Ya he hablado por aquí de sujetadores, tangas y pijamas. Hoy el tema es otro, el tema es ellas y la lencería y las etapas en la compleja relación que se establece entre ambas.
Indiferencia.
Al principio, como con casi todo, no tienes criterio y tu madre manda. De hecho le prestas la misma atención a tus braguitas que a los calcetines o la camisa. Tu madre tampoco se complica (bastante tiene con relacionarse con su lencería como para pensar en la tuya) así que te pone braguitas blancas o de colorines si están de oferta. Si las hay de esas de que pone “lunes”, “martes”, “miércoles”...también te las pone y comprueba que es imposible que coincida el día y las braguitas, es una máxima universal. De canija para ti las braguitas son invisibles menos las que pican, a esas te resistes muchísimo. (En mi tiempo de ser cani, esas eran unas que me hacía mi abuela)
Consciencia
Cuando llega esa época atroz, oscura y muy desagradable que se llama adolescencia de repente las tías somos conscientes de nuestra ropa interior. Ya no vale cualquier cosa que haya en el cajón. El criterio para comprarlas es que te gusten y sean lo que se lleva y que no sean ni de “niña” como las que te compraba tu madre, ni de “señora” como las que lleva tu madre. Las quieres “monas” y como las que llevan tus amigas o las que no son tus amigas pero molan en el colegio. Ahora hay todo un mundo de posibilidades de ropa interior y mil tiendas, así que te lanzas (con tu madre) a comprar: de algodón, con superhéroes, con hello kitty, de colorines, de rayitas, con distintos modelos. Hay bragas, tangas, culotes, pantaloncillos, de tiro bajo, de tiro alto, sujetadores con aros, sin aros, con tirantes, sin tirantes, con foam, sin, balconet…todo un mundo de posibilidades a tu alcance (o eso te crees tú) pero tu criterio es que sean monas.
Pasada la primera inseguridad adolescente, ellas son conscientes de que el tema de la lencería hay que currárselo. Hay muchas posibilidades pero ya sabes que no todas son para ti, pero no es tan fácil como saber qué es lo que no te va. La lencería es traicionera y atractiva y se muestra con todos sus encantos y aunque sabes que hay cosas que no te van, que no te encajan o que son increíblemente incómodas acabas cayendo una y otra vez en los mismos errores. Lo ves en la tienda, ves el precio y dices: Jo...esto es mono, me lo voy a comprar. Vas a casa, te lo pones y efectivamente es mono...pero en la tienda, a ti te queda como el culo, te aprieta o te está grande. Dices, bueno...pues para algún día de vez en cuando y lo metes en el cajón. Y se queda en el cajón…hasta que un día dices “ey...esto era mono, me lo voy a poner hoy”. Y sales a la calle con ello y estás incómoda hasta el infinito y más allá y vuelve al cajón y ahí se queda criando polvo hasta que un día lo tiras. (Hombres que me leéis: creéis que vuestras chicas tienen mucha ropa y que no tiran nada…que sepáis que lo peor está en el cajón de la lencería...ahí hay braguitas desde el año 97 y sujetadores ideales que solo tienen una puesta...pero no se tiran jamás)
Con la edad además, ellas deciden de vez en cuando comprarse algo “especial”, algo que no sea para todos los días, algo para seducir…Una completa memez porque todo el mundo sabe que cuando más se liga es el día que vas en vaqueros mugrientos, sudadera de NY del 95 y te has puesto la ropa interior que primero ha salido del cajón…pero en fin, es imposible no caer en la tentación. Tu lado “femenino” absurdo te dice: podías comprarte ese body o ese conjunto para un día especial. Te resistes pero acabas cayendo y gastándote una pasta. Y llegas a casa y dices: ¡¡mierda!! Te aprieta o te pica o no te sujeta o es incomodísimo o te hace parecer un putón…o una sabia combinación de todos esos factores.
Lo metes en el cajón y dices…”bueno, para una ocasión especial…sin salir de casa”. Esa ocasión no aparece nunca, porque estando en casa qué pereza ponerse eso si total ya estás a lo que estás.
Serenidad
Por fin llega una época en la que conoces lo que te va y lo que no te va. No te equivocas de talla, ni de modelo y sabes evitar la lencería absurda de muñequitos “mira qué joven soy y que naif ” que dan ganas de darte una leche con una piruleta y la lencería de señora mayor. Incluso has aprendido que lo más importante es el tacto y que los brillos son horribles.Tienes la lencería que te mola y sabes cuándo usarla. Lo elegante es el negro y casi siempre es acierto, mola tener algo blanco y aunque a ellos les horripile hace falta algo color carne para que no transparente. Por fin tienes una relación de amor con tus bragas y tus sujetadores, las conoces, te conocen, se ajustan a lo que quieres y necesitas y cuando hace falta te hacen triunfar. Todo es perfecto.
Triunfo absoluto.
Feliz con tu lencería, ya ha dejado de ser una preocupación y estás satisfecha con ella. De repente un día ves en una tienda, en un catálogo, en una venta por internet algo que se sale de lo corriente: un conjunto especial, un body completo.
Lo ves, lo miras y dices: paso no me hace falta.
Lo vuelves a ver, lo vuelves a mirar y miras el precio para que su escandaloso coste te desanime porque ves que te estás animando. Mierda, 20 euros…está tirado. Vuelves a decir: paso no me hace falta.
Lo vuelves a ver, lo vuelves a mirar, compruebas el precio y dices bueno venga...hace mucho que no hago la gilipollez de comprarme algo que no me voy a poner y total son 20 euros.
Cuando por fin lo tienes en casa, decides probártelo. Vas exactamente con cero expectativas y pensando que estará regular pero que seguro que en algún momento te lo puedes poner y total son 20 euros.
Y te lo pones y flipas. Te está perfecto, te está tan increíblemente perfecto que no das crédito. Aún así, no te confías y como ya sabes cómo funciona esto de la lencería, empiezas a moverte, saltas, cabeza abajo, cabeza arriba, te mueves tanto que piensas...joder si me viera alguien pensaría que estoy loca.
Y te sigue estando perfecto. Flipas.
Pero luego viene la prueba de fuego. Decides ponértelo y salir a la calle, un día cualquiera, nada de un día especial, un día porque sí para probarlo.
Al día siguiente, te lo pones, te vistes y sales a la calle y sigues flipando. Has triunfado completamente, esa es la pieza de lencería perfecta, la has encontrado: es cómoda, es especial y te sienta tan increiblemente bien que hasta te molas a ti misma.
Sonríes y decides que hay que usarla con criterio. Sabes de uno que va a flipar.
De la siguiente etapa si es que la hay...no puedo hablar porque no he llegado...