lunes, 25 de septiembre de 2017

El ritual del apareamiento

–¿Cual es tu organismo marino favorito?
–El  hombre, estamos hechos de agua.
–Me gustaría ser tan inteligente como tú.
–Ya lo eres. 

(Inmersión, de Wim Wenders)

Observar el enamoramiento de dos personas es algo que da mucha vergüenza ajena. Uno quiere no verlo, no oírlo. Abstraerse. Enamorarse no es ridículo o sí, si lo es, pero el problema no es ese, lo que nos hace querer apartar la mirada  es que nos da pudor asistir a la exposición de algo tan intimo como la construcción, el intento de construcción mejor dicho, de una intimidad compartida. Lo que nos da vergüenza ajena no es el hecho en sí, sino el vernos súbitamente reflejados. Tras el primer pensamiento «madre mía, qué vergüenza», viene el reconocimiento interno de que quizás, o mejor dicho, seguro que también nosotros en algún momento de nuestra vida le hemos preguntado a alguien por su organismo marino favorito o algo peor.  


Creo que todos somos conscientes de lo íntimo que debe ser el momento de enamoramiento absoluto y completo, ese instante de intimidad total en el que crees que no podrías estar en ningún otro lugar del mundo ni con ninguna otra persona y ser más feliz de lo que eres, esos segundos de tu vida el que crees con certeza absoluta que al lado de esa persona podrás con todo en la vida y serás invencible. Esos momentos los guardamos celosamente para nosotros mismos y cuando, desgraciadamente, se pasan sus efectos, solo quedan dos opciones: atesorarlos para disfrutarlos como bonitos recuerdos o enterrarlos en lo más profundo del espacio mental para intentar olvidar. Sin embargo, pocos somos conscientes de lo ridículo del ritual de apareamiento previo.  El yo te miro, tú me miras, nosotros nos miramos, yo digo algo, tú contestas intentando que la respuesta sea la correcta, no excesivamente correcta pero lo suficiente como para necesitar una contra replica que a ti te permita lucirte y a mí devolvértela con ingenio. El ritual de quedar, hacer un plan, un plan que me guste a mí, que te guste a ti, que no sea demasiado aburrido, ni demasiado obvio, ni demasiado tópico pero tampoco una ginkana de pruebas a superar. El ritual de yo me arreglo pero que parezca que no, tú te arreglas pero que parezca que sí pero que te da igual. El ritual de estamos curtidos en esto y en nos es indiferente que pasa, que salga bien o salga mal, pero en el fondo no nos da igual para nada. El ritual de yo me luzco, tú te luces. El ritual de abrir las plumas y tratar de impresionar. El ritual de querer que el otro nos impresione.


Todo ese ritual de conquista, de atracción, visto desde fuera, es tan ridículo como el de los ñus, el  del lirón careto o el del colibrí de cola azulada, pero es inevitable. Inevitable es también que todos creamos que nosotros lo hacemos mejor, que somos menos ridículos y, que si la última vez fuimos tan ridículos como los demás, ésta vez será distinto. Apuesto una mano a que el lirón careto piensa lo mismo. 

Enamorarse es complicado, inusual, raro, peligroso, da vértigo, da miedo y, además, es incontrolable. De la noche a la mañana, sin planearlo te encuentras sumergido en un ritual de conquista. Mostrarnos vulnerables y, a la vez, sacar las plumas a pasear para intentar atraer la atención del otro intentando parecer fuerte, nos proporciona un marco incomparable para hacer el ridículo.  

Me temo que seguiré siendo ridícula pero me concentraré muy fuerte en no preguntarle jamás a un hombre que atiza el fuego en una chimenea cual es su organismo marino favorito. 

Todo tiene un límite y gracias a Wim Wenders sé dónde está el mío. 


lunes, 18 de septiembre de 2017

Despelleje de los Emmys: de un vistazo.

¿Hago despelleje? ¿No lo hago? ¿Sí? ¿No? Deshojo la margarita mientras voy conduciendo. Mejor no, ya está todo dicho. Mejor sí, es una tradición. No. Sí. Bueno, pero uno rápido. 

¿Qué es lo más importante de los Emmys? Lo más importante es que todas y todos deberíamos poder envejecer con la clase con la que lo está haciendo Robin.  Está espectacular y fabulosa y todo, absolutamente todo bien. El vestido no me vuelve loca pero me da igual. Robin es fabulosa. 

Soy muy fan de Milo desde su más tierna adolescencia. Cuando veía las chicas Gilmore con treinta años y dos hijas, tenía sudores fríos y de los otros viéndole en pantalla haciendo de adolescente. Ahora que tengo 44 y sigo teniendo dos hijas con las que estoy volviendo a ver Las chicas Gilmore ya no tengo sudores. Mientras ellas dicen «pero mamá, ¿cómo te puede gustar? es horroroso» yo elucubro escenas tórridas con él.  Estaba en los Emmys por una nueva serie This is us que no he visto pero que obviamente voy a empezar a ver. Estoy muy a favor de que Milo aparezca en todas partes porque, además, es un hombre que sabe llevar traje y lleva reloj. 

No os acostumbréis, vamos con los despropósitos. 

Me encantaría conocer quién está detrás de la espantosa moda del escote modelo autopista de seis carriles. Es un escote que jamás favorece, jamás es cómodo de llevar, jamás es sexy y da igual las tetas que tengas, jamás es buena idea. Ves a alguien con ese escote y nunca piensas «¡qué bonito escote!» o «qué canalillo más sexy. ¿será capaz de atrapar una aceituna?» o «¡como me gustaría verla sin el vestido!» ni siquiera piensas «¡qué buena piel!» Lo único que piensas es «¿cómo se sujeta eso? ¿con velcro? ¿dolerá al quitarlo? y ¿sí se le cae la sopa o el champagne le resbalará hasta el ombligo?»  Nunca es buena idea. El escote seis carriles arruina cualquier vestido, por muy elegante que sea. 

Priyanka se ha hecho un completo: dame plumas, dame apliques metálicos y dame acolchados que no se llevan desde los videoclips de los 80 y seguro que doy el golpe. La parte buena es que cuando caiga rodando no se hará daño. 


Dos reinonas. Susan está espléndida y a Jessica le ha crecido la frente. 


Elizabeth Moss sigue empeñada en afearse. No hay manera de que entienda que vestirse del mismo color que su piel es una malísima idea. Malísima. Y no es manía con ella, a esta chica también le sienta como un tiro o peor. 

My girl se ha hecho mayor y estoy en shock. 

Si no puedo envejecer como Robin, quiero hacerlo como Eddie Falco.  

Estos son los chicos de Stranger Things. No sé ni por dónde empezar a despellejar todas las cosas stranger que hay en esta foto. Eso sí, ella bate el record mundial de "mi metabolismo es así y me está devorando". Se lo ha arrebatado por muy poco a esta chica de Modern Family y su modelo "show me las costillas". 

¿Mangas farol? ¿En serio Sara Paulson? ¿EN SERIO? Replantéate tu vida. Ya. 

Tres cosas voy a decir sobre Hilaria Baldwin. Primero, qué putada llamarte Hilaria. Segundo, acabo de descubrir que nació en Mallorca y tercero, qué vestidazo lleva. Y qué bien lo lleva. 

Tessa Thompson va vestida de "Simon dice". Y el que no coja esta referencia, no ha tenido infancia. 


Milo está que cruje, hasta la perdono el pelito ese largo por detrás que es totalmente innecesario. 

Liev es también un hombre que sabe llevar traje y reloj. Y asustar niños. 

Me encanta Julia Louis-Dreyfuss. Estoy viendo Seinfeld entera de nuevo y su papel de Elaine es espectacular, se te olvidan las pintas que lleva, pero ayer en la gala estaba impresionante de guapa con un vestido precioso, elegante, correcto, sencillo, adecuado. Una rara avis. Julie Owen de negro también está estupenda. Y, oh sorpresa, conseguimos un tercer ejemplo de elegancia con Mandy Moore. 

Keri Russell, de pollo desplumado.  Debra Messing de bruja del mar y dos relojes. ¿De qué está hecho ese vestido? 

Nicole y Kid.  Ella y Él van de luna de miel. Él lleva alzas y Ella escote seis carriles, pero oye si se quieren y se ven divinos, ¿quién soy yo para decir que me parecen horribles y me dan mucha grima? 

Esto no lo había visto nunca fuera de una clase de segundo de infantil, un vestido de espumillón de colores. Muy mona Zoe Kravitz, un diez en pretecnología y manualidades. 

Otro problema del escote seis carriles es que hay que estar siempre con pose de cántaro yendo a la fuente. Los cántaros son tendencia por lo que veo. 

Uy, se les ha colado un maniquí del Museo de Cera. Pago por la foto en la que entran dos operarios y se la llevan. 

Vanessa Bayer que va vestida de "mira fijamente y verás la figura en tridimensional". Otro completo: manga abollonada, plateaditos, plumitas y cantarito. Otra camuflada. 

Iñigo Montoya será el próximo Santa Claus. 

Muy fan del actor secundario Bob. Esta chica va estupenda. 

A todos nos cae bien Jessica Beil, a todos os gusta esta chica pero pero pero nos ha querido colar un escote seis carriles y superposiciones de pañuelos y no. Ni siquiera Heidi aka Pibón de la muerte aguanta ese escote.

Como Jane no quiero envejecer, me conformo con llegar a esa edad. El vestido no me gusta aunque quiero creer que es un homenaje al vestido rosa que lleva en Descalzos por el Parque cuando comen knichi y beben ozu. 

Con mucho pecho di NO al escote seis carriles. Y requeteNO.

-Tengo trauma porque mi madre me vestía de marinerito.
-Podía ser peor. Podía haberte vestido como a los niños de Stranger Things.

Ni una fiesta sin la pobre chica sin amigas. O peor, con amigas cabronas que le han dicho «¿Amarillo, encaje y que te haga el pecho caído? Gran idea, estás estupenda. Y además, ven que te vamos a hacer un peinado original»

Y para cerrar, Milo again. Porque sí, porque es mi nuevo o, mejor dicho, mi recuperado placer culpable. 



jueves, 14 de septiembre de 2017

El adolescente desaprendido


Tienes hijos, crecen, y hacen cosas que tú les vas enseñando. Van a aprendiendo a desarrollar ciertas habilidades, ciertas destrezas, adquieren lo que tú ilusamente crees que son espacios de independencia y de control y tú te confías. Crees que la crianza, la educación es siempre hacia delante y que tus hijos siempre aprenderán a hacer más cosas perfeccionando, con el tiempo, las que ya saben. 

Ja. Qué cabrona es la vida y que memo eres tú. Al llegar a la adolescencia, el proceso de aprendizaje que tú creías imparable se ralentiza hasta pararse. ¿Podría ser peor? Lo es. Ante tu atónita mirada y tu mandíbula desencajada descubres que tus adolescentes desaprenden. 

Cada semana, cada hora, cada minuto una nueva incapacidad se suma a la lista de "Cosas para las que un adolescente está mágica y súbitamente incapacitado". 

Cambiar el rollo de papel higiénico. El primer día piensas que ha sido despiste, el segundo que se les ha olvidado, el tercero decides que lo mejor es dejarles el rollo de repuesto en un cajón del baño para que así no tengan si quiera que retener el dato los diez segundos que se tarda en llegar a la cocina. El cuarto lo dejas encima de la taza. Y el quinto te das cuenta, por fin, de que son incapaces de cambiar el rollo. «Pero vamos a ver ¿es que habéis perdido los pulgares oponibles y no sois capaces de cambiar el rollo?» Te miran como si les hubieras pedido que ensamblaran un módulo espacial. Sospecho que asociado a esta incapacidad está la de colgar las toallas en su sitio, siendo su sitio cualquier otro que no sea el suelo. 

Comprender que para que algo esté ordenado hay que ordenarlo previamente y mantenerlo después. Los adolescentes vuelven a su más tierna infancia y vuelven a creer en Mary Poppins. Concretamente parecen pensar que tú eres Mary Poppins y que cuando se encuentran sus camisetas guardadas en los cajones tú lo has logrado chasqueando los dedos mientras ellos dormían. Cuando les das un baño de realidad, obligándoles a ordenar, de repente poner orden se convierte, para ellos, en una tarea más o menos a la altura de construir la Gran Pirámide sin haber conocido la rueda. Protestan tanto que temes encontrarte un piquete sindical en el pasillo. 

Encontrar algo a la primera. En mi caso, tengo dos hijas, que han desarrollado y perfeccionado la técnica del desencontrar hasta dibujar con ella una filigrana exquisita. Me he pasado su infancia diciéndoles "buscáis como un hombre", pero ahora mismo eso se queda muy muy corto. Vivo temiendo el día que no encuentren la nevera en la cocina, presiento que está cerca. 

Sentarse como una persona normal. Para empezar no se sientan doblando el cuerpo para posar el culo en el asiento. Se desploman. A veces, sólo se dejan caer pero lo normal es que se derrumben, desparramándose como pulpos por el sofá. Si es en una silla, o bien se hacen bola en el asiento como si el suelo fuera lava y los pies no pudieran tocarlo o, se escurren por la silla rozando con los nudillos de sus manos el suelo mientras apoyan la barbilla en la mesa. Otra cosa curiosa que desaprenden, con la edad, es que una silla es un asiento para una sola persona y un sofá es para varias. 

Calibrar cuánto van a comer. «¿Qué hay de comer? Tengo muchísima hambre, muchísima, me muero de hambre. ¿Cuánto falta? Ponme más, ese trozo, el más grande». Las miras orgullosa sintiéndote la madre naturaleza alimentando a sus polluelos y tras tres bocados dicen «puff, ya no puedo más». Tu orgullo de proveedora se esfuma y vuelves a sentirte cómo cuando tenían cuatro años y te crecía el pelo esperando a que terminaran de cenar. 

Pues ya sabes, de aquí no se levanta nadie hasta que te termines lo que hay en el plato. 
¿Cómo que ya sé? ¿Desde cuando es así? 

Y así pasamos los días, desaprendiendo. 


martes, 12 de septiembre de 2017

Los sobre preocupados y los obviadores

Según los evangelios apócrifos de la historia de mi vida, cuando yo tenía 8 años, por las tardes sufría unos terribles dolores de cabeza. Debían ser reales y terribles porque mi madre, poco dada a las contemplaciones y con otros tres hijos que atender, decidió llevarme al hospital porque algo me pasaba. En La Paz, me sometieron a todo tipo de pruebas y la conclusión médica fue que tenía dolores de cabeza por la ansiedad que me provocaba cada tarde al llegar a casa, pensar en lo que tenía que hacer al día siguiente en el colegio o dentro de una semana. Desde aquellas pruebas mi madre siempre ha dicho «eres muy preocupona». 

Casi cuarenta años después y a base de muchas leches en la vida y muchísimo insomnio absurdo, he conseguido pasar de muy preocupona a consciente de los problemas. Y estoy orgullosa de ello. Es incómodo, es un coñazo, quita mucho tiempo y probablemente me esté acortando la vida pero veo los problemas y me lanzó a buscarles solución. 

En el otro extremo de la vida están los obviadores. Esa gente me saca de mis casillas y me admira al mismo tiempo. Me pregunto qué gen, que combinación genética han desarrollado que les permite ver un problema y obviarlo. «Un problema, voy a no verlo y, por tanto, ya no existe» Me fascina. Por supuesto, soy consciente de que estos obviadores juegan siempre la baza de si me quedo parado durante el suficiente tiempo vendrá alguien a solucionarlo sin que yo tenga que hacer nada, sin que yo haya tenido, ni siquiera, que pensar en la existencia objetiva de eso que estoy haciendo como si no existiera. 

Yo no sé obviar los problemas, ignorarlos, cerrar los ojos y no verlos. Lo he intentado, lo intento. A veces consigo meterlos en un cajón un par de días, tres, creo que una semana es mi récord, pero la mayor parte de las veces paso de cero preocupación a cien intentos de resolución en minuto y medio. No es sano, no es inteligente ni resolutivo pero no sé hacerlo de otra manera. Me sumerjo en una espiral de ansiedad, anticipación y pensamientos laterales para encontrar una solución lo antes posible. Funciono así: problema, buscar solución, resolverlo, dejarlo atrás.  Intento cambiar el esquema y decir: problema, dejarlo reposar, quizás se solucione solo pero NO PUEDO.

Entre mi ansiedad ante los problemas y los obviadores, existe gente maravillosa que tiene el superpoder de clasificar los problemas. Personas pausadas y nada impulsivas que ante cualquier problema toman la actitud adecuada; lo valoran, lo sopesan, lo miden, lo dejan reposar y tras dormir unas cuantas horas piensan en alguna solución si la creen posible o tiran el problema a una papelera bien porque les parece una nimiedad o porque ya saben que no pueden solucionarlo y no van a malgastar más tiempo ni energía en pensarlo. 

Si volviera a nacer y me dieran opciones diría: «Hola, soy Moli y como superpoder vital quiero saber valorar los problemas en su justa medida. Y, si puede ser, de extra quiero bofetada ultrarápida para dar a los obviadores. Y ya, por pedir, lo quiero todo en el traje de Spiderman».

Y si no puede ser, en mi próxima vida me pido obviador.