martes, 20 de noviembre de 2018

De rutinas y de manías


Dan Gluibizzi, 
El lado de la cama. ¿Despertador o alarma en el móvil? Musiquita infernal o telepredicador mañanero. Café o té. Tostada o cereales. En casa o en el bar. La ducha primero o el café directamente. La taza que escoges. Los cereales que compras. La fruta que comes en ayunas. El aceite con el qué rocías tus tostadas o la mantequilla que untas con esmero. ¿Fresa o melocotón? Primero los calcetines o antes los calzoncillos. ¿Las bragas o el sujetador? El sentido de las perchas en el armario. Cepillo de dientes eléctrico o de los de toda la vida, aunque sea de bambú. Rasurado diario o barba de San Jerónimo. Acondicionador o champú sólido. La emisora de radio que pinchas en el coche, el podcast que aparece primero en tu lista de reproducción. El periódico que lees en el bus de camino al curro. ¿Ventanilla o pasillo? La gasolinera en la que prefieres parar a llenar el depósito. El sitio en el que aparcas en el curro. Con bolígrafo o con lápiz. Un saludo o un abrazo. Buenos días o Estimado. Revisar el correo o los datos. Marcar como "para mañana" o tratar de terminar todo. Azúcar o sacarina. Botella de plástico o de cristal. Twitter o Tweetdeck. Facebook o instagram. El ebook o el papel. Cascos con cablecito o antenitas disparadas desde las orejas. Audios de whasap o escribir aunque se la Biblia. Abrigo o cazadora. Zapatillas o zapatos. Artengo o colorinchis. La hora a la que comes. La mesa en la cantina, sentarse mirando a la puerta o de espaldas al mundo. ¿Yogur o fruta? Hacer listas o afrontar el día solucionando lo que salga. Leer varios libros a la vez o ser fiel a uno hasta el final de sus páginas. Radio fórmula o Radio 3. La peli que escoges. La serie que ves. La que no verías ni de coña. El cine al que vas. Sentarte delante o al final de la sala. Palomitas o chuches. Vino o cerveza. Botellín o caña. Dos besos o la mano. El bolso en el suelo del coche o en el asiento del copiloto. La cartera en el bolsillo de delante o en el del culo. Vaqueros siempre o vaqueros nunca. Lunares o flores. Antes muerta que con rayas. Antes muerto que con camisa. Ahorra más o Lidl. Primitiva o Euromillones. El metro o el bus. Ventanilla o pasillo. ¿Dejar la lavadora puesta al salir de casa o ser de los que ve pasar su vida esperando a que la lavadora termine? ¿Tender dentro o fuera? Planchar o la arruga ya se irá con el uso. Salir del curro de noche o de día. Leer en el metro o mirar al infinito. El primer vagón o el último. Llegar a una cama hecha o a un batiburrillo de sábanas, edredón y almohadas. Diazepan o infusión. Lo termino todo o mañana será otro día. Pijama o piel. 

Somos un saco de rutinas y manías.  


jueves, 15 de noviembre de 2018

De abuelos y nietos

No sé cómo empezó aquella rutina ni cuanto tiempo la mantuve, creo que solo un año, hasta que él murió. Tenía dieciséis años, no sabía peinarme y llevaba unas hombreras que me dejaban sin cuello, como un quaterback o como Quasimodo. Además llevaba diadema o cinta y, en general, tenía aspecto de poca cosa, de miedo con patas, de saco de inseguridad con pulso. Con esa pinta y esa falta de confianza no me explico cómo conseguí que Nikitas accediera a llevarme en su Vespino hasta Colón. Nikita era uno de los cinco niños que las monjas de mi colegio habían conseguido reclutar para poder poner que 3º de BUP era "mixto". Aquellos cinco pobres, reclutados entre los más repetidores de los repetidores de los colegios de la zona, llegaron a nuestro colegio y se vieron sobrepasados en número, hormonas y absurdez por todas nosotras. Como en las buenas pelis americanas de sobremesa, cada uno de ellos adoptó un papel: el huraño, el galán popular, el guapo inaccesible, el gay escandaloso y el normal. Nikitas era el normal. Era un completo desastre académico y un misterio en su vida fuera del colegio pero era normal, significando normal que podías hablar con él sin que eso implicara ningún tipo de interacción del tipo "nos tenemos que gustar". Y era divertido. 

Los viernes,al terminar las clases, me subía en su Vespino y abrazada a su cintura para no caerme, atravesábamos Padre Damián, Paseo de la Habana antes de adentrarnos en el terrorífico túnel de Azca para salir a la Castellana. Acabo de darme cuenta de que después de aquellos viajes en la moto de Nikita, nunca más he ido en moto por Madrid. Me dejaba en Colón y desde ahí caminaba hasta la casa de mis abuelos para comer con ellos. Todos los viernes de 3º BUP repetí esta rutina. A veces, la comida me encantaba y otras veces mi abuela hacia pato a la naranja. Nos sentábamos en la mesa del comedor, cada uno en su sitio y supongo, no lo recuerdo, que yo les contaba cosas del colegio, me quejaba de mis hermanos y escuchaba sus historias. Tras la siesta de mi abuelo, le ponía la merienda y le ayudaba en su despacho. Él tenía artritis o artrosis (nunca sé cual es) y tenía las manos agarrotadas, casi como garras, pero seguía escribiendo y anotando cosas en sus cuartillas y escribiendo a máquina utilizando solo los índices. «Ana, dame aquel tomo de allí», «Guarda estos documentos ahí, en ese armario, en el carpesaro azul». Su despacho olía a él, a años, a libros, a dignidad. A mí me parecía muy mayor pero tenía setenta y dos años. Me gustaban muchísimo aquellas tardes de viernes, comer con mis abuelos, pasar el rato con ellos, charlar, sentirme nieta. Al año siguiente él murió y mi abuela se murió de pena veinticuatro días después, Nikitas dejó el colegio y aquellas comidas terminaron. 

Mi madre y mis hijas comen juntas los martes. El año pasado eran los jueves y yo pretendía mantener ese día pero se unieron las tres, sincronizaron sus agendas y lo cambiaron a los martes. Si algo he aprendido es que  las tres unidas, mis hijas y mi madre, son indestructibles. No merece la pena enfrentarme a ellas o discutir, es mejor ser agua o bambú o directamente que me resbale lo que hacen. Si yo digo blanco, ellas dicen negro. Si yo digo Sí, ellas dicen No y si si yo escribo un blog, ellas dicen "hay que ver las tonterías que escribes" pero me gusta que coman las tres juntas, me recuerda a mis abuelos. 

Y me gusta aún más que no vayan en Vespino. Espero que lo sigan haciendo muchos años más.  


martes, 13 de noviembre de 2018

Diccionario breve de adolescente-castellano (II)


La continuada convivencia con mis adolescentes me permite elaborar una segunda entrega de este diccionario, completamente subjetivo, para el uso, disfrute y desespero de los padres con una convivencia similar.


No me renta: no me compensa mover un músculo. 

Dado que cualquier esfuerzo que no tenga como finalidad última la consecución de algo placentero para ellos no les compensa, esta expresión se puede aplicar a cualquier mínimo acto diario. Ejemplo práctico: no me renta pelar el plátano.  

Qué pereza: no quiero hacerlo, no voy a hacerlo y me encantaría que me dejaras en paz, vegetando tranquilamente y regodeándome en la sabiduría suprema que mi adolescencia me ha proporcionado. No te digo que "paso" porque eso es de viejunos.  

Ay mamá, qué pereza: no me apetece ni hablar contigo. 

Random: No sé lo que es, ni me he molestado en buscarlo en el diccionario pero sé que puedo pegarlo a un sustantivo: elige una canción random, una persona random. 

En el caso de que intentes explicarles que random significa lo mismo que "al azar" te mirarán con cara de Ay mamá, qué pereza.  

¡Ay que sí!: ¿por qué perturbas mi paz espiritual recordándome algo que sé que tendré que hacer pero que prefiero ignorar hasta el último momento? Déjame disfrutar de este momento de paz sin recordarme las asquerosas obligaciones que la sociedad ignorante me ha impuesto y que tú, madre omnipresente, no dejas de recordarme 

Que valeeeeee: Lo he entendido a la primera, ya lo sé porque yo lo sé todo y no hace falta que me lo repitas ni una vez más, aunque las veinticinco anteriores no te haya hecho ni puñetero caso.  

¿No confías en mí?: me rompes el corazón con esa falta de confianza en mí, fruto de tus entrañas, amor de tus entretelas. Me asombra que dudes de mí, ¿qué te hace ser tan desconfiada? ¿por qué me niegas la oportunidad de asombrarte con lo responsable y cuidadosa que soy? ¿Estás insinuando que porque las doce veces anteriores te haya mentido esta vez va a ser igual?

Voy, voy: evolución lógica del vocablo voy (ya analizado en la anterior entrega) y cuyo significado es:  no voy a moverme de dónde estoy, pero sigue intentándolo.  

Mamá, no seas dramática: tranquila, no pasa nada, no te pongas histérica que la vida fluye, nada es tan grave, no pasa nada, relájate que no  queremos que empieces a darnos miedo, piensa en Woodstock, en porros, relax, la vida es guay.   

Mamá, no seas dramática debe usarse con mucha mesura porque puede provocar estallidos de cólera completamente justificados y proporcionados.


viernes, 9 de noviembre de 2018

Lecturas encadenadas. Octubre

Octubre ha sido mi peor mes de lecturas en años. No sé qué ha pasado. Bueno, sí lo sé: la vida laboral y personal me ha pasado por encima y solo he leído dos libros, uno y medio en realidad. De todos modos, el uno ha merecido tanto la pena, ha sido una lectura tan impresionante que compensa todo lo demás, el abandono y la falta de horas de lectura.

El Hambre de Martín Caparrós llevaba dos años esperando en mi estantería. Lo compré porque Enric González lo recomendaba y yo por Enric tengo devoción y lo que es aún más serio, me fío de su criterio. Antes de que diga nada más, corred a comprarlo. 

Lees "hambre" y piensas en niños con vientres inflados y piernas flaquitas, piensas en We are de World, en África, en moscas sobre personas con la piel pegada a los huesos. Lees hambre y piensas en qué injusto es el mundo, en qué duro es vivir en África, en qué cabrona es la naturaleza que manda sequias, inundaciones, tifones, huracanes, que carga a países enteros de tierras estériles que no pueden producir nada. Lees hambre y piensas en lo importante que sería colaborar, educar, hacer algo. Lees hambre y se te olvida, porque como dice Caparrós en muchos de los capítulos ¿Cómo carajo seguimos viviendo sabiendo? Sabiendo ¿qué? Que 800 millones de personas en el mundo, ochocientos, pasan hambre todos los días, hoy, mañana, ayer. Ochocientos millones de personas pasan hambre y no es por la naturaleza, ni por la tierra esteril, ni están solo en África. Ochocientos millones de personas pasan hambre porque nosotros, el primer mundo, yo, tú, tu familia, tus hijos, tus compañeros, tus amigos, comemos demasiado. ¿Cómo carajo seguimos viviendo sabiendo qué pasan estas cosas? Pues seguimos viviendo porque como dice Caparrós:

«... no hay que hacerse los boludos y decir que todo te afecta igual, ay la humanidad, ay la miseria de un hombres es mi miseria, ay si una sola criatura no puedo comer yo no puedo dormir, esas pavadas que quedan muy bien lindas para levantarse una pendeja. Uno sabe que hay cosas que le importan mucho y otras que le importan mucho menos, pero el tema es que igual esas cosas te importan, aunque sea menos, y entonces vale la pena pensar qué se puede hacer. No hacer discursos increíbles ni prometerse que uno solito va a cambiar el mundo pero por lo menos poner tu granito de arena, hacer tu pequeña diferencia ¿no?» 

Este libro sirve precisamente para eso, para pensar en el problema, para quitarse la venda, para aprender qué es el hambre, porqué hay gente que ahora mismo se muere de hambre y qué tiene que ver esto con nosotros que es mucho. 

Caparrós recorre Níger y Sudán en África pero también habla del hambre en China, en India, en Madagascar, en Argentina y en Estados Unidos. Habla de cómo el Primer Mundo, nosotros, los bancos, las empresas que nos dan de comer, que nos ponen la comida "saludable" en nuestras supermercados y nuestras mesas tienen que ver con que haya gente en esos países a los que cuando Caparrós les pregunta ¿Si pudieráis pedir cualquier cosa, pedir lo que sea, qué pedirías? Y dicen: arroz, sorgo, una vaca. 

«Nada me impresionó más que la pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la posibilidad de pensarte distinto. La que te deja sin horizonte, sin siquiera deseos: condenado a lo mismo inevitable». 

Caparrós explica como para poder vivir, nosotros los que comemos, sabiendo que hay gente muriéndose de hambre en el mundo, lo primero que hacemos es hablar del hambre de manera impersonal, «de manera abstracta, un sujeto en sí mismo: el hambre., Luchar contra el hambre. Reducir el hambre. El flagelo del hambre. Pero el hambre no existe fuera de las personas que la sufren. El tema no es el hambre son las personas que la sufren». Jamás lo había pensado así y me dejó impactada darme cuenta de esto. Decir, pensar, escribir el hambre es no decir nada, decir, pensar, escribir los hambrientos, los que se mueren de hambre, es ponerle cara, ojos y cuerpo. El hambre no somos nosotros, los hambrientos sí podríamos ser nosotros.  

«El hambre mata más personas cada año, cada día, que el sida, la tuberculosis y la malaria juntos, y no existe. El hambre no participa del misterio de las sombras insondables, lo inmanejable de la enfermedad: la impotencia frente a lo incomprensible. El hambre se entiende demasiado, aunque no existe: es un invento del hombre, nuestro invento.»

He doblado muchísimas esquinas, tantas que necesité días para pasar todos los extractos a mi cuaderno. Caparrós intenta entender porqué la gente se muere de hambre, porqué no cultivan, porque no pueden comer lo qué cultivan, porqué no pueden comprar comida, porqué tienen que vivir en el barro, porqué viven de escarbar en la basura, porqué el 60% de los hambrientos del mundo son mujeres, etc. Observa el mundo, hace preguntas y se hace preguntas y nos la presenta para que el lector abra los ojos, para que mire, vea y se pregunte ¿cómo carajo seguimos viviendo sabiendo que pasan estas cosas?

«La obesidad es el hambre de los países ricos. Los obesos son los malnutridos -los más pobres- del mundo más o menos rico. En estos países la malnutrición pasó del defecto al exceso: de la falta de comida a la sobra de comida basura. La malnutrición de los pobres de los países pobres consiste en comer poco y no desarrollar sus cuerpos y sus mentes; la de los pobres de los países ricos consiste en comer mucha basura barata -grasas, azúcar, sal-y desarrollar estos cuerpos desmedidos. No son la contracara de los hambrientos: son sus pares. La forma de la desigualdad en estos pagos.» 

Entre sus observaciones, entre sus preguntas y sus viajes, Caparrós se pregunta qué culpa tenemos nosotros, los de a pié, en qué nos afecta todo esto y son esas pequeñas reflexiones las que te dejan más revuelto, porque no hay escapatoria a eso. Tú, yo, no vives en África, ni en India, ni en un basurero de Buenos Aires, lees sobre esos lugares y consigues mantenerte fuera, leer desde el otro lado, pero el periodista argentino no te deja escapar, no se deja escapar a sí mismo y te/se sacude con cosas como esta: 

«Tirar a la basura es un gesto de poder. El poder de prescindir de bienes que otros necesitarían: el poder de saber que otros se ocuparán de desaparecerlo. 

El poder de poseer es placentero; nunca más que el poder de deshacerse: el poder de no necesitar la posesión. 

El verdadero poder es desdeñarlo.»

El hambre es una lectura que te sacude por todos lados, te deja baldado, exhausto, confuso y sintiéndote una mierda, como todos los buenos libros. Corred a comprarlo. 

Los archivos de Alvise Contarini de José María Herrera ha sido la lectura que dejé a medias, o para ser más exactos al 80%.  Llegué a él a través del club de lectura y para leerlo a tiempo para su sesión (a la que finalmente no pude ir porque me pasó la vida por encima), me pusé a leerlo en mitad de la lectura de El Hambre. Quizá esta circunstancia me alejó de lo que cuenta, quizá no eran ni el momento ni las circunstancias para leerlo. En medio de la vorágine del hambre, la muerte, la injusticia y el egoísmo no conseguí que me importara lo que este libro cuenta tanto como para terminarlo. 

Los archivos de Alvise Contarini es Venecia. Me recordó a Los archivos de Aspern de Henry James, a La ciudad de los ángeles caídos de John Berendt y  a Locuras de Verano, la película de David Lean con Katherine Hepburn de protagonista haciendo de americana de mediana edad que se enamora por primera vez en Venecia.   El autor de este libro, José María Herrera, nos presenta a un enigmático anciano veneciano, miembro de una estirpe legendaria en la ciudad, Alvise Contarini al que conoce casi por casualidad. La primera parte del libro es su encuentro con él, la segunda y más extensa recoge varios ensayos supuestamente escritos por Contarini sobre música veneciana, pintura, historia, literatura. Es un libro erudito y profuso en detalles, me recordó a los libros que leía en la carrera, a mis tardes en la biblioteca de la Facultad de Historia estudiando con varios libros abiertos a mi alrededor, buscando láminas de cuadros, de esculturas. Leyéndolo me volví a sentir estudiante y quizás ese fue el problema, que no me apetecía estudiar, recrearme en el arte, en la música, en los detalles mientras andaban zumbándome en la cabeza los hambrientos del mundo. Quizá lo termine en otro momento, con otro estado de ánimo. Y con lupa porque no sé en qué estaba pensando el editor para elegir ese tipo minúsculo. 

«La leyenda de Orfeo nos enseña una cosa, y es que al pasado no deben dársele más vuelta de la cuenta. Una cosa es que lo evoquemos fugazmente y otra distinta hundirse en él como en arenas movedizas. La vida demanda corazones puros. Hay personas, sin embargo, a las que sus recuerdos no les dejan pensar, gente que en vez de una vida parece que llevan un crimen a la espalda.» 
Y con esto y galletas de lemon curd, hasta los encadenados de noviembre que espero que me cundan más.