viernes, 9 de septiembre de 2016

Cinco días


«You can only write regularly if you’re willing to write badly. You can’t write regularly and well. One should accept bad writing as a way of priming the pump, a warm-up exercise that allows you to write well.»

                         Jennifer Egan 

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Al acostarse el domingo por la noche, hizo dos cosas por primera en su vida: programar la radio despertador y marcarse un reto. 

La radio despertador siempre había estado ahí. Primero  en la mesilla del lado derecho de la cama y luego, cuando decidió pegar la cama a la pared para tener hueco para una mesa, en la estantería, en la última balda, la que quedaba casi a ras de suelo. 

Únicamente la utilizaba de reloj. Cada vez que se despertaba, y eran muchas veces cada noche desde que había perdido la capacidad de dormir del tirón, se giraba lentamente para ver los enormes dígitos en rojo que parpadeaban a su izquierda, un poco por debajo del nivel del colchón. A veces, si se había ido la luz y no se había molestado en volver a ponerlo en hora, los números parpadeaban marcando horarios absurdos. 

Ese domingo decidió darle más uso. Probar a despertarse con la radio, intentar programar la alarma y ver si sonaba a la mañana siguiente. Si fracasaba daba igual, siempre estaba despierta a esa hora. En pijama, sentada en la cama, con la ventana abierta a la noche increíblemente calurosa del mes de septiembre, cogió la radio y la miró como si no la hubiera visto nunca. Era la típica radio despertador, nada que fuera exótico ni de diseño. Fea, en una palabra, parecía recién llegada de los 80. La habían comprado en el 2001. La examinó con cuidado; un montón de botones. "Set Alarm" parecía el adecuado. Presionó y los dígitos empezaron a parpadear, siguió toqueteando hasta que consiguió que los números rojos marcaran la hora que ella quería, 07:08. Pulsó "Set Alarm" de nuevo. Buscó después la manera de sintonizar la emisora que quería. Decididamente esta radio venía del pasado, el sintonizador era una rueda en el lateral derecho que tuvo que girar muy lentamente hasta dar con el dial correcto. Intentó comprobarlo pero a esa hora una voz desconocida hablaba de deportes; decidió arriesgarse, no iba a aguantar ni medio minuto esa cantinela para esperar que sonara un jingle identificativo. Activó una palanca hasta la posición "rad" y una luz roja se encendió junto a los números. 

Se tumbó, estiró la mano, apagó la luz y cerró los ojos. De repente, se le ocurrió una idea muy tonta, completamente innecesaria. Intentó desecharla, ignorarla, dejarla pasar, pero no pudo. Esa semana escribiría un post cada día. No iba a intentar hacerlo, iba a hacerlo. Cinco posts. Como fuera, de lo que fuera, de lo que se le ocurriera; incluso de lo que no se le ocurriera. Largos, cortos, buenos, malos, regulares, tristes, divertidos, serios, intrascendentes, fabulosos o fallidos. Daba igual pero cinco seguidos. 

Cada mañana de esa semana sonó la radio a las 7:08. 

El viernes por la noche, al acostarse, no pulsó el botón "Set Alarm". Apagó la luz pensando: "dentro de un par de meses escribiré una semana completa, 7 días". 


jueves, 8 de septiembre de 2016

Hombres fantásticos (IX)

Me despierto pero no abro los ojos. Por las señales que me manda mi cuerpo sé que he dormido poco, encogida y sin moverme. Por las señales y porque me duele el cuello, tengo las manos juntas debajo de la cara y la unión entre lo que intuyo son los dos cojines de un sofá se me está clavando en la cadera. El picor de una manta de lana gorda en mi barbilla me confirma que efectivamente estoy durmiendo en un sofá, en un sofá que no es el mío. 

Entreabro los ojos y a medio metro veo una mesa baja de madera oscura, de esas que están gastadas de poner los pies cuando te sientas a ver la tele o a charlar. Está llena de copas de vino y tazones de loza blanca. Me incorporo poco a poco, echo la manta a un lado y me siento. Todavía tengo los calcetines mojados.

A mi izquierda hay unos ventanales enormes, por los que entra una luz de color blanco lechoso, como el cielo que se ve a través de ellos completamente  encapotado. Llueve despacio. 

Poco a poco voy recordando dónde estoy y qué hago aquí. No he debido dormir mucho porque recuerdo que era de día cuando cerré los ojos.  ¿Amanece a la misma hora en Dublín que en Madrid? ¿Después? ¿Antes? Tiene que ver con la latitud pero no soy capaz de pensarlo con claridad. Me pongo de rodillas en el sofá y al asomarme por el respaldo para buscar mis zapatos, me fijo en la inmensa estantería cubierta de libros en caótico desorden que recorre la pared. Glenn es de los míos, los libros al tún tún, colocados según van llegando o según se consultan o dependiendo de cómo los sientas. No me veo con fuerzas ni tengo la mirada lo suficientemente clara (¿dónde estarán mis gafas?) como para ponerme a cotillear libros en inglés. 

Ey, ¿qué pasa contigo? ¿despierta?

Me giro bruscamente con el corazón a 300 por hora. 

¡No me des esos sustos!

Glenn se ríe con ganas. Está apoyado en el quicio de la puerta que ahora recuerdo que da a la cocina con una taza en las manos. Lleva la misma camisa que llevaba cuando me dormí, la camisa con la que salió del camerino al terminar el concierto. La camisa que no se me olvidará en la vida porque me obligué a concentrarme en ella mientras le saludaba por primera vez. El camino desde mi estudio pormenorizado de los cuadros de su camisa hasta dormir en el sofá de su casa está lleno de nervios, nervios calmados con cervezas, risas, risas alimentadas con más cervezas. Charla, mucha charla alimentada con un fish and chips grasiento en un antro al que llegamos corriendo bajo la lluvia. Quizás mis calcetines se empaparon ahí.

Glenn desaparece en la cocina y vuelve a los dos minutos con otra taza para mí. Gracias a dios no es te, necesito un café fuerte, el te es para cuando me siento a punto de disolverme en paz y tranquilidad. El café es para cuando necesito reconstruirme.

¿Sigues teniendo hambre?- me pregunta mientras se sienta a mi lado en el sofá apartando la manta. 

Recuerdo entonces que cuando llegamos a su casa, porque yo había perdido el  bus para llegar a mi hotel a las afueras, nos sentamos todos en la cocina a devorar cereales y galletas. Me fascinó que Glenn y el batería que en las distancias cortas se parece aun más al capitán Haddock fueran capaces de engullir cuenco tras cuenco de cereales sin que una gota de leche les escurriera por las barbas. Yo no fui capaz y se troncharon de mi y mi barbilla surcada de barbas de leche.

Sí, pero no quiero más cereales.
—Jajaja, ¿tostadas? 
—Perfecto.  

Le sigo a la cocina y recuerdo que hablamos de Youghall, de Moby Dick, de Eddie Vedder y de comer pipas. Felicito mentalmente a mi yo de la noche anterior por su fabuloso desparpajo hablando en inglés y por no haberse dejado llevar por la euforia y  haberse negado a cantar. 

Glenn, ¿tendrías unos calcetines secos para prestarme? 

Una noche genial.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Quizás tus hijos son malos

Hay horas, días, semanas en que tus hijos son odiosos. Las mías lo son. Una de ellas lo está siendo estos días. A ningún padre nos gusta reconocerlo, nos revienta pensar y aceptar que nuestros hijos se están portando mal. Si nos preguntan, todos decimos que nuestros hijos son estupendos y cuando contamos alguna cosa medianamente regular sobre ellos siempre añadimos una coletilla "pero en el fondo es buena... lo que pasa es que está cansada o agobiada"; queremos creer que es así, pero no lo sabemos. 

Cuando tu hija se está portando mal, es egoísta, protestona; cuando, en una palabra, se pone intratable no sabes qué hacer. Te sabes toda la teoría, absolutamente toda. No hay que gritar, hay que intentar explicar la situación, intentar reconducir a tu hija hablando con calma y haciéndole ver que lo que está haciendo no solo no está bien sino que, además, es contraproducente porque consigue que todo el mundo esté de mal humor. Cuando esto no funciona (que raramente funciona, como casi todos los planes A) hay que pasar al plan B, que consiste en aparentar una total indiferencia combinada con la vana esperanza de que las palabras que le acabas de decir, que la historia que has enhebrado para  intentar explicarle la realidad, cale en su cabecita y recapacite. Como todos los planes B, a veces funciona pero muchas veces tampoco se acaba ahí el problema. 

¿Cual es el plan C? NO hay plan C. El plan C consiste en dejar pasar el tiempo porque tú sabes que se le acabará pasando, que la bronca que ha montado, los gritos que está pegando y el llanto rabioso que ha desplegado se le acabarán pasando. Sabes que esto que le parece tan horrible, tan injusto y que te ha convertido a ti como padre en el más despreciable de los humanos del Planeta se le olvidará. 

O quizás no se le olvide. Tú eres capaz de recordarte a su edad portándote exactamente igual. Siendo egoísta, maleducada, gritona; en una palabra, insoportable. Te recuerdas así, eras intratable y sabes que daba igual lo que te dijeran, tú sabías y tus padres no. Incluso ahora, cuando lo recuerdas, con 30 años más encima te queda un pequeño pálpito de reconocimiento hacia esa niña que eras y que de alguna manera tenía razón. 

O quizás no se le pase. Quizás esta explosión no sea algo puntual, quizás tu hija es así, se ha convertido en una persona insoportable e intratable y, quizás, a partir de ahora va a ir a más. A lo mejor tu hija es una persona egoísta y sin valores. A lo mejor es interesada y retorcida y malvada a ratos. 

A lo mejor tu hija no es esa persona fantástica y fabulosa que tú creías, deseabas, que fuera. O quizás sí lo sea pero tenga un lado malo exactamente igual que tú y que el resto de las personas que conoces y quizás ese lado malo crezca a partir de ahora y le gane la partida a las virtudes que sabes que tu hija tiene. 

Y quizás es por tu culpa. Quizás no lo has hecho bien. Lo has hecho lo mejor que has podido pero no ha sido suficiente. Y aún hay un pensamiento más inquietante: ¿y si lo que has hecho o dejado de hacer es la causa de que tu hija sea insoportable?

Eres una maraña de sensaciones: hastío, cansancio, incomprensión, angustia, ganas de rendirte, de huir que se mezclan con un barullo de sentimientos: tristeza, miedo, ira... y la conciencia de tu responsabilidad como padre; tienes que hacer algo, actuar, conseguir un cambio, algo. 

Y la impotencia. No sabes por qué tu hija se está portando como un pequeño (no tan pequeño) demonio, no sabes qué decirle para que deje de comportarse así, no tienes ni la más remota idea de cómo conseguir que esa persona egoísta, dañina y tóxica deje paso a la persona buena que tú quieres que tu hijo sea... y que, quizás, no sea. 

Todo esto te da vueltas y más vueltas en la cabeza, pero aún te queda un pensamiento más terrible por reconocerte a ti mismo. Tu hija sabe perfectamente cómo provocarte esta desesperación, es consciente de cada uno de sus gestos, desprecios y gritos y sabe perfectamente el efecto que causan en ti. No es un alma cándida e inocente, no lo es. Y lo sabes porque tú eras igual, eres capaz de acordarte de cómo te comportabas exactamente igual con su edad. No, tú eras peor. 

O quizás no. Quizás tu hija es exactamente igual que el resto de las personas que conoces, exactamente igual que esa gente que te parece espantosa y que probablemente tenga padres que pensaran que eran estupendos. 

O quizás no. Quizás tu hija es peor que mucha otra gente y quizás la culpa sea tuya por acción o por omisión.

Aprende a vivir con eso.  Atrévete a pensarlo. 


martes, 6 de septiembre de 2016

Cuando los gorrones son noticia

Estoy escribiendo cosas serias, o intentándolo, y he descubierto que para escribir cosas serias necesito una enorme cantidad de tiempo a mi disposición para perderlo, brujulear, dispersarme y, entonces, mágicamente, cuando estoy rozando la desesperación y el "¡No puedo, no puedo, no puedo!", la inspiración me atraviesa y escribo como una maníaca un montón de horas sin parar. 

Ya sé que necesito todo ese tiempo "perdido" y he decidido cambiarle el nombre y llamarlo "calentamiento". Dudé si llamarlo "rutina de entrenamiento" o "training time" pero me entró la risa. El problema del calentamiento es que a veces me gusta tanto que me disperso y acabo escribiendo otra cosa. Otra cosa distinta a las cosas serias que intento parir. 

Y eso me ha pasado hoy: brujuleaba por ahí y me encuentro con este titular, "El lujo de vivir sin dinero", y la cara de una mujer muy sonriente con gafas de sol, foulard, flores en la mano y una hilera de repollos. Lo primero que pienso es que todo eso vale dinero, o mejor dicho cuesta dinero. Ni siquiera los repollos se cultivan gratis. 

Intento resistirme, volver al brujuleo de calentamiento pero es demasiado tarde; la inspiración se me clava entre ceja y ceja y dice: escribamos una tontería sobre esto, un divertimento, una frivolidad. 

—No, no. Tenemos que escribir cosas serias.
Pues no respiro -dice la inspiración- conmigo no cuentes. O tontería o me piro. 

Me rindo. Pincho en el titular y no doy crédito. La historia no va sobre cómo gastar menos, reducir el consumo, ahorrar, hacer un uso responsable de lo que tenemos; objetivos, todos estos, interesantes e inteligentes. La historia va sobre una tía con una jeta del tamaño de Australia que es curiosamente el país en el que vive. 

Jo se llama la interfecta y básicamente vive de gorronear. Básicamente no, vive de gorronear a sus amigos. Después de leer su historia, puedo afirmar y afirmo que Jo es la típica amiga parásita. Lo ha debido ser siempre, toda su vida, pero ahora, con 47 años, se ha profesionalizado y ha hecho de su vicio, el gorroneo vital, una actividad a admirar. 

Por partes y resumiendo: Jo con 47 dejó el trabajo (20 horas a la semana), dejó su piso de alquiler y ¿se lanzó al monte? No. Jo es una gorrona, no Mowgli. Jo vive ahora en la granja de unos amigos, come de lo que da la granja de sus amigos (los famosos repollos) y otras personas, tiene luz porque curiosamente se agenció una placa solar antes de decidir no gastar pasta y tiene teléfono porque un colega le paga la línea. Viaja en autostop y cuando ha tenido que ir al médico pues se lo han pagado. Y lo cuenta todo en un blog que escribe chupando wifi por la cara. 

Una gorrona de libro. Apuesto a que en Wikipedia están ahora mismo poniendo su foto detrás del término "mucho morro". 

¿Cómo ha conseguido Jo ser noticia? Pues vendiendo la moto, haciendo humo, diciendo "seguid la luz". Jo dice que ya no gasta dinero para reducir su huella ecológica, para no consumir. 

Es imposible no dejar ninguna huella ecológica en el planeta, la dejamos nosotros y un escarabajo pelotero sin wifi, eso para empezar. Segundo, me parece estupendo optar por una vida sencilla y reducir al mínimo el consumismo, pero dejar de pagar por tu teléfono para que lo pague otro, usar el coche de otro justificándote con que "total el otro ya hace gasto" y vivir en casa de tus amigos esperando que te traigan la comida no reduce tu huella ecológica para nada. Sigues siendo tan "tóxica" como lo eras antes, exactamente igual. 

Jo es una gorrona de manual pero nosotros somos idiotas porque vivimos en una sociedad que hace noticia a una persona con más cara que espalda y que con un tema muy grave, el aprovechamiento de los recursos naturales, el agotamiento del planeta y el descontrol consumista, se hace un traje a medida para vivir gorroneando.