Cuando eres canijo, el fin de semana es un concepto: “No hay cole”. No eres muy consciente de cada cuanto sucede, no tienes recuerdo del último que pasó, no sabes qué harás el siguiente, sencillamente llega. Es viernes y no hay stress con el baño y la cena, tus padres parecen más relajados. El fin de semana supone pasar más tiempo con tus padres y eso (por ahora) mola. Se cambian los horarios, puedes dormir sin que te despierten, puedes acostarte más tarde, puedes ver la tele, puedes ir al cine, vas a ver a tus abuelos, vas a ver a amigos de tus padres con hijos, bajas al parque por la mañana, comes a una hora más o menos de mayores, tu madre parece no estar obsesionada con que comas verdura. El fin de semana es sencillamente un tiempo en el que misteriosamente no hay cole y se hacen planes chulos.
Cuando eres canijo pero no tanto, digamos con esa edad indefinida en la que no eres ni un niño, ni un joven y tu vida carece de interés por completo, el fin de semana es una ocasión estupenda para ejercitar tu capacidad de frustración. Tú sabes que el fin de semana mola, sabes que si en vez de tener 13, 14 o 15, tuvieras 18 o 19..el fin de semana sería otra cosa y no puedes esperar a tener esa edad y llegar a la tierra prometida de la diversión. Ahora mismo tienes que resignarte a los planes horribles que tus padres han organizado y que no quieres hacer y te debates entre aceptar sin rechistar o rechazarlos montando un gran pollo y generando mal rollo familiar para todo el fin de semana. El fin de semana significa 48 horas de roce en la convivencia que suele acabar con cabreos de padres con hijos, de hijos con padres y de hermanos entre ellos. De vez en cuando un plan más de mayores aparece en el horizonte y entonces sabes que tendrás que empezar con la estrategia y la esgrima verbal para conseguir que tus padres te den permiso para hacer algo horroroso como “ir a merendar a Burger King” pero que a ti te parece un planazo del que sabes que si te caes…sufrirás escarnio y abandono por parte de tus amigos. “Mamá...no puedo perdérmelo. Si no voy me perderé lo mejor del año. Por favor mamá, es lo último que te pido en la vida”. El melodramatismo está a la orden del día…por momentos la orfandad no te parece tan mala. El fin de semana es un tiempo de aburrimiento y autocompasión: mi familia es un asco, mi vida es un rollo…
Cuando eres adolescente más crecido, básicamente cuando eres de los mayores del colegio o has empezado la universidad, vives permanentemente esperando a los Reyes Magos del fin de semana. Cada semana, el viernes y el sábado se atisban en el horizonte llenos de posibilidades y planes: planes para salir, para quedar, para ver a mengano, para ligar. Todos esos planes exigen miles de preparativos: ¿Qué me pongo? ¿Dónde quedamos? ¿Se lo decimos a mengano? ¿A zutano? Se aprende a fintar a los padres para poder disfrutar de unos momentos de soledad de mayores. “Mis padres se van a la sierra...podemos quedar en mi casa a ver una peli y tomar algo”….” Mis padres se quedan en Madrid...podemos irnos a la sierra”… (Tu no lo sabes, pero no eres tú el que fintas a tus padres, son ellos los que te dan esquinazo) El domingo es el día de la reflexión, de valoración de resultados, de escrutinio de las papeletas de lo ocurrido en viernes y sábado. “Quedamos y me lo cuentas”, ¿“Y te dijo qué?” “¿Y cómo te lo dijo?”….y a pesar de que por supuesto los resultados no se ajustan ni de lejos a las expectativas creadas, somos inasequibles al desaliento y a la frustración ( ya nos hemos entrenado en la etapa anterior) y volvemos a hacer planes infinitos para la semana siguiente. El fin de semana es un tiempo de ilusión y emoción perpetua.
Con veintimuchos y treinta y pico y sin haberte reproducido, el fin de semana es la libertad. Uno puede hacer lo que quiera. Puedes tener juergas sin fin de las de empalmar las copas del viernes con una barbacoa el sábado por la mañana y un cumpleaños por la tarde, paella familiar y cine el domingo. O puedes optar por imitar al cangrejo ermitaño y quedarte en casa en pijama fundiéndote con el sofá. Puedes optar por planes ambiciosos o decidir pasar las horas contemplando las musarañas. Puedes dormir como un lirón careto o dedicarte a madrugar para hacer deporte, otear avutardas, fotografiar focas, bucear o hacer ganchillo. Puedes planear los fines de semana con meses de antelación o puedes improvisar permanentemente, apuntarte a lo que te apetezca. No importa nada. El tiempo es tuyo, tienes 48 horas sin horarios, 48 horas a tu disposición.
Con hijos el fin de semana sigue manteniendo parte del encanto que tenía en la etapa anterior. Tu subconsciente no es capaz de olvidar esa promesa de libertad que era el fin de semana. La putada es que la realidad viene y te dice “soy el fin de semana y vengo para estresarte”. Así que te debates entre la emoción porque llegue, quieres quitarte la corbata, los tacones, la pinta de profesional competente y olvidarte del curro y sus miserias. Quieres no madrugar y tener tiempo para ti, quieres pasar tiempo con tus hijos, quieres aprovechar para hacer cosas, ver amigos y al mismo tiempo te frustras porque sabes que no podrá ser. No podrás dormir tanto como quisieras, en un fin de semana tendrás mil planes imposibles de encajar con tu deseo de descansar y en otro no tendrás nada que hacer y entonces te sumirás en pensamientos melancólicos del tipo: “con lo que yo he sido...y aquí estoy...sábado por la noche...en mi sofá... ¿en qué momento pasé de odiar la música de Informe semanal a parecerme un programa fascinante?”. Añorarás el solterismo y entonces mirarás a tu alrededor, verás a tu hijos y cuando te pregunten ¿hoy no hay cole? No y vamos a ir al cine”….
El fin de semana es un péndulo que va de la felicidad absoluta a la mayor de las desilusiones…pueden pasar increíblemente rápido o hacerse eternos…puedes querer que no terminen nunca o desear que llegue el lunes con todas tus ganas…
Pues eso, que buen finde.