lunes, 1 de febrero de 2016

Lecturas encadenadas. Enero.

Tatsuro Kiuchi at 20x200.com.
He empezado el año fuerte. Seis libros han caído en el mes de enero: un comic, tres ensayos y dos novelas. Dos escritos por mujeres, bueno... uno no se sabe.

¿Quién Robó l Cerebro De JFK? de José Ramón Alonso fue el libro elegido para comenzar el año lector. José Ramón es un amigo muy querido y además un pozo sin fondo de sabiduría. Sabe tanto de todo que es capaz de hilar las más increíbles historias. Escucharle es un placer que no se puede describir con palabras, en una charla te deja con la boca abierta, en un paseo por Salamanca no puedes creer que no se haya empollado todo antes de salir a pasear y en un libro, en este libro en concreto, piensas "pero, pero, pero....¡sigue contándome!". A José Ramón le he dicho mil veces que en su blog escribe posts muy largos y con este libro le he dicho que escribe capítulos muy cortos. Siempre te deja con ganas de más; empiezo a sospechar que es estrategia. José Ramón es un tipo listo. (Para saber más sobre este libro os dejo la reseña que escribí para El Buscalibros).


El periodista y el asesino de Janet Malcom fue la siguiente lectura. Sobre él hablé en este post y tengo poco más que decir. Durante la semana pasada he estado viendo "Making a murderer" una serie de Netflix de 10 episodios que recomiendo a todo el mundo. Es una serie documental que narra un hecho real, la historia de Steve Avery, un hombre  acusado de una violación por la que pasó 18 años en la cárcel antes de que se supiera que era inocente. Cuando salió, en 2003, y tras un año en libertad fue acusado de otro crimen. Las dos directoras de la serie, Moira Demos y Laura Riccardi, han dedicado 10 años de su vida a grabar todo lo relacionado con el caso. ¿Intentan ser imparciales? Si, supongo que sí. ¿Lo consiguen? Tampoco. Ellas no aparecen en el documental en ningún momento, ni siquiera actúan como voz en off, pero la elección de las imágenes, los cortes y el montaje nos lleva a una conclusión. ¿Acertada? ¿Verdadera? No lo sabemos. En cualquier caso, recomiendo "Making a Murderer" es una serie que marca una época en la televisión.
"Cuando escribimos regularmente a alguien comenzamos a anhelar sus cartas. Pero si somos honestos con nosotros mismos reconoceremos que el principal placer de la correspondencia está más en la respuesta que damos que en el mensaje que recibimos. De quien nos enamoramos es de nuestra propia persona epistolar antes que de la del corresponsal de nuestra pluma; lo que hace que la llegada de una carta sea un suceso importante es la ocasión que ofrece de que uno escriba para contestarla antes que la ocasión de leerla." 
El primer cómic del año ha sido El árabe  del  futuro de Riad Sattouf.  En noviembre leí un artículo sobre Riad Sattouf y me llamó la atención su historia. Riad es francés de padre sirio y madre francesa; durante su infancia se crió en París, Libia y el pequeño pueblo sirio del que era originario su padre. Más adelante volvió a Francia donde se convirtió en dibujante, trabajó en Charlie Hebdo y después ha publicado varios cómics. El árabe del futuro es su autobiografía en forma de cómic. Una idea parecida a Persépolis o Fun Home. Riad, en este primer tomo que comprende su más tierna infancia, comentaba en la entrevista que se había obligado a tomar el punto de vista de su yo de niño, contar solo aquello que recordaba y tal y como lo recordaba. Es un buen enfoque aunque yo creo que es imposible no hacer trampas con él. ¿De verdad con dos, tres años recuerdas las cosas así o las historias que te han contado y que tú te has contado a ti mismo han construido ese recuerdo? Más allá de esa "pega", El árabe del futuro me ha gustado mucho. Sattouf consigue transmitir la desconexión cultural entre sus padres y las tensiones internas de su padre que se define como laico e independiente y, sin embargo,  va defendiendo cada vez  más las ideas más religiosas de su país natal. Sattouf consigue que sintamos la angustia y la tensión con la que su madre y él viven en Siria y la libertad y relajación que experimentan cuando vuelven a Francia.



El Relojero Ciego de Richard Dawkins me miraba desde la estantería desde verano. Por fin le llegó el turno y me he aburrido como una ostra. ¿Por qué? Pues porque Dawkins tiene una gran idea que contar pero la cuenta fatal.

El problema con Dawkins es que sabe pensar pero escribe regular. Escribe como piensa y eso, en divulgación científica, es un error. Cada idea, cada pensamiento, cada supuesta hipótesis errónea o acertada, cada pensamiento lateral que se le ocurre, cada pequeño "pero" que otro pudiera ponerle aparece en las páginas. Con esta verborrea mitad personal, mitad científica lo único que consigue Dawkins es que el lector pierda el hilo, se aburra y tenga ganas de zarandearlo y decirle "me he enterado a la primera, pasa a lo siguiente, ya!"

¿Qué quiere contarnos Dawkins? Pues que el hecho de que estemos aquí hoy, escribiendo, leyendo, con dos brazos, dos piernas, nuestros cromosomas y todas nuestras cositas es un hecho asombroso que no responde a ningún plan preestablecido sino que es el resultado de la "precisión de un asombroso relojero ciego".  Es una gran idea porque además (casi) todos decimos "ah si, la evolución, venimos del mono" y pasamos a otra cosa. Dawkins lo ha pensado todo sobre la evolución y lo sabe todo, cosas asombrosas seguro, pero lo cuenta fatal.

Es un libro que solo recomiendo para muy muy fanáticos de este tema y con mucho tiempo libre.
"Si uno pasea un buen rato por una playa pedregosa, observará que las piedras no están ordenadas al azar. Las más pequeñas tienden a encontrarse en zonas segregadas que discurren a lo largo de la playa, mientras que las más grandes están en zonas o franjas diferentes. Las piedras han sido clasificadas, ordenadas, seleccionadas. Una tribu que viviese cera de la cosa podría maravillarse ante esta prueba de clasificación u ordenamiento del mundo, y desarrollar un mito para explicarlo, quizás atribuyéndolo a un Gran Espíritu celestial con una mente ordenada y gran sentido del orden. Tal vez sonríamos con indiferencia ante esta idea supersticiosa, mientras explicamos que el ordenamiento se debe a las fuerzas ciegas de la física, en este caso a la acción de las olas. Las olas no tienen ninguna finalidad, ni intención, ni una mente ordenada, no tienen ni mente. Simplemente, empujan las piedras con energía, y según éstas sean grandes o pequeñas responderán de manera diferente a tal empuje, de forma que terminarán a diferentes niveles de la playa. A partir de un gran desorden se origina un poco de orden, sin que lo planifique ninguna mente.
La amiga estupenda de Elena Ferrante. Un día del pasado mes de noviembre, el nombre de Elena Ferrante me saltó en algún artículo. Ese mismo día recibí un mail de Nán hablándome de sus libros y a partir de ahí no podía entrar en ningún blog cultural, ninguna revista, escuchar cualquier programa de radio sin encontrarme con Elena Ferrante. Todas las críticas eran buenísimas y decidí pedir el primer tomo de la tetralogía napolitana a los Reyes.

Me esperaba una obra maestra, algo que me dejara descolocada y del revés y me he encontrado con una novela que podría ser perfectamente el guión de una película. La novela cuenta en flashback desde la madurez de una de las protagonistas, la infancia y amistad de dos niñas en un barrio pobre del Nápoles de la posguerra. He leído muchas reseñas alabando la historia de amistad que se cuenta y, no sé como continuará en las siguientes entregas, pero para mí lo que se cuenta no es una amistad, es una adicción. Entre las dos niñas no hay una amistad, ni siquiera una relación infantil de juego y confraternización, de compañía y familiaridad. Desde el minuto 1 es una relación de dependencia, con una de las niñas anulada y la otra convertida en una especie de diosa que consciente de su poder utiliza a todo el mundo en su beneficio. Es una especie de camello que suelta su dosis de droga a su amiga en cuanto percibe que ésta se está desintoxicando.

La amiga estupenda no es la historia de una amistad, es la historia de una relación completamente enfermiza y dependiente. Además, me ocurre como con el comic de Sattouf, me resulta muy poco creíble los pensamientos e ideas que se ponen en la cabeza de niños de 8, 9 años. Me resultan artificiales y destinados a impresionar al lector con la supuesta profundidad emocional de los personajes.

Leyendo esta  novela me ha ocurrido una cosa curiosa. Toda la he imaginado en blanco y negro, como una película italiana de los años 50...sólo ha sido en color cuando las dos amigas se separaban y la influencia de la dominante casi desaparecía de la trama. Veremos como evoluciona.
"A la espera del mañana, los mayores se mueven en un presente detrás del que están el ayer y el anteayer o, como mucho la semana pasada; no quieren pensar en el resto. Los pequeños desconocen el significado del ayer, del anteayer, del mañana, todo se reduce a esto, al ahora: la calle es esta, el portón es este, las escaleras son estas, esta es mamá, este es papá, este es el día, esta es la noche."
Flowers for Algernon de Daniel Keyes. Con este libro se han dado una serie de casualidades cósmicas de las que me gustan. Hace diez días tuitee una lista de "Tontos de libro". Inmediatamente, tres tuiteros de prestigio me dijeron ¡Tenías que haber incluido a Charlie! ¿Qué Charlie? pregunté yo. "El de Flores para Algernon, no puede ser que no lo hayas leído", me contestaron.

Por supuesto no lo había leído. Uno de esos tuiteros tuvo la gentileza de envíarmelo en inglés porque en castellano está descatalogado. Gracias Dani. El día que llegó a mis manos, entré en el despacho de mi jefe y allí, encima de la mesa, había un ejemplar de Flores para Algernon en castellano. Ese es el ejemplar que he leído. Gracias jefe.

La historia que cuenta Flores para Algernon es un poquito de fantasía, unas gotitas de fantasía y un par o tres de toneladas de argumento de tv movie de sobremesa. Charlie, un hombre con un CI menor de 70 y problemas para relacionarse y sociales, un "retrasado" como se suele decir despectivamente, es seleccionado por un comité de científicos para un nuevo experimento; una operación que reactivará sus enzimas cerebrales permitiéndole aprender y convertirse en alguien "normal" si es que eso tiene algún sentido. Sobre esta premisa se construye la historia de Charlie, reconstruyendo su infancia, su adolescencia y su pasado. No voy a desvelar la trama que, por otro lado, es bastante obvia y que deja un poso de tristeza.

El mensaje obvio puede ser que la inteligencia no da la felicidad, pero yo me quedo con que aparentar lo que no somos en esencia puede funcionar durante un tiempo más o menos largo pero al final sólo acarrea infelicidad.

Y con esto y un bizcocho a por las lecturas de febrero.




jueves, 28 de enero de 2016

Ocho años de Cosas que (me) pasan

"¿Cuando seas vieja (con suerte) y estés en tu lecho de muerte y mires hacia atrás, ¿de qué estarás orgullosa?"

De Cosas que (me) pasan. 

No es perfecto, ni el mejor, ni es mundialmente famoso, ni es un prodigio de diseño, inteligencia, conocimiento o ingenio pero estoy completa y absurdamente orgullosa de él y de mí por escribirlo. 

Autotélico. 

Dícese de la actividad que no se realiza por la expectativa de un beneficio futuro porque la recompensa es el hecho mismo de realizarla. 

Cosas que (me) pasan es autotélico. Lo escribo con fascinación, con empeño, a duras penas, sufriendo, disfrutando. Riendo, llorando. Emocionándome. Muriéndome de pena y llorando de la risa. Pensando en cosas que ni siquiera sabía que existían y recordando otras que creía haber olvidado. Dejándome llevar por lo más frívolo y tonto o intentado decir algo con un mínimo de sentido y criterio. Descubriendo y descubriéndome. Con ingenio o sin él. Sintiendo con palabras. Analizando las cosas hasta descomponerlas en piezas. Montando ideas como si fueran un mueble de Ikea, se parece al folleto pero no es exactamente igual. Encajando las piezas o destrozando a golpes las ideas. Dejando un rastro escrito de mi vida por si acaso me pierdo.  Con ideas tontas, divertidas, estúpidas, inteligentes, nuevas, frívolas, profundas, absurdas. Haciendo con ellas lo que quiera: armarlas, desarmarlas, darles la vuelta, plancharlas, recoserlas, hacer una colcha, trocearlas, pegarlas, unirlas, separarlas, pintarlas de colores o en blanco y negro. 

Me sirve para conocer(me) y para querer(me). 

Escribir Cosas que (me) pasan es una recompensa en sí mismo pero, además, tengo la suerte inmensa de que una cantidad increíble de gente llegue hasta aquí y pierda minutos de su vida en leer lo que escribo. Gracias. A todos. 

Gracias por leer, por comentar, por haber llegado hasta aquí, por buscar si he actualizado, por compartir lo que escribo, por hacerme reír, por descubrirme cosas nuevas o hacer que me de cuenta de que no me he explicado bien o directamente lo he hecho fatal. Gracias por cabrearme y por hacer que me reafirme en mis días. Gracias por explicarme que me he equivocado. Gracias por apoyarme, preocuparos y reíros conmigo. 

No sé dónde estabais hace 8 años, sé dónde estaba yo y sé que he llegado hasta aquí gracias a Cosas que (me) pasan y todo lo que me ha dado, incluidos vosotros. 

Soy una chica con suerte. Celebrémoslo. 


martes, 26 de enero de 2016

Nada en común

Sé que no me leéis, sé que no me escucháis, sé que decís "qué graciosa, escribe" o "qué de tiempo libre tienes que puedes dedicarlo a escribir", y sé que no leeréis esto, pero no importa. 

Tengo una teoría sobre los amigos. Para mí los hay de dos clases, los que te haces porque te los encuentras y durante un tiempo compartes algo, y los que eliges tener y mantener a pesar de no compartir (casi) nada. Sé que estas categorías son confusas y pueden mezclarse pero, al final, la vida actúa como un cedazo y sólo quedan los amigos de verdad. Las otras amistades, los amigos circunstanciales aunque parezcan eternos, tardarán más o menos tiempo, pero al final se descompondrán en partículas tan pequeñas que se perderán por la rejilla de las circunstancias de la vida; en este caso de la mía. 

A los 42 años nos ha llegado ese momento o me ha llegado a mí. Ya no tenemos nada en común y lo que compartíamos se ha hecho tan minúsculo, se ha convertido en un polvo tan fino, que no me sirve para mantenernos juntas. Sólo compartimos un pasado remoto que ni siquiera elegimos nosotras, de clases, uniformes, monjas y profesores. Anécdotas que nos hemos contado y recontado mil veces, que nos han hecho reír hasta llorar pero que hemos desgastado hasta el tuétano. 

Seamos sinceras. Si no existiera whatsapp hace tiempo que nos hubiéramos perdido la pista completamente. Las niñas que fuimos compartían colegio, rutinas, preocupaciones, cambios hormonales, opiniones e ideas que ni siquiera eran propias, sino del grupo. Las mujeres que somos no compartimos nada; ni espacio físico, ni rutina, ni opiniones y, lo que es peor o para mí lo es y me ha llevado a dar este paso: no compartimos inquietudes ni intereses. De hecho, hemos tensado tanto la cuerda que sé que mis inquietudes os parecen ciencia ficción o directamente locuras, y yo ni siquiera creo que vosotras tengáis inquietudes. 

No, lo peor no es eso. Lo peor es que nos juzgamos mutuamente. Nada de lo que yo hago, digo o pienso os parece bien y, a mí, casi cualquier cosa que hacéis, decís o pensáis me saca de mis casillas. 

Esto no tiene sentido. Me siento como si hubiéramos tomado caminos opuestos desde un mismo cruce. Vosotras vais en una dirección y yo en otra. Nos gritamos cosas para no perdernos de vista pero cuanto más nos gritamos para no perder el contacto, más nos alejamos y más nos encabronamos. 

"No pasa nada". 

Sí, sí pasa. A mí si me pasa. No quiero seguir gritando ni encabronándome. Se lo debo a la niña que fui y a sus recuerdos; a las niñas que fuimos y a lo que compartimos. 

“Da igual. No te lo tomes así. Cada una aporta algo”.

No, no da igual. No sé tomarmelo de otra manera y no es verdad que nos aportemos. Solo nos restamos. 

¿Qué sentido tiene? Ninguno. Dejemos de fingir. 

Hoy es el día en que dejo de mirar en vuestra dirección, dejo de gritar, dejo de juzgar y de sentirme juzgada. El otro día me hubiera hecho falta un icono de portazo en el whatsapp; hoy ya solo digo "Os deseo lo mejor. Hasta la vista". 


viernes, 22 de enero de 2016

Buscando una idea

Camino por mi cabeza, poc, poc, poc. Mis pasos retumban en el suelo de madera (de tarima buena) que tiene mi cabeza. Paseo arriba y abajo. Es un espacio bastante grande y con poca luz. Podría poner más luces, focos y tal, pero no me gustan. Soy más de lámparas de "ambiente", como dice mi madre. De ambiente, seguro que es una expresión que tiene que ver con casas de alterne, con puticlubs de esos antiguos. Seguro que se llaman luces de ambiente... ilegal. Me imagino a la gente diciendo que en las casas decentes todo está bien iluminado porque no hay nada que esconder ni ocultar. Bueno, pues yo quiero luces de ambiente y en mi cabeza hay las justas para no tropezar con los trastos que lo llenan todo.  

Ya me he dispersado, como siempre que vagabundeo por mi cabeza. Tengo que centrarme: nada de distracciones. Paso de largo por la pizarra de "mails pendientes de contestar", no dejo que me ciegue el orgullo de ser alguien que contesta todos los mails, no es el momento. Bordeo el calendario de "planes para los viajes de un futuro próximo" y la tentación de ponerme a concretar alojamientos, eventos y restaurantes. Camino con los ojos cerrados por delante de las baldas de atractivas lecturas pendientes, cierro con fuerza los puños y con un esfuerzo sobrehumano consigo no coger uno de esos libros y tirarme en el acogedor sofá de pasar las horas. 

Salto por encima del bulto tapado con una manta que ocupa el centro del salón. No necesito ver lo que hay debajo, porque conozco cada caja, cajón, libro y trasto que hay ahí. Algún día, si me decido a escribir una novela, esos trastos servirán de armazón de la historia. Pero mientras tanto están bien ahí. A salvo de curiosos, a salvo de inoportunos encuentros; sobre todo, lejos de mi día a día. Sé que están ahí y eso es suficiente. Otra opción sería tirarlo todo, quemarlo en una hoguera de recuerdos y que no quedara nada, hacerlo desaparecer; pero hoy no es el día. Lo dejo ahí, que siga cogiendo polvo.

"Despensa de ideas" pone encima de la puerta. La abro de golpe, como en las pelis y con curiosidad, como si no supiera que dentro no hay nada. He venido a mirar por si acaso pero sé que está vacía. Las estanterías tienen polvo, un par de círculos dejados por ideas que ya utilicé y poco más. En una de las baldas superiores está la caja con la etiqueta "cosas de las que no puedo escribir", no por ahora, no en este momento. Puse esa caja ahí, muy arriba, lejos de mi alcance, para no caer en la tentación... que me conozco. Hoy tengo otra para guardar, saco la entrada de "Los odiosos ocho" del bolsillo de los vaqueros y escribo "tarde surrealista en el cine", me subo al taburete, abro la caja y la meto dentro. Eso es suficiente para acordarme de todo cuando llegue el momento. 

Paso la mano por las estanterías por si acaso alguna idea minúscula se ha quedado arrinconada. No, no hay nada. Toca pasear arriba y abajo de mi cabeza, escuchando mis pasos y tratando de cazar algún pensamiento que se convierta en inspiración. Me asomo al salón de los recuerdos: mi nueva habitación de adolescente, el viaje a México, mis 12 años...No me apetece. Me asomo a la ventana, ¿Qué hay fuera? ¿Despelleje? No tengo ganas. ¿Política? Me muero de la pereza. ¿Y si escribo sobre Instagram? Tenía un par de ideas sobre esto, apuntadas en algún sitio. "Dime qué fotografías y te diré cuánto tiempo libre tienes". Psss...

Me desplomo en el sofá de leer. ¿Sobre hombres? Golpeo el cojín de la historia de los tres hombres y una ciudad. Eso puede quedar muy chulo pero me falta el clic. ¿Sobre hombres fantásticos? Esto es una serie guay, es puro placer, dejarme llevar y ya está. ¿Qué fue lo que pensé de esto esta mañana? ¡Ah sí! Que los hombres bajitos son escurridizos y escapistas. Son miedosos y reculan. Bueno, supongo que no todos pero el 100% de los que yo he conocido lo son. A lo mejor es biológico, como son pequeños creen que se les ve menos y por eso  hacen esas cosas. Un tío grande no tiene escapatoria. En fin... lo pensaré. 

Nada, no se me ocurre nada.