
Interior. Rojo con suelo negro. Luz de atardecer entrando por el ventanal, luz de uno de esos días, raros, en los que no hay deberes, ni actividades ni compromisos.
Ingredientes:
120 minutos de tiempo.
El tiempo se hace eterno cuando tienes trece años. El tiempo presente es justo donde no quieres estar. Tu adolescente no se lo reconoce a si mismo, quizás no lo piensa, pero echa de menos el tiempo en el que tenía siete años y todo era fácil o aquel tiempo en el que tenía justo dos manos de años, diez, y la vida discurría divertida y sin complicaciones. Eso no lo piensa, pero lo siente así. Sueña con tener quince o dieciséis y abandonar la edad en la que no es ni niño ni adulto. Preferiría tener dieciocho si no estuviera tan lejos, si no quedara tantísimo, toda una vida. Quiere el tiempo que llegará, el tiempo en el que será. Con trece no sabe qué es, cree que sabe lo que quiere ser.
El tiempo con un adolescente se te escapa entre los dedos porque no quieren pasarlo contigo, o si quieren pero no lo saben. Es como volver a tener un niño de tres años que enseguida se distrae y se escapa. Hay que atraparlo entre los hilos para que descubra que ese tiempo contigo no lo está perdiendo, no es un favor que te está haciendo, ni una obligación.
100 gramos de nesquick.
100 gramos de firmeza.
Fundamental para evitar la distracción, la dispersión, la pereza, el pasotismo, el escaqueo. Vamos a hacer un bizcocho. Puff. Venga. Es que... Venga que te va a gustar.
75 gramos de azúcar.
75 gramos de organización.
El caos es poderoso en la adolescencia. Todos parecen aprendices de mago, compañeros de Harry Potter, y los objetos desaparecen entre sus manos, delante de sus ojos. Misteriosamente, seres capaces de manejar tecnología con habilidad casi robótica, se declaran incapaces de encontrar el bote del azúcar, una cuchara de palo o se proclaman imposibilitados totalmente para imaginar dónde se guarda la mantequilla. Es importante exigir la localización de todo lo necesario antes de acometer cualquier tarea. No lo encuentro. Búscalo. No está. Buscas como un hombre, está ahí. Odio que me digas eso. Lo sé, pero cada vez que te digo eso, lo encuentras. Lo sé y por eso lo odio más.
100 gramos de harina (65 gramos de harina de arroz y 35 de maizena)
100 gramos de la vida de tu adolescente (65 gramos proporcionada por ti y 35 de cosecha propia)
Tu adolescente tiene ya la base para lo que será. Una parte se la has dado tú y lo que ha vivido contigo y otra venía de serie o se la ha ido construyendo poco a poco. Las proporciones cambiarán con el tiempo, cada día que pase la base proporcionada por ti será menor y la propia será cada vez mayor. No hay que aterrorizarse, el sustrato más básico, el inicial viene de ti. Otra cosa es que sea endeble, pero ya es tarde para arreglarlo. Apuntala si puedes.
2 huevos.
Media docena de temas de conversación.
El bizcocho es una excusa. Sirve como anclaje de la tarde, para centrar. Lo importante es lo que se habla mientras se pesa, se remueve, se mezcla y se prepara. Da igual lo que sea, lo que tu adolescente quiera. Quizás no quiera, y comience contestando con monosílabos. Si, vale. Me da igual. Hay que insistir, dejarle solo, hablará y entonces solo hay que seguir las miguitas que va tirando, ir recogiéndolas y devolviéndolas, como en una partida ping pong. Pobre de ti si se te escapa una bola, si confundes un nombre, si pierdes el hilo, si se te olvida una referencia. ¿Ves como no me haces caso? Si es que no te interesa lo que te cuento.
75 gramos de mantequilla.
75 gramos de concentración.
¿Recuerdas cuando no podías quitar el ojo de tu hijo cuando empezó a gatear, a caminar, a tirarse por el tobogán, a montar en bici sin ruedines, a nadar? Pues has vuelto a esa sensación. No te despistes, no te desconcentres, no le quites los ojos de encima ni un minuto, no dejes de escucharle. No se va a caer, ni a abrir la cabeza contra una esquina ni a meter los dedos en un enchufe, pero si te "vas"... tu adolescente se escapará. Recuerda, no sabe qué quiere estar contigo. Y no va a saberlo hasta dentro de muchos años, cuando recuerde esta tarde.
75 gramos de nata.
75 gramos de confianza.
Desconecta de todo los peligros, terrores y preocupaciones que te asaltan al mirar a tu adolescente. No le atosigues, ni le acojones, ni le aturdas. Va a salir bien. Déjale creer que saldrá bien. Déjate creer que saldrá bien.
1 sobre doble de gasificantes.
1 sobres doble de sentido del humor.
Pínchale con ternura. Recuerdale una anécdota de su infancia cuando hizo una travesura, o fue ingenioso o dijo una tontería que se quedó grabada para siempre en el lenguaje familiar. Deja que te cuente un chiste y ríete con él, no con el chiste que probablemente ya conozcas, sino con su risa, con sus carcajadas de broma recién descubierta, con su satisfacción por saberse gracioso. Cuéntale tú uno, cuanto más tonto mejor. ¿Cómo se llama el novio de Nadia Comaneci? ¿Quién es esa? Eso da igual. Nadie Loconoci. Mamaaá, es malísimo. Y lo es, pero tan malo que lloráis de risa.
Mezcla todos los ingredientes. Calienta. Espera. Confía. Deja que suba, que se abra. Que se enfríe. Desmolda. Saborea.
Con el tiempo, del bizcocho de adolescente saldrá una lasagna o una paella o una sopa de adulto responsable y capaz con el que compartir y al que disfrutar.