
En los inicios de la historia de mi familia y los perros está Morris, es casi una leyenda y por supuesto era el “mejor perro del mundo”, “ el más bueno”, “el más obediente”, el “más simpático”, son tantas sus virtudes que mis tíos se pelean por la posesión del perro: Morris era mío, no era mio. Yo tengo un muy vago recuerdo de él que he llegado a pensar que puede no ser real y ser más bien imaginario.
Morris murió y entonces llegaron a nuestra familia para consolar tamaña pérdida: Fergus y Don, un coñazo de perros. Fergus era un pastor alemán muy desagradable, que ladraba y gruñía y nos daba mucho miedo. Don era un perro de caza de esos a los que hay que cortar el rabo y al que no se lo cortaron por pena, así que se pasó la mayor parte de su vida adulta persiguiendo su propia cola dando vueltas a toda velocidad, ladrando completamente enloquecido y levantando un polvo infernal. Como te pillara cerca eras carne de lavadora con ropa puesta y todo.
Después de esta etapa nosotros ya teníamos nuestra propia casa en Los Molinos así que mi madre decidió que le apetecía tener perro, pero que mejor para variar perra y que se llamaría Dunia cómo una perra que tuvo ella antes incluso de Morris…es decir hace dos millones de años. Dunia era un mastín enorme que pasaba absolutamente de todo lo que no fuera escaparse de casa para trincarse a cualquier macho viviente a 10 km a la redonda. Mis hermanos y yo agradecíamos el desenfreno lujurioso de Dunia porque eso significaba que estaba entretenida en vez de perseguirnos por el jardín y mordernos.
Tal furor reproductivo tuvo como fruto dos bestias pardas a las que llamamos Roque y Otto. Eran monísimos de cachorros y nos pegábamos por sacarlos a pasear por Madrid, la cosa dejo de tener gracia cuando eran ellos los que te paseaban a ti mientras intentabas clavar los talones en el suelo.
Tal desastre perruno debería habernos hecho reflexionar a todos sobre lo conveniente o no de tener perros, pero por supuesto no nos hemos dado por vencidos y seguimos cosechando desastre perruno tras desastre.
Uno de mis tíos le regaló a su mujer un cocker ideal color canela. Poco después su nombre original, Chip, fue oficialmente sustituido por Satán. Nadie podía entrar en casa sin ser mordido por él, y poco después tampoco podían salir de casa sin toda una maniobra de distracción para que Satán dejara libre el paso. La desesperación empujó a la familia a intentar dejar a Satán fuera de combate con unos cuantos valiums en una rodaja de mortadela..pero lo único que conseguimos fue que durmiera 16 horas seguidas. Finalmente se puso tan violento que el veterinario aceptó que era una peligro.
Otra de mis tías se compró un perro que era el colmo del miedo, se llamaba Ivo, era lanudo, olía mal y tenía el mismo porte que una lagartija. Un asco. Murió, supongo que de un susto provocado por el mismo al oírse respirar o algo así.
Mis primos “los pesadillas” tienen otro mastín que se llama “Toque” y tiene un ojo azul y otro marrón. Es de pelo corto, blanco y un brasas auténtico. Está permanentemente como si se hubiera tomado dos pastillas de éxtasis, completamente frenético saltando histérico a tu alrededor.
Otros de mis tios tienen una fiera que se llama Coco y a la que han tenido que llevar a un psicólogo de perros. No comento más porque para qué. Nosotros también hemos tenido una ristra de perros. Primero tuvimos a Capo ( el George Clooney de los perros ) y Bronco. Capo es una bestia de 56 kilos con el pelo largo, es como si Cheewaka se hubiera puesto a 4 patas, Bronco era un cruce de mastín y pastor alemán, también enorme y muy bueno. Se criaron juntos y eran muy gays. “ Mirad, los perros están jugando”…si, si..a los fontaneros están jugando. Han sido buenísimos, no se escapaban, no daban la brasa, no se comían los cojines y no entraban en casa. Unos santos. Bronco desapareció un día y para consolar en su tristeza a Capo trajimos a un perrillo faldero “Patas” que era un plasta del 15, todo el dia escapándose, saltaba la valla y se piraba..para volver luego con una gallina, un conejo, una tartera o cualquier cosa de comer..era como el Oso Yogui pero en perro. De una de esas correrías no volvió.
Ahora además de Capo en su vejez, tenemos un labrador conocido como “el putoperrodeloscojones”. Lo tenemos desde hace dos meses y las princesas lo adoran, es encantador pero se come todo: los cojines, las zapatillas, las plantas, un plato, la fregona, entra en casa y se zampa la cena..todo. Para mi que la culpa de estos desórdenes la tenemos en parte nosotros que le hemos provocado una crisis de identidad. Cuando llego a casa, C. le puso “Gertrudis de nombre, yo quería llamarle MAK, M y el ingeniero querían ponerle Musi y mi madre Muso. Hicimos una reunión en la cumbre y votamos los 9, salió en tercera ronda ( fue muy reñido) BOB. Asi que el perro se ha estado llamando Bob hasta hace dos días que mi madre le ha cambiado el nombre:
- El perro ya no se llama Bob
- ¿Y eso?
- Se lo he cambiado.
- Ah, y ¿como se llama ahora?
- Se llama Peter.
- Y si querías llamarle Peter porque no se lo pusiste desde el principio y te dejaste de paripé con la votación.
- Hija, esto no es una democracia.
- Eso ya lo sabíamos todos mamá…sólo queríamos saber cuando aguantabas antes del golpe de estado.
Nadie le llama Peter..sigue siendo “elputoperrodeloscojonessehacomidomitoalla".