miércoles, 11 de marzo de 2015

Post-it mentales


Tengo una librería nueva en mi cuarto de Los Molinos. Librería, no estantería como me señaló Pobrehermano Mayor al construirla "Me has pedido una librería".  La he pedido exclusivamente para colocar todos los libros que se me están acumulando. Acarreo de una casa para otra libros favoritos que quiero tener a mano y me gusta ver y mis cuadernos. Todos los cuadernos que he ido escribiendo, acumulo ya ocho. Me entra una especie de pánico escénico si no los tengo a mano porque me parece que voy a necesitarlos, como si fueran un medicamento que necesito para respirar. De hecho, los necesito para escribir. 

Ha empezado la primavera y como todos los años la odio. Dentro de casa hace frío y fuera me distraigo con el jardín. Quiero un cuarto grande, con una mesa grande y una gran ventana. Necesito una pared enorme para colocar todos los posters chulos que veo en la red y un corcho con los mil post-its con ideas que en mi imaginación cuelgan en las paredes de mi cráneo. Y un bloc de notas encima de la mesa. Y mi pluma con tinta verde. 

Las princesas están hechas unas campeonas de natación, lo están ganando todo y un estúpido orgullo deportivo me posee. M está agonizando de alergias e inflamación de bronquios pero le da igual, está completamente feliz a las puertas de su adolescencia y horrorizada porque en su clase unos y otras se gustan. No consigo que se peine. C necesita una guitarra nueva porque inexplicablemente ha heredado talento musical de alguna rama remota de nuestras familias y se le da de lujo. Es necesario abandonar la guitarra de los chinos que le regalamos pensando que su afán musical le duraría dos minutos y comprarle una decente. Es feliz si llevo vestido. 

A las puertas de cumplir medio millón de km, mi querido Ibiza me dejó tirada. Llamé a la grua y apareció un técnico tan grande que me asusté. Un tío enorme que a duras penas cabía en el asiento y que pensé que iba a arrancar la palanca de cambios de cuajo al intentar sacar la quinta que se había quedado encajada. Si fuera de las que creen en los símbolos y esas cosas, podría pensar que la muerte de mi Ibiza es el fin de una época, el último hilo que me unía a mi vida de antes. Como no creo en esas cosas, lo único que pienso es que me fastidia no haber llegado a los 500.000 km y en que me tengo que comprar un coche nuevo. Uno con mucho maletero para viajar con las princesas y muchos trastos sin tener que jugar al tetris. 

Leo, pienso y escribo. Menos de lo que me gustaría porque me distraigo con nada. ¿Alguna vez tuve mucha concentración? No lo sé. He escrito, con muy muy poca fe, un trabajo para mi curso online porque el tema no me gustaba nada. Contra todo pronóstico he recibido una crítica muy entusiasta por parte de la profesora. Otras veces soy yo la que estoy entusiasmada y a ella parece no gustarle mucho. No sé si es un problema de mi entusiasmo, del suyo o de que dos entusiasmos se repelen como los imanes. 

Ion, el nuevo chapuzas de Molimadre está cambiando la encimera de la cocina. Bajo a desayunar en pijama y como un gremlin, me pongo el café y las tostadas y me escondo en el salón. Encimera. Es una palabra espantosa y con una connotación sexual muy absurda. Bajeras son las sábanas y encimeras en las cocinas para polvos pasionales e incómodos. Termino el café. 

Miro el correo. 

Abro el libro. 
"Según se mire, Ana era la mujer que yo más necesitaba o la que menos me convenía en aquel momento..."

lunes, 9 de marzo de 2015

Un garito y un hombre

Caminamos por el centro de Madrid. Hacía años que no paseaba por esta zona a estas horas. Calles adoquinadas y peatonales llenas de gente que buscan otro bar para tomar una copa o hacen cola para entrar en alguno de los locales que se multiplican en las dos aceras. Relaciones públicas que te asaltan para invitarte a copas con ofertas para emborracharte. Estamos mayores para eso. 

- Moli, aquí. 

Una puerta pequeña, muy pequeña, tanto que no la había visto al pasar por delante y tengo que volver sobre mis pasos. 

Entramos y lo único que veo es rojo. Rojo puticlub. La puerta se abre casi encima de una barra detrás de la cual se iluminan sobre el fondo rojo un montón de botellas de alcohol. La luz parece venir de dentro de las botellas, como si en ellas, además del líquido correspondiente, hubiera un genio con ganas de salir. 

Pero no. El genio está detrás de la minúscula barra. Un hombre enorme, gordo pero proporcionado. Vestido con vaqueros y una camisola blanca sobre la que lleva un chaleco ridículamente pequeño que parece naranja con incrustaciones brillantes. Lo más llamativo es sin embargo su cara, subrayada por una larga barba blanca, frondosa y desflecada, con los ojos escondidos detrás de  unas gafitas pequeñas y redondas. Tapando lo que supongo será una calva con pelos largos que le caen por la espalda lleva un gorrito indio del mismo color y estilo que el chaleco. Mientras nos pone las copas no puedo dejar de mirarle. Tiene que ser consciente de las miradas que atrae pero no se inmuta. 

Nada más entrar a la izquierda, hay un estrecho pasillo entre la barra y la pared. Sobre mi cabeza, un perchero en el que todos dejan sus abrigos. Yo no quiero quitarme mi chupa de cuero negro, no quiero dejarla ahí. Para empezar las perchas están demasiado altas y no sé si alcanzaré y además, a pesar de que soy poco caprichosa para la ropa, me encanta esa cazadora y no quiero que me la roben. Tengo alma de ratero, lo sé. Siempre pienso en lo fácil que es mangar cosas y por eso voy siempre aferrada a las mías y mirando a mi alrededor como si fuera a ser víctima de un secuestro en un barrio peligroso de México D.F. 

El genio de la barra es el amo y señor del garito. No parece haber más camareros ni siquiera en los pasillos que se intuyen al fondo, por detrás de las botellas luminosas. Pone las copas, recoge vasos, gestiona la caja y pone la música. 

El canon de Pachebel. No damos crédito. 22 minutos de melodía repetida ilustrada con un vídeo en la pantalla que corona una de las paredes de una  orquesta sinfónica tocando la pieza. Mientras la conversación deriva a imaginar el momento en que Pachebel salió corriendo de su despacho gritando "Mari, no te lo vas a creer he encontrado una melodía fabulosa, es corta y no sé muy bien como seguir pero es la bomba". Y su mujer para quitárselo de encima le dijo "pues que la toquen de uno en uno y así dura más", me dedico a mirar al grupo que estaba antes que nosotros y que nos impide acomodarnos bien. 

Pegado a nosotros, tan pegado que por un momento pienso que es amigo de alguien y yo no me he enterado hay un hombre gordo. Gordo sin proporción. Inmenso. Fofo. Lleva una camisa de color claro, abrochada hasta el cuello y metida en unos pantalones subidos hasta más arriba de la cintura. Es completamente calvo y tiene la cabeza perfectamente esférica. Los ojos pequeños, hundidos en unos mofletes sonrosados y alternativamente nos mira y nos da la espalda. Es un especie de cruce entre Sloth de los Goonies y Fraga en Palomares. 

Mientras el Canon de Pachebel da paso a David Bowie en sus mejores momentos de maquillaje, peluquería y trajes picudos, nos movemos al fondo del pasillo. Todas las paredes del garito están forradas de posters, recortes de noticias y fotografías de cantantes, grupos musicales y algún que otro actor de los años 60 y 70. Justo encima de mi cabeza hay un recorte "Jimmy Hendrix tocará en Palma de Mallorca". 

Me apuesto una mano a que allí estuvo el hombre de la barba deshilachada y el chaleco naranja antes de tener esa barba y necesitar gafas. 

Después de David Bowie y mientras hablamos de sustancias alucinógenas, suena Octopus Garden de los Beatles. Me dedico, entonces, a contemplar al grupo que está justo a nuestro lado. Son extranjeros,  parecen ingleses. Ellas son rubias y una de ellas lleva vaqueros de tiro bajo, se le ve un mínimo tatuaje al final de la espalda, justo al final. En uno de los hombres no me fijo, pero el otro me tiene fascinada. No es un hombre, no sé si alguna vez llegará a serlo o a tener pinta de ello. Es un chico joven y parece recién aterrizado de uno de los vídeos que se proyectan en la pantalla. Podría ser miembro de los Monty Phyton o un huésped de Fawlty Towers. Lleva un imposible jersey amarillo anaranjando y el pelo rubio apelmazado con raya al lado. El flequillo estratégicamente cruzando y aplastado sobre la frente. Completa su pinta con unas gafotas de concha que se posan encima de ese flequillo. Antiguo es la palabra que le define. Hipnótico en su rareza. 

Más allá ha entrado una pareja. Él no me llama la atención más que cuando hace alarde de saberse la letra de alguna de las canciones que suenan. Ella lleva el pelo corto y una margarita blanca de tela colocada encima del flequillo. No sujeta nada, simplemente la tiene posada sobre el pelo. ¿Por qué? ¿Cómo consigue él concentrarse en lo que ella le está diciendo y no centrarse en la margarita? Yo no sería capaz. 

Doy tragos a mi copa. En la pantalla un increíble Tom Jones baila con Janis Joplin.  Un tema con un ritmo brutal que hace que se muevan los pies y tenga ganas de bailar. Muchísimas ganas. 


De repente y sin venir a cuento, en medio de la conversación sobre viajes alucinógenos, visiones y pensamientos cósmicos, me visualizo en la barra con un hombre que conocí hace años. Nunca pasó nada entre nosotros, nunca hemos tomado una copa ni compartido una comida. Casi ni nos hemos tocado. Me viene a la mente y nos visualizo en la barra, tomando una copa, sentados en esos taburetes con el hombre del gorrito mirándonos. Sé exactamente cómo me sonreiría y como me hablaría, como se iría relajando según fuera bebiendo. Le conozco y no bailaría jamás pero me miraría sonriendo mientras yo bailara. La sensación es tan fuerte que puedo sentirle mirándome. 

- Nos vamos ya. Son las mil. 


En el taxi atravesando Madrid para volver a casa, llevo la sensación de la sonrisa de ese hombre pegada a la piel. 

Me  miro los zapatos. Me gustan mis zapatos. Ni siquiera sé que hora es y además me da igual. Apuesto a que ese hombre está durmiendo. 

viernes, 6 de marzo de 2015

El test de Bechdel y las series


Alison Bechdel es una dibujante de comics bastante conocida que en el tebeo Fun Home cuenta pormenorizadamente su desagraciada infancia en una historia dura pero muy bien expresada. (A mí me lo regaló un descerebrado ilustre)

El Test de Bechdel es una especie de prueba que se inventó una amiga suya para medir la "brecha de género" en una película, un comic, un libro o lo que fuera. Yo no le veo mucha importancia a esto, me interesa más si la película, el comic o el libro me cuentan una buena historia y me gustan que si hay más mujeres u hombres pero entiendo que haya personas a las que les interese. 

Por otro lado,la escritora canadiense, Margaret Atwood en su libro "La maldición de Eva" dice: 
"Si invento un personaje femenino, me gustaría poder describirlo como alguien capaz de sentir todas las emociones del ser humano - odio, envidia, rencor, codicia, ira y miedo, y también amor, piedad, tolerancia y alegría-, sin tener que presentarla como un monstruo, una rareza o un mal ejemplo. Me gustaría también que fuera ingeniosa, inteligente y traviesa si la trama lo requiriera, sin tener que presentarla como una divinidad maligna o un ejemplo evidente de maldad de las mujeres. Durante mucho tiempo, los hombres en la literatura han sido considerados individuos; las mujeres, simplemente ejemplos de un género." 
¿A qué viene toda esta cháchara? Pues porque últimamente he visto varias series que pasan el Test de Bechdel con holgura y en las que las protagonistas son mujeres normales y corrientes sin asomo de halo de buenisimo ni una reconcentración de maldad en plan madrastra. 

Saga Noren de la serie Bron. Policía, treinta y tantos, soltera y con algunos problemas para socializar o empatizar con los demás. Es adicta a su trabajo, que le encanta, y en el que es la mejor. No tiene relaciones amorosas aunque se busca compañeros solo para el sexo y si te he visto no me acuerdo. Suelta lo primero que se le pasa por la cabeza sin pensar en la reacción del otro, conduce un porsche beige espantoso y va vestida siempre con la misma ropa. Si algún tío le dice un piropo lo fulmina con la mirada pero cuando su nuevo compañero le dice que le ha hecho daño es sensible a ese nuevo dato que ni siquiera había pensado. Tiene un piso pequeño, sin ordenar y sin el más mínimo detalle decorativo. 

Alicia Florrick protagonista de The Good Wife. Esposa, madre de una parejita, mujer modelo que dejó su carrera de abogada para ocuparse de la familia y que vuelve a ejercerla cuando su marido acaba en la cárcel por chanchullos y tráfico de influencias. Alicia es un personaje que evoluciona de piltrafa humana sin dignidad pero muy preocupada por las apariencias y el qué dirán hacia el "me la pela todo el mundo y yo soy yo porque yo lo valgo". Su marido se la pega con prostitutas y demás mujeres pero ella vivía absurdamente en su limbo de familia perfecta y no se enteraba de nada. Cuando se entera de la movida, le pueden las apariencias y el que dirán y juega a "soy buenísima y te lo perdono todo" hasta que se da cuenta de que esa actitud es absurda porque ella tampoco le quiere. Decide entonces por su puro interés profesional mantener las apariencias mientras cada uno hace su vida. 

Alicia en esta nueva etapa es prepotente, chula, tiene la misma naturalidad que una orquídea de plástico y el mismo sentido del humor que un cubo pero ahí está ella, subida a sus tacones, puteando a quien puede, luchando por sus hijos (a ratos) y dándose cuenta de que tiene ambición y quiere ser lo más sin dejarse pisotear. Como tiene un pasado mogijato y es americana lo del sexo por el sexo lo lleva regular y le falta soltura. Se le insinúan muchos pero ella es de las "necesito algo más, nada está a mi altura", rollo "Olenska". 

Claire Underwood es la protagonista, junto a su marido, de House of Cards. Claire es la ambición con patas enfundada en faldas tubo y subida a tacones imposibles. Es elegancia, belleza, atractivo y clase al servicio de su ambición desmedida por ser la mujer más poderosa del mundo de la mano de su marido. ¿Se quieren? No. Son una especie de empresa común, fundada hace 25 años cuando se conocieron y con el propósito a largo plazo de conseguir ser Presidentes de Estados Unidos. Se complementan en sus ambiciones, se ayudan, pero se cortarían las manos el uno al otro si fueran un obstáculo para el otro. Están juntos porque se necesitan como socios, nada más. Claire es malísima, fría, calculadora con el mismo instinto maternal que un tenedor y ningún tipo de compasión. Es inteligentemente guapa y desprende un magnetismo brutal que utiliza convenientemente para sus propios intereses. Traiciona, humilla y es malvada con conocimiento de causa y sin remordimientos. 

Birgitte Nyborg, protagonista de Borgen. Política, cuarenta y tantos, esposa y madre de dos hijos. Vive en Copenhague y hasta que es nombrada Primera Ministra va en bici a trabajar. Llega a casa cansada, estresada, no suelta el móvil ni el ordenador y la mayoría de las cenas las hace su marido o las encarga. Ha llegado a un acuerdo con su marido para que él se encargue de los niños y ella pueda dedicarse a su carrera pero la relación hace aguas porque para ella su trabajo es lo más importante. Se separan sin traumas, sin malos rollos, sin tirarse los niños a la cabeza y pasados unos meses hasta se ríen juntos y son amigos. Ella sigue con su vida, él con la suya, trabajan, ella politiquea y se da cuenta de cómo el poder te resta contacto con la realidad. Es consciente de eso e intenta repararlo. Comete errores, los arregla o no. Niega la realidad, termina por aceptarla. Se gusta a sí misma con todo lo bueno y lo malo. 

Allison y Helen las dos mujeres protagonistas de The affair. Allison es camarera, está casada y tuvo un hijo. Helen tiene una tienda en Manhattan, es de familia acomodada, tiene 4 hijos y su vida es exactamente como la había imaginado. Las dos ven como sus vidas cambian drásticamente y cada una de ellas lo enfrenta de una manera distinta. Allison toma el toro por los cuernos, le echa huevos y dice ahí voy y Helen se encierra, patalea, se enfada y niega la realidad hasta que la realidad se le clava en el entrecejo y no le queda más remedio que aceptarla por su bien. Las dos sufren, son inteligentes, tienen miedo, momentos de desesperación y momentos de no gustarse a sí mismas para luego aceptarse y saber qué tienen que tirar con lo que son. 

Seis mujeres protagonistas de series, seis mujeres que tienen vidas aparte de los hombres, aunque los hombres sean una parte importante de sus vidas. Seis mujeres que no son exclusivamente madres, ni exclusivamente profesionales. Seis mujeres con defectos y virtudes. Seis mujeres que se cansan, se enfadan, están hasta el moño de algo, luego están eufóricas, contentas, lloran, ríen, odian o no se enteran de nada. 

Seis mujeres y ninguna cocina nada decente. 

Seis mujeres como cualquiera. 

Seis mujeres como yo.

Cinco series para ver todos. 

miércoles, 4 de marzo de 2015

Puntuando una historia

http://austinkleon.com/
Austin Kleon
Iniciar con mayúscula para comenzar un texto y una historia.

No olvidar nunca colocar el signo de interrogación que da paso a la curiosidad por lo desconocido, a lo vislumbrado a lo lejos y que sin embargo atrae como un imán. Una pregunta.

¿Quién eres? 

Finalizar con un signo de interrogación la pregunta que nunca acabará de responderse. 

Sujeto, verbo y predicado. Frases cortas que comuniquen lo justo sin parecer demasiado sencillas ni demasiado complejas. Que muestren y expliquen pero no apabullen, avasallen o arrasen. Punto y seguido. Una vez encontrado el tono, el ritmo que permita un peloteo cómodo pero no hasta el punto de resultar previsible y aburrido, que dé lugar a una pregunta más. Otra respuesta más y un par de interrogantes que muestren cada vez más interés y menos miedo por las respuestas. 

¿Dónde colocar los acentos? ¿Cómo hacerlo bien? ¿Será malo mostrarse demasiado agudo? Y si piensan que soy sosa, ¿será grave? Otros temas, sin embargo, los conducen a ambos a llevarse sorpresas mayúsculas (y esdrújulas) que no por inesperadas, o precisamente por serlo, resultan más agradables. 

Comas. Una detrás de otra, que marcan la sucesión de todas y cada una de las cosas en las que coinciden. Una lista que empieza por dos puntos: libros, historias, recuerdos, canciones, manías, fantasías, ilusiones, sexo y que (no) terminen en tres puntos suspensivos poco ortodoxos ... con espacio por detrás para seguir añadiendo elementos a esa lista que prevén interminable. Punto y seguido. Como la historia. 

Exclamación de sorpresa para marcar la incredulidad en el reconocimiento imposible ¡No lo pueden creer! ¡No puede ser verdad! Asombro sin adverbios terminados en mente que vulgaricen su historia. Punto y coma; algo no encaja. Se para; continúa. 

Las exclamaciones son ahora de zozobra, de inquietud. Van seguidas de mil dudas con su inicio y su final. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué? ¿Dónde está el suelo que nos sostenía? ¿Nos soltaremos? 

Punto y coma; punto y coma; punto y coma. Punto y aparte

Aquí termina. 

¿Punto final? 


PS: este es mi segundo propósito del año que ha comenzado en febrero. Intentar escribir lo mejor posible. Cuidar la ortografía y la gramática. En ello estoy y es un propósito para todo el año.