
Margaret
está cabreada y quiere mudarse a una casa mejor.
Peter
no se quiere mudar, sigue creyendo que
podrá sacar tiempo para arreglar el sótano de aquí a que se jubile. El clásico “esto
lo hago yo poco a poco”.
Peter
y Margaret, en vez de hacer lo más lógico
que sería ordenar un poco, tirar parte de las camisetas mugrientas de Peter, mover
la lavadora al sótano, enseñar a Lily a
ordenar sus juguetes y hacer un calendario de visitas para sus familiares,
deciden pedir ayuda.
¿A quién?
Pues a una especie de decoradora con el mismo aspecto que Joan Collins en Dinastía y a un agente inmobiliario que se parece al SuperAgente 86 pero más calvo.
Joan
Collins se dedica entonces a ordenarles la casa y hacerles unas reformas que
siempre consisten en tirar todos los tabiques de la planta baja. Los
canadienses (por si no lo sabíais) sufren el síndrome del cocinero televisivo y
todos se quejan de que cuando cocinan no pueden hablar con sus familias y se lo
“pierden todo”, así que Joan llega y les deja la planta baja completamente
abierta. Después de la obra, Margaret y Peter podrán cocinar estofado de alce y
pastel de jarabe de arce en una cocina de 40 metros cuadrados con una mesa para
invitar a toda la región de Ontario.
Superagente
86, mientras Joan ordena y coloca “soluciones de almacenaje”, se dedica a
llevar a Margaret y a Peter de la ceca a la meca enseñándoles casas que o bien
se les van de presupuesto o tienen alguna pequeña pega como que “sólo tienen 3
baños”. Al final, les enseña la casa buena buena. Superagente 86 es
un profesional y espera hasta que Margaret y Peter están tan hasta los cojones
de ver casas que les parecería bien hasta una madriguera de tapir.
Al
final, Margaret y Peter tienen que decidir si “vuelven a amar su casa” o “deciden
venderla”.
Joan
y el Superagente se toman unos martinis. Si Joan ha conseguido llevar a
Margaret y Peter por el sendero del orden y la decoración de plató de programa
de tv marujas mañaneras, paga el Superagente…y si es el Superagente el que ha
conseguido que Margaret y Peter se muden a la casa que “solo tiene 3 baños”
paga Joan.
Apasionante.
Lori
tiene un almacén de vestidos de novias con un ejército de vendedoras a las que
da interesantes y sutiles consejos sobre ventas: “hay que conseguir siempre que
la novia salga de aquí con el vestido de su boda”, “las madres pueden ser un
problema, si lo son hay que neutralizarlas” o mi favorito “las novias creen que
saben lo que quieren pero no lo saben así que ya sabéis qué tenéis que hacer”.
Todo es muy sutil pero suena mucho a “vended un puto vestido de novia o no veréis un nuevo amanecer”.
Al
almacén de Lori llegan novias con su séquito. Ninguna va con menos de 5
personas. “Me llamo Paquita, tengo x años y he venido con mi suegra, mi amiga Lily, mi prima Fify, mi
abuela, la hermanastra de mi novio, mi padre y mi mejor amigo”.
La
vendedora esclava la pregunta a la Paquita de turno qué tiene pensado de
vestido y aquí empieza la juerga. “Me gustaría algo de estilo sureño”, “Quiero
algo sorprendente, a mi novio sólo le conozco de chatear por internet y nos
vamos a conocer el día de la boda” o “quiero algo corto porque lo mejor quetengo son mis piernas” dice una masa humana de 150 kilos con unos muslos como
para alimentar a todo su séquito durante 4 meses.
La
esclava y Paquita pasan luego a un probador dónde comienza el proceso para
conseguir que Paquita y sus muslos no salgan del almacén sin algo muy blanco,
muy cursi, con mucho encaje, mucha pedrería y siempre siempre con “escote
corazón”.
El
éxito y la vida de la vendedora esclava dependen de lo duro de roer que sea el
séquito, porque Paquita no suele tener
criterio, se ve divina con cualquier cosa cuanto más pastelosa mejor. El
séquito sin embargo es otra cosa. El padre de Paquita oscila entre su horror
porque el escote corazón deja ver mucho de los encantos de su princesa y lo guapísima
qué es su princesa (aunque sea un coco). La suegra siempre piensa que Paquita es una pelandrusca,
disimula lo que puede y apuesta por el vestido que peor sienta a
Paquita para ver si así su “pobrehijo” sale corriendo el día de la boda. Las
amigas son siempre muy amigas y dicen cosas muy de amigas como “te hace gorda”,
“te sienta fatal”, “pareces vieja” y “es lo más horrible que he visto en mi
vida”.
Todo
termina cuando a la pregunta “¿Es este el vestido de tu boda?” la Paquita de
turno responde ¡Síiii! mientras llora, su séquito la abraza muy fuerte con
intenciones poco claras y la vendedora esclava suspira aliviada porque tiene un
día más de vida.
Aterrador.
David
Tutera es un gay estiloso de NY y organiza bodas de locas. Lleva camisas
moradas, pantalones pitillo y americanas mil rayas con pañuelos en los
bolsillos. Además de todo eso, es malvado y bastante hortera. Una combinación
genial.
David
y sus colaboradoras clónicas ven un video aterrador. Allí en la pantalla de su
despacho de Ny aparece la Paquita de turno que quiere casarse y tiene un follón
para organizarlo por una serie de problemas graves a cual más idiota. Paquita es mexicana y su novio es samoano y no saben cómo organizar una boda “mexisamoana”.
Paquita
es bailarina de burlesque y quiere llevar en su boda pezoneras negras con
borlas enganchadas en las tetas y la familia de su novio que es triathleta no
lo ve con buenos ojos.
A
David se le salen los ojos de las órbitas pero como es una mezcla de buen
samaritano y de hijo de puta de primera categoría vuela a conocer a Paquita y
decirle unas cuantas cositas.
“Mira
Paquita esa idea de boda que tienes es una horterada, una macarrada y una
paletada. El vestido que has elegido no es que sea feo, es que es horroroso y
además no pega con mi concepto de boda así que te vas a probar estos tres
vestidos de mi colección David Tutera para novias imposibles y punto”.
Sospecho
que Tutera (es un nombre genial) además de su tono de voz persuasivo, sus
camisas imposibles que distraen de cualquier pensamiento inteligente y su tupé
utiliza drogas muy potentes para someter a las Paquitas de turno y le obedezcan
ciegamente. Organiza entonces unas bodas temáticas espantosas, recargadas y
llenas de cosas imposibles que dejan literalmente a Paquita sin palabras y al
novio de turno (ya sea samoano o triatleta o gótico) al borde del colapso
nervioso.
Espeluznante.
Yosi
es alto, calvo, con gafas y feo. Tiene una tienda chic en Beverly Hills donde pasan
cosas increíbles y que dejan con la boca abierta.
- Hola, vengo a empeñar las sábanas originales del rodaje de mi película favorita.-dice una rubia de unos 150 años tan recauchutada que parece que va a abrirse por las costuras en cualquier momento.
- Oh y ¿cuál es tu película favorita, preciosidad?.- Yosi es muy zalamero como todo buen comerciante de empeños.
- Virgen a los 40.
-Gran película sin duda.- Yosi es un profesional.- ¿Dónde tenías las sabanas guardadas?
- Enmarcadas encima de mi cama.
- Qué buen sitio. Veamos las sábanas...tienen pelos.
-Si, claro.- dice muy digna la rubia.
- No puedo darte nada si tienen pelo, preciosidad.
Absurdo
Hasta aquí los hechos.
Ahora la confesión.
Cuando
estoy demasiado cansada para leer, demasiado cansada para pensar, demasiado
cansada para dormir, demasiado triste y no quiero pensar en nada, cuando quiero
adquirir ese nirvana masculino de pensamiento nulo…las absurdas historias de Joan y el Superagente,
las vendedoras esclavas, las malas artes de David Tutera y las frikadas en casa
de Yosi son mi droga.
Lo
confieso…me drogo con Divinity. Mañana lo dejo.