El pollo se puede comer de dos maneras: que parezca carne y que parezca pájaro.
Cuando parece carne no perturba. Se corta, se come y listo. Puedes hacer otra cosa mientras te zampas una pechuga de pollo a la plancha, rebozada o en trocitos guisada con nata, por ejemplo. Mientras comes esos platos, puedes hablar con tu compañero, leer, mirar la tele, mirar por la ventana…cualquier cosa. Para comerlo no hay que tener ningún tipo de habilidad más allá de saber manejar el tenedor y el cuchillo a nivel básico y si tienes la suerte de que alguien lo corte en trocitos puedes incluso obviar el cuchillo. Es un plato amigable y nada traicionero.
Cuando el pollo parece pájaro, es otra cosa. Otra cosa peor.
La más grave sin duda es que parece pájaro. No puedes obviar que te estás comiendo un pájaro. Y además un pollo. Y esto provoca cortocircuito mental porque esa cosa con las patitas al aire y las alitas pegadas al cuerpo no se corresponde para nada con tu imagen mental de un pollo. Es siempre demasiado grande. Los pollos, todo el mundo lo sabe, son pequeños, con muchas plumas, amarillos y mueven a la ternura o la sonrisa. Esa cosa de un color carne desvaído, es demasiado grande, demasiado algo, Como mucho podría ser un pollo adolescente pero entonces tendrá granos...que explicarían esos puntos en la piel tan repugnantes. Que sí, que sé que son los puntos donde tenía las plumas...pero mi subconsciente no lo entiende. Solo ve un pájaro adolescente con muy mal color. Eso crudo.
Cuando está cocinado y hay que comérselo no es un plato nada amigable. Es muy traicionero y requiere habilidades superiores nivel avanzado de maestría. Para comer pollo cuando parece pájaro hay que ser cirujano. No es pinchar, cortar y llevar a la boca. No, no es un trabajo para aficionados ni para niños. El pollo cuando parece pájaro requiere haber jugado mucho a “operación”. Hay que saber dónde hay que pinchar, dónde hay que cortar, dónde hay que rebanar, dónde hay que tirar…
Es una tarea minuciosa para la que hay que estar concentrado. No se puede charlar, ni leer, ni mirar la televisión, si te descuidas medio segundo de lo que te traes entre manos de repente morderás algo duro de procedencia desconocida o aún peor..algo cartilaginoso e intragable que desatará tu imaginación: ¿qué es esto?? ¿Qué me estoy comiendo?? Hay que empezar a hacer malabarismos con la lengua para intentar despojar a esa “cosa” que pulula por tu boca negándose a ser tragada de cualquier resto de carne para luego poder sacarlo, observarlo y decir: puagg..Qué asco.
El pollo no solo parece pájaro cuando está entero, rollo pollo asado. También parece pájaro cuando está en trozos y esto es casi peor. En la pieza entera sabes lo que te estás comiendo: esto es pechuga, esto es muslo, eso que hay ahí y que ni de coña me como es ala. En trozos es más difícil…sobre todo porque cuando está así, suele ir flotando en salsa. Y ya se sabe, con salsa todos los trozos parecen buenos…pero no. Pinchas y está duro, pinchas en otro lado y algo semiduro se resiste a ese pinchado y la tajada sale volando de tu plato dejando un reguero de salsa a su paso.
Y ¿las alitas? Eso es la cumbre del pajarismo del pollo. Trozos pequeños dónde a veces quedan hasta plumas y completamente imposibles de comer con cubiertos. Para devorar alitas de pollo no se requiere ser cirujano, lo que se necesita es tener dientes de ardilla o de castor para morder y tirar de la carne adherida a esos huesitos pequeños que hay que sujetar con la punta de los dedos. Creo que con los spaghettis las alitas de pollo son otra comida completamente contraindicada en una primera cita (para mi están desterradas de cualquier cita…)
Por todas estas cosas, comiendo pollo cuando parece pájaro soy un desastre. Solo lo como cuando es imposible evitarlo, cuando tengo que comérmelo por educación. El problema es que me da mucho asco, no tengo habilidades de cirujano y no consigo abstraerme de la problemática sobre la edad del pollo...asi que corto 4 trozos fácilmente identificables y muy alejados de huesos, cartílagos y cualquier otra cosa inidentificada, los miro muchísimo para no llevarme sorpresas cuando estén en la boca y me lo trago casi sin masticar. Acabo enseguida. Y siempre me encuentro con la misma pregunta: ¿No te vas a comer el resto?
¿Qué resto? Ya me lo he comido todo.
Pero si queda lo mejor…lo que está pegado al hueso.
Un escalofrío de asco me recorre.
Por supuesto, toda esta teoría sobre el pollo cuando parece pájaro es una gilipollez porque me encanta la pularda cuando parece pájaro. Pero creo que tengo una explicación para esta incongruencia: en mi cabeza la palabra pularda no remite a ningún bicho vivo y tierno que dice pio pio. Una pularda nace muerta con sus patitas al aire y vacía de entrañas para que molimadre la rellene de carne, pasas y mandarinas y la ponga en Navidad para comer con mucha salsa.