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Isabel Miramontes, Gust of Wind 16 |
La vida es una cuestión de rachas. De buena suerte, de mala suerte, de afán deportivo, de afición por el ganchillo, las coles de bruselas, la Fórmula 1, o el té de riobos, pero también lo es porque nosotros mismos somos rachas en la vida de otros y el que seamos o no conscientes de ellos nos define un poco como personas.
Hay gente que, en principio, es para toda la vida: tu familia y tus amigos más queridos. Después están las rachas. Llegan a nuestras vidas por cualquier circunstancia: compañeros de trabajo, padres de compañeros de colegio de tus hijos, el gimnasio, el club de ciclismo, internet en sus mil y una variantes. Por alguna extraña razón, llámalo afinidad personal o alineación de los planetas, se establece un vínculo bastante fuerte, lo suficientemente robusto como para mantener un contacto muy frecuente, ya sea diario o semanal. Uno sabe de la vida de la otra persona y viceversa. Por un momento, valoramos si esa persona es un nuevo amigo, uno de esos que, según mi teoría de la amistad, necesita que le hagas un hueco en tu grupo de amigos, lo que te obligaría a, previamente, echar a alguien de ese recinto porque mi personal teoría también sostiene que el número de amigos de verdad que uno puede tener es limitado. Yo también caí en esa sensación, varias veces, casi incontables, porque cuando estás sumido en esa racha, en ese contacto habitual es fácil confundirlo con amistad. No estoy diciendo que las rachas no puedan ser relaciones estupendas que te proporcionen risas, conocimiento y consuelo si hace falta pero creo que hay que aprender a saber que se acaban. Las rachas llegan por sorpresa, son furiosas e intensas y se acaban de manera más o menos abrupta.
«Nos vemos», «Quedamos», «Hablamos la semana que viene», esas frases u otras parecidas, son las que suelen decirse al final de una racha. Puede que no sepas que se acaba, puede que las digas con total honestidad, creyéndolas... pero sin saber muy bien cómo los días, las semanas, los meses pasan sin darte cuenta y un buen día eres consciente de que no te has acordado ni un solo minuto de esa persona, de que no has echado de menos para nada esa comunicación, de que no sientes ninguna curiosidad por su vida. No le deseas ningún mal, ni ha dejado de importarte pero la racha se terminó, se apagó. Y entonces te das cuenta de que no sois amigos, es otra cosa, una racha. Sopló con fuerza un tiempo y luego amainó. Puede no volver a soplar nunca o puede reactivarse otra temporada pero nunca será algo continuado, estable, profundo. Y no pasa nada.
Es importante saber reconocer una racha pero más importante aún es saber cuando uno mismo es una racha en la vida de alguien.