
- ¿Y los de tu padre?- La madre de mi padre se llamaba Victoria y el padre se llamaba Gonzalo pero yo no le conocí porque murió mucho antes de que yo naciera.
- …..
- ¿Qué pasa M?
- O sea...que a ti te pasó como a mí, que no conociste a tu abuelo.- Si
- A mí me hubiera gustado conocerle.- Y a mí que le conocieras.
El sábado tuve esta conversación con M. y una vez más me dio por pensar en el luto hacia delante.
Cuando murió mi padre, lo primero que sentí fue nada. Ya lo conté, era como ser de corcho. Vives en una especie de limbo, te ves como desde fuera, esperando inconscientemente a que todo vuelva a la normalidad y recuperes tu vida de antes. Tardas un tiempo en darte cuenta de que tu vida de antes jamás volverá y que lo que tienes que hacer es aprender a vivir con ese hueco en el alma. Duele tanto que te ahogas y abres la boca para coger aire y seguir respirando.
Cuando murió mi padre, lo primero que sentí fue nada. Ya lo conté, era como ser de corcho. Vives en una especie de limbo, te ves como desde fuera, esperando inconscientemente a que todo vuelva a la normalidad y recuperes tu vida de antes. Tardas un tiempo en darte cuenta de que tu vida de antes jamás volverá y que lo que tienes que hacer es aprender a vivir con ese hueco en el alma. Duele tanto que te ahogas y abres la boca para coger aire y seguir respirando.
Y después pasan todas esas ocasiones en las que uno piensa “es la primera vez sin”. El primer cumpleaños, la primera navidad, el primer verano, la primera vez que vuelves a Los Molinos, el primer aniversario…es una vuelta entera al calendario “sin”. Curiosamente antes de que te pase, uno cree que esas grandes fechas serán las que más dolerán, pero no, duelen más los detalles.
Los detalles son lo que viene después. Es la etapa de echar de menos. No es echar de menos a lo grande, en plan melodramático y tal. No, no. Es algo más sutil.
Te sientas a ver la tele y sin saber por qué el hueco dónde se sentaba antes se queda vacio. Llegas a casa y al final del pasillo no está la luz de su despacho encendida. Entras en su coche y no huele a él. Te despiertas por las mañanas y no oyes sus pasos por el pasillo. Te dan una beca para hacer un máster y tardas unos minutos en darte cuenta de que no podrás decírselo. Encuentras una grabadora, le das al play y escuchas su voz y te das cuenta de que se te ha olvidado su voz. Cada vez que una de esas pequeñas cosas ocurre y eres consciente de ellas, le echas de menos. Y duele porque piensas “esa chorrada... ya jamás nunca va a volver a pasar”.
Y luego, mucho después viene el luto hacia delante. Echas de menos lo que nunca tendrás y nunca compartirás. Y es otra cosa que duele muchísimo.
Le regalé a Molimadre hace un par de años, “El año del pensamiento mágico” de Joan Didion. Ya hablé de este libro. Molimadre me dijo, lo que me alucina es que a ti te haya gustado porque la autora cuenta lo que sintió al perder a su marido después de muchos años de convivencia.
Entonces le expliqué que yo entendía el luto de mi madre. Ella echa de menos lo que tuvo, los mil años que estuvieron juntos. Era un luto hacia atrás en su mayoría, compuesto de recuerdos.
El luto que siento yo, es hacia delante. No soy ni de lejos la misma persona que era cuando murió mi padre. Con suerte, viviré más años sin él que con él. Y de los que compartimos, muchos yo era demasiado pequeña para recordarlos con nitidez o para haber compartido muchas cosas.
Cuando murió, tenía 24 años y era una piltrafilla llena de inseguridades (que puede que siga teniendo pero de las que no me avergüenzo como entonces) y que no tenía ni puñetera idea de que iba a ser de su vida.
No soy la persona que él conoció. No sé si soy mejor o peor, pero soy distinta.
Si viviera ahora no tendría la relación que tuve. No es que fuera mala, todo lo contrario, pero sería distinto. Yo tengo 38 años, soy independiente, tengo casa, curro y mi propia familia. Él tendría 67, seguiría currando y no viviríamos juntos. No sé qué relación tendríamos...y lo que me mata es que nunca lo sabré.
Muchas veces, casi siempre cuando voy conduciendo, pienso en cómo sería si siguiera vivo. En cómo nos llevaríamos ahora, en si cuando discuto con el ingeniero se pondría de mi parte o de la suya, en qué pensaría de mi trabajo en los libros de colores, en qué haría con las princezaz aparte de mimarlas hasta el infinito, en si le molarían estas chorradas que escribo.
A veces, si dejo volar mucho la imaginación y estoy en modo candy candy, imagino que estaría feliz de por fin haberse librado de nosotros 4 y estar solo con molimadre, imagino que seguiría currando porque le encantaba lo que hacía. Le imagino en el jardín de Los Molinos con las princezaz y minicuñado; seguro que habría comprado un tobogán gigante, una cama hinchable y si le hubiéramos dejado hasta un caballo. Le imagino babeando en las funciones de las princezaz y leyendo todo lo que encontrara en internet sobre celiacos y alérgicos. Y le imagino mirando embobado a M y pensando que esos ojos los había heredado de él.
Luego tengo que dejarlo porque me da vértigo. Es una sensación muy rara. En mi relación con mi padre estoy anclada en los 24 años, en quien era entonces e imaginar lo que sería ahora, lo que nos hemos perdido de compartir da vértigo. Es como si estuviera en una carretera por la que voy avanzando sin saber que habrá, camino hacia delante sin saber qué habrá en el siguiente paso, pero sé que lo que sea que haya no podré compartirlo con él y que lo voy dejando atrás, cada vez más atrás…
Y luego dejo de pensarlo, porque si no lloro. Y yo, lloro fatal.
El luto hacia delante es una putada. Es todo lo que pudo haber sido, todo lo que tenía que haber sido y no será. Y además no tengo nada sobre lo que basarme. La parte de mi vida que compartí con él ya no tiene nada que ver con la vida que tengo ahora.
Lo que jode de esto es que nunca lo sabré.
Pensaré que todo hubiera sido bueno. Como cuando dejas un polvo pendiente, uno siempre piensa que hubiera sido el mejor de su vida. Con el polvo a veces, al final, vas y lo consigues.
Con el luto hacia delante...sólo te queda imaginarlo.