martes, 1 de septiembre de 2009

JUVENTUD Y PERCEPCION

Cuando tenía veintipocos años era imbécil, completamente imbécil. Por un lado creía que lo sabía todo y que el resto del planeta no sabía nada: mis padres no sabían como era la vida, mis amigos no sabían qué dura era mi vida y mis hermanos eran unos completos cretinos. Esta confianza en que era un genio del universo debería haberme hecho ir por la vida con mucha seguridad y creyéndome la reina del mundo pero curiosamente el hecho de creerme que lo sabía todo se combinaba sabiamente con una inseguridad absurda y totalmente desproporcionada.

Cuando tenía 19 años tenía un novio que me hacia la vida imposible. Todoooo el planeta venía a decirme: ¿ pero no te das cuenta de que no te conviene, que lo pasas mal, que no merece la pena..que blablablabla? Y yo subida en mi creencia de saberlo todo decía: no lo entendéis, estamos hechos el uno para el otro, es amor verdadero, yo sé que en el fondo me quiere…etc. La confianza en uno mismo lleva a este tipo de gilipolleces.

Lo mejor de todo es que era capaz de asegurar el amor verdadero del novio a todas luces poco conveniente contra viento y marea pero sin embargo era incapaz de reconocerles a mis amigos que a mi The Doors me parecían un coñazo y Jim Morrison un brasas perdedor. Por la misma razón era capaz de ir a ver un concierto de Johnny Winter aunque me aburriera más que contando ovejas porque no me atrevía decirlo.

Por otro lado y siguiendo con las incongruencias de esa etapa de mi vida, yo creía que lo sabía todo pero cuando no sabía algo me negaba a preguntar. Prefería hacerme la que sí sabía en vez de decir: no tengo ni idea, te importa explicármelo? Ya he dicho que era imbécil.

Otra idea estúpida que tenía era creer qué si yo quería algo eso sucedería. Con veinte años estaba convencida de que viviría una vida de amor supremo con el novio poco conveniente, me compraría una casa en Los Molinos porque obviamente era donde tenía que vivir y trabajaría en un museo. No entraba en mis planes estar con otro tío, vivir en otro sitio o trabajar en otra cosa, era lo que quería y los astros ya se alinearían para que eso sucediera.

Es decir mi vida era un completo absurdo. Toda yo era absurda. Esta tontería me duró varios años, ( concretamente hasta los 24), pero luego adquirí algo de sabiduría para darme cuenta de que no es no lo supiera todo y además los demás no me entendieran, sino que era imbécil y no sabía de nada.

Ahora ya no tengo 20 años.
  • Sé que no lo sé todo. Es más, alucino con lo poco que sé y cómo sin embargo la mayoría de la gente cree que soy una tía con muchos conocimientos. La verdad es que esto no sé si es bueno o malo, yo me considero un fraude pero el caso es que nadie se da cuenta. Sospecho que la mayoría de la gente también sabe poco y hace cómo yo..disimula.
  • Lo que no sé si me interesa lo pregunto, sino paso.
  • No me avergüenza decir que algo no me gusta, que La Sombra del Viento me parecióun coñazo o que Gemma Nierga es una pelma. Eso sí, me parece perfecto que a los demás les mole pero a mi no.
  • Valoro si un amigo me dice que cree que no debo hacer algo o qué alguien no me conviene. Luego puedo decidir hacer lo que me de la gana pero lo valoro y no pienso memeces como “ es que no lo entienden”.
  • Me la pela si piensan que mi gusto por Springsteen es completamente desproporcionado o que no tengo criterio para los zapatos o que cómo me puede gustar ver 15 veces " Tienes un email".
  • Ya no creo que nuestros padres no nos entiendan, lo que cambia es que nosotros no les entendemos mientras somos pequeños. No entiendes porqué no te dejan comer chuches, porque no puedes ver la tele por la noche, porque no puedes salir hasta las mil y porque no te compran el jersey privata que todos tus amigos tienen. Ahora la percepción cambia…y además de entenderles, les das la razón. Este cambio no sé si me mola, ahora que lo pienso.
  • No me creo una incomprendida ni más desgraciada que el resto del planeta. Es más, considero que soy muy poco desgraciada, tengo mis días pero la verdad es que me lo paso en grande.

Ah y sé dónde estoy hoy y con quien..pero no hago planes para más allá de pasado mañana.

Creo que soy un poco menos imbécil.

lunes, 31 de agosto de 2009

DE RANCHO

Se puede clasificar a la gente por sus hábitos a la hora de comer los días laborables.

En primer lugar tenemos al grupo menos numeroso: los suertudos: los que van a comer a casa. Los tenemos de dos tipos, los suertudos simples que llegan a casa y se tienen que preparar la comida y los megasuertudos que son los que llegan a comer a mesa puesta. ( El ingeniero es de estos). Hace un millón de años yo fui una megasuertuda, qué tiempos aquellos, llegaba a casa y mi madre me tenía el plato caliente y me miraba extasiada mientras comía con cara de: pobrecita que hambre da el trabajar. El megasuertudo cum laude es el que llega a mesa puesta, come y se levanta sin recoger ni un vaso ( y no miro a nadie).

En segundo lugar tenemos los de “menú del día”: los que salen en manada del curro para ir corriendo al que según ellos es el mejor restaurante de menú del día de su zona. Son gente que conoce al camarero, al cocinero y a los comensales de las otras mesas. Si les preguntas te dicen que ellos de menú siempre piden la verdura y el pescado, pero si te molestas en mirar los platos de las mesas en un restaurante de esos, predominan los macarrones y el entrecot. La gente que come de menú sufre un proceso muy curioso en el que durante meses come en “Casa Paco” y proclama que dan el mejor menú del día, el más barato y asegura que sabe de buena tinta que es comida casera. Al cabo de los meses sin embargo Paco se transforma en un “cabrón que se ha aprovechado de que nosotros le hemos llevado la clientela y no nos invita ni a un café” y le abandonan para irse con “Casa Pepe”, donde sufrirán el mismo proceso. Sobre comer en restaurantes de carreteras os recomiendo este post de Gonzalo que sabe mucho del tema.

Después tenemos a los “yomeloguisoyomelocomo”, la tribu del Tupper. Son los que comen en menos de 40 minutos en una microsala que la empresa ha habilitado para que coma esa gente. La tribu Tupper suele comer así porque están a régimen pero ponen cara de que lo que comen es delicioso: pollo hervido con brotes de soja de bote…mmmmm. Son claramente unos perdedores, se han tenido que molestar en hervir el pollo la noche antes y por la mañana se han tenido que montar el kit: el tuper con el pollo, la frutita para el postre, los cubiertos y todo a la neverita para llevarlo al curro. Claramente es una opción fatal y está comprobado científicamente: la gente con peor humor de los libros de colores son los del Tupper. Entre la tribu Tupper hay unos cuantos, muy pocos, que tienen a alguien que les prepara la tarterita. Se les reconoce porque cuando los demás sacan el pollo hervido..ellos dicen: a ver, a ver..qué me han preparado hoy…alaaaa…canelones y arroz con leche. Son muy odiados por los del pollo hervido pero a ellos les da igual..tienen canelones.

Y luego estamos los que comemos de rancho. Es cómo el cole pero con la diferencia de que en el cole te parecía espantoso y ahora le ves muchísimas ventajas. La primera y fundamental es que vas a tiro hecho y no tienes que pensar, bajas del despacho y allí está la comida, hay para elegir y no te cuesta. Que quieres comer poco, comes poco, no hay un vigilante de comedor que venga a decirte que no dejes nada en el plato y que te registre los bolsillos a ver si has escondido las albóndigas. Que quieres repetir, repites. Que solo quieres primero, sólo acelgas, que sólo quieres segundo, venga dos hamburguesas…es estupendo. Cuando terminas, te levantes y recoge otro. Una maravilla.

Vale que la calidad no es cómo si comieras en tu casa pero tampoco es tan horrible y para mi tiene la gran ventaja de que al cocinero le da exactamente igual lo que opines de sus dotes culinarias. El de mi comedor por ejemplo es inmune a mis repetidas quejas porque cada dos días hay bacalao, pescado que odio. Él me mira, sonríe y directamente programa para pasado mañana bacalao otra vez. La parte buena es que cuando yo grito: puag que asco…él no puede hacer como haría mi madre o mi pareja o quien me lo haya cocinado y decirme: ¿asco? Toda la mañana cocinando para qué la señorita diga que es un asco!!!. El melodrama te lo ahorras en el comedor de la empresa.

Si estás a dieta, el comedor de rancho es maravilloso también. Nunca hay nada que realmente te apetezca comer, se elige más bien por descarte: esa crema de color indefinido no, esos rollitos de verdura que tienen pinta de fritanga no…esa carne que flota en salsa tampoco, eso indefinible que hay ahí ni de coña, mejor ensalada y pollo a la plancha. Lo maravilloso es que como lo has elegido tú te parece una comida deliciosa y que no es de régimen. Si te lo ponen en tu casa te indignarías: ¿ pero qué es esto, comida de hospital? . Además, al cocinero le jode mogollón que pases de sus delicias culinarias y pidas algo a la plancha..y para mi eso añade encanto al pollo a la plancha.

A lo mejor parece que reivindico mi opción alimentaria como la mejor pero para nada, preferiría mil veces comer en mi casa comida preparada por otro, que siempre me gustara, y que por supuesto no engordara.

viernes, 28 de agosto de 2009

jueves, 27 de agosto de 2009

LA MESA VACÍA

Llegó un día a su despacho y observó con sorpresa que la mesa que había enfrente de su puerta estaba ocupada. Se había acostumbrado a verla vacía. Pensó, que la verdad es que no sabía si había estado vacía u ocupada por alguien que no le había dejado ningún tipo de recuerdo.

Pasó, dio los buenos días y se sentó en su sitio. Había un chico nuevo en la oficina, pero no sabía ni quien era ni porqué lo habían colocado ahí, ni por supuesto a qué se dedicaba. Tenía pinta de joven alternativo con camiseta, zapatillas, una chupa de mendigo, pendiente y un parecido alucinante con su hermano pequeño. Trabajaba parapetado tras 2 pantallas de ordenador, con los cascos puestos y parecía que hacía algo.

Ella llevaba en la empresa desde que no había ni empresa, ni despachos, ni mesas ni ordenadores. Estaba allí antes de que llegara nadie y después de casi 10 años allí seguía. Conocía a muchos de los que se cruzaba por los pasillos, otros le sonaban y algunos eran completos desconocidos. La verdad es que tampoco hacía mucho por relacionarse. Las pandillas en el curro nunca le habían atraído, le parecía que levantaban falsas expectativas de amistad y estaban creadas sobre la necesidad de querer compartir la sabiduría que crees que tienes con alguien que por obligación no se puede pirar de la mesa de al lado y pasar de ti. Opinaba también que se basaban en la absurda autoexigencia de la gente de “caer bien”.

A pesar de todo, el desconocido tirando a mugriento le cayó bien, le pareció simpático. Le dio la impresión de que algo tendrían en común, no sabía muy bien qué, pero por lo menos no le provocaba rechazo instantáneo como la mayoría del personal. Le moló que el tío no hiciera nada por caer bien, simplemente estaba sentado con pinta de “ vengo, hago mi curro y me piro a otra cosa mejor”.

Le hacía gracia que a la pregunta: buenos días, ¿ qué tal? El contestara siempre: estoy harto de venir aquí.

A través de unas cuantas frases cada día, descubrieron cosas que tenían en común: los dos tenían un blog, a los dos les gustaba leer, los dos tenían un humor negro bastante parecido y los dos creían que el trabajo jamás debe estar entre lo que te quite el sueño por la noche.

Había otras muchas cosas que no compartían, a él le gustaba la música ratonera y era un sufridor atormentado. Escribía para hacer literatura y hacía unas fotos alucinantes que hasta ella que es negada para la fotografía admiraba. La melancolía era su estado natural y por eso siempre andaba con los hombros caídos y arrastrando los pies. Llevaba un mochila que parecía pesar como si sobre sus hombros estuvieran todos los problemas del planeta. Otros días simplemente estaba intensamente cabreado con el planeta. ¿ Qué tal? “ Mal, todo es un asco”.

Un buen día él decidió hacer algo para para aparcar su melancolía, dejar de irradiar tristeza y dar un giro a su vida. Se marchó a París siguiendo a su chica para que sus días de felicidad dejaran de depender de los vuelos de Easyjet.

Ella sigue allí.
La foto es de Ramón S. Steiner.