Un post. Un lector.
Te salta el aviso en el Reader, te llega la actualización al mail, ves el aviso en twitter o por fin cuando entras en el blog por enésima vez en el día, hay un post nuevo. Puedes sentir una punzada de animación, un pensamiento de guay, una sensación de me apetece leerlo. Puedes lanzarte a leerlo en ese mismo momento con avidez e interés o es posible que en ese momento no puedas leerlo y entonces digas…mierda...con las ganas que tenía. O puede incluso que decidas no leerlo justo en ese momento porque sabes que no lo saborearás bien…y entonces prefieres dejarlo ahí, como “unread” o marcado en favoritos de twitter para luego cuando sea el momento, leerlo como corresponde.
A un post se le pide que te enganche. Que empieces a leer y no quieras dejarlo, que empieces a leer y no te distraigas con otra cosa. Puede ser porque es divertido, porque es triste, porque es emocionante, porque estás aprendiendo algo, porque te sientes identificado, porque te horroriza, porque estás de acuerdo, porque estás en desacuerdo...por lo que sea...pero que esté escrito de manera que te enganche.
Se lee un post pensando en si tú podrías aportar algo. A veces es imposible, el post te ha flipado, has aprendido, te ha parecido genial pero sencillamente no tienes nada que decir…pero otras veces se te ocurren mil cosas, las dirás o no las dirás...pero mola que se te ocurran. Y mola más cuando ese post hace que se te ocurran cosas en las que jamás habías pensando…o un chiste genial. Eso da muchas satisfacciones…casi tanto como cuando conoces al bloguero y se te ocurre la puya perfecta…pero para eso has tenido que leer el post y volvemos al principio...ha tenido que engancharte.
Un post también se relee. No todos, pero hay veces que uno vuelve sobre aquel post que le gustó en su momento. Y pueden pasar dos cosas…que le flipe como la primera vez y piense...” ya sabía yo en su momento que era bueno” o al revés…que no vea nada de lo que conservaba en su memoria y piense: ¿cómo me pudo gustar en su momento?
Un post. Un bloguero.
El que escribe el post, lo escribe y lo lee.
Un post se escribe con sangre, sudor y muy poca vergüenza. Lo peor es antes...el prepost. Cuando andas rebuscando en tu memoria, en tu día, en tu experiencia, cuando andas brujuleando por la red en busca de inspiración, miras twitter, miras a tus compañeros, piensas en tu familia, tus amigos, tu pasado, lo que estás leyendo, lo que sabes, lo que no sabes, lo que opinas, lo que no opinas, los viajes que has hecho, los que te gustaría hacer…y no sale nada. Y entonces dices…vamos a ver...que no pasa nada…no escribo y ya está. O piensas…tranquilízate que algo se te ocurrirá...siempre se te ocurre algo.
Y sí, siempre se te ocurre algo, pero ese pensamiento tranquilizador...como todos los pensamientos tranquilizadores del mundo no sirve para nada. Provoca lo que todos los pensamientos tranquilizadores del mundo...el efecto contrario...el efecto: me estoy autoengañando y nunca jamás en la vida se me va a volver a ocurrir nada.
Pero como al fin y al cabo, es solo un post...y es solo un blog...te pones a hacer otras cosas más urgentes de tu vida diaria…como por ejemplo cortar tomates para la ensalada de la cena. Y cuando estás ahí meditando sobre el origen de los tomates cherry, sin comerlo ni beberlo…tienes un flash...”escribe un post sobre cómo se lee y como se escribe un post”
Y ya está. Una vez que te ha saltado la chispa, el milisegundo de inspiración…suspiras aliviado, se te olvida el bucle de no inspiración en el que has pasado tus últimas horas y dices… ¿ves? Siempre se me ocurre algo.
Y entonces viene la mejor parte. Cuando partiendo de la idea, empiezas a tirar del hilo, te empiezan a saltar argumentos, ideas, frases, giros y te disfrutas el post. Por supuesto como estás cortando tomatitos cherrys, lo almacenas todo en la cabeza…pensando que te acordaras cuando te sientes a escribir. Por un momento, te acuerdas de un post que leíste hace poco y piensas...coño, ya que tengo un supermovil debería cogerlo y ponerme una nota con todo esto, o grabarme para que no se me escape la idea. Pero no lo haces. Nunca. Ni siquiera después de haber jurado el día anterior que a partir de ese día lo harías…no lo haces, confías en tu memoria y en ser capaz de recordar todas esas ideas geniales que se te han ocurrido.
Cuando te sientas a escribir por supuesto no recuerdas ni la mitad de las ideas geniales. Lo peor es que sabes, que en cuanto le des a publicar saldrán del oscuro rincón de tu cabeza donde se han escondido...pero ya no servirán...porque ya no tendrán hueco...asi que con lo que recuerdas y tu poca vergüenza te pones a escribir. Unas veces del tirón y otras yendo y viniendo a hacer otras cosas. Sin releer lo escrito. Da igual. Que salga como salga…total, no es más que un blog y lo escribes para ti.
¿Qué esperas de un post cuando lo escribes? Que se termine. Llegar al final, sin haber caído en la tentación de “paso, paso, paso...esto es una chorrada…bórralo todo”. Llegar al final, releerlo y tener el valor para darle a publicar.
No todos los posts son iguales. Ni en cómo se escriben, ni en cómo se leen ni en lo que esperan de ello el lector o el bloguero. Ni siquiera coinciden en gustos la mayoría de las veces. Muchos son fabulosos para el bloguero y dejan al lector indiferente y otros que para el bloguero son una mierda pero que escribe porque es lo que toca y si no los saca harán tapón eternamente…son acogidos con gran éxito por el lector.
¿Qué se deduce de todo esto?
Que los misterios de un blog...son inescrutables…
…y bueno vale...si… sé que a veces escribo mierdas.