar a escuchar. Es un pocast serio que trata temas en profundidad sin efectismos ni pretensión de diversión. Su principal valor es que abordan los temas en amplitud, intentando abarcar distintos puntos de vista para no ofrecer solo una visión. La presentadora es Rhianna Dillon que en algunos tiene más presencia y en otros menos porque da paso a otro periodista que desarrolla el tema. 

Seriously... se define en su web como una serie documental y es un poco eso. Son documentales en profundidad sobre temas variados. Yo he escuchado varios y no podrían ser más distintos, uno sobre la guerra fría tecnológica que se está librando entre China y occidente, otro sobre la experiencia de un arquitecto que se quedó ciego y como eso le ha llevado a reflexionar sobre la necesidad de plantear la arquitectura también como una experiencia sonora y el que quiero recomendar hoy: El fenómeno del bienestar. 

Este episodio es largo, dura casi una hora pero es interesantísimo. Estamos tan acostumbrados a la palabra bienestar que no se nos ha ocurrido pararnos a pensar qué quiere decir en realidad, ¿qué significa? ¿significa algo? En este documental, recurriendo a archivos y testimonio de expertos se remontan a cuando el término se acuño en California y todo el entramado de publicidad que encierra el concepto. Es un episodio super recomendable seas o no un fiel creyente/defensor del concepto bienestar y los infinitos tratamientos, terapias y productos asociados a él.  

Podcast: Seriously...

(Me encantan los puntos suspensivos en el título de este podcast, lo dicen todo) 



3.- The Daily es uno de mis fijos de escucha. Lo escucho todos los días, es raro el episodio que dejo pasar y recomiendo seguirlo con asiduidad pero hoy traigo dos episodios para recomendar, los dos de la última semana. El primero de ellos se llama The history and meaning of Juneteenth y se publicó el viernes pasado, 19 de junio. El año pasado escuché un podcast brutal, también del New York Times, que se llama 1619 y en el que en seis episodios se repasaba el origen del racismo en USA desde la llegada de los primeros esclavos en 1619 hasta nuestros días. El racismo no es algo pasado ni mucho menos superado, está imbricado en el día a día de la vida de todos los americanos y no solo en lo que dicen o piensan o manifiestan sino también en la música que escuchan, las leyes que tienen o quién posee la tierra. Es un podcast buenísimo que recomiendo con entusiasmo y con el que aprendí muchísimo pero me quedaron cosas por aprender, por ejemplo no sabía que era Juneteenth. 

En la primera parte de The history and meaning of Juneteenth, la profesora de historia americana Daina Ramey explica la historia de ese día, desde su origen hace 155 años, en Texas, para celebrar la emancipación de los esclavos hasta nuestros días. En la segunda parte, Ramey habla de su experiencia como madre de un adolescente afroamericano de doce años y de como ha tenido que hablar con él sobre como relacionarse con la policia, como comportarse para que no le peguen un tiro por ser negro y como lidiar con la desconfianza de algunos cuando lo ven acercarse por la calle. "mi hijo me preguntó el otro día si yo creía que iba a llegar vivo a los treinta años".  Nos creemos que sabemos lo que es el racismo y, en realidad, no somos capaces ni de empezar a imaginarlo.  

El otro episodio del Daily que quiero recomendar hoy, se titula Facing the wind. Este episodio no sigue el formato habitual del Daily ya que es la lectura de un artículo publicado en la revista del periódico la semana anterior. ¿De qué va el artículo? El autor del mismo, Carvell Wallace, es escritor y tiene dos hijos adolescentes de catorce y diecisiete años. En este episodio reflexiona sobre como ha sido vivir el confinamiento con ellos, sobre como es ser padre de adolescentes y, en su caso, como ha vivido con ellos el asesinato de George Floyd y todo lo que ha desencadenado. Dejando a un lado lo particular de su situación, me ha gustado especialmente porque explica perfectamente la montaña rusa emocional de alegría, orgullo, amargura, ansiedad, tristeza, nostalgia y diversión que supone relacionarte con tus hijos adolescentes. 

To be asked for life advice in one moment, and to be told you are a bad parent and have ruined your child’s life the next — this is what parenting is. It is a thing that you do alone, because your kids cannot and must not understand all of what you are living. It is terribly painful that my son thinks I have ruined his life. He’s not entirely wrong. I am a wildly imperfect parent. I have lost my temper, neglected his emotional needs, taken his normal childish behavior as a personal attack.

Creo que es mi episodio favorito de la semana. Podéis escucharlo o leerlo

Podcast: The Daily. 
Episodio: Facing the wind.

El Daily hay que escucharlo todos los días... esa es mi recomendación. 



4.- El amor después de Patricio es mi recomendación en español de esta entrega. Es el segundo episodio del podcast Un periódico de ayer  nuevo proyecto de La No Ficción responsables de otro podcast que ya recomendé en su día, La desaparación del padre Gallego. En este nuevo podcast hacen exactamente lo que el título anticipa: cogen una noticia antigua, la repasan y buscan a sus protagonistas para conocer su versión de aquella noticia y cómo les influyó en la vida que llevaron después, en quienes son ahora. El episodio que recomiendo (aunque me han gustado todos) es una historia muy triste pero muy bonita que cuenta el asesinato de un estudiante universitario en Bogotá en 1978 y lo que sucedió después con su familia. Confieso que con el final del episodio lloré. 

Hay un dicho que dice algo así como que el periódico de hoy sirve para envolver el pescado mañana pero no es cierto que las noticias pasen sin más, que sean titular un día y desaparezcan al siguiente. Todas tienen una repercusión, un efecto en alguien y de eso trata Un periódico de ayer, de la huella  que deja lo que fue noticia.

Podcast: Un periódico de ayer.
Episodio: El amor después de Patricio. 
Duración: 36.

¿Sabíais que un destacamento de colombianos fueron a luchar a la guerra de Corea? Eso también se cuenta en otro de los episodios y si Mel Gibson se entera de la historia, hace una película.  

Como siempre, si escucháis alguno y os gustan, venid a decírmelo. Me hará ilusión. 

jueves, 18 de junio de 2020

Que no se nos olvide el miedo


«El Senderines evitaba pasar la mirada por el cuerpo desnudo. Acababa de descubrir que metiéndose de golpe en el miedo, cerrando los ojos y apretando la boca, el miedo huía como un perro acobardado». (La mortaja, Miguel Delibes)

Hace un par de meses escribí sobre el miedo que sentía, que me acompañaba día tras día y que percibía en el frío, la tiritona, los tics, la falta de concentración. En abril ese miedo parecía ser compartido, era como una ola que nos había cubierto a todos y bajo la que nos habíamos acostumbrado a respirar, a sobrevivir. 

Dos meses después parece que la ola ha pasado y que solo yo (sé que no, que hay más gente pero la colectividad de ese miedo ha desparecido) sigo bajo la ola, con frío, tiritona, algo de ansiedad y un tic en la pierna derecha. 

Tengo miedo. ¿Mucho? Digamos que suficiente como para mostrar síntomas pero no tanto como para paralizarme por completo. La cantidad justa de miedo. 

¿Qué me da miedo? Me da miedo la autopista llena de coches, lo que se parece la rutina de los pasillos de mi trabajo a la vida del mes de febrero, el uso de la mascarilla mas como un complemento de moda que como una medida que puede salvar vidas. Me aterran los bares, las mesas llenas, las multitudes paseando, los ciclistas en manada, los corredores, las colas en las tiendas, la gente que se te acerca, todos los que no saben lo que son dos metros de distancia. Me da miedo quedarme sin trabajo, que no se pueda volver al colegio en septiembre, que mis hijas enfermen, que mi madre se sienta fragil, débil, vieja, desechable. Me aterra ver como todas las instancias políticas, TODAS, se ponen de perfil para no asumir la responsabilidad y la voz cantante en anunciar que la vida, tal y como era antes, no va a volver. Me da miedo la infantilización, el falso optimismo. Me aterra el catastrofismo en la boca de gente que tiene el futuro asegurado aunque vengan tres o cuatro pandemias y su desprecio hacia los que no necesitan ni siquiera media pandemia para vivir siempre en la incertidumbre.

Lo que más miedo me da, sin embargo, es el olvido. Nunca pensé que fuéramos a salir mejores ni como sociedad ni como individuos pero creí que estaríamos asustados, que tendríamos memoria a corto plazo para  saber valorar haber salido vivos de esto y recordarlo el tiempo suficiente como para, por lo menos, no ponernos en riesgo a nosotros mismos y a nuestros seres queridos. Creí que el miedo que pasamos en marzo, en abril, en mayo nos dejaría algún tipo de marca en la piel, en los huesos, en las arrugas alrededor de nuestros ojos que no nos dejaría relajarnos, que nos mantendría alerta ante el peligro. Creí que el miedo nos salvaría, que tendríamos cuidado. 

Y ahora veo que no. Que los seguimos teniendo miedo somos los menos. Me asombra lo rápido que parece haber caído en el olvido que hace dos meses morían miles de personas por una enfermedad de la que nos reíamos hace cuatro. Me da miedo ver la gente que actúa como si ya se hubiera acabado, los que creen que ya está, que ahora solo queda tirar adelante y hacer las cosas como antes.

«Yo misma siempre he pensado que si analizo algo, da menos miedo. La teoría dice que si la serpiente está en tu campo visual, no te va a morder. Se parece a cómo me enfrento yo al dolor. Yo quiero saber dónde está» (Joan Didion)

No hay que vivir con miedo pero no hay que olvidarlo. Recordar el miedo es lo que te salva, saber que está ahí, como se siente, como suena y como huele te mantiene a salvo. 

Como decían los normandos: haznos miedo.


lunes, 15 de junio de 2020

Sobre Halt and catch fire y quedarse huérfana

Me he quedado huérfana y desamparada. Tras meses de confinamiento enganchando series que llevo siguiendo años (Better call Saul, The good fight) alternadas con otras nuevas (La conjura contra América, una sobre los orígenes del fútbol  de la que ni recuerdo el nombre, Tiger King, Wolf Hall) que me han dejado fría, hace un mes más o menos empecé a ver Halt and Catch Fire. Había escuchado una recomendación muy breve sobre ella en La cultureta y alguna referencia en twitter y decidí probarla. No sabía ni de qué iba ni lo que significaba Halt and Catch Fire. Nunca leo las contraportadas de los libros ni leo las sinopsis de las series o las películas. Hemos venido a jugar. 

El viernes terminé las cuatro temporadas y me he quedado desolada. Hacia muchísimo, muchísimo tiempo que no sentía esta sensación de orfandad que te dejan las cosas muy buenas. Te acostumbras a lo que no está mal, a lo que es correcto, a lo que es bueno y vas pasando la vida de un libro correcto a otro bastante bueno, de una serie entretenida a otra muy buena, de una peli que te encanta a otra que no te ha ofendido pero que olvidas a los dos días. Y, de repente, llega a tu vida algo buenísimo, algo tan bueno que no puedes creértelo, tan bueno que quieres llamar a todos tus amigos, poner mil quinientos tuits y trescientos mensajes para que nadie se lo pierda, para poder compartir esa maravilla con todo el mundo, incluso con los que no van a perder la ocasión de decirte «pues a mí no me ha gustado». 

¿De qué va Halt and Catch Fire? De un tema que en principio no me interesa nada: los orígenes de la informática tal y como la conoces ahora. Es decir, no trata sobre computadoras tan enormes que ocupaban toda una habitación sino de los ordenadores cuando empezaron a ser "personales". «Me sorprende que no siendo del sector te haya gustado tanto» me comentaron en twitter el otro día. Me chocó el comentario, la idea de que tiene que gustarte la informática para encontrar la serie interesante. En Halt and Catch Fire, sus protagonistas, podrían estar inventando lavadoras o zapatillas de deporte o lo que fuera porque la informática es solo el paisaje en el que se desarrollan los personajes. 

La grandeza inmensa de esta serie está en el crecimiento de los personajes. No había visto un desarrollo de personajes así desde los Soprano (Y no, Walter White no se desarrolla nada, odie Breaking Bad). La serie va desde principios de los 80 hasta mediados de los noventa y los cinco personajes principales crecen delante de tus ojos. Con crecer no quiero decir que se hagan mejores, que logren sus metas y acaben viviendo bajo un arcoíris, quiero decir que van evolucionando a lo largo de los años pasando de ser gilipollas a ser razonables y volviendo a ser gilipollas y luego razonables y así en un ir y venir en el que es imposible no sentirse retratado porque todos (menos los que se quedan para siempre anclados en ser gilipollas) somos así. La serie tiene dos de los mejores personajes femeninos que he visto nunca y no son secundarios. Peggy, en Mad Men, se fue ganando espacio en la pantalla a medida que se hacía más importante en su trabajo. Aquí, Donna y Cameron, son personajes principales desde el primer minuto. No son estereotipos, ni son perfectas y, en muchas ocasiones, te caen mal alternativamente pero te las crees cada segundo. Ese es otro mérito de la serie la credibilidad, la verdad que transmite cada cosa que dicen, piensan y sienten cada uno de los personajes. Te puedes encontrar gritando a la pantalla «¡serás gilipollas!» pero nunca dirás «ni de coña». Siempre estás dentro de la historia, nunca fuera.  


El viernes disfruté los últimos cuatro episodios que son una obra maestra y al terminar casi lloro. Pensé ¿y ahora qué? ¿qué sentido tiene intentar ver cualquier otra cosa? Los personajes se me han quedado dentro, quiero saber qué pasa con ellos, qué vidas siguen viviendo en el universo en el que viven los personajes de ficción que sientes más reales que mucha de la gente que conoces. Quiero verlos envejecer, consolarlos, alegrarme con ellos, seguir espiándolos. 

En fin, como siempre que quiero recomendar algo, temo haberlo contado mal pero he hecho lo que he podido. Ved Halt and Catch Fire, está en Filmin y uno de los protagonistas es Lee Pace, un guapo increíble al que no conocía. Lo comento por si verle a él os anima más que mi reseña.